NOVELA: YO BIPOLAR. Capítulo XX
NOVELA: YO BIPOLAR.
Capítulo XX
Todos los hombres están locos y, pese a sus cuidados,
sólo se diferencian en que unos están más locos que otros.
Nicolás Boileau
Por Jesús I. Callejas
EVALUACION
Hoy dormí tres siestas. ¿Por qué no morir de placidez? ¿Mejor matarse con lentitud desmemoriada? La muerte o el olvido de ser... o del Ser. Sigue comiendo mierda encaramado en la nube con el arpa desflecada. Al ir a una burocrática gestión del seguro social, la empleada se mostró grosera porque no entendí sus indicaciones. En ocasiones puedo ser bocón, impertinente, por lo que he tenido que aprender a controlar mi virulencia, más por conveniencia que por humildad, así que, en vez de responder a su desplante la miré compasivo discurriendo: Esconde la amargura, oh, carne infeliz, bajo tu culo gordo, defenestrado en la silla donde se mantendrá por treinta años en espera del retiro que tampoco le dará contento: No tendrás energía para disfrutarlo. Continentes apócrifos. Toda sociedad dual genera orates: Mastúrbate sin cohabitar; bebe licor sin emborracharte; haz vida social desconfiando del prójimo.
Nos impelen (nos empalan, ¿no?) a divertirnos con imbecilidades complicadas que apresuren nuestra liquidación: consumo y fanatismo doctrinario. ¿Por qué no pasearme por uno de esos guetos buscando una pistola de pequeño calibre a buen precio? O mejor, visitar al doctor Kobalski. Mejor, suicidio a largo plazo. Acomódese que nuestra lista de espera es larga: la eutanasia puede demorar siglos. Bueno… ¿Se queda o se va? Me quedo…
He repasado meticulosamente mi proceso de jubilación por incapacidad. Además del dictamen psiquiátrico de mi doctor otro reporte engrosó el compacto expediente; provino del centro de rehabilitación al que fui remitido por una rubia terapista casada con un millonario -no todos los millonarios son explotadores, ¿o sí?; no, no, basta de histeria militante, de juvenil izquierdismo de pacotilla- quien consideró posible yo pudiera estudiar un curso de medio año -lo usual: computación, diseño, técnico de cualquier cosa, y así y así y así- que me capacitara para mejor ocupación. Cursos otorgados por el gobierno garantizándome empleo al ocurrir la graduación, y así y así. La terapista, dama desenfadada, de campechano carácter... Carácter... Cada vez que menciono esa palabra vacilo ante el acento: ¿Lleva o no acento, es decir, tilde? Pero en el último momento creo que la palabra carácter me hará una jugarreta pero no; aparece con ese simpático sombrero sobre la segunda A, cuasi pluma como las usadas por las damas del Renacimiento francés cuando coquetísimas (o putísimas) cabalgaban ante Enrique II, que mayormente tenía ojos para su madura amante Diana de Poitiers.
No olvidar que Catalina de Médicis acecha trepada en la A de carácter disfrazada de tilde. ¿Disfrazada quién, Catalina o la tilde? En otro momento la trama fetichista. ¿Qué puñeta tienen que ver Enrique, Diana y Catalina con la psicóloga adicta al golf? Todo, hijo, todo… Todo tiene que ver con todo. La agradable señora combina sus terapias en varios centros de salud mental con las consultas particulares y el golf, su hobby. El golf: pelota que viaja de sujeto a objeto, como la flecha zen hacia la diana. Peligroso si es a la inversa: el objeto viene en mi persecución... ¡Corre, coño, corre!
En plena sesión la terapista atendió la llamada de una sonora amiga que preguntaba acuciosa sobre ¡los hoyos! que había en el nuevo campo al que asistirían el fin de semana. Frase congelada en el paladar: Doctora, mi infancia… Terapista recordatorio de alguna modelo de Rubens y Van Dyck, y aunque rozagante menos voluminosa que las doncellas flamencas (como Rosario) que me atraen: un almacén de nalgas ruborizadas y doradas hebras, cortesía de los frisones, la cual llegó a declarar ante la ocasional obsesión (no recuerdo cuál, por cierto): No puedes estar tranquilo. Si resuelves hoy una preocupación mañana inventas otra… ¿En qué academia se graduó esta señora? Cuelga el auricular: Me estabas diciendo…
Paladar descongelado: Olvidé que iba a decir. De pronto manifesté: Doctora, me siento muy nervioso. Ella respondió acuñando una sonrisa que pareció originada por alucinógenos felices: No te preocupes, que en este planeta todo el mundo está nervioso. No otra respuesta posible para quien busca respuestas imposibles. Quizás, después se marchó al campo de golf en busca de nuevos hoyos... o nuevos palos. Pulcro centro de rehabilitación. Pase usted. Me recibió un empleado paliducho de edad mediana y aspecto empolvado, como decadente aristócrata versallesco. Adentrada la charla fijé mi atención en el retrato sobre el archivo en el que se le veía con la esposa, dos niños y la infaltable mascota, en su caso, par de perrillos. Ya que los ataques de pánico se acrecentaban renuncié a mi empleo, vacié el apartamento y me mudé temporalmente al estudio tras la casa paterna.
