ESTO NO ES FICCIÓN: Episodio DIECISIETE
ESTO NO ES FICCIÓN
Episodio DIECISIETE
Eudemonología…
“…Regla Número 17: Puesto que toda felicidad y todo placer son de carácter negativo, mientras que el dolor es positivo, resulta que la vida no tiene la función de ser disfrutada, sino que nos es infligida, hemos de padecerla; por eso degere vitam, vita defungi, scampa cosi [vive la vida, la vida se termina, escapa a los peligros]…”
Arthur Schopenhauer,El Arte de ser feliz, 1998 .
Por José Agustín Orozco Messa
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Nadie sabe bien como empezó, supongo que, porque nadie le dio importancia. ¡Es más!, lo más seguro es que nadie se dio por enterado. Aunque toda la comunidad, de aquel tiempo, supo del final. Me imagino que poco ayudaba el que, por en esas fechas, la Facultad de Artes estaba llena de personajes de lo más raros: por ejemplo, estaban los “punks”. Pero no es que fuesen unos verdaderos punks como los que recientemente estaban apareciendo, en esos mismos años, en Inglaterra. Estos no traían los cabellos pintados con colores primarios ni secundarios, mucho menos, se clavaban alfileres ni seguros en la piel de las orejas ni aletas de la nariz. Tampoco usaban el característico corte de cabello como si el peluquero fuese tu peor enemigo y rematado con las puntas paradas, que varias décadas más tarde, pondrían de moda los dibujitos japoneses del personaje Dragon Ball Z.
No señor, estos eran una pandilla de estudiantes de semestres intermedios que estaban muy trastornados, por decir lo menos. Para que se entienda, si ese día hacía mucho calor, el grupo de los punks decía: ¡vamos a meternos al agua! Entonces, se desnudaban en medio del salón de clases y/o taller de pintura, abandonaban la clase junto con sus trapos y bajaban corriendo las escaleras hasta llegar al patio central de la antigua Facultad de Artes. Lugar donde había una señorial fuente de azulejos llena de agua. Y saltaban en ella como si fuesen niños chapoteando en una alberca de plástico.
Sin que les importara que el resto de la comunidad escolar los estuviese viendo con los ojos muy abiertos. Mucho menos, que toda la gente que pasaba por la banqueta de la calle, a escasos diez metros de donde ellos chapoteaban, también los estuviese viendo: pegar de gritos al más puro estilo de Tarzán y dar de brincos en el agua; bueno, eso sería lo de menos, pero los punks se salían de la fuente para corretear por los pasillos así como “diosito”, o por lo menos, sus padres los trajeron al mundo. Años después se supo que al director de la facultad de aquellas épocas, le llegaron a inquirir las autoridades superiores en la rectoría, sobre ese grupo que solía pasearse desnudo impunemente por toda la Facultad de Artes.
Junto con los punks, quienes muy seguramente eran los más llamativos de ese momento. Convivían otros grupos que gustaban estar más en el anonimato pero también eran tipos fuera de serie. Digamos que son personalidades catalizadoras cuya sola presencia afecta a la comunidad. Claro que este efecto puede ser para bien o para mal, según el cristal con que se mire. De manera que, entre todos estos extremos, estaban los alumnos ordinarios que sencillamente iban a clases diariamente, organizaban fiestas normales y se emborrachaban como toda la comunidad artística, cada vez que había una inauguración, es decir, el primer viernes de cada mes cuando la galería de la propia Facultad montaba su exposición mensual.
La rutina arrancaba con la inauguración alrededor de las 8pm. El 70% de los asistentes estaba integrado por alumnos del área de artes: teatro; artes plásticas; danza, principalmente. De los cuales, cuatro de cada cinco eran de la propia Facultad de Artes. El resto era el escaso público de la comunidad cultural de la ciudad. Dependiendo del tipo de exposición, estamos hablando de entre sesenta y cien personas asistentes. Las cuales eran agasajadas con vino y pequeños bocadillos.
