CIEN AÑOS DE SOLEDAD. CINCUENTA AÑOS DE GLORIA
Cien años de soledad. Cincuenta años de gloria
Por Antonio Landauro
A la manera de Los Buddenbrook, la primera novela importante de Thomas Mann, Cien años de soledad ofrece la historia de una familia en el transcurso de varias generaciones. Comienza con el recuerdo que el coronel Aureliano Buendía hace de los momentos en que estuvo frente al pelotón de fusilamiento, cuando “Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construida a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras… como huevos prehistóricos”, y termina con el frustrado amor de Aureliano y Amaranta Úrsula, descendientes suyos.
Esta novela publicada en 1967, que simboliza la cumbre del boom latinoamericano, logra que Macondo cautive con su hechizo los ojos del mundo, y los Buendía guíen los pasos de la narrativa del siglo XX de la mano del realismo mágico. Vargas Llosa la compara con el Amadís de Gaula, por la aureola de misterio y mitificación de la realidad que ella presenta.
Aracataca y Macondo donde no existe el tiempo
La pequeña aldea de Aracataca, donde nace Gabriel García Márquez en 1927 –localidad situada al pie de la sierra de Santa Marta, en los Andes colombianos, sobre la costa del Caribe– le sirve para crear el mítico Macondo, en cuyas calles se entrecruzan espíritus benévolos y malévolos con los que se puede hacer negocio; varones más que centenarios que procrean eternamente; tías absurdas que tejen sus propias mortajas; guerras civiles y fiebres extrañas, como la del banano, que deja enormes secuelas de desgracias como cicatrices y llanto de cataratas.
El tiempo no existe en Macondo, está congelado. Es un lugar ardiente, cenagoso, lleno de episodios donde el encantamiento seduce como un choapino mágico y transporta más allá de la verosimilitud. Aquí todo es posible, hasta lo imposible: mito y realidad, magia e historia, brutalidad y la poesía. El autor, que transforma este pueblo en clave de ficción, logra una fascinante alegoría de la sociología latinoamericana e invita a descubrir la laberíntica fisonomía de la condición humana.
En una oportunidad García Márquez dijo, refiriéndose a su narrativa: "lo mágico puede transformarse en lo real con la misma facilidad que lo real en lo mágico (...) no hay un lugar que sea más real, o mágico, que otro, porque todo puede intercambiarse y todo es parte de la misma realidad total". Bajo este prisma es comprensible que en Macondo no se pueda distinguir la realidad de la irrealidad, ya que lo cotidiano convive con la maravilla. Según él, esta fusión no es artificial y no la inventó, la copió de la realidad.
Un día, después de muchos años de haber dejado Aracataca, acompaña a su madre a vender la casa donde había pasado su infancia. Se emociona al comprobar que nada había cambiado en 15 años. “No tuve la impresión de mirar la aldea… era como si la estuviera leyendo, como si todo lo que veía estuviese ya escrito y no debiese hacer otra cosa que sentarme y escribir lo que ya estaba allí, lo que estaba leyendo”. Su salto imaginativo, su vuelo al mito es el dato de lo real. Aracataca era Macondo.
Un prodigio llamado hipérbole
La hipérbole, figura retórica que consiste en ofrecer una visión desproporcionada de una realidad, amplificándola o disminuyéndola es un elemento del que García Márquez hace derroche en Cien años de soledad. En sus manos este recurso ficcional le permite hacer posible lo imposible, ya que lo hiperbólico transgrede la lógica y él la transforma en una herramienta eficaz para volcar toda su creatividad y acabar con un realismo agotado, copia "real" del mundo físico.
La hipérbole que tomaremos como ejemplo –que ilustra el empleo magistral de esta figura– es la demostración que hizo Melquíades parodiando a la ciencia, y dice: "Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades". La construcción de esta oración impresiona, desconcierta y deleita, ya que combina lo ordinario con lo extraordinario de manera natural, y permite al gozar de una fábula sencilla, de invención grandilocuente y maravillosa. Es más, aquí se demuestra que cualquier cosa prosaica e insignificante puede ser embellecida en el universo ficcional.
Para ciertos críticos la hipérbole de García Márquez se debe a la influencia de Rabelais. Pero el propio autor ha dicho que “la influencia de Rabelais no está en lo que escribo yo sino en la realidad latinoamericana, la que es totalmente rabelesiana”. Al parecer, pues, el gusto por la hipérbole se debe a razones literarias, en particular de los escritores barrocos españoles que tanto amaron este recurso, especialmente Quevedo, poeta del Siglo de Oro con el que García Márquez se familiarizó en su etapa formativa.
