NOVELA: YO BIPOLAR. Capítulo XXVI
NOVELA: YO BIPOLAR.
Capítulo XXVI
Todos los hombres están locos y, pese a sus cuidados,
sólo se diferencian en que unos están más locos que otros.
Nicolás Boileau
Por Jesús I. Callejas
ASEDIO
Sorprenden algunos insectos; asombra que esos pequeños montoncitos sean capaces de tanto. Las cucarachas son holgazanas; se trasladan con despreocupación. Se detienen de pronto, sus antenas satelitales husmean, reconocen, y quedan ordenadas, listas para que mi primo Carlos las incendie. Pero otro enemigo acecha. La tribu hormiguera despliega su sistema de señas tras la pared del holocausto que le sirve de madriguera y, sin aviso, se lanzan en masa las atacantes. Cadáveres volteados de cucarachas, bandejas cargadas por las ordenadas hormigas que tejen redes de esperma, deseosas de tragarse todo lo que encuentran.
Una de las cucarachas percibe a una compañera agonizando entre el tropel apachurrado en medio del salón de banquetes, en ruta hacia el horno matorral y acontece la desbandada; todas las hormigas se precipitan en cuanta dirección exige el libro de rescates-o de recetas-, apuran retrocedidas patitas, tosen conjurando mil fórmulas. Al fin, una de ellas se envalentona contra la cucaracha que la detesta desde el primer folleto atardecido, pero la persistente cucaracha ruge: ¡Hora del desquite, abusiva cabroncita, ventajista!, y la mordisquea salvajemente. Tobillos al aire, masticación paciente. Es como una corista dando pataditas mientras un sucio vaquero carga con ella hacia el granero próximo con la bragueta abierta.
Jodedores, los grillos se alborozan despechados: ¡Bravo, cayó una laboriosa! ¡Que se joda el sindicato! Nunca más a propósito la sentencia del filósofo Armando Calderón: ¡Esto es de pinga, queridos amiguitos! Calma; otro día narraré cómo las hormigas se mimetizaron: tiburones depredando entre abdominal oxígeno; de qué suerte devinieron hidras montañosas, y de su escisión final en más de cien túneles acuáticos. Si una hormiga me punzó un dedo del pie provocándome una leve roncha qué no harían miles de ellas. ¡Cuidado con las traidoras!
He notado que la vecina fisgona de la derecha tiene aspecto de desmedido sapo; se parece a Edward G. Robinson vestido de mujer... vieja. La llamo la señora Robinson, así que ya saben, nada que ver con la canción de Simon y Garfunkel, insoportable mantra de la película El graduado (The Graduate), en la que la señora Robinson (Anne Bancroft) seduce a su futuro yerno (Dustin Hoffman). Este fin de semana la visitó su hija con los nietos: infante acelerado (hiperactivo les dicen, ¿no?) y adolescente con faldita mostrando lo más íntimo de su pútrida conciencia-parecería la sobrina de la secretaria del psiquiatra-; convoyada la chica por el indispensable novio estrafalario. Tatuados y con aretes hasta en las lenguas, mirando hacia el más allá como en espera del supuesto Juicio Final. Dan la impresión de, a duras penas, haber sobrevivido a la lobotomía, pero al coincidir en el ascensor, me saludaron con respeto, debo reconocerlo, y siguieron entretenidos con sus celulares provistos con camaritas fotográficas. La mayoría de estos muchachos se desplazan como víctimas de una liposucción cerebral colectiva.
No ser tan severo con los jóvenes. “Todavía” no comprendo si la mayoría de los avispados jóvenes actuales se hacen desdeñosos al verse integrados a una sociedad desvalorizada por materialista o si, precisamente, por la impiedad que hoy más que nunca provoca la fealdad de la vejez, consideran despreciable todo aquello que no presente cobertura de presteza ante la furibunda premura del camino. Son cínicos en su mayoría y se creen con derecho, y sin esfuerzo alguno -todos tenemos que pagar alguna cuota, niños- a cuanta bonanza es permitida en el planeta.
Dicen que los padres los joden con sus interminables regaños; sin embargo, descaradamente viven de ellos sin reconocer ni aceptar las básicas responsabilidades. Ja, ja, ja, mira quién habla… Momento: Trabajé un cojón de años, pagué por lo mío y nunca me aproveché de mis progenitores. No dejé de contribuir a renta y suministros. En resumen, sí, soy un tipo prejuicioso con relación a la apariencia física… Cierto pasado es estéticamente indefendible. Tengo mi talón de Aquiles.
En los 70 quedé tapiado por una tremenda melena que me asemejaba a una baraja, usé no sin insistencia torpe aquellos ridículos pantalones de patas elefantiásicas (cuadros o rayas), mal combinados con floreadas camisas de nailon que me transformaban en candidato a payaso de circo. ¿Por qué los prejuicios? Porque soy un frustrado, además de tener jodidos los fusibles. Pero, ¿soy un frustrado por tener los fusibles jodidos, o los tengo jodidos por ser un amargado, un frustrado? Afirma Alberto que siempre me estoy justificando, que me coloco en plan de víctima, ante lo cual mi pregunta es invariable: ¿Por qué no tengo derecho a justificarme? Todos tenemos ese derecho; todos somos víctimas. Fui un muchac
ho amable, triste; lo juro por el relámpago seminal del divino Zeus, por los generosos óvulos de Deméter. Sí de algo puedo jactarme es de que aborrezco la injusticia y la avaricia… Ya, viejito; basta de auto-empalagos; no te tires tanto cepillo. Pareces un camello dándose lengüetazos de conciencia; una plañidera de segunda clase. Nada de confusiones: no hay velada adulación con algunos de los que leen. Algunos de ustedes -ya saben exactamente a quiénes me refiero- pueden irse a la puta mierda.