La rutina era más o menos así: se inauguraba puntual. Se dejaba la puerta de acceso, desde la calle, abierta para permitir la entrada de los retrasados. Se repartía el vino luego de una pequeña ceremonia y, unos treinta minutos después, el público se empezaba a retirar luego que se había acabado todo. Entonces, es cuando empezaba realmente la fiesta. Se procedía a cerrar la puerta de la calle y todos los que aún continuaban dentro. Mayoritariamente, los alumnos de arte. El personal que había inaugurado y el expositor. Se distribuían por el pequeño jardín, precisamente ese donde estaba ubicada la fuente de los azulejos. Se procedía a sacar un par de botellas extras de vino y se continuaba el convivio.
Pero, como invariablemente no iban a alcanzar, algunos alumnos salían a comprar botellas a la tienda de licores más cercana. Alrededor de las 10pm, las autoridades escolares junto con el expositor y uno que otro alumno predilecto y/o agraciado con la buena voluntad de las autoridades escolares: se retiraban a cenar, con cargo al erario universitario, por supuesto. Digamos que, una de cada dos exposiciones, aquí terminaban. Pero, cuando no era así, es porque alrededor de veinte alumnos, unos más o unos menos, permanecían dentro de las instalaciones. Primero iban a surtirse de más botellas para retirarse a uno de los talleres. Donde se ponía música y se iniciaba la parte final de la fiesta. La cual podía durar hasta las tres o cuatro de la madrugada.
Aconteció que en uno de dichos eventos…, bueno, pero este sería y, realmente, fue el final. Mejor empiezo por la primera vez: luego de ocurrido el incidente vinieron muchas versiones. Ya saben ustedes que nunca faltan los chismosos, o los que quieren llamar la atención. Así que, por allí circuló una versión, sacada de quien sabe dónde, diciendo que cuando Caetano Teixeira estudiaba la escuela secundaria, durante las fiestas escolares, acostumbraba aventarse desde el balcón del primer piso al patio central. Cayendo parado y sin derramar su vaso de licor. Para, después, subir corriendo otra vez al primer piso y continuar la fiesta. Todo esto ante la mirada azorada de sus condiscípulos.
Un par de docentes de la Facultad de Artes, comentaron a posteriori que durante una fiesta de graduación, la cual tuvo lugar en las instalaciones de la propia Facultad; el alumno Caetano Teixeira se había arrojado a la casa de junto. ¿Cómo? Nadie se dio cuenta. Pero, casualmente, los docentes se encontraban en la puerta de entrada [y salida, obviamente] de la Facultad. Cuando observaron llegar una patrulla que se detuvo justo al lado de ellos. En un principio, pensaron que venían directo hacia ellos. Quizá, porque algún vecino se había quejado del ruido que estaban haciendo. Sin embargo, los jenízaros se introdujeron a la casa de junto. Por morbosos, el par de docentes permanecieron a la expectativa para ver qué es lo que sucedería. ¿Cuál no sería su sorpresa? Cuando vieron salir forcejeando a los uniformados junto con el mencionado alumno. Seguidos por una señora de la tercera edad, que escandalizaba diciendo.
― ¡Ay! Pero ¡qué cosa tan espantosa! Dios mío ¡Ayayayayyy!
Uno de los docentes, el primero en salir de la sorpresa, preguntó.
― Pero ¿qué le sucedió, señora?
― ¡Ayayayayyy! Fíjese usted, que yo estaba regando las rosas de mi patio. Cuando, ¡de repente!, escuché un ruido muy fuerte. Que me volteo toda espantada y ¡qué voy viendo a este mariguano parado detrás de mí, en medio de mi patio!
