LA CASA DE LA LUNA AZUL
LA CASA DE LA LUNA AZUL
Por Vicky Larraín
Todo pasó en tres meses, mi reencuentro con Ágata y María Elena, conocer a Lucho Brahm el novio de la Gatita, ver a mis padres de otra manera, ya no cuestionan mi vida, llevaba el poder que te da una pequeña experiencia, la de estar lejos tomando mis decisiones, Los días pasan mas iluminados y libres, vivo entre la casa paterna y la de Ágata que parece contenta con su nuevo amor, Venia de la experiencia de mayo en Paris, tengo mucho que contar, soy escuchada y las personas me dan un espacio. Los tres meses que paso en Chile me sirven para recuperar fuerzas. Sabia que volvería a viajar no imaginaba como ni cuando. Deseaba presentar mi danza, hacerla conocida, era una expresión nueva que nada tenia a ver con las técnicas de danza contemporánea que se estudiaban en Chile. Para mí el teatro, el arte en general era enfocado desde una formalidad y convencionalismo que no me interesaba,
No tenia muy claro como expresar lo propio, desde la intuición me entregaba a las primeras expresiones de mi quehacer.
Reencuentro a varios amigos pintores entre ellos Piro Luzco y el Flaco Samith que preparaban su primera exposición en la Casa de la luna, un lugar que servia para talleres en los que trabajaban artistas. De todos ellos recuerdo al Salvaje el apodo de Hugo Cárdenas, un camarógrafo, alto de pelo abundante y negro una especie de cacique que se paseaba con una cámara enorme sobre el hombro, grabando el acontecer del día a día. También nos abría las puertas de su taller la Monstruito como apodaban a Mirta Tamayo, una mujer media chamánica, de sonrisa extraña, que te recibía con afecto, empanaditas y algo de vino tinto. Rasgueaba su guitarra el día entero, hacia algunas ropas que vendía, y tenia cada noche un amor que era despachado temprano por la mañana. Era delicada y sabia entregar las palabras precisas para que te sintieras bien. El Salvaje y la Monstruito serian asesinados el 11 de septiembre del 73. Por ahora Frei era el presidente y nadie esperaba ni por asomo ningún golpe militar, ninguna atrocidad.
La vida transcurría más o menos normal, yo no me preocupaba de política, solo me interesaba el arte.
Llego el día de la inauguración de la exposición de Piro y Samith. Yo danzaría entre las personas, no se me habría ocurrido colocar un escenario.
El público comienza a llegar a eso de las siete de la tarde, miran los enormes cuadros del tamaño de toda la pared que presentaban mis amigos. En ese tiempo no existían muchos eventos independientes, solo lo que se presentaba en el Museo de Bellas Artes o lo del Ballet de la Chile o del Teatro Municipal. En los periódicos anunciaron la exposición y mi participación en esta. Mucha gente se interesaba más en este tipo de manifestación que en lo ya consagrado. Como a las 8 de la tarde cuando en La casa de la luna, no cabía más gente, es que comienzo a danzar en silencio. Una de las pocas veces que no use la música. Escojo los cuadros como telón de fondo, salto entre uno y otro, doy vueltas en el suelo diseñando nuevos gestos nuevas imágenes. . No se podía decir que era danza, por lo menos no aquella que la gente acostumbraba a ver. Era una expresión impregnada de sensaciones existenciales, era la relación entre los cuadros y la figura humana, era un todo.
Difícil de juzgar ya que entraba en el inconciente del publico, acercándolo a sus propias emociones. No era un espectáculo, era una experiencia vivencial.
Recuerdo que al finalizar las personas callaron por unos segundos para luego aplaudir con fuerza, después se acercarían a preguntarme, como se me había ocurrido danzar en silencio, o que sentía al hacerlo, que de donde venia. Eran preguntas que no conseguía responder, no tenía clara la respuesta.
Debe haber sido tan extraño para muchos y sobretodo para los periodistas de espectáculo que siempre están en busca del sensacionalismo, que al otro día en grandes letras en el Diario La Segunda se podía leer “Bailarina en acido lisérgico”
Que impotencia te da cuando lees algo que esta tan lejos de la verdad.
