PERO ¿QUÉ HACE ESA VACA EN UN MUSEO? (1ª parte)
PERO ¿QUÉ HACE ESA VACA EN UN MUSEO? (1ª parte)
Por Mario Rodríguez Guerras
direccionroja@gmail.com
1. Arte es lo que llamamos arte
La más inconcebible definición de una cosa nos la han presentado quienes gozan de mayor prestigio en el mundo social, a saber, las personas relacionadas con el mundo del arte. A estas alturas, ya todo el mundo debe conocer las definiciones de los sabios acerca del arte: Arte es lo que llamamos arte; Arte es lo que hacen los artistas; Arte es lo que hay en los libros de arte; Arte es lo que hay en los museos…
Se conoce que, o bien todo el mundo ha quedado satisfecho con estas definiciones, o bien nadie se atreve a cuestionar la opinión de seres que socialmente están por encima de los demás. El arte es cosa incomprensible para el común de los mortales y piensa que el mero hecho de que alguien trate sobre cuestión tan inescrutable es motivo sobrado para rendirle pleitesía.
Pero, como los sabios sospechan que no a otro el mundo convence ni el arte ni su teoría, entran a descalificar la inteligencia de estas personas, que cada vez son menos numerosas pues el mundo moderno ha acabado por racionalizar a todo hombre haciéndole olvidar su naturaleza mediante el establecimiento de un sistema de doma en lugar de un sistema de formación y, eufemísticamente, llaman educación al proceso por el que se enseña al hombre a tener la libertad de pensar cualquier cosa con tal de que piense sus mismas ideas.
Los nuevos teóricos son herederos de los primeros. Aquellos tuvieron que abrirse camino luchando contra las inclemencias del tiempo o la incomprensión de sus coetáneos. Estos, en cambio, tienen aquellas pretensiones como base sobre la que erigir sus teorías y piensan que sobre ella se pueden sostenerse firmemente contra viento y marea porque quieren creer que lo que perdura triunfa por su valor de verdad y no por ser el interés que implantaron los más fuertes. Estos lograron imponerse a quienes presentaban otra forma de verdad que, tras su derrota, se denomina socialmente falsedad. Pero una y otra no son más que las formas de manifestarse el pensamiento de un tiempo. Así que hoy se llama falsedad a las expresiones del pensamiento superado y se tienen por verdades las manifestaciones del pensamiento actual que es la forma más racional que ha mostrado nunca la humanidad, un argumento, como otro cualquiera, para justificar su preeminencia eso sí, presentado según la exigencia de ser razonado.
Los hombres comprometidos, que hace tiempo disfrutan de sus victorias, se han convertido en seres aburguesados y nos quieren imponer sus doctrinas artísticas mediante un sistema que podemos calificar como de academicismo revolucionario. Los adoctrinados, arrastrados por la corriente social, aceptan cualquier idea que se les inculque en una institución y, como les han echado a perder el paladar, ya no saben si lo que se les ofrece tiene buen o mal sabor. Desde el punto de vista de los hombres que quieren dominar a los hombres no hay nada más favorable que tratar con hombres sin criterio: nunca discuten.
Los sabios, que defienden las formas corrosivas de los artistas –y de esa forma les obligan a seguir siendo corrosivos- y, en particular, las burlas contra la iglesia, están utilizando el método sacerdotal puesto en evidencia hace tiempo por Nietzsche. El sacerdote crea una enfermedad moral y convence a los hombres de ser pecadores y de tener la culpa de su pecado y de su mal. Pero el sacerdote se presenta como el remedio de sus problemas y así los hombres necesitan eternamente su asistencia. También el sabio moderno se presenta como el hombre que todo lo sabe y llama ignorantes a los hombres que tienen una opinión distinta de la suya. Afirma, con su autoridad, que el problema de quienes no entienden de arte moderno es su ignorancia y ellos se ofrecen amablemente para resolver esa carencia. De esa forma, acaban por convencer a la sociedad de la necesidad de difundir en las instituciones de enseñanza sus conocimientos. Tienen la astucia de aprovechar las estructuras existentes para crear lo que en el futuro será su iglesia.
