NOVELA: YO BIPOLAR. Capítulo XXX
NOVELA: YO BIPOLAR.
Capítulo XXX
Todos los hombres están locos y, pese a sus cuidados,
sólo se diferencian en que unos están más locos que otros.
Nicolás Boileau
Por Jesús I. Callejas
LA DESCARGA
Electrochoque... Atención: No rudeza a la sensibilidad auditiva; mejor llamarla terapia electro-convulsiva. Suena armónico, al uso de un curso de las escuelas vocacionales que se multiplican por la ciudad arañándole préstamos al gobierno para robar en nombre de los ingenuos usuarios. Demasiada gente alrededor del coliseo. Usted es paciente ingresado. Sí, pero llegué en plan de ambulatorio… Correcto, aquí lo veo. Su doctor ya viene. Debe estar carbonizándole la cabeza a otro infeliz… ¿Qué dice? Que el doctor no para con tanto trabajo. Es verdad. Bien, ahora el anestésico y un relajante muscular. Así. Ahora los electrodos en cada lado de la cabeza. Morder duro para no destrozar la lengua. No se asuste: la pérdida de memoria y la confusión son transitorias.
Los ataques de pánico se multiplican. El tiempo va a un ritmo insoportable. Era ahora, es ayer; rompimiento... castillo a la deriva... Sensación de vagar sin percibir lo que me rodea... o lo que me recorre... o lo que recorro. Siento mareos. ¿Sufro de paramnesia? ¿Cómo es posible que recuerde lo actual si apenas se ha convertido en pasado? ¿Lo viví? Insisto: ¿Lo repito? Compré el periódico en busca de algo interesante en las carteleras de cine. Nada. Insoportable lidiar con el periódico; qué marasmo de páginas entintadas que se destiñen en líquido de calamares. Llegarme al video del barrio ahora en la mañana y a mitad de semana, cuando está desierto. Tomo mi pase de autobús, subo tras un cuarto de hora esperando el vehículo bajo la luz que descubre a un sacerdote druida, el mismo que consideré ¿alucinatorio? sobre el desplazable plato en la habitación de mi padre, extendiendo brazos implorantes hacia una pared que garantiza ondulación solar; la mayor que he visto.
Coloco un pie en el primer escalón del estribo cuando el hombre se derrite en agujeros a lo extenso de la vía. Usual: viejos parlanchines, parejas locuaces, semi-trastornados. Abrumado frente a la tienda de videos. Mi periplo es generalmente breve, pero esta vez, la empleada, con su aspecto de oh, ¡ranita de calendario!, me comunica con tono tímido, casi evasivo, que es temprano para billetes de alta denominación. Raudo a la gasolinera enfrente, donde el viejo cargando una verruga de moco enrollado entre nariz y labio superior se disculpa: No tengo cambio. De vuelta atravieso la calle preocupado, y me aproximo a la cafetería que no había percibido antes, junto al sitio de los DVD.
Tampoco tienen cambio. Regreso a la tienda, husmeo entre los pasillos por si hay algo interesante, pero sé lo que quiero y dónde se encuentra; no obstante, creyendo matar tiempo, o el tiempo, leo sinopsis en el reverso de las cajitas, actividad que me aumenta nerviosismo. ¿Por qué los inconvenientes?, digo en bajísima voz evitando que la ranita de lentes se asuste. Terrible que si me exalto venga la policía y después tú, camisa de fuerza. La espera me ha provocado insoportable picazón en las manos; ¿insectos invisibles me aguijonean? Han pasado casi cien clientes en media hora.
La chica me llama con un gesto de su brazo frágil, que me recuerda las seductoras damas del Valle de Avalón, a donde según la leyenda fue llevado el rey Arturo-¿realmente un guerrero bretón en lucha contra los sajones?- con el propósito de curarle las serias heridas provocadas por el traidor Mordred, a quien pudo liquidar con su invencible espada Excalibur. Suena a nombre de perro. Pshhh, ven, Excalibur, canino, ven ... Pago por la renta; pero ya que el hijaputable sistema psicosocial está diseñado para que nunca se pueda estar tranquilo ni siquiera escondido en el maltrecho cuerpo, siento hambre y regreso a la cafetería, donde ordeno un sándwich del tamaño de una rata, con pan de trigo, jamón, queso, y todo posible acompañante.
A ver si "los que saben" pueden hacer algo para recomponer nuestro maltrecho mapa antropológico. Al ubicarme en la parada noto que estoy solo en espera del autobús. Cuidado, bicicletados en opuestas direcciones sobre la acera. Pudieran robarme los DVD. Tendré que batirme y vender caro mi horror. Se cruzan. Tal vez van de camino a sus trabajos; no todo el mundo puede afrontar el pago de un auto. Media hora esperando por el vehículo. Más lejanía. En el momento de vislumbrarlo, aparece y pasa en su auto sin verme un tipo fornido que me retó a pelear la semana pasada porque protesté ante su rudo comportamiento en la pegajosa línea del supermercado: ¡Te voy a partir la jeta, comemierda!, y su reacción entre asombrada y burlona a mi réplica: Rechazo esa vulgar categoría de combate; si insiste usted en medirse conmigo le aseguro que sería en diferentes condiciones: Lo reto a duelo tras los jardines de la catedral. Aclaro que sería sin padrinos, y no a muerte pues no soy un bárbaro; y galantemente puse a su simiesca disposición dos floretes oxidados desde las lecciones de esgrima en el diafragma de mi adolescencia. Se alejó con su alma al hombro: la caja de cervezas, murmurando: ¡Vete al carajo, loco de mierda!, entre risas estruendosas alrededor.