Los pecados de los Buendía
¿Por qué la vida del coronel Aureliano Buendía y su descendencia es trágica? ¿Por qué en la saga de Macondo el mal anida como un reptil ponzoñoso? ¿Por qué ese territorio de grandes hazañas está maldecido por un centenar de años? ¿Por qué los Buendía luchan contra fuerzas demoníacas que los acosaban sin piedad?
La respuesta es una sola. Todo es fruto de los pecados.
El primer pecado que marca la frente de Aureliano, creador de la estirpe Buendía y fundador de Macondo, se debe a que está casado con su prima Ursula Iguarán, y viven espantados ante la posibilidad de engendrar un hijo con cola de cerdo.
El segundo pecado es el incesto, debido a que hay relaciones incestuosas realizadas y potenciales, que unen a hermanos, tías y hasta bisnietos que con parientes anteriores en tres generaciones.
El tercer pecado, el más doloroso, es la soledad. Los hombres, casi sin excepción, están marcados por este estigma, ya que contravienen el mandato divino de formar una familia y multiplicarse.
Los tres pecados configuran una sola imagen: el mal, el destino infame que los Buendía deben cumplir. Generación tras generación, tienen la esperanza de revertir la historia y escapar del hado maligno que los persigue como sombra.
Esta obra refleja la maestría del autor y su capacidad literaria, quien en un solo pueblo y en una sola familia refleja los problemas humanos a lo largo de una centuria. La historia se repite de manera cíclica, y el hombre sigue tropezando con la misma piedra, no una, si no cuatro veces seguidas…
Otros afirman que la decadencia y la caída la representa el progreso técnico, un verdadero anticristo que pone término a la vida humana, en este caso a la estipe Buendía.
Testigo de su tiempo
Tras la larga cadena de peripecias que se suscitan en Cien años de soledad, muchos ven la versión latinoamericana de la eterna tragedia humana, esa perpetua lucha que libra el ángel contra el demonio; o el paradisíaco Edén y dentro de este el pecado original.
Sin duda esta es la novela más importante de América en español, ya que renovó la narrativa y recuperó los derechos de la imaginación desligada del realismo cartesiano. Aquí se amplifica la realidad y se da vida a una realidad imaginaria, simbólica, desconocida, donde los personajes, las acciones y el tiempo se mueven en un círculo, donde los saltos temporales e incluso la repetición de situaciones son lícitas y bienvenidas.
Cien años de soledad es una auténtica región encantada, con hechos extraordinarios y situaciones que van más allá de la lógica y de las fuerzas de la naturaleza, verdaderos “milagros”, pero despojados de ropaje religioso. Paradójicamente, es un drama de permanente violencia, ya sea directa o implícita, y refleja de manera particular la que asoló Colombia durante décadas, y de manera general, la que ha existido en otros países de América. Y se expresa en la violencia política, la que ha horadado el tejido social.
Como testigo de su tiempo, y consecuente con el compromiso social que siempre suscribió, García Márquez testimonia la injusticia, la opresión y la bestialidad que están presente en la sociedad de todos los tiempos, y las integra a Macondo como una condición natural del ser humano, la que directa o indirectamente condiciona a los hombres y determina su comportamiento. Al respecto diría: “La violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa”.
Ante esta realidad sobrecogedora, ojalá llegue el día de una nueva utopía donde hasta las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan una segunda oportunidad en la Tierra.
Antonio Landauro. Licenciado en Teoría e Historia del Arte; Magíster en Docencia e Investigación Universitaria, escritor. En sus cuentos, guiones cinematográficos y obras de teatro aborda los temas psicológicos; en sus ensayos y artículos exalta las posiciones vanguardistas del arte y la literatura. Ganador de números premios internacionales y nacionales. Autor de 40 libros. Email: santonio.landauro@gmail.com
Fuentes de las imágenes de Gabriel García Márquez:
1- 2002. De Jose Lara - Flickr: Gabriel Garcia Marquez (on malvenko.net: [1]), CC BY-SA 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=19150435
2- De Festival Internacional de Cine en Guadalajara 2009- Gala_Ianugural 022, CC BY 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=7065351
3- Gabo en 1984 luciendo un sombrero vueltiao, típico del Caribe colombiano.
De F3rn4nd0, edited by Mangostar - Image:Gabriel Garcia Marquez 12.png (cropped, fix color balance), CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=4340982
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