Ciertamente, como ya he explicado en otras historias, algunos alumnos y docentes también, gustaban de fumar eso que ahora se llama “la recreativa”. ¡Claro que únicamente con fines terapéuticos y nada más! Pero, eso de acusar a Caetano de ser marihuano pues distaba mucho. ¡Borracho si era!, lo otro pues quién sabe. Claro que no ayudaba mucho a su causa, el hecho de que Caetano Teixeira iba completamente intoxicado. De licor, claro, pero intoxicado al fin. Era un hombre de estatura baja pero muy robusto para su joven edad. De marcados rasgos indígenas que se acentuaban más por usar el cabello muy largo. Agravantes que acabaron de hundir al pobre Caetano. Por cierto que era de sorprenderse, que estando tan intoxicado, que ni hablar podía, se pudiese resistir con tantas fuerzas a las intenciones de subirlo a la patrulla por parte de los dos policías.
Antes que eso ocurriera: el otro docente, intervino.
― ¡Oigan! Pero, no se lo pueden llevar…
― ¿Cómo que no podemos llevárnoslo?
Interrogó uno de los agentes del orden, sin dejar de forcejear junto con su compañero y sin que Caetano Teixeira hiciera lo propio para evitarlo.
― ¡Claro que no! ―Intervino el primero en hablar―. Este muchacho, es alumno de nosotros…
― ¿Cómo que es alumno de ustedes? ―Señora tercera edad.
― Pues sí, es alumno de la universidad, estaba en el techo de la escuela…
Repitió el segundo docente y, rápido, improvisó el primero.
― Sí, es cierto, probablemente se cayó… Nosotros lo estábamos buscando… Así que suéltenlo…
Tomados por sorpresa, el par de policías dejaron de forcejear y, sin que nadie le dijera nada a Caetano: inmediatamente se zafó de sus manos y se introdujo dentro de la Facultad. Los siguientes minutos los docentes tuvieron que discutir con la señora y los policías, quienes insistían en detener al melenudo Caetano. La cosa se arregló cuando le tuvieron que dar una “corta feria”, o sea, como decimos aquí en México para referirnos a una pequeña compensación económica, a los uniformados para que dejaran de estar hastiando. La señora fue la única que se quedó con un palmo de narices, cuando, literalmente, le cerraron la puerta en la cara para que dejara de estar molestando.
Si bien, de este hecho fueron pocos los que se enteraron. Hubo otro que causó mayores molestias. Porque, a consecuencia de él, la universidad prohibió prestar autobuses a la Facultad de Artes para realizar viajes a la CDMX, es decir, la Ciudad de México. Sucede que, en aquellos gloriosos tiempos donde el presupuesto universitario alcanzaba, cada vez que había exposiciones dignas de verse en la capital de la República. Los docentes organizaban viajes a la misma para verlas. Por ser de carácter pedagógico, se tramitaba el préstamo de uno de los múltiples autobuses propiedad de la universidad para realizarlo. Y todos los alumnos que se enteraban y tenían dinero se apuntaban para ir en el viaje. Bajo la responsabilidad de dos docentes, generalmente quienes habían planeado el viaje, de cuidar que todo el personal regresara sano y salvo.
Sucedió que en esa ocasión, el autobús con capacidad para cincuenta personas llevaba como ochenta alumnos. Junto con tres docentes: un polaco encargado de impartir la materia de pintura y dos mexicanos, de historia del arte y diseño gráfico, respectivamente. Para aprovechar al máximo el tiempo, se partía muy de madrugada. Para estar temprano en el museo y tener tiempo de recorrerlo todo y, todavía, poder ir a visitar otras galerías. Por lo cual, se pedía a todos los alumnos que llevaran su itacate, es decir, su provisión de comida para poder aguantar el viaje sin hacer paradas para desayunar por el camino y llegar directos a su destino.
Normalmente, la mayoría llevaba lo que cotidianamente comía. Sin embargo, había unos que nomás bebían y no comían. Entonces, su itacate consistía en puras bebidas alcohólicas. De manera que, a la mitad del viaje, ya iban bien servidos. Uno de esos era nada menos que el buen Caetano Teixeira. Así, cuando el autobús rodaba en la autopista arriba de ochenta kilómetros por hora. A Caetano le entró el delírium trémens y comenzó a gritar con todas sus fuerzas:
― ¡Yo me arrojo! ¡Yo me arrojo! ¡Yo me voy de aquí!
