Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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blog de Carlos Yusti

 

Carlos Yusti

 

El primer contacto que tuve con el mito fue en el barrio. La gente narraba hechos que tenían esa patina de extrañeza sobrenatural. Contaban de una mujer, de la cual no retuve el nombre, pero a la que llamaban la bruja negra. Una mujer sin edad que siempre tuvo amantes jóvenes. Contaban que embrujaba a los hombres y que después que los dejaba; muchos de ellos se entregaban a la bebida y terminaban como mendigos por la calle. La acusaban de haber roto varios matrimonios en el barrio  y de otras vilezas que no vienen a cuento. Otro mito era el de la calle El milagro, que debía su nombre debido a que una noche de tormenta eléctrica, que duró toda la noche, una mujer parió en su destartalado rancho a un par de mellizos, sin asistencia de nadie ya que su esposo trabajaba como vigilante nocturno.

 

“Tanto en literatura como en pintura, los retazos almacenados emergen en el momento de la creación”.

 

 

 

 

Carlos Yusti

Para entablar este singular diálogo con la pintora y escritora María Eugenia Catoni (MaEga) me he sumergido (por la Internet) en sus pinturas, esculturas, dibujos y collages. Siempre me ha gustado su pintura que no se ciñe a normas y que parece fluir en esa dirección de la búsqueda y el experimento. Pintura figurativa por excelencia, pero que indaga la abstracción, el collage, lo barroco, lo religioso, lo escultórico. No es un discurso pictórico plano, sino que profundiza en la fuerza alquímica del color, en esa tensión elástica de las formas.

Hay cierta complejidad en sus pinturas, cierto discurso que trata de responder esas  incógnitas cotidianas, que buscan desentrañar ese mundo espiritual que utiliza el espejo de la realidad, de todos los días, para verse reflejado y distorsionarlo de mejor manera posible.

 

 

Carlos  Yusti

 

Tomo en calidad de préstamo el título de este escrito (las h son paternidad de mi calculada fanfarronería gramatical) que pertenece a Raymond Queneau  y su Ejercicios de estilo, que narra de 99 formas diferentes un suceso trivial (alguien en una parada que sube al autobús). También recordé el libro de Guillermo Cabrera Infante  Exorcismo de esti(l)o, en la que una serie de textos juegan a la parodia de escribir, escritura aguijoneada por sintagmas, juegos de palabras y esos malabarismos verbales que liberan a la escritura de sus pequeñas tiranías lexicales y gramáticales. Mis intenciones son más modestas.

Para escribir, decía Ernest Hemingway, lo primero que debe hacer el escritor primerizo es de hacerse de un estilo, convertirlo en un animal invisible que deambule, siempre al acecho, por el texto escrito”. Voltaire por su parte dijo: “Todos los estilos literarios son buenos, excepto los de estilo aburrido”. Desde que escribo he tratado en no aburrirme yo (ergo no aburrir a los lectores). Y desde esta perspectiva asumí eso de verter en la página en blanco la gusanera tipográfica que hacia efervescencia en mis dedos.

Por supuesto que asumir la escritura a contracorriente siempre acarrea malentendidos que no se pueden explicar (ni barrer bajo la alfombra, cuando ni piso tienes) y etiquetas que luego son difíciles de arrancar.

En los distintos escritos que rastrean las peripecias de mi trabajo con las palabras me han llamado deslenguado, irreverente, descomedido, impertinente, especie de boxeador fajador en la onda de Mano e’ Piedra Durán, polemista virulento. En fin que me he ganado alguna fama mas como panfletista y peleonero de cantina que como escritor grave y de alto octanaje.

 

 

Carlos  Yusti

 

Tomo en calidad de préstamo el título de este escrito (las h son paternidad de mi calculada fanfarronería gramatical) que pertenece a Raymond Queneau  y su Ejercicios de estilo, que narra de 99 formas diferentes un suceso trivial (alguien en una parada que sube al autobús). También recordé el libro de Guillermo Cabrera Infante  Exorcismo de esti(l)o, en la que una serie de textos juegan a la parodia de escribir, escritura aguijoneada por sintagmas, juegos de palabras y esos malabarismos verbales que liberan a la escritura de sus pequeñas tiranías lexicales y gramáticales. Mis intenciones son más modestas.

