NOVELA: YO BIPOLAR. Capítulo X
Por Jesús I. Callejas
Todos los hombres están locos y, pese a sus cuidados, sólo se diferencian en que unos están más locos que otros.
Nicolás Boileau
CONFUSION
Encuentro las mismas contradicciones entre lo del karma y el pecado original: Si hay que "mejorar" para liberarse del "samsara" estamos colocando el libre albedrío sobre el tapete; implicatorio de que los hinduistas de diversas escuelas y budistas, al igual que los occidentales, creen en la dudosa capacidad de arbitrio para tan magna realización. Sólo difieren en las herramientas colocadas en el potro del tormento espiritual. Sin embargo, un inteligente, aunque taciturno y desdeñoso, budista aspirante a renunciante (samnyasin) con el que he compartido algunos cafés en el barrio dictaminó que mi opinión era errónea; comentó doctoral acerca de mi ego, etc., aunque su explicación, lejos de aclararme dudas las enredó más. ¿Cambios anímicos? Inesperado, el interruptor se dispara y el termómetro sufre ascenso de mercurio. Bueno, quizás el interruptor ya venía disparado. Capacidad para encajar en el modelo: ¿Hasta para volverse loco se viene con vocación a este mundo? Durante décadas lo pasé más ansioso que depresivo. Hiperactivo, dínamo menos entusiasta que ansioso; insaciable en cualquier actividad que requiriera disposición precisa.
Ahora es a la inversa; quién sabe si por alguna depravación metabólica, la andropausia que se encima… Vaya usted a saber. Un día me sorprendió remiso a dejarme timar por las trompetas dogmáticas. ¡Basta!, me dije y se inició un proceso de caótica devaluación que se mostró, para mi paciente espanto, farragoso. El estado reprime, la religión persuade. Estamos narcotizados con ignorancia, estimulando el consumo, a palo limpio, a bayonetazos… mediante píldoras. La gente sólo entiende de temor y sobrevivencia. Penoso, pero es así; un elemental paneo a la historia lo demuestra. Sujeto y objeto. ¿El huevo o la gallina? Agotador. Ofrezco mi seria declaración de principios: una colosal deposición.
Fuera los melindres; decirlo contundentemente: Una cagada apabullante. El inodoro es el supremo altar de la nueva era. Fácil comprender por qué el convulsionado siglo XX -Marcel Duchamp, supremo visionario- se basó en el inodoro cual inequívoca referencia cultural y ¿moral? Soy hijo del siglo XX: debo aceptar con devoción el inodoro, pero carezco de cojones para afrontar la vida. Recuérdalo: No culpa; los cojones tampoco son tuyos... tienen calidad de préstamo. Sin embargo, el posesivo los hace lucir y sonar mejor. Contradictorio: no me atrae el dadaísmo por su feísmo pretencioso, sin embargo, comparto su descocada pasión por los inodoros. La verdad es que merecen crédito: lograron la definición de una época en fulminante alegoría. Lo malo es que se ha convertido en una moda: en todo un sistema de codificación estética. Ha sido peor el remedio que la enfermedad. ¿Ves? Todos estamos conectados de una u otra manera.
El amor universal… Ya veo. Estimulante cosa: estamos conectados por un retrete. Somos almacenes de mierda. ¿Paranoia demagógica? La soledad es el único privilegio del hombre sensitivo. La temida amenaza de locura es peor para aquél rodeado por congéneres incapaces de solidaridad. Mejor cuando la gente, sin saberlo, me lo recuerda. Reconozco que el orbe católico supera abismalmente en entretenimiento visual al aburrido protestantismo, más aséptico que ascético. Coreográfica pompa, polícromo ritual e histrionismo coral lo hacen digno de la tragedia griega, además de que la ópera y el teatro le están en profunda deuda. Y puedes pecar con la condición de que te arrepientas; de lo contrario no se cierra el trato. Intento de modelo neopagano, y subrepticio: alrededor de Cristo se conjuntan en panteón majestuoso austeras deidades, santos, algunas de ellos piadosas, innegable; y muchos sublimes “iluminados” que no son sino asombrosos retardados mentales. No, te dejes engañar por la contaminación mística.
La locura es tenaz. Vemos que, dada la imposibilidad de llegar a la cúspide de la putrefactamente escalonada pirámide religiosa, la sauria frustración del bicho humano por no poder comunicarse con los ídolos que su arcaica exaltación instituye, se establece revanchista asesinando intermediarios: padres, hermanos, familiares, amigos, semejantes, y, obviamente, las restantes criaturas de la creación. ¡Maten todo lo visible! Durante años me dediqué a la “noble” búsqueda -el budista también censuró tan superflua agitación- del sendero espiritual, indagando en variadas áreas del complicado espectro teológico: catolicismo, protestantismo, judaísmo, islamismo, hinduismo (en especial el advaita-vedanta), budismo (Zen y su delicada rama Soto), sintoísmo, sesiones esotéricas, incluso chamanismo y hechicería (desde brujos dándome escobazos con yerbas hasta pintarrajeadas cartománticas provistas de esforzados anillos y conjuros), sin mácula de éxito. No he sido bendecido por la fe. En décadas he visto morir niños, adolescentes, adultos de ambos géneros, ancianos, animales. Cáncer, accidentes, crímenes… En no pocas de esas listas colocaría a los animales en sitial de honor, pero hay animales malvados análogos a muchos de nosotros.