Acto seguido, se subió sobre las cabezas de los alumnos que iban sentados a mitad del autobús. E intentó arrojarse al exterior por la amplia ventana que hace las veces de salida de emergencia. Inmediatamente se armó un griterío porque Caetano Teixeira no estaba bromeando, realmente intentaba con todas sus fuerzas desprender el vidrio del ventanal. Lo que implicaba el peligro de tirarlo en mitad de la autopista atestada de vehículos circulando en ambos sentidos a toda velocidad. El chofer no disminuyó la velocidad y empezó a gritar que detuvieran a “ese loco”. Sus compañeros, intentaron sujetarlo, pero Caetano se puso agresivo y empezó a tirar golpes indiscriminadamente. A punta de golpes se soltó y se abrió camino hasta llegar al frente del autobús.
― ¡Abre la puerta, chofer! ¡Que me bajo, me bajo!
El chofer contestó con una serie de maldiciones. Cuando Caetano ya estaba a punto de empezar a forcejear con el conductor. Lo que implicaría que todos se iban a estrellar contra algún tráiler o camión materialista o, por lo menos, algún vehículo de cuatro puertas. El docente polaco de pintura, se levantó de un brinco. Se colocó entre su alumno y el chofer. Y, sin darle tiempo de reaccionar, le acomodó tremendo derechazo en la mandíbula que mandó a Caetano Teixeira dos metros atrás contra los alumnos que allí se apretujaban a mitad del pasillo. El resto del viaje continuó sin contratiempos. Aunque, como ya he mencionado, la consecuencia fue que el operador del autobús: a los cinco minutos de haber regresado a la universidad, se fue corriendo a entregar un reporte donde puso esos eventos y muchos más que ahora no voy a contar; de manera que nunca más se volvió a prestar otro autobús para ninguna clase de viaje a la Facultad de Artes.
Por allí circulan otras dos o tres historias sobre las andanzas de Caetano Teixeira las cuales omitiré porque no me constan y porque, para el caso, ya se entendió que la manía del alumno de pintura era arrojarse cada vez que tenía oportunidad o, por lo menos, los deseos de hacerlo…
Como decía al principio, sucedió que en una de tantas exposiciones, un grupo de alumnos se quedó para continuar la fiesta durante toda la noche. Cabe señalar que, en no pocas ocasiones, también participaban de dichos convivios nocturnos algunos docentes, celosos por estrechar sus relaciones sociales con sus alumnos y alumnas. Alrededor de las 10pm fueron a comprar algunas botellas junto con algo para botanear, es decir, comer unos pequeños bocadillos para hacerle una camita al alcohol en el estómago y resistirlo un poco más. Todo iba normal, pasada la medianoche otro grupo salió para conseguir más botellas y algunas cervezas, junto con cigarrillos. Apenas estaban regresando cuando alcanzaron a ver… ¡efectivamente!, a Caetano Teixeira parado en la cornisa del techo en el segundo piso de la Facultad de Artes.
Las versiones son contradictorias, unos dicen que estaba bailando. Otros, que se estaba convulsionando. Otros, van más allá y dicen que estaba hablando con alguien, es decir, que no estaba solo allá arriba. Cosa que es difícil de creer porque era una noche oscura y allá no hay ningún tipo de iluminación. La vox pópuli dice que, sencillamente, estaba brincando como si estuviese en suelo plano y no a cerca de veinte metros del piso…
Después, siguen las contradicciones, unos mencionan que corrieron para tratar de bajarlo. Cosa que nadie cree. Si bien, es cierto que lo alcanzaron a ver, porque le empezaron a gritar que se bajara de allí. No obstante, como el grupo mayoritario se encontraban en un salón del primer piso oyendo música a volumen alto, no alcanzaron a escuchar nada de eso. Lo que si percibieron, fueron los gritos y el golpe que se escuchó a continuación.
