NOVELA: YO BIPOLAR. Capítulo III
NOVELA: YO BIPOLAR. Capítulo III
Por Jesús I. Callejas
Todos los hombres están locos y, pese a sus cuidados, sólo se diferencian en que unos están más locos que otros.
Nicolás Boileau
LA CONSULTA
El psiquiatra es idéntico a algún maduro barítono de zarzuelas: Alto, ancho, lustrosos cabellos; discreto, voz resonante. Un caballo dice: Parece impostado…De pronto -o no tan pronto-, el cabello se desploma sin aventurar relinchos. El psiquiatra -o el caballo- no interrumpe anotaciones. Hojea mi vida resumida en expedientes, pasajes, caminos, toses, guiños, pasadizos. Cubil con pinturas de histéricos colores y las peceras que me recuerdan el viejo calendario habitación. Doctor, estas paredes, y en especial los peces, me recuerdan los cuadros de Klee. ¿De quién? De Paul Klee. Ah, sí. Gracias; ¿bonitos, no? Y muy terapéuticos; agrega, anotando, revisando, revolviendo de norte a sur el expediente. Ya pasó el instante… ¿Estoy ahí? Intuyo que ese dossier es mi habitación, pero con nuevo intruso inoculado a la garganta; me acerco curioso para cerciorarme de ser yo, no un impostor. La ya aplanada habitación es doblada meticulosamente por las enguantadas garras. Imposible despegar los brazos del cuerpo. ¡Cuidado! Nunca asumir que puedo desdoblarme en otro… u otros. ¿Ka egipcio o doble etéreo? ¿"Gemelo malvado"? Temido alter ego, el doppelgänger… Tranquilify me provoca dolor de cabeza, taquicardias, sueño. ¿Continúas teniendo las visiones terroríficas antes de dormir? Las tengo, pero sin secuencias específicas. Bueno, te prescribiré el resto de las habituales y cambiaremos esa píldora por otra de la misma familia, pero mejorada: Trenvega; notarás un descenso en los efectos secundarios. Puesto que no está cubierta por tu seguro y por el momento carece de genérica, te daré algunas muestras al igual que hice con la otra.
Gracias, doctor. Tranqulify y Trenvega, ¡cuánta ternura! Dos bebés aún sin sus clones, los genéricos. En general, noto que los medicamentos te han balanceado. Sí, al menos no tengo sensación de montaña rusa... no me disparo de la depresión a la ansiedad y viceversa a tanta velocidad. Un carrusel a otro ritmo; no la sensación de penetrar en un museo de arte atestado de extensos lienzos y estatuas -el sofocante Palacio Pitti de Florencia, por ejemplo- que evado sin premura, aunque con apresurado disimulo. Estas me colocan en un museo claro, espacioso, ordenado… un museo que provoca la sensación voluptuosa de partir de y regresar a mí… como la Galería de los Uffizi… No sé si lo explico con la precisión que intento. Entiendo, entiendo; observa escarbando menos en mi presente que en mi historial. No entiende ni cojones; lo sé, pero no lo admitirá. Al fin deja la pluma, cierra o pliega casi con disculpa el expediente antes de evaluarlo y depositar en mí su mirada de árido revoloteo: Es una condición indisoluble de ti: padeces un desorden bioquímico, por lo que tienes que bregar, o mejor dicho, tendrás que seguir bregando con ella de por vida. ¿De por vida? Así es; las píldoras ayudan, lo compensan, pero no ofrecen una cura. ¿Origen genético, doctor? Indudablemente influye, pero el asunto es más complicado, y evasivo retoma la brillosa pluma azul sobre la remesa de papeles. ¿Más complicado? No entiendo que quiso decir. Al fin pude vender el automóvil por un tercio de su valor a uno de esos mercaderes que como pirañas acechan desde la acera oblicua. Ni siquiera resisto calles algo congestionadas; menos las autopistas repletas de vehículos: arañas trepándose entre sí. Autopistas. Extendida comezón abruma este organismo; lo mismo que ver a una larva (nacional, estatal, local) en campaña. ¿Psicosomático? Larva con diferente rostro, mismo discurso. Sí, a veces creo que la gente, ¿toda?, se repite con diferente máscara. Dígame, doctor, ¿usted cree en la democracia? ¡Por supuesto! Es el sistema ideal: todos somos iguales; y así dicho, se prepara para hundirse en el próximo expediente.