Y el colmo del autoritarismo de los sabios es pretender decir al artista qué debe hacer, y pretenden decírselo de un modo racional para que los artistas pierdan el instinto y creen de acuerdo con una conclusión alcanzada mediante la razón, en concreto, con la suya. La aspiración a que la intuición quede regulada por la razón es un absurdo ya que son dos formas de conocimiento opuestas y complementarias y lo que se esconde detrás de esa formulación es la intención del filósofo de dominar al artista. Pero hace tiempo que hemos denunciado que lo único que buscan los sabios es su poder y su prestigio social.
2. Los sabios
Ante todo ¿Qué cosa es un sabio? Un sabio es un hombre que lo sabe todo. Tradicionalmente se tiene por sabio al hombre que es capaz de conjuntar el conocimiento intuitivo que ha adquirido del mundo por su experiencia y el que tiene por la razón. Pero tal cosa es en realidad un genio.
Pero debemos referirnos a lo que por lo general se entiende por sabio. Cuando digo en general me refiero al mundo en el que vivimos, al mundo social que no es otra cosa que una interpretación inexacta y parcial de la vida natural pues la sociedad es una falsificación de la existencia. En este mundo falsificado, en el se ha decretado que la verdad sea aquello que se acuerda llamar verdad, se ha decidido llamar sabios aquellas personas que, mediante un certificado, se las autoriza para mostrar una opinión sobre ciertas cuestiones. No se acepta la opinión de quien no esté autorizado socialmente a tener opinión sobre un campo concreto del conocimiento. Por el contrario, toda opinión del sabio queda automáticamente aceptada. Ahora bien, esta definición es tan incompleta como las definiciones de los sabios que critico pues falta explicar a qué personas concede la sociedad un certificado de capacitación.
Yo diría que la respuesta es de sobra sabida, pero de forma inconsciente, y esa inconsciencia es fruto del miedo a decir la verdad por las terribles consecuencias que se derivarían de ello para quien expresara una opinión sin poseer la debida autorización - pues el hombre social intuye que debe temer a la misma sociedad en la que vive- ya que la respuesta es muy simple, se concede autorización a quienes respetan a la sociedad. Mediante este sistema maravilloso, las partes se conceden mutuamente valor y se produce la creación, no divina, sino social. La sociedad concede títulos y los titulados respaldan el valor social. Respaldar a la sociedad significa, ni más ni menos, que admitir el valor de los títulos sociales, no solo los académicos, todos.
De este acuerdo ha quedado excluida la verdad, pero la verdad es bien poca cosa cuando están en juego los intereses personales. La verdad solo interesa a los verídicos y los verídicos no desean el mundo social. Podríamos concluir que la verdad solo posee existencia y valor fuera del mundo social. En ese otro mundo lo que impera es la fuerza o el acuerdo y mediante esa argucia todo puede quedar justificado.
3. Los dioses
Existe un mundo en el que moran dioses y reyes y en el que también existen filósofos, psicólogos, psiquiatras y todo tipo de pensadores. La sociedad, que pretende ser la heredera de ese mundo pero se ha quedado en su imitación, ¿A quién llama sabios? A los titulados; y debemos seguir preguntando ¿Qué nos ofrece la sociedad en lugar de dioses? Sacerdotes, y ¿Qué nos ofrece en lugar de reyes? Políticos.
Con las ciencias que tratan sobre el alma ocurre algo inconcebible al orgulloso hombre racional que el conocimiento del hombre, y de la vida en general, no puede provenir de ninguna teoría pues no es posible conocer por la razón nada que no sea conocido por la intuición. Incluso cuando un genio sea capaz de plasmar en conceptos sus conclusiones sensibles, nadie que no posea la sensibilidad para esa cuestión podrá comprender nunca el sentido de su exposición y su entendimiento se limitará a lo conocido en otras experiencias, luego malinterpretará su sentido. Además, como sabemos, todo hombre social valorará las conclusiones sociales, que son una falsificación de la vida, por lo que está predeterminado para confundir el sentido de la realidad.
En cuanto al contenido de las definiciones que nos ofrecen los sabios sobre el arte, ya hemos insinuado, al tratar la cuestión anterior de los sabios, que tales definiciones son incompletas, son auténticas tautologías en el sentido despectivo del término, una repetición inútil y viciosa.
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