Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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Invitada

Silvia Rivera Cusicanqui:
“Concibo al arte como camino de conocimiento”


Por Eli Neira desde La Paz febrero 2018

Estamos en un museo de la ciudad de La Paz con Silvia Rivera Cusicanqui y el curso de sociología de la imagen verano 2018. Hemos venido a ver un cuadro de la colonia que narra una de las rebeliones indígenas más importantes de la historia, el sitio que a principios de 1781 liderara Tupac Katari rey de los Aymara, y que mantuvo a los habitantes de la capital colonial, sin agua, sin alimentos, rodeada  y con un miedo de la puta madre durante 6 inolvidables meses.

Un cordón nos separa del lienzo que está colgado en el “living” de la casa señorial. Silvia mira a su alrededor,  agarra el cordón que nos separa del cuadro y lo saca para acercarse y poder acercarnos todos a mirar en detalle. En eso estamos, impresionados por la proliferación de escenas que dan cuenta de ese importante suceso histórico, cuando aparece una guardia y nos increpa. Silvia da pie atrás pero insiste desde su embestidura de experta  en la necesidad de  ver el cuadro de cerca,  “porque lo estamos estudiando” argumenta. La guardia se ha montado en su embestidura también y nos bloquea el paso con su cuerpo forrado en un uniforme verde. No podemos pasar. Se tensiona el ambiente y el deseo de desobediencia brilla en los ojos de nuestra maestra, que  pese a sus bien vividos años se niega a asimilar el orden injusto de las cosas.

Hay pasión en Silvia y su historia de mujer rebelde, demasiado inteligente, demasiado atractiva cuenta la leyenda en sus tiempos mozos, hoy una de las mentes más brillantes de América Latina, que ha abierto a través de sus libros y su práctica descolonial un camino de regreso a casa para pensarnos los latinoamericanos desde la potencia desconocida de nuestra existencia manchada o Ch´ixi como ella dice.

Mujer de múltiples exilios, hoy vive la militancia con las manos en la tierra, realizando su utopía en el espacio de El Tambo donde todos años, desde su salida forzada de la Universidad estatal, dicta el curso de sociología de la imagen y existe en vida colectiva con sus compañeros de colectivo y sus alumnos que vienen de todas partes del mundo.  Allí todos los sábados se hacen jornadas de trabajo colectivo y también se hacen buenas fiestas al finalizar cada curso. A Silvia le gusta la fiesta, dice que es un momento de descolonización de nuestros cuerpos, cuando volvemos a la comunidad.


¿Cuándo se manifiesta por primera vez en ti esta vocación por el indigenismo?
Muy tempranamente sentí curiosidad por mi segundo apellido “Cusicanqui”. Mi mamá no tenía idea de dónde venía y no le importaba mucho. Yo venía con muchas inquietudes e influencias del existencialismo, del marxismo. Todo eso más mi crisis religiosa, a los 12 años me di cuenta que la religión era una patraña. Ni bien salí del colegio y entré a la universidad me fui a vivir al campo a trabajar como maestra rural en una zona quechuhablante. Me fui lejísimo porque me parecía insoportable todo el bla bla de la alianza obrero campesina que no tenía ningún tipo de compromiso real con los campesinos. Ni conocían a los campesinos y hablaban de ellos en abstracto. Y en el campo fue que conocí el colonialismo de primera mano.


¿Y Cuando surgió la vocación revolucionaria?
A mí me persiguieron la primera vez por haber participado de la Revolución Universitaria en 1970 Todos los que estuvimos en la revolución universitaria fuimos perseguidos. Porque fue una revolución muy radical; todo el poder a los estudiantes, veto estudiantil, todos los profesores tenían que pasar por la criba de nuestra crítica. Fue una toma armada. Al papa de mis hijos mayores podrían haberlo matado. Yo estuve clandestina con él. A él lo tomaron preso después, a mí primero. Él estuvo un año en la cárcel, yo estuve una semana porque mi padre que era médico tenía contactos entre los milicos y me sacaron.


¿Eras un poco la oveja negra de una familia de la burguesía?
No, porque mi padre fue un medico muy humanista y una persona muy solidaria. Mi madre era más de derecha, pero mi padre no. El ayudó a mucha gente a escapar. A un compañero lo llevó hasta la frontera en su auto. En los 80 sacaba y metía materiales desde las cárceles. Mi papá fue un hombre muy progresista y muy de izquierda.


Con todo lo que ha pasado ¿Cómo ves hoy la militancia política?
Yo ya no creo en los partidos. Desde entonces yo no creí nunca más en los partidos. En los 70 Estuve muy vinculada al movimiento katarista. Cuando volví del exilio el 74 me fui al campo en plan de hacer mi tesis y ahí conocí a los kataristas.


¿Cómo se diferenciaba el katarismo de los partidos de la izquierda tradicional?
El katarismo era un movimiento indígena. Tenía una reivindicación étnica nacional anticolonial.


¿Hoy te consideras katarista aun?
No, pero no desdigo de mi pasado katarista. Lo que pasa es que el katarismo terminó derivando en una posición muy cerrada, muy limitada en cuanto posibilidades de alianza. Y una cosa que nunca los kataristas aceptaron es que los mestizos también necesitábamos descolonizarnos. O sea no entendían la descolonización del mestizo. Y además no reconocían que ellos también eran ch´ixi, mezclados, manchados, ya muchos ni hablaban aymara.


¿Apelaban a una suerte de pureza?
Claro tenían un discurso de pureza étnica que rechazaba cualquier alianza. Y sin embargo, terminaron aliados con los partidos del MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario) con la versión tanto de izquierda como de derecha del MNR.


