NOVELA: YO BIPOLAR. Capítulo XXXIV
NOVELA: YO BIPOLAR.
Capítulo XXXIV
Todos los hombres están locos y, pese a sus cuidados,
sólo se diferencian en que unos están más locos que otros.
Nicolás Boileau
Por Jesús I. Callejas
HASTIO
Las mujeres son fuertes en carácter, débiles en la razón. El corazón, antiguo héroe amurallado. Sty hst ls cjns d tnt mrd. L cltr ctl s n frs prtc plnd cn sgls d ntcpcn. Los relojes marcan las doce de la noche. Otro documental. ¿Qué se supone debo decir acá? Miles de mensajes arriban al tope del entendimiento -no mucho- para más abrumarlo entre frijoles tísicos. Vivir sin prisa antes los abusos que el furor consuma a costa de los sufridos. Ciudades de ancianos que se pudren soltando piezas, niños que tienen por juguete su cuerpo desgajado, hombres y mujeres que se ayuntan para no sucumbir al odio. Moralista otra vez. Ja, ja, y considerando que no creo en el libre albedrío… Cansada góndola, pantalla en blanco. Llevo meses sin sentarme en la bicicleta; ¿qué sentido tuvo comprar un artefacto que no uso? Sin embargo, me gusta verla llenar otro espacio de este lugar que se comprime en sí mismo dando porción de implosivo regocijo sin requerirme la compañía de los otros. Me tranquiliza saber que permanece ahí, aunque esta mañana la percibí desplazada ligeramente de su sitio, que puedo disponer de ella sin rigor, a pesar del denso óbolo decretado necesario. Alguien la movió… He hecho lo contrario a lo recomendado por el psicólogo: reducir las acciones físicas. Reducir las acciones físicas en un mundo físico es altamente peligroso, sin embargo, necesito constante justificación dimensional. ¿Participamos de mundo físico? Deseos de un mazapán. ¿Dónde conseguirlo?
Ingredientes para un sanalotodo: Urticaria dórica, calentura oficinista, apio sortilegio, expedientes inertes. Bátase bien en chorro de orine propio y, con hielo, bébase sin respiro. Consigo el mazapán en una cafetería, entre montaña de mazapanes, pero... la gran interrogante: ¿Cómo saber cuál de ellos me corresponde? ¡Cómete el mazapán, cualquiera, y no jodas más! La depresión me aleja de la computadora. Por fin se mudó el solterón tío Eduardo, único hermano sobreviviente de mi padre, a la casita en el fondo de la propiedad; la mismo que ocupé durante algunos años. El tío se mantuvo rechazando esa proposición formulada por papá, pero se decidió, supongo, acosado por la soledad tras enviudar de una señora hacendosa, callada, de quien nunca se supo demasiado, excepto que era costurera provinciana. Del tío me altera con burlesco nerviosismo su capacidad para el más impío desorden, perfectamente agravada por arterioesclerosis creciente. Vivía sepultado en un estudio con sus aficiones: pintura, camisas y periódicos. Increíble que sin preparación académica pueda ejecutar buenos retratos y paisajes.
Retretes y pasajes. Durante mi última visita no había resquicio dónde sentarse, ni siquiera en la estrecha cama, ocupada por pilas de vetustos periódicos y cajas de camisas desteñidas que se resistía a donar o tirar; una cama que vaciaba todas las noches para de nuevo al siguiente día abrumarla con su cargamento. Al tío Eduardo hay que repetirle lo mismo varias veces, ya que su memoria no retiene muchas oraciones seguidas. El jabalí Alzheimer -sí, colega del mencionado Emil Kraepelin en el asunto de la bipolaridad- ronda los vaivenes del tío, en cuyo lugar de refugio me ocurrió un suceso de macabra recordación: al tratar sediento de alcanzar un vaso en la alta repisa sobre el fregadero, sumergí la mano en un jarrón con las dentaduras postizas pertenecientes a mis difuntos abuelos y tíos, lo que me ocasionó saltos histéricos ante el supuesto ataque de algún animalejo. Enseguida adelanté la hora del Locozepam, que fielmente me acompaña a todas partes, y pasado un rato bajé el artefacto observando su repelente contenido en lo que el tío sufría un inesperado ataque de llanto. ¡Los veré sin dientes en el otro mundo!, y se dobló. Se arrastró desfallecido se arrastró hacia la cama dando la impresión de un reptil apaleado por la turba de fariseos. Lo alcé: Calma, tío, calma. Colegí: Qué estupidez, nadie calma a nadie, y lo solté con cuidado de que no sufriera un golpe.
Se incorporó lloroso; súbitamente miró al techo con expresión de capricho goyesco, señalando su propia boca: Conmigo será diferente; ¡llevaré mis dientes en la tumba y resucitaré con ellos! Y dicho, me abrazó reanudando los gemidos. Lo solté otra vez, esta vez sobre la cama donde quedó dormido al momento; era como un tierno párvulo. Di vueltas entre el reguero de papeles sin saber qué hacer, hasta que me dije: Otro en la lista disfuncional… o demencial. ¿Qué coño hago aquí?, y partí. La ansiedad, insoportable; la depresión, combatible mediante mucho sueño. Le compré a la vecinita Amelia un CD de Cecilia Bartoli interpretando a Antonio Salieri, que aún no le entrego; lo empaqueto despacio y lo deshago -como Penélope con su tejido- para darme tregua en caso de arrepentimiento. Descansé-sí, redundante- cuatro horas. He variado mis hábitos. Despierto temprano, tras el desayuno hojeo algún libro; a las once regreso a la cama en busca de otra siesta. La de hoy duró hasta las tres; a esa hora comí y me coloqué ante el televisor. Cambiar mis horarios provoca que me agarre la madrugada enfrascado en los videos. En estas morgues de bajos recursos hay muchos inquilinos olvidados; la mayoría de los difuntos carecen de familia. Pasado el recodo de la siesta marqué indeciso el número telefónico. Me veo parado frente a su puerta, al unísono aquí.