Al rato procedí a ofrecerme un mini-banquete con galletas de agua inglesas. Me complace ver en la caja: "Por nombramiento de Su Majestad La Reina". Aunque las monarquías actuales sean decorativas -cada vez las diferencias entre uno y otro bando son menores-, me regocija al recordar a Oliver Cromwell, quien decapitó a Carlos I erigiéndose en un tirano peor que el trágico monarca. Las monarquías actuales, a falta de territorios, siervos y fortunas conseguidas a punta de agallas invasoras, deben contentarse con las migajas millonarias que les lanzan sus amos: las corporaciones económicas, dueñas absolutas de este mundo. Me encantaría ver a uno de estos reyes sudando la camisa por el bien del estado, patearle el culo a los banqueros y entonces sentarse en su trono con decoro mínimo. Bueno, le costaría el pescuezo… ¿Persigue aún Occidente su búsqueda de identidad?, y recordé a la madura profesora. La revancha consiguió la Restauración con Carlos II y su orondo equipo de perros orejones. Venganza histórica, o histérica, o más bien literaria. Ah, y después la Revolución Francesa...
No me hagan doblarme a carcajadas que se me sale la meada. ¿Cuándo el populacho ha estado organizado para fraguar revoluciones? Esos motines espontáneos del pueblo ávido de pan arremetiendo contra tiendas de abarrotes son fugaces; satisfecho el apetito fisiológico llegan desconcierto y desorden, lo que permite que ahí entren en plena acción los demagogos burgueses estimulando la furia del hombre básico; los mismos cabrones que detentaron las propuestas de la Ilustración. Por otra parte, los idealistas, los que sí creen en el cambio y la justicia, al verse traicionados, terminan suicidándose, o bien hundidos hasta la muerte en adicciones infernales de licor o drogas, o licor y drogas, o, en extremadas situaciones convenientemente desaparecidos. Pero los oportunistas, cuyo único interés radica en el traspaso de poderes, que en el asunto francés, por ejemplo, se zamparon los iniciales propósitos, no basados precisamente en regicidio y terror, siguen desestabilizando, soliviantando los pocos valores rescatables, por orden de los dantescos clanes que están transformando al hombre en un nuevo esclavo. ¿Nuevo? No me jodas. Esto es un simple cambio en las denominaciones. Cierto, cierto. Mejor me trago la pastilla; que se destimbalen entre ellos. Y el cabrón libro sigue escurriéndose…
Continúa en el próximo número de la revista.
Capítulos anteriores:
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Capítulo I en: http://revista.escaner.cl/node/7174
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Capítulo VIII en: http://revista.escaner.cl/node/7432
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Capítulo XXIII en: http://revista.escaner.cl/node/7842
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Fuente de la imagen: Flikr, imagen de dominio público.
Novela Yo bipolar, de Jesús I. Callejas, publicada en formato digital en http://www.bookrix.com/_ebook-jesus-i-yo-bipolar/
Fechade Publicación: 01-21-2013
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Email sibaritamito@gmail.com
Jesús I. Callejas(La Habana,Cuba, 1956) Estudiante de múltiples disciplinas -entre ellas historia universal, historia del arte, literatura, teatro, cine, música-, afortunadamente graduándose en ninguna al comprobar las deleznables manipulaciones del sistema educativo que le tocó sortear. Por ende: No bagaje académico. Autodidacta enfebrecido, y enfurecido; lector de neurótica disciplina; agnóstico aunque caiga dicho término en cómodo desuso; más joven a medida que envejece (y envejece rápido), no alineado con ideologías que no se basen en el humanismo. Fervoroso creyente en la aristocracia del espíritu, jamás en las que se compran con bolsillos sedientos de botín. Ha publicado, por su cuenta, ya que desconfía paranoico de los consorcios editoriales, los siguientes libros de relatos: Diario de un sibarita (1999), Los dos mil ríos de la cerveza y otras historias (2000), Cuentos de Callejas (2002), Cuentos bastardos (2005), Cuentos lluviosos (2009). Además, Proyecto Arcadia (Poesía, 2003) y Mituario (Prosemas, 2007). La novela Memorias amorosas de un afligido (2004) y las noveletas Crónicas del Olimpo (2008) y Fabulación de Beatriz (2011). Reseñó cine para revistas impresas, entre ellas Lea y La casa del hada, y publicaciones digitales. Recientemente ha publicado los trabajos virtuales Yo bipolar (2012) (novela); Desapuntes de un cinéfilo (2012-2013), que incluye, en cinco volúmenes, historia y reseñas sobre cine; Arenas residuales y demás partículas adversas (2014) y Los mosaicos del arbusto (2015), ambos de relatos, así como el primer volumen de la novela Los míos y los suyos (2015).
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