Me pregunto entonces, que tenia de acido lisérgico esa danza, me respondo, era inusual, desconocida, que poco adelantados a la época, que poca visión, mi danza de ese entonces, había sido aceptada por el publico, eso era lo que importaba, pero después me he preguntado, ¿Qué hubiera pasado si las autoridades en arte de ese entonces, se hubieran acercado, hubieran querido conocer al menos otro tipo de expresión? Y reflexiono: Tanto que hablaron de solidaridad de fraternidad, de justicia. También es parte de un derecho humano, ser diferente o proponer algo que hoy muchos están haciendo y que se les llama de vanguardia o experimento.
Tiempo después en una de mis venidas a Chile desde Nueva York, mostré experiencias aun más desconocidas o misteriosas, como la vez que use la tienda de antigüedades del drug store y dancé en la escalera de caracol.
Quizás dichas expresiones no eran consideradas populares o para el pueblo, quizás eran demasiado sofisticadas o burguesas para muchos. Pero eso era lo que en ese entonces hacia. Debería haber sido aceptada, contenida, pero para la mayoría de los artistas de ese tiempo yo era una demente a la cual se le ocurrían locuras. Hoy me detengo en algunas de mis últimos performances.
Creo que efectivamente existe en mi hasta hoy, una suerte de vacío que se llena con la energía del momento. Si tengo un plan A donde la estructura es moldeable puede apoderarse de mi y con esto significo quedar sin capacidad de decisión, puede apoderarse repito y de esta forma entra el estimulo que me rodea,
En una presentación en el festival de danza emergente que organizara Cata Bello, en 2012, avalada por la Universidad de Humanismo Cristiano, prepare la esencia de la obra Jaula Uno Ave Dos, trabajo que había ganado un fondo concursable en 1995. Es una de las que mas me ha gustado me comento Manuela Bunster cuando llegue. Debo haberla decepcionado muchísimo. Comencé con la estructura, fui yendo por la temática, que trataba de hecho real, una mujer encerrada y maltratada en un gallinero, al final el personaje logra remontar, elevarse de la mugre, esta parte en su origen era diseñada a través de un cordel grueso que caía del techo, yo me tomaba del mismo, me daba vuelo y quedaba suspendida y balanceada de un lado a otro. El día de la presentación en el Festival, hacia mucho tiempo que no hacia la obra, tampoco tenia deseos de ensayarla, quería experimentar, lo que sucedía en el momento presente. Cuando llega la parte de la suspensión, gran parte de los estudiantes estaban concentrados y conmovidos con esa energía que a veces emano. Mi ser se deja llevar entonces por esa atmosfera, y les digo, Ya chiquillos ayúdenme a volar.
Los estudiantes se precipitaron a elevar mi cuerpo y dejarlo suspendido encima de una escalera. Los había provocado, quizás confrontado con el azar.
Cuando reviso ese momento me doy cuenta de que mi conciente se balancea entre el personaje y la persona. Y en ese instante fue la persona, el ego el que pidió ser elevado físicamente. Fue una concesión, casi una aventura. Y pienso que el arte no es eso. No lo tengo claro.
Sin embargo ninguno de los organizadores me da la espalda, por el contrario tanto Cata Tello bailarina de las nuevas generaciones, como Jorge Olea, uno de los grandes interpretes del Espiral, compañía que forma Patricio Bunster y que hoy dirige su hija Manuela Bunster, estuvieron allí respetuosos, sorprendidos pero respetuosos de esa acción mía, de esos arrebatos que no he sabido entender de donde vienen. Ahora bien otras personas parecían fascinadas con la experiencia, era mi irreverencia que avalaba la irreverencia de los más jóvenes. El performance termino con un gran circulo, donde se quedaron estudiantes y profesores intentando comprender, intentando dialogar, les hubiese gustado o no, intentando explicar, escuchándome. Agradezco a esos jóvenes, mucho mas abiertos a la diversidad, críticos pero comprendiendo otros procesos.
Entonces quizás sean posibles otras “Casas de la luna Azul”.
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