Para escribir, decía Ernest Hemingway, lo primero que debe hacer el escritor primerizo es de hacerse de un estilo, convertirlo en un animal invisible que deambule, siempre al acecho, por el texto escrito”. Voltaire por su parte dijo: “Todos los estilos literarios son buenos, excepto los de estilo aburrido”. Desde que escribo he tratado en no aburrirme yo (ergo no aburrir a los lectores). Y desde esta perspectiva asumí eso de verter en la página en blanco la gusanera tipográfica que hacia efervescencia en mis dedos.

Por supuesto que asumir la escritura a contracorriente siempre acarrea malentendidos que no se pueden explicar (ni barrer bajo la alfombra, cuando ni piso tienes) y etiquetas que luego son difíciles de arrancar.

En los distintos escritos que rastrean las peripecias de mi trabajo con las palabras me han llamado deslenguado, irreverente, descomedido, impertinente, especie de boxeador fajador en la onda de Mano e’ Piedra Durán, polemista virulento. En fin que me he ganado alguna fama mas como panfletista y peleonero de cantina que como escritor grave y de alto octanaje.

 

 

Carlos  Yusti

 

Tomo en calidad de préstamo el título de este escrito (las h son paternidad de mi calculada fanfarronería gramatical) que pertenece a Raymond Queneau  y su Ejercicios de estilo, que narra de 99 formas diferentes un suceso trivial (alguien en una parada que sube al autobús). También recordé el libro de Guillermo Cabrera Infante  Exorcismo de esti(l)o, en la que una serie de textos juegan a la parodia de escribir, escritura aguijoneada por sintagmas, juegos de palabras y esos malabarismos verbales que liberan a la escritura de sus pequeñas tiranías lexicales y gramáticales. Mis intenciones son más modestas.

Para escribir, decía Ernest Hemingway, lo primero que debe hacer el escritor primerizo es de hacerse de un estilo, convertirlo en un animal invisible que deambule, siempre al acecho, por el texto escrito”. Voltaire por su parte dijo: “Todos los estilos literarios son buenos, excepto los de estilo aburrido”. Desde que escribo he tratado en no aburrirme yo (ergo no aburrir a los lectores). Y desde esta perspectiva asumí eso de verter en la página en blanco la gusanera tipográfica que hacia efervescencia en mis dedos.

Por supuesto que asumir la escritura a contracorriente siempre acarrea malentendidos que no se pueden explicar (ni barrer bajo la alfombra, cuando ni piso tienes) y etiquetas que luego son difíciles de arrancar.

En los distintos escritos que rastrean las peripecias de mi trabajo con las palabras me han llamado deslenguado, irreverente, descomedido, impertinente, especie de boxeador fajador en la onda de Mano e’ Piedra Durán, polemista virulento. En fin que me he ganado alguna fama mas como panfletista y peleonero de cantina que como escritor grave y de alto octanaje.

 

Carlos Yusti

Cuando un escritor de ficciones novelescas escribe ensayos quizá lo hace para descansar del asedio caprichoso de la imaginación; otros de seguro lo ven como la mejor manera de hacer un paréntesis entre una ficción y otra. Solo una buena minoría de novelistas, cuentistas y poetas hacen del ensayo un refinado arte para buscarle esos repliegues, a veces sorprendentes, a la realidad, de fijar sus filias (o fobias) para comprender algunos entuertos del devenir humano. Siri Hustvedt pertenece a ese contado grupo y en sus ensayos, a través de un lenguaje sencillo y sin esa pesadez estilística del escritor quien busca exhibirse como inteligente, va tocando temas complejos para aportar algunas claridades a este presente atiborrado de tonalidades obscuras y con muchos tachones de sombras.

