NOVELA: YO BIPOLAR. Capítulo XLII
NOVELA: YO BIPOLAR.
Capítulo XLII
Todos los hombres están locos y, pese a sus cuidados,
sólo se diferencian en que unos están más locos que otros.
Nicolás Boileau
Por Jesús I. Callejas
CICLOS
Me sofoca esta mujercita persiguiéndome a todas horas, pero más me alarma haber descubierto los puntos que se calza: es una criatura que bajo inesperada presión puede mostrar sin ambages un temperamento peligrosamente explosivo. Cierto que almaceno tanques de violencia, pero me empeño arduo tratando de evitar el caos que su derroche provocaría, y las personas como Amelia me alteran en tal medida que tarde o temprano acabo detestándolas porque lo único que consiguen es atentar contras mis esfuerzos.
Amelia es una terrorista emocional. La acompañé a la cita con su psiquiatra, aballenado y sonriente doctor con brochazos de tinta mal aplicados a su personalidad en constante ebullición, y la jodida se puso a discutir con una vieja medio loca, de generosos vidrios por lentes, que no paraba de hablar dando pequeños gritos ante la pasividad de la recepcionista. ¿Estaría aquella flacucha criatura “en nota” al estilo de la secretaria de mi psiquiatra? Al fin dejé la revista deportiva -llegó nerviosa a mis manos- sobre la mesilla, me salí en medio de la discusión que se formó cuando la otra respondió casi frenética provocando que Amelia alzara la voz aún más y me senté en el portal de la consulta por media hora.
Cuando entré Amelia y la vieja demencial conversaban animadas sobre la realeza europea y sus faranduleras bodas. Hasta intercambiaron números telefónicos. Mala cosa. Tendré que mudarme del edificio si continúa con su sofocación. Tampoco me atrevo a dormir ni una sola noche junto a ella; puede incendiarme durmiendo o podarme los huevos. ¿Acaso también padezco de un trastorno de déficit de atención? Parece que sí. Reúno los síntomas. No hay descanso en este mundo. Jamás. Déficit de atención. Es sabido: nunca he terminado cualquier empresa comenzada; ya ni leer puedo. No he podido sostener estudios, ni empleos, ni vínculos sentimentales.
Creo haberlo dicho, pero necesito repetírmelo. Amigarme con la pantalla de la computadora. No le temas a esa fidedigna sibila, tu pitonisa favorita. ¡Es cierto! Amelia está peor; si al menos le llegara otro arrebato y le dieran interno sabático. Doctor, empeoro. Dudo si profetizo eventos o los imagino. El viejo terapista tira de una esquina de su bigote con más fuerza que la otra. No habla, sino escribe en los metros formados por cinco minutos; acomoda el expediente, suspira cuasi lastimoso. Será nuestra última terapia compartida, y se adormiló en par de ocasiones. Se retira a finales de año y hoy ya es invierno. Unas pocas semanas de consulta.
Decido no volver, conseguir un sustituto rápido para impugnar la próxima ola de agobio; pero regreso hasta el final, tal vez para despedirlo. Sucesivas terapias reflejan su condición de hombre respetablemente vencido, abuelo -dos varones sonrientes, futbolistas en la foto- viudo con los botones cuidados a lo mascota de campeonato. Sus últimas palabras: Has sido un buen paciente. Te deseo mucha suerte y recuerda: termina ese libro. Ah, sí, el libro. Acá sigo escribiéndolo. Se escabulle sin dejarse escribir. ¿Cuánto ha pasado desde que lo comencé? Según mis cálculos lo inicié hace… No puedo confiar en meros datos: llaves discordantes.
Al abandonar la caja-consulta el frío me hizo cerrar la cremallera del abrigo hasta el final, pero con lerda precisión, pues me trillé el cuello y una triangular gota adornó el índice derecho: Hay un lago ahí; sobresalen rostros a medio hacer. La desparramada gota quedó como reintegrada en la mezcla de cemento, hierro y gravilla junto a la estación del autobús. ¿Qué opinará quien encuentre esa isla sanguínea abrazando residuos de columna? Como la gota, en sí misma un universo de siglos que pueden ser segundos. Recuerdo el hermoso cortometraje animado de Zeman…
Buscaré un nuevo psicólogo en la guía telefónica. Estoy seguro de que, acomodado en su casa, el dulce anciano, que gracias a muchos como yo ha gozado de su piadoso oficio, exclama: ¡Al fin libre de esos desequilibrados! Más de medio siglo oyendo disparates. Y tras disfrutar su merecido partido de béisbol con un whisky -Importante: Recio cristal de agua con vaso adentro- se ha adormila placenteramente arropado por la certidumbre de haber contribuido a la mejoría de nuestro orbe. Le advierto: Si usted ha frecuentado la fragancia del narciso en invierno vivirá. Morirá si recorre los anhelos de la joven dalia masacrada. La farmacia está tranquila a esta hora. Ocúpate del inventario y limpia un poco; no hay tanto desorden. El administrador husmea sin que abandone su nariz un sesgo recriminatorio al intentar doblar levemente su figura de l mayúscula. Si se inclina no logrará enderezarse.
-Esa mercancía va en el otro estante.
-¿Aquí?
-No.
-¿Acá?
-Deje eso ahora; hay una clienta esperando.
-¿Cuál es su nombre, joven?
-Adela.
-Yo me llamo Jorge.
-Soy nuevo en la farmacia.
-¿Desde cuándo?
-Dos semanas.
-Ah, porque no lo había visto antes. (Pena que tan joven haya perdido casi todo el cabello, pero la nariz respingada le da un aire simpático. Creo que sería un buen padre).