Le había mencionado al psiquiatra que quería retirarme por incapacidad mental, pero cierta negativa, o terquedad -claro, ya que "depende de mí"-, a admitir mi condición nerviosa, mezclada con cucharadas de desconfianza ante la posibilidad de que la solicitud fuese negada, hacían que me resistiera lleno de soberbia. Auto-flagelantes rezagos se aglutinan en este quebradizo sistema psíquico… El trabajador social solicitó de mi psiquiatra un reporte que conseguí enseguida (previo pago de cincuenta billetes; sí, por todo cobran), el cual me descalificaba para estudiar... y ¡trabajar! El burócrata, papiro psiquiátrico en su poder, me remitió sin dilación a una madura psicóloga dedicada a evaluar casos similares en su consulta privada.
Cara flaca, inclinada estatura -una Torre de Pisa de carne apretujada y amordazada sangre, deduje incómodo-, piernas casi salidas desde el nacimiento de pechos de avestruz, acerada inteligencia, me sometió a un cuestionario que mostró capacidad para aburrirme, inclusive sin sufrir las trilladas preguntas, sin siquiera considerar entonaciones vocales monótonas. ¿Fue sincera la palmada en el hombro? Sonaba a fórmula. ¿Sonaba? Al preguntar si me había casado le espeté: ¡No, por los dioses olímpicos; por el trueno de Zeus! ¡Mayormente, las mujeres son manipuladoras y los hombres somos imbéciles! Aclaré casi minucioso que en ambos géneros existen seres excepcionales: aristócratas, ladrones, borrachos, vagos, cortesanas, aunque, aclaré, es difícil encontrarlos con vocación: ¿Qué conseguimos? Parcialidades.
Después de la entrevista me soltó en manos de un técnico gordito quien me aplicó durante tres horas varios test, entre ellos el Roscharch, que sufrí en mi infancia y otras pruebas en las que manifesté pésima capacidad de concentración. ¿Qué te parece ésta?, me preguntaba el especialista cuando yo tenía menos de diez años apuntando a la mancha axial sobre la lámina. El cerebro desparramado de un maestro. ¿Y ésta? Un mojón (trozo de mierda, no señal de camino) partido en dos. ¿Qué vas a ser cuando seas grande? Voy a seguir siendo. No fue eso lo que te pregunté, sino qué vas a hacer cuando seas grande. Nada. Señora, ¿qué tal le va en la escuela al niño? En los últimos meses bastante mal, doctor; sus calificaciones han decaído. Es preocupante. Por eso lo traigo con usted. Dicen los profesores que se le pasa mirando por las ventanas, como viajando, y que su atención es pésima. Lo suponía, mi estimada señora. Concluía, al saber de mi impopularidad entre los compañeritos (la mayoría, un bando de granujas, de hijos de puta ensañados con los infelices a falta de algo más productivo que hacer): No es mi intención alarmarla, pero usted tendrá serios problemas de adaptación social con su hijo. Esta inclinación a evadir el más elemental contacto humano es un claro signo de alarma.
El psicólogo no imaginó que un cuarto de siglo después yo retendría intacto en el disco duro de mi cabecita aquella frase, su aspecto nervudo y ojos hepáticos. Ahí está paralizado en escena... ¿o en un plano congelado? Déjalo así; que se joda. Regreso al asistente de la psicóloga. Conseguí la máxima calificación en las preguntas culturales porque me gusta el tema, pero no me engaño; cualquier comemierda con enjuague informativo se desempeñaría bien. Lo que de veras disfruté llegó con una vasta colección de fotos sobre las que ofrecí mis impresiones inmediatas (era tal el propósito). Primera foto: Mujer joven encamada con un viejo de hechura ruinosa. ¿Esfuerzo de la cópula, dolencia geriátrica, masoquismo? Afirmé: Es una puta de esquina que abusa del viejo, que tal vez sea un pillo, y lo mismo haría con usted y conmigo si nos la cruzamos; qué alivio no estar metido en ese nido. Próxima foto: Par de hombres paseando bajo la noche parisina (sí, el estereotipo de la Torre Eiffel al fondo). Más que intelectuales parecían asesinos refinados, tema que apasiona a muchos literatos y cineastas "cultos".