Hustvedt sabe que el ensayo en un género maleable donde caben la reflexiones más profundas entremezcladas con esos insustanciales requiebros personales. Por eso en una nota introductoria a sus ensayos escribe: “El ensayo personal tuvo sus inicios con Montaigne, en el siglo XVI, y continúa floreciendo hoy en día. Al igual que la novela, el ensayo es una fórmula elástica y acomodaticia. Hace uso tanto de relatos como de argumentaciones. Puede desarrollarse con rigurosa precisión o serpentear por terrenos procelosos. Su forma la determinan en exclusiva los movimientos del pensamiento del autor…”

 

Carlos Yusti

Cuando un escritor de ficciones novelescas escribe ensayos quizá lo hace para descansar del asedio caprichoso de la imaginación; otros de seguro lo ven como la mejor manera de hacer un paréntesis entre una ficción y otra. Solo una buena minoría de novelistas, cuentistas y poetas hacen del ensayo un refinado arte para buscarle esos repliegues, a veces sorprendentes, a la realidad, de fijar sus filias (o fobias) para comprender algunos entuertos del devenir humano. Siri Hustvedt pertenece a ese contado grupo y en sus ensayos, a través de un lenguaje sencillo y sin esa pesadez estilística del escritor quien busca exhibirse como inteligente, va tocando temas complejos para aportar algunas claridades a este presente atiborrado de tonalidades obscuras y con muchos tachones de sombras.

Hustvedt sabe que el ensayo en un género maleable donde caben la reflexiones más profundas entremezcladas con esos insustanciales requiebros personales. Por eso en una nota introductoria a sus ensayos escribe: “El ensayo personal tuvo sus inicios con Montaigne, en el siglo XVI, y continúa floreciendo hoy en día. Al igual que la novela, el ensayo es una fórmula elástica y acomodaticia. Hace uso tanto de relatos como de argumentaciones. Puede desarrollarse con rigurosa precisión o serpentear por terrenos procelosos. Su forma la determinan en exclusiva los movimientos del pensamiento del autor…”

 

 

Carlos Yusti

 

Un día paseando por el mercado de San Félix, un horrible mercado, pero ubicado cerca del imponente río Orinoco, de pronto un profeta callejero (con varios acólitos con sus respectivas biblias) empuñando un megáfono comenzó a hablar sobre el fin de los tiempos; sobre como el hombre se había apartado de Dios y otras peroratas religiosas, en las cuales se incluían versículos bíblicos y demás aparataje retóricos para sustentar un discurso que avanzaba a fuerza de repeticiones y un tanto descocido.

El profeta callejero pasó así algunos minutos y la gente poco a poco fue haciendo un círculo alrededor de aquel hombre, quien, sudorosos, debido al calor y al tumulto de gente propio del mercado, se iba trasmutando en gestos y gritos. Cuando nuestro improvisado orador se percató que ya tenía un público cautivo, comenzó a parlotear palabras incomprensibles. Uno de sus acólitos grito: “Está hablando en lenguas”, luego cayó al piso prisionero de convulsiones al tiempo de seguía hablando un galimatías incomprensible. Al final el hombre se levantó luminoso y prístino, quizás por el sol, y la gente le besaba las manos y otros querían sólo que aquel profeta improvisado los tocara.

Carlos Yusti

Vladimir Nabokov, en su introducción a su Curso sobre el Quijote, escribió que era bueno hacer todo lo posible por no caer en el fatídico error de buscar en las novelas la llamada “vida real”, y subrayaba: “Vamos a no tratar de conciliar la ficción de los hechos con los hechos de la ficción. El Quijote es un cuento de hadas, como lo es Casa desolada, como lo es Almas muertas. Madame Bovary y Ana Karenina son cuentos de hadas excelsos. Pero sin estos cuentos de hadas el mundo no sería real”. Con esto más o menos claro, de que las grandes novelas no son más que inventos bien estructurados de la imaginación, el lector se encamina hacia la ficción dispuesto a creerlo todo, a tenerle pasión (o descuido) a determinado personaje e incluso a darle más cualidades reales que a nuestros propios vecinos.