Aquí quiere decir la puerta, o sea ahí, pero también un aquí que pudiera ser ahí para quienes me espían desde el reverso, incluida la Robinson. Sigo en mis elucubraciones cuando se abre la ojiva diagonal y aparece Amelia desencajada, con ojeras, trazos verticales de carbón, que anuncian guepardo aporreado. Cierra la puerta torpemente, camina a zancadas alrededor de la sala revuelta, acerca su figura, para mi fastidiosa sorpresa, ahora desgarbada, al mantel por virutas de pan cubierto, manchas de café y frascos destapados, algunos derechos, la mayoría caídos: un Stonehenge en miniatura.
Píldoras de diversos colores y medidas quedan en el grasiento campo de batalla. No, no es ahora la mujer que pasea el jardín majestuosa. Necesito internarme varios días; estoy en crisis, tocando fondo, exclama con voz espesa desde una silla. No te vayas, por favor, si permaneces aquí tendré valor para ingresar. Estaba a punto de llamarte, susurra con el tejado de cabello revuelto por tornados, desviando con asco y anhelo, su mirada de la mesa. Le acompaño mientras se recompone y es capaz de vestirse; llamo un taxi, aliviado la despacho aliviado de no ir -le he dicho que también puedo caer en una crisis-hacia la clínica psiquiátrica. El lobby desierto con su frialdad de cuidados intensivos. De regreso miro hacia el departamento del difunto, ocupado ahora por un apostador que enseguida se alió con el comando de viejos dedicados a la cafeína política en el jardín.
Cabello teñido de caoba encendido, carga par de puros junto a bolígrafos en la oxidada gaveta y alardea de mantener sexo brioso con una señora indocumentada a la que le ofrece dinero. Hay que ser un hijo de puta, un desvergonzado, para aprovecharse de la prostitución forzada por motivos de supervivencia material. Si no hay vocación de por medio se convierte en abuso y, por ende, en una infamia. En eso, y en otros aspectos, debo puntualizar, soy un “gentleman”. Pero, se mezclaron en mí cobardía, timidez y una manipulación confrontacional que no dieron los mejores -ni peores tampoco, para qué tratar de engañarme- resultados. ¿Me propone usted abortar la desvergüenza? Cuando haga lo propio hablaremos largamente. Por el momento todo diálogo queda cancelado. La desvergüenza. Condenados estamos a parirla. La urgente ampolla del edificio se inclinó hacia atrás al tragar su píldora, ya traidora rueda de carreta.
Continúa en el próximo número de la revista.
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Capítulo I en: http://revista.escaner.cl/node/7174
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Capítulo V en: http://revista.escaner.cl/node/7314
Capítulo VI en: http://revista.escaner.cl/node/7356
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Capítulo VIII en: http://revista.escaner.cl/node/7432
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Capítulo XXVIII en: http://revista.escaner.cl/node/7939
Capítulo XXIX en: http://revista.escaner.cl/node/7953
Capítulo XXX en: http://revista.escaner.cl/node/7972
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Capítulo XXXII en: http://revista.escaner.cl/node/8031
Capítulo XXXIII en: http://revista.escaner.cl/node/8047
Fuente de la imagen: Imagen de dominio público.
Novela Yo bipolar, de Jesús I. Callejas, publicada en formato digital en http://www.bookrix.com/_ebook-jesus-i-yo-bipolar/
Fecha de Publicación: 01-21-2013
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http://www.bookrix.com/-jesusicallejas
Email sibaritamito@gmail.com
Jesús I. Callejas (La Habana,Cuba, 1956) Estudiante de múltiples disciplinas -entre ellas historia universal, historia del arte, literatura, teatro, cine, música-, afortunadamente graduándose en ninguna al comprobar las deleznables manipulaciones del sistema educativo que le tocó sortear. Por ende: No bagaje académico. Autodidacta enfebrecido, y enfurecido; lector de neurótica disciplina; agnóstico aunque caiga dicho término en cómodo desuso; más joven a medida que envejece (y envejece rápido), no alineado con ideologías que no se basen en el humanismo. Fervoroso creyente en la aristocracia del espíritu, jamás en las que se compran con bolsillos sedientos de botín. Ha publicado, por su cuenta, ya que desconfía paranoico de los consorcios editoriales, los siguientes libros de relatos: Diario de un sibarita (1999), Los dos mil ríos de la cerveza y otras historias (2000), Cuentos de Callejas (2002), Cuentos bastardos (2005), Cuentos lluviosos (2009). Además, Proyecto Arcadia (Poesía, 2003) y Mituario (Prosemas, 2007). La novela Memorias amorosas de un afligido (2004) y las noveletas Crónicas del Olimpo (2008) y Fabulación de Beatriz (2011). Reseñó cine para revistas impresas, entre ellas Lea y La casa del hada, y publicaciones digitales. Recientemente ha publicado los trabajos virtuales Yo bipolar (2012) (novela); Desapuntes de un cinéfilo (2012-2013), que incluye, en cinco volúmenes, historia y reseñas sobre cine; Arenas residuales y demás partículas adversas (2014) y Los mosaicos del arbusto (2015), ambos de relatos, así como el primer volumen de la novela Los míos y los suyos (2015).
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