Tristemente, en esta ocasión las cosas no resultaron bien para Caetano. Golpeó contra el barandal metálico del primer piso y revotó dando un giro en el aire, para terminal aterrizando violentamente contra el pretil de la ya citada fuente en una orilla del patio. Todos pensaron que había muerto pero su sufrimiento apenas empezaba. Vino a fallecer casi seis días más tarde. Debido a que no contaba con seguro médico, no recibió la atención médica necesaria e inmediata. Aunque, hay que señalar, que varios de sus compañeros, no así sus docentes, se movieron lo más rápido posible para tratar de conseguirle los cuidados médicos que urgentemente necesitaba.
Se menciona que, de haber sobrevivido, definitivamente hubiese quedado confinado a una silla de ruedas. Pero, además de las lesiones en la espalda, sufrió serias fracturas en el cráneo. Incluso una parte de su cerebro quedó expuesta a la vista de todos, cuando golpeó: con el barandal o contra la fuente. Los daños cerebrales que hubiese tenido nadie los puede cuantificar.
Por razones obvias, las autoridades tanto de la Facultad como de la propia rectoría universitaria. No estuvieron nada contentas con lo sucedido. E inmediatamente dieron carpetazo al asunto. También tuvieron que intervenir las autoridades del ámbito penal para investigar si se había o no cometido un crimen. Dado que las circunstancias eran sospechosas. Cosa que agradó menos a la rectoría. También los periódicos locales, aprovecharon la ocasión para vender más ejemplares a costa del morbo.
Algunos meses más tarde, cuando más o menos ya se empezaba a olvidar el asunto. A petición y colaboración de unos pocos de sus docentes; amigos administrativos y compañeros de aula: se logró organizar una exposición retrospectiva para recordarlo y homenajearlo. Porque, para los que le conocimos, sabemos que era talentoso. ¿Qué tan lejos hubiese llegado con su pintura? No lo podemos saber. Tal vez se hubiese malogrado a causa de su adicción alcohólica, quién sabe. Porque, de un modo u otro, la gran mayoría en este ambiente son adictos al alcohol u otras sustancias. Así que quizá ese no hubiese sido un problema para él. Después de esa última exposición, finalmente volvió a caer pero esta vez en el olvido. Desde entonces, ya nadie se acuerda de ese hecho. Para generaciones posteriores se volvió en algo así como una leyenda urbana…
― Tengan cuidado ―decían algunas voces―, no se vayan a caer del techo.
Hasta varios alumnos subsiguientes, llegaron a pensar que esa historia era falsa y nunca había sucedido. Que todo era pretexto para impedir que ya nadie se quedara por las noches en el interior de la Facultad. Vamos, ¡ni siquiera para trabajar en los talleres! Obviamente, luego de eso, se acabaron las “sobremesas” posteriores a la inauguración. Todos eran invitados y escoltados por los vigilantes, que antes no existían, para abandonar las instalaciones. También se pegó una circular, enviada por la rectoría, por todos los pasillos de la Facultad, diciendo:
“…queda estrictamente prohibido el consumir cualquier clase de bebida alcohólica dentro de las instalaciones universitarias…”
Sin embargo, los primeros en romper dicha orden fueron las propias autoridades de la dirección porque nunca se dejó de ofrecer vino durante las inauguraciones de las exposiciones. De la misma manera, se continuó ingiriendo alcohol y cerveza en el interior de algunos talleres. Aunque, ya no se hacía de manera tan obvia y descarada como antes. Incluso, hasta el grupo de los punks comenzó a sufrir acosos para que se metieran en cintura o se fueran con sus malos modales a otra parte. Cosa que, finalmente, terminaron haciendo. Ninguno de esa generación terminó sus estudios. Otrora, vinieron toda una serie de cambios paulatinos…
Todo eso a consecuencia de un colega estudiante de pintura que, por alguna razón desconocida, le gustaba saltar. A tantos años de distancia, cuando yo lo recuerdo, siempre me pregunto: verdaderamente, ¿qué estaría haciendo al filo de la cornisa, en medio de la oscuridad, esa madrugada?
C'est fini.
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