¿Ves? El espécimen, no la especie… Hay animales que han sufrido como he tenido que sufrir hemorragias de bribones en mi itinerario social. Las mujeres…Si pluguiera a la providencia no colocar con eróticos designios otra hembra en el inmaduro derrotero de mi vida me consideraría básicamente dichoso, y es que ando vulnerable: me inquieta la vecina. ¿Los muertos? No, no me asusta ver y tocar un cadáver que pasa de tibio a frío, sino adivinar los ojos del moribundo al llegar la rigidez. Se intenta en el decisivo momento de la despedida decir algo, si no inteligente, siquiera esperanzador, con el propósito de anticipar qué nos espera del otro lado; si hay otro lado y, por consiguiente, alguien o algo o nada. Vaya, sigo con las mismas dualidades que cuestiono, pero no me engaño: se chapotea en el ridículo. Un moribundo frente al que no se sabe qué decir.
Cuando uno intenta hablar, el muerto ha dejado sus cuentas de cristal encajadas en el éter. Dijo Epicuro, según Diógenes Laercio: “2. La muerte en nada nos toca, pues lo ya disuelto es insensible, y lo insensible en nada nos toca.” Fue la reverenciada moral asidero sistemático de ilusiones, pero el escepticismo casi la trocó en añicos cuando descubrí; oh, pavorosa sospecha, que podía ser otro engaño, al igual que el mismo escepticismo. Sutil estafa. Horroroso comprobar que la moral depende de las circunstancias. Convertida en sesudo sistema ético es la patraña idónea de filósofos, teólogos, políticos. Hasta el mejor de los hombres es un canalla para otro en algún momento de su vida. Sé que nada nuevo digo: profeso el relativismo ético, pero las definiciones adquieren validez cuando aplicadas a estas experiencias. La ley anula las pretensiones que la moral, únicamente posible en las relaciones personales, establece para beneficio del egocentrismo. Y, sin embargo, la ley es un desastre cuando, generalmente lo hace, masifica, cuando se niega inflexible, en manos de temibles perpetradores, a ser implementada según los patrones específicos que el individuo requiere por básico derecho. Soy un hombre moral porque me preocupa el daño que pueda causar al semejante, pero, para mi frustrante rabia, soy también un moralista ya que me entrometo, disimulado en el silencio, sentencioso en las relaciones entre ellos.
Idiota, ¡que se hagan trizas, que se jodan! Aquí estoy sin saber qué pasará con los linderos de la sanidad mental. Temo empeorar. El psiquiatra no se imagina que parafrasea, con diferentes palabras y bendecido por un arsenal de billetes, lo dicho por Camus, citando a Ferdinando Galiani en su consejo a Louise d’Epinay: Aprender a vivir con la enfermedad. No podemos curar la enfermedad sociológica, aprendamos a sobrellevarla. Es ésa agonía la tragedia del hombre moderno. Nos han serruchado los valores poco a poco, pero infaliblemente. Algunos buscan nuevas vías o sustitutos; otros tienden a recuperar despojos para reconstruirlos; yo, confuso, ni en un lado ni en el otro: sin dejar de moverme, observo. Soy mensajero; debo llevar, bajo horario límite de entrega, inútiles arrecifes de papelería a lo largo y curvo de una autopista que supera en velocidad los noventa kilómetros de mi cabeza. De pronto, el vehículo se declara inmóvil; mi brazo, reloj broncíneo girando en la articulación izquierda, se confiesa mástil entre el pecho comprimido y el paisaje que sostiene un horizonte a punto del derrumbe.
Continuará en el próximo número de esta revista
Fuente de la imagen: http://www.freeimages.com *Archivo de imágenes con licencia libre
Novela Yo bipolar, de Jesús I. Callejas, publicada en formato digital en http://www.bookrix.com/_ebook-jesus-i-yo-bipolar/Fechade Publicación: 01-21-2013
@copyright Prohibida su copia sin la autorización del autor.
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Email sibaritamito@gmail.com
Jesús I. Callejas (La Habana,Cuba, 1956) ha publicado los siguientes libros de relatos: Diario de un sibarita (1999), Los dos mil ríos de la cerveza y otras historias (2000), Cuentos de Callejas (2002), Cuentos bastardos (2005), Cuentos lluviosos (2009). Además, Proyecto Arcadia (Poesía, 2003) y Mituario (Prosemas, 2007). La novela Memorias amorosas de un afligido (2004) y las noveletas Crónicas del Olimpo (2008) y Fabulación de Beatriz (2011). También ha reseñado cine para varias revistas locales como Lea y La casa del hada, así como para otras publicaciones. Recientemente ha publicado los trabajos virtuales Yo bipolar (novela) y Desapuntes de un cinéfilo (2012), que consta de reseñas y elementos de la historia del cine. Callejas es descendiente de Manuel Curros Enríquez, junto a Rosalía de Castro, el mejor poeta de lengua gallega.
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