Otro divertimento favorito de la burguesía intelectual: enaltecer a criminales mal llamados anti-héroes. Exclamé sin vacilar: No quisiera deberle dinero a esos dos; pueden saltar el marco de la foto con sus estiletes. La última de una veintena de fotos mostradas por el falderillo doctoril: puente herrumbroso. ¡Jamás!, casi grité al ver gente pasear despreocupada junto a uno de los pilares: Nunca caminaría por esa área; si el puente se derrumba y aplasta a alguien me culparían; y con la suerte que tengo. Gordito preocupado: es eyaculador precoz cuando la impotencia le permite tregua. Su caída en el alcoholismo es inminente. Ahora me hallo frente al avainillado trabajador social de remordidas uñas.
Lamento ser emisario de malas noticias, declaró con un tufillo misterioso, tal vez creyéndose el bromista Mercurio, esperando comprobar el efecto que tal prólogo provocaba sobre mi tic de manos. Yo mudo, intención impávida; él, impaciente, declaró tras vueltas, e incómodo, sin dejar de seguir mi ruidoso tamborileo de dedos contra el tapete impecable del escritorio: Le informo que el reporte de la especialista que nos brinda servicios coincide con el de su doctor: Está usted incapacitado, por lo que, y lo lamento, aquí nada podemos ofrecerle. Miré la foto familiar con alivio, sintiendo inesperados deseos de abrazarlo dos veces: la primera, al oírle decir Lamento ser emisario de malas noticias; la segunda cuando aseguró: Está usted incapacitado. Y después abrazar a su esposa, a sus hijos, a los perros. Comprarles una pizza o chocolates.
Tras eso solicité una licencia por incapacidad mental, y a los días recibí un cuestionario extenso enviado por la administración del Seguro Social, para la cual tuve que rendir un meticuloso reporte de funcionalidad Constaba de cuatro secciones contenidas en ocho páginas, las que completé y retorné de inmediato. Se me citó entonces con una de sus psicólogas, desgarbada jovenzuela que no amerita descripción alguna, y no es para menos: la bastarda sometió una evaluación que me costó la obtención de un dictamen favorable por parte del Seguro Social. Aplastadas varias semanas me fue denegada la petición.
Continúa en el próximo número de la revista.
Capítulos anteriores:
Capítulo I en: http://revista.escaner.cl/node/7153
Capítulo I en: http://revista.escaner.cl/node/7174
Capítulo III en: http://revista.escaner.cl/node/7231
Capítulo IV en: http://revista.escaner.cl/node/7294
Capítulo V en: http://revista.escaner.cl/node/7314
Capítulo VI en: http://revista.escaner.cl/node/7356
Capítulo VII en: http://revista.escaner.cl/node/7393
Capítulo VIII en: http://revista.escaner.cl/node/7432
Capítulo XIX en: http://revista.escaner.cl/node/7472
Capítulo X en: http://revista.escaner.cl/node/7490
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Fuente de la imagen: Flikr, imagen de dominio público.
Novela Yo bipolar, de Jesús I. Callejas, publicada en formato digital en http://www.bookrix.com/_ebook-jesus-i-yo-bipolar/
Fecha de Publicación: 01-21-2013
@copyright Prohibida su copia sin la autorización del autor.
http://www.bookrix.com/-jesusicallejas
Email sibaritamito@gmail.com
Jesús I. Callejas (La Habana,Cuba, 1956) ha publicado los siguientes libros de relatos: Diario de un sibarita (1999), Los dos mil ríos de la cerveza y otras historias (2000), Cuentos de Callejas (2002), Cuentos bastardos (2005), Cuentos lluviosos (2009). Además, Proyecto Arcadia (Poesía, 2003) y Mituario (Prosemas, 2007). La novela Memorias amorosas de un afligido (2004) y las noveletas Crónicas del Olimpo (2008) y Fabulación de Beatriz (2011). También ha reseñado cine para varias revistas locales como Lea y La casa del hada, así como para otras publicaciones. Recientemente ha publicado los trabajos virtuales Yo bipolar (novela) y Desapuntes de un cinéfilo (2012), que consta de reseñas y elementos de la historia del cine. Callejas es descendiente de Manuel Curros Enríquez, junto a Rosalía de Castro, el mejor poeta de lengua gallega.
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