Cuando alumbra el Sol(eil)
Por: Javiera Torres Bacigalupe
javiera.bacigalupe@gmail.com
Para quienes vivimos en este lado del planeta, era todo un misterio. Una difícil tarea desmitificar la matriz misma de la influencia creativa de uno de los más trascendentes padres del teatro chileno contemporáneo: Andrés Pérez Araya. Conocido es que su experiencia con la compañía francesa Théâtre du Soleil, dirigida por la maestra Ariane Mnouchkine, encendió su enérgica visión del arte. “La Negra Ester” y su compañía Gran Circo Teatro es el gran legado y la evidencia de que más de algún brillante rayo de Soleil selló su impronta artística.
Hasta este 2012, año de predicciones y profecías, uno de los mejores inicios del final de mundo fue el tremendo desembarco de “Los Náufragos de la Loca Esperanza” del Théâtre du Soleil en la Estación Mapocho de Santiago de Chile. Del 4 al 23 de enero fuimos testigos de un extraordinario universo de sueños y esperanzas. De una travesía que alcanza la utopía con la acción inolvidable de toda una tripulación de seres maravillosos, dignos y apasionados, sensibles y transformadores. Maurice Durozier, Duccio Bellugi-Vannuccini, Jean-Jaques Lemêtre, Eve Doe-Bruce, la misma Ariane Mnouchkine, entre otros, compartieron su experiencia profesional y humana a través de talleres y conferencias. Fue una fuerza creativa que provocó en varios de los participantes una conmoción interna y profunda. El futuro dirá qué trascendencia tiene esa experiencia en el teatro chileno actual.
“Los Náufragos de la Loca Esperanza” es una inspiración libre de una novela póstuma de Julio Verne (1828-1905). Inicialmente denominada “En la Magallanía” y más tarde modificada por Michel Verne, hijo del escritor. La publicó por entregas en el diario “Le Journal” de París desde 1897 bajo el nombre de “Los náufragos del Jonathan”. Lo de “la loca esperanza” es la versión con la que Ariane Mnouchkine, Hélène Cixous y todo el Soleil compromete su opinión y sentir. Expresan en las 3 horas y 50 minutos de espectáculo, la profunda decisión de vivir la utopía política y social pese a las adversidades. La elección de realizar una película en lugar de someterse a los inicios de la guerra en 1914. La magia de transformar a meseras, cocineros, al vendedor de periódicos, a clientes, al pintor, al chef pastelero, al cazador, al carpintero, en personajes de la historia de Verne, de Mnouchkine, de Cixous y de toda la Compañía. Teniendo claro que las visiones de la creación fueron las que hacen que esta obra sea total, universal. “La visión es más que la idea”, dice Mnouchkine. La resolución de hacer cine mudo mientras Europa se protege de las bombas y los horrores de la guerra. La entereza de vivir en vez de someterse o morir. La facultad de amar y no de aborrecer. La disposición a encontrar nuevos mundos, y no quedarse enfermo en un mismo lugar. La valentía de seguir al ser amado pese a la discapacidad. La jugarreta cómica y absurda de la guerra entre países hermanos. Lo surrealista de colonizar con el azar de los dados. La evidencia de encontrar la esencia humana, allá lejos, donde los indígenas, ingenuos aún creen en los forasteros. La necesidad profunda y genuina de hacer, plasmar y perpetuar la poesía…
Por sobre todo, “Los Náufragos de la Loca Esperanza” es una interpretación de la belleza, una pintura en movimiento, un concierto de cine mudo.
¡¡Y la música!! ¡Cómo Jean-Jacques Lemêtre logra plasmar la visión en escena con su composición e interpretación! Es como si todo lo que vemos en el escenario tuviera su propia música, su atmósfera y su ritmo, alcanzando una dimensión donde los personajes son la música, como si cada movimiento, acción y detención naciera de ella…
El Théâtre du Soleil hace de su arte un despliegue honesto. La ficción es verdadera cuando la disposición en el espacio, del elenco y los espectadores, toma su lugar. Antes, en el entre actos y al final, existe un delicado velo que invita al público a ser testigo de la trasformación. Como muchos de nosotros presenciamos en las obras del Gran Circo Teatro de Andrés Pérez, la invitación es alegre y solemne, devela el rito hacia el fenómeno teatral.
La huella que deja la visita del Théâtre du Soleil es un desafío, una posible guía, un testimonio en vivo de un arte superior.
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