    De joven llega uno a ser un lector depredador que lee de todo sin discriminar nada, luego la madurez se encarga de colocarlo todo en perspectiva.
 


Me inicié como lector leyendo suplementos y comiquitas, luego pasé a las novelitas vaqueras y después a Corín Tellado, Barbara Cartland y las fotonovelas del Santo y otras con ribetes más pornos que eróticos.

El primer libro que leí de verdadera literatura fue uno de Stendhal, Rojo y negro. Ese libro me hechizó. Las razones: me identifiqué con el personaje principal. Julián Sorel era un autodidacta sin escrúpulos dispuesto a ser alguien en la sociedad decimonónica francesa. Su visión era lo militar (con sus sueños afiebrados e infantiles sobre el pasado napoleónico) o lo eclesiástico (aunque su espiritualidad se apoyaba sólo en el conocimiento al caletre de la Biblia). Aunque yo no tenía un pelo de arribista, pero sí algo de autodidacta, ese personaje decidió mi destino lector.

En esa etapa de juventud (improductiva y vaga) leí casi todo lo que había escrito Thomas Mann, excepto La montaña mágica que nunca llamó mi atención. Me gustaba en sus novelas esa arquitectura compositiva del lenguaje, esas catedrales imponentes de palabras concatenadas con una belleza limpia y perfecta. No me importaban las tramas ni los personajes, sino el lenguaje, que en Thomas Mann era faustuoso, brillante y casi milagroso. Luego, con algunos años encima, he tratado de leerlo, pero me ha resultado infructuoso, y esa fascinación que sentía por sus frases, sus párrafos construidos con exquisitez y armonía se había esfumado. Algo similar me sucedió con Hermann Hesse y su novela El lobo estepario. De joven llega uno a ser un lector depredador que lee de todo sin discriminar nada, luego la madurez se encarga de colocarlo todo en perspectiva, es decir de agrisarlo todo y untarle una pátina de solemnidad y almidón a la existencia para no incordiar a los administradores de esa caricatura que llaman Estado.

 

El arte entre la farsa y la inutilidad

 

Carlos Yusti

 

A manera de burla e ironía escribí un folleto-panfleto sobre arte conceptual y efímero. Era una especie de catálogo con obras artísticas ultracontemporáneas y allí estaba una obra conceptual-efímera a la que titulé desierto; consistente en algo así: Con arena bastante fina de playa o río haga varios montoncitos distribuidos en la sala. Luego con una pala y una brocha recolecte los montoncitos en una bolsa plástica con cierre hermético y obsequie a los espectadores. Incluso hice un boceto torpe de la obra.

Esto viene a cuento debido a que mirando The Square (el cuadrado): La farsa del arte, me encuentro con la obra en la una de las primeras escenas la película. La comedia dirigida y escrita por Ruben Östlund está basada en situaciones y hechos que vivió el director.

 

(a propósito del libro Mundos de tinta y papel, de Diego Rojas Ajmad)

 

Carlos Yusti

Si el primer lugar del fastidio y el asco lo ocupan los politicastro de oficio, durante sus alocuciones oficiales (o en sus intervenciones públicas en los medios); el segundo lugar tiene que ser para los profesores en una aula de clase hablando sobre literatura. Diego Rojas Ajmadno puede ocultar algunos tics y características que lo delatan como profesor con aula (y precisamente de literatura). No obstante, cualquiera que escudriñe más allá de esa fachada académica podrá descubrir a un lector que busca lo “otro” en esa extravagancia que se denomina literatura. Un lector, si se quiere atípico, que se sumerge en la literatura de manera para nada profesoral (o se podría escribir por ningún motivo ortodoxa).