Una vez que la política te desilusiona, ¿Comenzaste a elaborar tu camino en la descolonialidad?
De antes pero ahí fue claro. Mi primer libro “Oprimidos pero no vencidos” lo escribí el 83 después de mi segundo exilio en Colombia y la última palabra de este libro es “descolonización”. Ese primer libro tuvo un destino medio raro porque cuando se cayó el muro de Berlín y se fue al tacho la URSS, las izquierdas estaban desorientadas buscando nuevos discursos y utilizaron mi libro para remozar sus estrategias. Era muy captable, las élites en Bolivia pueden adoptar cualquier discurso para encubrir sus prácticas. De ahí decidí salirme de la política y volcarme al trabajo con la imagen.


-¿Cómo calificas tu incursión en las artes visuales tomando en cuenta que no es tu lugar de origen?
Yo me metí a trabajar con la imagen luego de que una ONG nos propusiera hacer un video sobre el capítulo sobre las mujeres de la Historia del Anarquismo en Bolivia que habíamos hecho con el THOA (Taller de Historia Oral Andina). El libro tardo más de 20 años en agotarse mientras que el video lo vieron más de 2000 personas en la primera semana. Entonces quedó clarísimo para mi que la imagen era un vehículo de comunicación mucho más poderoso que la palabra, al menos entre la población indígena y mestiza. Ahí me metí entonces a trabajar en cine, primero haciendo guiones y luego ya mis propias películas.


-¿Fuiste completamente autodidacta en ese camino?
Totalmente, Tomé algunos cursitos que daban por aquí y por allá, algunos muy buenos como el que dio Humbeto Solás o Nelson Rodriguez. Y me lancé a hacer mis películas. Hice una película de ficción de 20 minutos y ahí me di cuenta que el Cine era también una especie de feria de las vanidades así que los siguientes trabajos que hice fueron videos completamente unipersonales, donde yo hago todo, guión, montaje etc. Pues para no meterme con todo el equipazo que implica hacer una película. Porque además me dejó en la calle la famosa película…


-Hablemos un poco del arte como territorio colonizado
-Bueno mi incursión en las artes visuales con “Principio Potosí Reverso” fue un accidente. Siempre lo digo. Vinieron unos curadores alemanes que me nombraron curadora de una muestra de arte colonial muy grande que se exhibiría en el Reyna Sofía en España y luego itineraría por muchos museos del mundo. A poco andar me di cuenta que ellos no querían que fuera curadora sino que en verdad  querían que yo fuera una informante, a lo que por supuesto me opuse. Así fue como hicimos el libro “Principio Potosí Reverso” como una suerte disidencia a esa imposición de los alemanes. Claro también hay una visión estética relacionada con la religiosidad andina en torno a las iglesias y a los cuadros coloniales de los siglos 17 y 18. Y esa fue mi incursión en las artes visuales.  Ahora bien,  lo raro es que el curso de sociología de la imagen atrae a muchos mas artistas que sociólogos.


-¿Y qué te pasa a ti con eso?
Pues he terminado leyendo y haciendo muchas más cosas vinculadas al arte. Me parece fundamental entender que el arte también es una forma de conocimiento. Yo concibo a la expresión artística como un camino de conocimiento.


-¿Qué opinas de que los artistas jóvenes latinoamericanos tengan que irse a Europa o Estados Unidos a buscar las oportunidades que saben que acá no tendrán?
Pienso que son decisiones individuales, búsquedas personales. Ahora bien el arte consolida sus vocaciones individualistas cuando al irse a esos lugares tienen que funcionar como talentos individuales. Eso a mí no me interesa. A mí me interesa la comunidad.


¿Y cuáles son los desafíos de los artistas que nos quedamos acá?
Hacer un nexo comunicativo con la gente y con sus luchas. Con la comunidad. Te podría decir que muchas cosas que se hacen acá (En el Tambo) se hacen en diálogo con los colectivos sociales y sus luchas. Y eso para mí tiene mucho sentido. Creo que la opción de quedarse te plantea un gran desafío que es el cómo sobrevivir,  pero también te otorga una gran satisfacción que es la posibilidad de no estar creando desde la torre de marfil.


-¿Te consideras feminista? ¿Por qué?
Sí. Claro que si. Porque siempre he mirado al mundo desde mi posición de mujer. Cuando apareció mi libro “Oprimidos pero no vencidos” yo siempre dije que existía una homología de situaciones entre mi condición de mujer y la condición indígena, porque en ambos casos las identidades nos vienen desde afuera. Hay una colonización desde el género. Ahora no soy muy de militar en agrupaciones feministas porque acá el feminismo se ha metido mucho con las ONGs y eso ha limitado la cuestión a políticas públicas. Y yo pienso que ser mujer es una posición crítica en el mundo, te invita a ser crítica.


-¿Cómo hacer un feminismo descolonial?
-Aliándose con los movimientos sociales  y las mujeres indígenas. Es decir un feminismo que articule las dos cosas porque son los dos espacios de mayor vigencia de la colonización. Es una alianza clave la alianza entre mujeres e indígenas.


-Con respecto a la Universidad. Tú te fuiste de la Universidad.
Me botaron de la Universidad.


-¿Qué tendría que ocurrir para que la Universidad volviera a ser un lugar de conocimiento?
No sé. Pero en Bolivia la Universidad es un lugar totalmente clausurado a las innovaciones Se ha vuelto muy retrógrada y muy poco interdisciplinaria. Hoy en día incluso que estamos más allá de la interdisciplinariedad, en mi carrera por ejemplo no pueden hacer clases más que sociólogos y en muchos casos solo sociólogos egresados de la misma universidad. Entonces cada vez es más mediocre y camarillera, corrupta. La universidad es un lugar completamente colonizado también.

Escáner Cultural nº: 
203

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