Pídele cita a mi secretaria para el mes siguiente, entre los días veinte y treinta. Ella, diminuta rubia de falda encogida que, curiosamente -¿por qué no resolver el problema usando una más larga?-, se empeña en estirar con desesperados retortijones dignos de Lady Macbeth al limpiar sus manos asesinas, hoy más al filo de la displicencia, cuchicheaba con una apergaminada paciente asegurando haber probado Locopin (¿o dijo Locotril?), o Locozepam, y su afín Locax, prefiriendo éste por ser de efecto fulminante: Huy, pero qué "nota" más buena, mi amiga. Al verme llegar cambia el tono profesionalmente: ¿Le parece bien el día veinte, señor? Sí, gracias. Conque señor, ¿no? La vieja puta pastillera es por lo menos una década mayor que yo y tiene el descaro de llamarme señor. Autobús de vuelta. Resido en un ínfimo departamento de bajos recursos; de lo contrario viviría bajo un puente, sobre un banco, entre la maleza, en la casita, o cabaña, detrás de la casa de mis padres; la que habité por años para estar “junto pero no revuelto” con la familia, y que ahora ocupa tío Eduardo; el “loco oficial” de la familia. Durante el trayecto leí bastante, lo que me entretiene, aunque con pobre capacidad de asimilación, cuando asisto a la consulta psiquiátrica. Me sustrae de pacientes en su malsano desborde locuaz. Cierta vez una panzuda estuvo hablando en la sala de espera sin probar un trago de agua durante dos horas dando detalles de su pestífero quehacer cotidiano, del familión -énfasis en los nietos; ah, los nietos. No les basta con malgastar sus propias vidas y necesitan abortar las ajenas-; ¡pero cómo carajo se puede disponer de tan prodigiosa energía! Extenuante, al extremo de que, a pesar de ser ella quien hablaba, se me resecó la garganta. ¡Agua, agua, atravieso el Gobi! ¿Sería ésa la vieja que murió estrangulada por el nieto que le robó dinero para comprar una bolsa de marihuana? Se parecen; recuerdo la imagen en el televisor… Pero, hace mucho tiempo… En otra ocasión perdí un turno y en vez de solicitar el próximo por vía telefónica cometí la idiotez de presentarme en plena madrugada un día en que aquéllos se otorgan por orden de arribo. Los pacientes pastaban, a las tres de la mañana, en función de desayuno con panes, huevos fritos, jamón, leche, cereales, y jugos, mientras el aroma a café se desprendía haragán de somnolientos termos. El vapor, similar al de la lámpara de Aladino, no quiere que lo jodan: ¡No me interrumpan la siesta, coño! Ustedes sólo piden idioteces. ¡Egoístas! ¡Ni al café dejan dormir en paz los bribones! Llegué frente al doctor ocho horas después. Hacer fila para conseguir un turno psiquiátrico. Eso solamente, lo aseguro maravillado, se puede ver en Bajagracia. Debo cambiar de psiquiatra.
Por el momento intento describir un día típico en mi peregrinar. Despierto a cualquier hora, muchas veces al amanecer, y permanezco largo rato mirando el techo con la mente, como pantalla de computadora: lista para redactar edictos, o reconociendo el departamento -en realidad habitación; ocupa una pieza, exceptuando cocina y cuarto de baño- lo que define mi entrada en el inexorable día... ¿ramificado en millones, o millones que convergen en Uno? Nuestra civilización lleva siglos comiendo mierda al respecto y, por lo inferido, así se mantendrá. ¿Si la cámara ejecuta travelling de avance nos reintegra a "Dios"; si ejecuta uno de retroceso nos expulsa de su seno? Debo averiguar si pudiera convertirme en cineasta gnóstico. Es una profesión bien cotizada. Llegar a ser... Potencia y acto aristotélicos, ¿no? Que importa. Labor titánica intentar descifrar la elusiva entelequia llamada mente… La distracción es traicionera. Este mes se han quemado dos ollas rezagadas en la estufa y tres platos explotaron sobre una hornilla. Cuánto ruido allá afuera… Me gusta el silencio, pero incompleto: partitura con notas en falso… Extremo cuidado o incendiaré el departamento conmigo adentro, y terminaré, por ende, en una siniestra jaula mental y, una vez “recuperado”, mezclado con docenas de orates catatónicos que se apalean a trompicones y zapatazos o fuman tres paquetes de cigarrillos diarios o beben veinte tazas de café o se dan una segunda ronda de palos o siguen fumando, al igual que Sísifo, el gran tabaco de la vida. Le tengo pavor a los manicomios. Las atrocidades que ocurren allá adentro… Conque según Albert Einstein Dios (el suyo, o el que sea) no juega a los dados… Peor: juega al billar con nuestras cabezas gangrenosas.
Continuará en el próximo número de esta revista
Capítulo I en: http://revista.escaner.cl/node/7153
Capítulo I en: http://revista.escaner.cl/node/7174
Fuente de la imagen: Debianart: www.deviantart.com/?q=wildweasel
Novela Yo bipolar, de Jesús I. Callejas, publicada en formato digital en http://www.bookrix.com/_ebook-jesus-i-yo-bipolar/Fecha de Publicación: 01-21-2013
@copyright Prohibida su copia sin la autorización del autor.
http://www.bookrix.com/-jesusicallejas
Email sibaritamito@gmail.com
Jesús I. Callejas (La Habana,Cuba, 1956) ha publicado los siguientes libros de relatos: Diario de un sibarita (1999), Los dos mil ríos de la cerveza y otras historias (2000), Cuentos de Callejas (2002), Cuentos bastardos (2005), Cuentos lluviosos (2009). Además, Proyecto Arcadia (Poesía, 2003) y Mituario (Prosemas, 2007). La novela Memorias amorosas de un afligido (2004) y las noveletas Crónicas del Olimpo (2008) y Fabulación de Beatriz (2011). También ha reseñado cine para varias revistas locales como Lea y La casa del hada, así como para otras publicaciones. Recientemente ha publicado los trabajos virtuales Yo bipolar (novela) y Desapuntes de un cinéfilo (2012), que consta de reseñas y elementos de la historia del cine. Callejas es descendiente de Manuel Curros Enríquez, junto a Rosalía de Castro, el mejor poeta de lengua gallega.
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