Esta condición discordante del lector Diego Rojas Ajmad (no todos los profesores son lectores polivalentes, es decir que lo mismo leen un

 

 

Pasión por Pitol

Carlos YUSTI

“Otra regla, la definitiva: jamás confundir redacción con escritura.

La redacción no tiende a intensificar la vida; la escritura tiene como finalidad esa tarea”.

Sergio Pitol

 

Tengo varias ediciones de “Pasión por la trama” de Sergio Pitol que condensa algunos ensayos referidos a libros y escritores con esa coherencia aleatoria, que atiende más a su gusto de lector que a un enfoque planificado y profesoral. Esto es uno de los atractivos del libro. Otro es la limpieza/agudeza de su estilo el cual escudriña a los libros o a determinados autores por esa florida periferia entre el cuento y la investigación amorosa.

 

 

Juego y aguafiestas

 

Carlos Yusti

 

 

 

 En días pasado se inauguró en una escuela de mi comunidad una ludoteca. Mi esposa,  la socióloga Ana María Marín, y yo estuvimos bastante cerca de todo las fases superadas para darle viabilidad y junto a los directivos de la escuela, sus maestros y algunos representantes sorteamos un sin fin de trabas y cotidianos obstáculos. Por supuesto jamás nos rendimos ante la burocracia ministerial y mucho menos a esa enorme anomia del gobierno de turno que todo lo impregna como una peste.

Como es lógico un proyecto de semejante envergadura necesita un buen apoyo y en tal sentido la Asociación Civil TEPUI (https://tepui.ch/#about), radicada en Suiza, pero cuya presidenta ejecutiva Yelitza Bättig Louzé es venezolana (y en la que algunos de sus hermanos fueron estudiantes en la escuela), fue el soporte necesario para darle concreción a La ludoteca. Fue todo una series de reuniones y talleres que involucró, desde el primer momento, a los directivos, maestros, alumnos y representantes de la institución.

Keyla Holmquist o la vida desde la poesía visual

 

 

“La poesía visual no es ni dibujo ni pintura, es un servicio a la comunidad. El que se agote dependerá del talento de la gente que la hace. Aquí no hay un código, estás al descubierto”.

Joan Brossa

 

“Hay que hacer algo nuevo para ver algo nuevo”.

Lichtenberg

 

Lo medita uno (con el silencio en los bolsillos) al patear alguna calle de la ciudad: “que me canso de ser hombre/ sucede que entro en las sastrerías/ y en los cines/marchito, impenetrable, como un/cisne de fieltro/navegando en una agua de origen y/ ceniza.” Así como el poeta chileno Pablo Neruda se fastidia de ser hombre uno se aburre un poco de esa poesía de metáfora y renglón vertical, se decepciona un tanto de esa poesía de a cucharadas en versolibre y comadreo de la cotidianidad cabalgando el símil.

 

Las vanguardias literarias del siglo XX (el futurismo, el dadaísmo, el surrealismo, etc.) realizaron experimentos visuales y grafológicos con el poema como intentando sacarlo de su extenuación estilística. El invento no era nuevo, no obstante si era pintoresco y contenía entre las uñas ese impulso irreverente, esa búsqueda de la sorpresa y lo creativo al utilizar las palabras como signos plásticos, al ensayar con distintas tipografías para llegar al hueso de lo lúdico. Un experimento que intentaba fusionar lo visual y lo espiritual (e incluso lo sonoro) a una poética a medio camino entre el arte pictórico y la escritura.

 

 

Roger Herrera, un escritor fuera de las etiquetas

 

Carlos YUSTI

 

  

Roger Foto  Yuri Valecillo

 

Algunos artistas se desentienden de los linderos de cada género y se filtran con naturalidad de la escritura a la escena teatral o a los restringidos espacios del lienzo. En lo referido a la literatura también van a sus aires y lo mismo escriben poemas, ensayos y obras de teatro. Son contados los artistas que semejan esos hombres-orquesta que en las esquinas del mundo, brindan al transeúnte, su performance del arte como una totalidad efímera y sin tiempo.