La cajera admirada: Qué buena broma; se lo merecía el chusma ése. No fue broma, señora, y en medio del tumulto me retiré con mis víveres. Suerte que el australopiteco pasó, así como por la vida pasa, sin verme. Aghh. La verruga con pelos del viejo también parecía un filetillo de anchoas enrollado y con espinas. Saqué los floretes de un cajón, los limpié y coloqué en la pared sobre la cabecera de la cama. Todos aman interesados; todo el mundo desea algo del otro. Lo que me indigna es que nuestro código de falacias no lo admita. Ah, ¿qué es el amor sino aceptación? No pienso discutir contigo hoy. Uno capta enseguida cuando no es bienvenido entre la gente: murmullos enarcados, risitas muequeras, gestos despectivos. Incluso, por la fingida posición de una mano o el aire refractado en la mejilla puedo saber si les caigo mal, que es lo más frecuente.
Bebo la tercera taza de café. Discierno: Sí, mis padres me han cuidado, han sido buenos progenitores pero pudieron ser otros; se larga uno de acá y ni un trozo de amor puede llevar consigo. ¡Pero no son otros, coño; son éstos! La depravación romántica (no la equívocamente atribuida al amor entre hombre y mujer por los arquetipos literarios, sino la verdadera: profundo desprecio por mi época y la obstinación, aunque equívoca, de que cualquier tiempo pasado fue mejor) exige explotar; el estoicismo dinámico me persuade a soltar amarras cautelosamente. Quizás la verdad al atravesar el arco. Sigue la verborrea usual. Soy afortunado por no haber servido de canal para traer hijos a la frágil campaña de la vida. Suficiente trabajo tener que cuidarme. Dedicar mucho tiempo a otros significaría el descuido de mi derrotero.
Continúa en el próximo número de la revista.
Capítulos anteriores:
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Capítulo I en: http://revista.escaner.cl/node/7174
Capítulo III en: http://revista.escaner.cl/node/7231
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Capítulo VI en: http://revista.escaner.cl/node/7356
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Capítulo VIII en: http://revista.escaner.cl/node/7432
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Capítulo X en: http://revista.escaner.cl/node/7490
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Capítulo XXVIII en: http://revista.escaner.cl/node/7939
Capítulo XXIX en: http://revista.escaner.cl/node/7953
Fuente de la imagen: Imagen de dominio público.
Novela Yo bipolar, de Jesús I. Callejas, publicada en formato digital en http://www.bookrix.com/_ebook-jesus-i-yo-bipolar/
Fecha de Publicación: 01-21-2013
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Email sibaritamito@gmail.com
Jesús I. Callejas (La Habana,Cuba, 1956) Estudiante de múltiples disciplinas -entre ellas historia universal, historia del arte, literatura, teatro, cine, música-, afortunadamente graduándose en ninguna al comprobar las deleznables manipulaciones del sistema educativo que le tocó sortear. Por ende: No bagaje académico. Autodidacta enfebrecido, y enfurecido; lector de neurótica disciplina; agnóstico aunque caiga dicho término en cómodo desuso; más joven a medida que envejece (y envejece rápido), no alineado con ideologías que no se basen en el humanismo. Fervoroso creyente en la aristocracia del espíritu, jamás en las que se compran con bolsillos sedientos de botín. Ha publicado, por su cuenta, ya que desconfía paranoico de los consorcios editoriales, los siguientes libros de relatos: Diario de un sibarita (1999), Los dos mil ríos de la cerveza y otras historias (2000), Cuentos de Callejas (2002), Cuentos bastardos (2005), Cuentos lluviosos (2009). Además, Proyecto Arcadia (Poesía, 2003) y Mituario (Prosemas, 2007). La novela Memorias amorosas de un afligido (2004) y las noveletas Crónicas del Olimpo (2008) y Fabulación de Beatriz (2011). Reseñó cine para revistas impresas, entre ellas Lea y La casa del hada, y publicaciones digitales. Recientemente ha publicado los trabajos virtuales Yo bipolar (2012) (novela); Desapuntes de un cinéfilo (2012-2013), que incluye, en cinco volúmenes, historia y reseñas sobre cine; Arenas residuales y demás partículas adversas (2014) y Los mosaicos del arbusto (2015), ambos de relatos, así como el primer volumen de la novela Los míos y los suyos (2015).
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