EL ARTE, LA TRAMPA Y LA RATONERA
EL ARTE, LA TRAMPA Y LA RATONERA
Carlos Yusti
El arte en la actualidad atraviesa un momento estelar y no precisamente por las constelaciones de genios que pululan en su ambiente, sino por la caótica catarsis de mal gusto, sicaterismo estético, improvisación llamada con rimbombancia como performance, arte efímero, instalación, arte conceptual y la falta elemental del dominio plástico (dibujo, composición, etc.).
Todo esto conjugado ha empujado al arte actual a una calleja sin salida, a una especie de agujero de crisis que sin duda dará frutos artísticos menos fraudulentos y algo más duraderos.
Existe toda una muy bien engrasada maquinaria que busca imponer a toda costa un arte ambiguo y que intenta sorprender, con propuestas un tanto descabelladas, al espectador. Sorpresa que pronto se esfuma debido a que el consumidor de arte no sabe si el artista se burla o que en realidad el arte va por ese camino de “yo también puedo hacerlo” o somos una sociedad castrada para la belleza, y por esa razón es necesario aplaudir cualquier mamarracho que se exhiba en un museo y atragantarse con toda una literatura teórica que no sólo lo justifica si no que al mismo tiempo lo hace inapelable y trascendente.
Muchos artistas, demostrando más habilidad como relacionistas públicos, han logrado llevar al museo buena cantidad de basura y no lo digo con sentido metafórico. Algunos artistas han llevado escombros apilados al museo, otros han colocado latas, revistas viejas y potes de plásticos en mitad de una sala de exposiciones. (La obra “La casa de piedras”, de Ariadna Canaán, ganó la categoría instalación de la 27 Bienal Nacional de Artes Visuales de Santo Domingo, Lara Almarcegui, recientemente representó a España en la Bienal de Venecia con “Escombros y descampados”. Las obras de Song Dong son representativas en esto de la basura). Otras veces convierten el museo en una gran venta garaje como lo hizo Martha Rosler. Estos ejemplos puntuales es para dejar en claro que antes estas obras-basura la metáfora sale sobrando.
En una feria de arte, con tradición en España, un coleccionista pagó 100.000 euros por una instalación de Juan Muñoz. Por supuesto Muñoz, fallecido el 28 de agosto del año 2001, no era un improvisado y su trabajo escultórico repetitivo siempre es inquietante. Lo cierto es que la obra de Muñoz titulada “Esperando a Tom (y Jerry, claro)” consiste en un agujero de ratón en la pared. Como es lógico el coleccionista no compró el agujero, más bien adquirió los planos para perforar y ubicar el agujero, con los planos el certificado firmado por el artista.
Esta obra de Muñoz me recuerda mucho la obra de Carl Andre consistente en 120 ladrillos dispuestos en forma rectangular. Esto de los ladrillos me ha hecho reflexionar, no tanto en los ladrillos, se entiende, como en el valor espiritual y en metálico de la obra arte.
Para el mercado una obra tiene validez si fluctúa bien en los vaivenes de la compra-venta del arte. Para el espectador el valor se le hace escurridizo si ve un cuadro de Armando Reverón, Velásquez o el Miranda en la Carraca de Michelena. Propongo un juego. Busquemos un albañil y que nos haga según sus cálculos un agujero de ratón en la pared o mejor que coloque 120 ladrillos en determinado espacio de nuestra sala. Ahora pregunto: ¿Tendrá el mismo valor plástico y elevará su cotización como obra de arte?
Esto me hace recordar una anécdota ocurrida en un museo Z. El artista (ahora su nombre se me escapa) participó en una colectiva con una instalación. En una mesa colocó algunos platos rotos y un cenicero lleno de colillas a medio terminar. Se hizo la foto para el catálogo de la muestra. Muchos días después de la inauguración una encargada de la limpieza vació los ceniceros, arrojó los platos a la basura y le buscó mejor lugar a la mesa. Los encargados de la muestra alarmados pidieron disculpa al artista y amablemente le dijeron si podía armar de nuevo la instalación. El artista un tanto contrariado aceptó y regresó al museo para realizar de nuevo la instalación. Estuvo como dos horas trabajando y cuando terminó la obra era idéntica a la foto del catálogo.
El otro aspecto es lo tramposo que se han vuelto el arte y en la que una buena horda de figurines y disfraces sin talento van armando sus trampas artísticas y así hacer pasar cualquier bazofia, con pretensiones estéticas, como obra de alto vuelo plástico. Ahora muchos artistas entrecomillados se valen de las computadoras y de los animales disecados, o del grafiti, para publicitarse como artistas en un todo vale de carnaval con cotizaciones en la bolsa y alfombra roja.
Ese arte fashionable y de mercadeo a la larga no vale mucho porque se queda en ese hueco, en esa ratonera del comercio, del dinero que lo compra todo. Pero es necesario estar claros, el mercado solo ofrece productos (a veces precederos o con fecha de vencimiento). Si alguien paga por un plato roto, o por un caucho normal y corriente colocado en un cilindro de acero, solo quiere tener el arte como un objeto de posesión que sirva para exhibir y decirle a los demás lo rico, lo sensible y adelantado en materia de arte que soy.
El arte apunta a ese aspecto vital e incomprable de la vida. De la vida como interrogante y apuesta por esa estética que incluso subvierte el mercado y va más allá a esas regiones del espíritu y toca con los dedos del corazón nuestra inteligencia, de esa alma que no tiene su estante en ese gran hipermercado en el que se ha convertido el mundo.
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