-Comencé esta semana. Aquí tiene su aceite de hígado de bacalao, y espero que nos veamos con frecuencia. Desde ahora mis esfuerzos se consagran y dirigen a un punto: convertirme en su boticario. (Toda una beldad criolla con esas caderas y la abundante cabellera color alas de cuervo. Me gustaría tener mis hijos con esta mujer.)
-Gracias y hasta luego, Jorge.
-Un placer servirla, Adela. Hasta la próxima vez, que espero sea pronto.
-Hasta luego.
-Hasta la vista.
Me has convocado. Catábasis: ¿nos autorizas a imaginar extraviadas vidas ancestrales? Una taberna de opúsculos, debida a prestigiosos intelectuales de Bajagracia, pretende conciliar a Aristóteles con el pato Donald. El jardín soporta valija de siglos en flamboyanes que juguetean orquestando alfombra; centella meridiana. Amelia en figura cristalina. Me siento fuerte: un Gilgamesh de la demencia. Murmullos de torso quebradizo. Hoy la observo desde ti, ventanal movible, recurso que eres jardín, pájaro, insecto: cómplice. Bajo el refulgente martillo acariciándole cabellos azulados, como aquella ocasión en que avanzó contra mi asiento bajo el árbol. No la sabía tierra ondina esculpida en las alturas, no savia cubriendo con ademán obtuso uno ¿y todo? ventanal de trapezoidal hojarasca. Me gustan, sin palestra de escándalo, su transcurrir inquieto, el olor a leña fría que se le desprende en aluvión de aguas. Se eleva desde el musgo anillado en cada árbol... Intuyo la mano, imprecisa por momentos, enviando saludos. Bordeo el fósil cantero a expensas de la calle sostenida frágilmente y mi ademán espontáneo... ¡Las lagartijas se metamorfosean en dinosaurios! Debería escapar hacia el final de la calle, a resguardo de ellos. ¿Qué espera al final de la calle: ambulancia, césped o mural? ¿Qué viví o viviré? ¿Qué es vivir ahora? Capacidad para encajar en el modelo.
-¿Hasta para volverse loco se viene con vocación a este mundo?
-¿Cuál es su nombre?
-No recuerdo.
-¿Usted me reconoce?
-No creo.
-¿Identifica a alguno de los presentes?
-No…
-¿Cuántos dedos le estoy mostrando?
-Cuatro…no, cinco.
-¿Está seguro?
-Sí. Métase el dedo cordial en el culo.
-No se ponga gallito que va a cagar pánico…
-Era una broma.
-Escuche.
-Ahora, ¿qué?
-¿Todavía no recuerda su nombre?
-Siento que estoy en una nebulosa.
-El efecto del medicamento.
-Ah, el medicamento.
-Trate de recordar.
-Deme tiempo, por favor.
-Tiene todo el tiempo del mundo.
-¿Hasta la muerte?
-Hasta que despierte.
-¿No es lo mismo?
-Ah…
-¿Aquí o en el más allá?
-No se quede sentado. Venga, caminemos para que se despeje.
-Sí, señor.
-Muévase, muévase.
La tecla recupera posición de alerta. Ha perdido su propósito… si es que alguna vez lo tuvo. Kobayashi y Kubrick somnolientos en la primera fila, ahítos de solapada brisa, listos a extender veredictos sobre el foso, epidemia de raquídea postración que amenaza tras el disparo en la cabeza tentadora, con pistola en vez de revólver: más apropiado a mayor distancia… Ahora sueña lejano en el salón de quejas crujientes. Los leones han dejado rastro sanguinolento, aunque bien plagado de botas y mapas. El suelo en el techo…
-¡Muévase, muévase!
Continúa en el próximo número de la revista.
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Fuente de la imagen: Imagen de dominio público.
Novela Yo bipolar, de Jesús I. Callejas, publicada en formato digital en http://www.bookrix.com/_ebook-jesus-i-yo-bipolar/
Fecha de Publicación: 01-21-2013
@copyright Prohibida su copia sin la autorización del autor.
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Email sibaritamito@gmail.com
Jesús I. Callejas (La Habana,Cuba, 1956) Estudiante de múltiples disciplinas -entre ellas historia universal, historia del arte, literatura, teatro, cine, música-, afortunadamente graduándose en ninguna al comprobar las deleznables manipulaciones del sistema educativo que le tocó sortear. Por ende: No bagaje académico. Autodidacta enfebrecido, y enfurecido; lector de neurótica disciplina; agnóstico aunque caiga dicho término en cómodo desuso; más joven a medida que envejece (y envejece rápido), no alineado con ideologías que no se basen en el humanismo. Fervoroso creyente en la aristocracia del espíritu, jamás en las que se compran con bolsillos sedientos de botín. Ha publicado, por su cuenta, ya que desconfía paranoico de los consorcios editoriales, los siguientes libros de relatos: Diario de un sibarita (1999), Los dos mil ríos de la cerveza y otras historias (2000), Cuentos de Callejas (2002), Cuentos bastardos (2005), Cuentos lluviosos (2009). Además, Proyecto Arcadia (Poesía, 2003) y Mituario (Prosemas, 2007). La novela Memorias amorosas de un afligido (2004) y las noveletas Crónicas del Olimpo (2008) y Fabulación de Beatriz (2011). Reseñó cine para revistas impresas, entre ellas Lea y La casa del hada, y publicaciones digitales. Recientemente ha publicado los trabajos virtuales Yo bipolar (2012) (novela); Desapuntes de un cinéfilo (2012-2013), que incluye, en cinco volúmenes, historia y reseñas sobre cine; Arenas residuales y demás partículas adversas (2014) y Los mosaicos del arbusto (2015), ambos de relatos, así como el primer volumen de la novela Los míos y los suyos (2015).
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