Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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Leer en el barrio

Carlos Yusti

 

El barrio de mi adolescencia ha cambiado mucho y no me refiero al aspecto físico, sino al espiritual. El barrio de mis días juveniles tenía el alfabeto de ingenuidad escrito en el alma. Por supuesto que tenía sus monstruos de rigor, pero la gente enfrentaba todo eso con una dignidad de punta en blanco. Hoy todo los valores más elementales se han ido por el caño. Mi profesora de geografía económica insistía con una frase: “Lo único que no cambia es el cambio”, con semejante galimatías lo que pretendía era que recordáramos que el cambio posee una leyes inalterables/inapelables, que todo variaba menos esas leyes que regían al cambio. El Barrio cambió, pero sigue intacto en mi memoria y volver a sus calles es transitarlo de nuevo en el recuerdo sin nostalgia y con esa mínimo empuje de lo efímero.

En el barrio Bello Monte  2 me inicié en la lectura. El momento exacto no lo tengo claro. Lo que si visualizó son las pequeña portadas dibujadas en colores de las noveletas de Marcial Lafuente Estefanía: algún vaquero desenfundando su pistola colt, una diligencia envuelta en volutas de polvo, dos pistoleros disparando desde un tren en marcha, etc. No recuerdo ni los títulos ni las tramas, pero en su momento captaban por completo mi atención y podía leer hasta 5 en un día. Así estuvo bastante tiempo. Luego llegué a un punto que las novelitas vaqueras me saturaron y arrojé a la basura casi un centenar de ejemplares.

En ese trance de limpieza mamá me regaló un ejemplar que compró en el quiosco de periódicos. El libro no era otro que “Rojo y negro” de Sthendal. Estaba impreso en un papel marrón lavado horrible y la portada colorida era peor que las de Marcial Lafuente, sin embargo era una edición integra de la novela quizá su único punto a favor. El autor me era un ilustre desconocido.

La novela de Sthendal me enganchó y era como una relojería bien pensada, escrita con la carpintería necesaria para despertar mi juvenil voracidad lectora, a pesar de la críticas de Proust que siempre tuvo a Sthendal como un escritor en pobre, pero del cual abrevó bastante para perfilar su propio estilo de autor. Esto me animó a buscar otras novelas de un escritor que siempre tuvo esperanza en sus lectores a futuro. Descubrí luego que se inició como plagiario y que su vida era tan novelesca como la de sus personajes.

Otro libro crucial de esta nueva etapa fue El Decameron de  Giovanni Boccacio. El libro llamó mi atención por prohibido y debido a que su autor fue un escritor reconocido en su tiempo. Un escritor que quiso ser recordado como agudo pensador y refinado poeta terminó al final como un crucial e inteligente cronista de su tiempo. La valoración de Alberto Menguel es exacta: “Su obra más célebre, El Decamerón, es recordada menos como un gran fresco literario, inmenso retrato de la apasionada y compleja Italia del siglo XIV, que como una recopilación de anécdotas más o menos escabrosas, juzgadas obscenas. Para la mayoría del público, sobre todo para aquellos que no lo han leído, El Decamerón consiste exclusivamente en bromas soeces, adulterios, infidelidades y orgías protagonizadas por campesinos priápicos, aldeanas ninfómanas, nobles insaciables, curas lúbricos y monjas desvergonzadas”. Con ese prejuicio sexual leí el libro y no me decepcionó, como tampoco me defraudó un estilo literario ágil, ameno y de gran percepción estética y humana.

No sé si lo libros inciden en la realidad para trastocarla, de lo que si puedo dar fe es que de alguna manera fue definitiva en mi realidad personal, subjetiva y de muchos matices.

Determinados libros de algún modo sacan a la realidad de sus goznes. Cervantes con su Quijote fue el primero en percibirlo, aunque la realidad se resista. Pero sobre este aspecto hay un libro El giro. De cómo un manuscrito olvidado contribuyó a crear el mundo moderno, de Stephen Greenblatt. Se relata en dicho libro la aventura intelectual de un joven escribiente de documentos oficiales de la burocracia papal y de su viaje desde Roma a un perdido monasterio en Alemania en busca de manuscritos olvidados, inundados por el moho, llenos de polvo y carcomido por microscópicos bichos. El joven escribiente, cuyo nombre Poggio Braciollini (o Poggio el Florentino), no sabe con exactitud cual será libro, ni que aspecto tendrá el manuscrito y mucho menos su autor. Confía en su instinto, en su sabiduría y en su amor por textos olvidados. Es el año 1417. Pasa algunos días metido en el monasterio benedictino de Fulda, fundado en el siglo ocho por un discípulo de San Benito. Hasta que por fin lo encuentra se trata de Tito Lucrecio Caro y su manuscrito De rerum natura, Acerca de la naturaleza de las cosas. Texto escrito quizá alrededor del año 50 antes de Cristo. Poggio pide que le copien el manuscrito y eso es apenas el comienzo. Greenblatt narra todo esto como si se tratara de una novela de aventuras. No hay diligencias, ni vaqueros, ni pistoleros, pero la travesía del escrito de Tito Lucrecio Caro ( sus ediciones posteriores, sus influencias en el pensamiento occidental, etc.) tienen todos los tintes de una hazaña novelesca sin precedentes.

Sin duda que como amante de los libros Poggio dio con un libro que no solo cambió su vida, sino que enriqueció de alguna manera la percepción que se tenía del mundo. Uno como lector anda quizá a la búsqueda de ese libro decisivo que enriquezca la vida y que permita valorar el mundo desde lo humano con sabiduría y humildad, con esa mínima poesía para que el barrio, la vida, el mundo duela siempre lo menos posible y la realidad deje sus frías bisagras y adquiera el ritmo inefable de la imaginación como prueba y exaltación del espíritu humano por encima de cualquier oscuro designio que se encuentre a la vuelta acechante.

 

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