BORRADO DE MURALES DEL RÍO MAPOCHO: ARTE E INCOMUNICACIÓN SOCIAL
Borrado de murales del Río Mapocho: arte e incomunicación social
Por: Ximena Jordán - ximejordan@gmail.com
Pocas veces encuentro NADA rescatable en un trabajo de arte. Muy pocas veces. Y cuando sucede de ese modo, asumo que hay un componente subjetivo fuerte en dicha percepción. Es decir, asumo que es debido a mi propia sensibilidad que la obra no me agrada, más que por causa de un problema respecto a la obra en sí. Como en este caso.
La última obra de Catalina Rojas, artista visual chilena, con estudios y experiencia tanto en Chile como en Estados Unidos, "me superó". Quizás porque me enteré de ella de “mala manera”, cuando supe el revuelo que había causado entre los artistas muralistas y/o grafiteros, quienes plasman su arte en las laderas del rio Mapocho, el hecho que los murales que ellos vienen pintando y retocando en dicho sector hace años hayan sido borrados para dar ejecución a la obra de Rojas. El borrado se hizo así, "sin piedad", como si se tratara de borrar rayados que no tuvieran valor alguno. Los muralistas exigieron explicaciones y les fueron dadas, sin embargo, el hecho, a mí me parecer, es escandaloso de todos modos y las explicaciones apenas aminoran la falta.
Así como en todos los rubros profesionales, se supone que entre artistas existe una implícita cooperación profesional, una ética profesional que no está escrita pero que debería operar según el criterio de cada uno. Se supone los artistas que ocupan la calle como lugar de expresión deberían reconocerse como artistas, primeramente, entre ellos, principalmente en los casos en que se trata de obras de arte evidentemente serias tanto en intención como en ejecución, como lo "eran" los murales del Mapocho. Se supone que una artista como Catalina Rojas, con estudios y experiencia artística de calidad tanto en Chile como en los EE.UU, tiene el criterio estético lo suficientemente formado como para dilucidar cuándo una intervención en una muralla corresponde a un rallón sin ninguna altura artística de miras y cuándo es una obra de arte callejero, con las connotaciones expresivas y sociales que éstas por lo general implican. No obstante, en este caso, ninguna de estas suposiciones se materializó.
Ahora bien, la artista objeta que la eliminación de estos murales estaba dentro del plan predeterminado por la Municipalidad de Santiago y que "no está relacionado directamente con el proyecto de arte de su autoría" (ver en artículos relacionados, al final de este texto). Si este fuera realmente el caso, aún me parece de muy poco cuidado tanto en lo profesional como en lo social que una artista visual que ocupa espacios públicos para la elaboración de sus obras, no se preocupe de no verse involucrada, aunque sea aparentemente, en la eliminación de creaciones de quienes son, indudablemente, sus colegas. Me explico: en términos ideales, la artista ha debido tener la consideración de dejar un espacio de tiempo considerable (a los menos 3 meses) entre la eliminación de los murales y la ejecución de su obra de arte, de manera que no se pudiese entablar relación alguna entre la primera acción, que es inminentemente destructiva, y la creación de la obra de Catalina Rojas. Si ese tiempo intermedio se hubiere respetado, la responsabilidad por el borrado de los murales hubiera recaído en su totalidad en la Municipalidad y la versión de los hechos entregada por Catalina Rojas parecería, sin dudas, harto más creíble.
Lo que ocurre además, es que los murales del Mapocho, que eran lienzo de expresión para muralistas y artistas grafiteros de connotado renombre a nivel metropolitano y nacional, fueron borrados para la proyección de murales de luz. Debido a esto la acción del borrado se percibe como agresiva y prepotente, pues, con los hechos, esta decisión parece expresar que estos murales pintados por artistas callejeros nacionales no son lo suficientemente valiosos desde el punto de vista estético como para preocuparnos por su preservación; es entonces adecuado eliminarlos para colocar estos otros murales de luz creados por esta otra artista nacional que viene llegando de EE.UU y tiene no sé cuántos estudios y títulos…Si yo lo percibí de ese modo, considerando que la ÚNICA relación que tengo con este suceso es mi punto de vista de espectador crítico, imagínese cómo les tiene que haber caído la “gracia” a los mismos artistas autores de los trabajos que fueron arrebatados.
Creo que no hay que tener ningún tipo de resentimiento social para percibir esta acción como la clara sobre valoración de una manifestación de arte público sobre otra, realizada de un modo bastante arbitrario, pues, honestamente, los murales de luz que lucen como reemplazo de los murales tradicionales, dejan, a mi parecer, bastante que desear.
No obstante, supongamos que no es así. Supongamos que mi opinión no es asertiva y que realmente los murales de luz de Rojas son una obra de calidad artística y estética inigualable. Supongamos que la ciudad de Santiago no podía perderse de tamaño aporte a la cultura y que valía la pena arrasar con todo lo que fuera necesario para ver materializado este proyecto. Aún así, y considerando esta como una opinión igualmente válida que la mía, hay “maneras y maneras” de hacer las cosas.
Además de dejar pasar el lapso de tiempo necesario entre el borrado y creación de la nueva obra que mencioné un par de párrafos atrás, hay otras medidas preventivas de conflicto que podrían haber sido tomadas con un mínimo de esfuerzo y de voluntad y que no son más que la aplicación de sentido común (el menos común de los sentidos según Inmanuel Kant...) tanto como de ética profesional básica al asunto. Medidas tales como: a) ubicar a los artistas callejeros respectivos (muy fácil: ¡están en Google!), concertar una reunión y ponerlos en conocimiento del conflicto de intereses con respecto al uso de ese determinado espacio público. b) solicitar la autorización de los artistas para borrar las obras, solo después de haberlas documentado visualmente y de entregar dicha documentación a sus autores.c) donar materiales a los artistas para que puedan reponer sus creaciones una vez que el proyecto de muralismo de luz haya culminado. Con la aplicación de todas o algunas de estas medidas, se hubiera evitado el considerable roce profesional y social que condujo esta situación.
Alguien podría objetar me que las medidas preventivas por mí planteadas son poco realistas, pues los artistas callejeros probablemente no hubieran accedido a un plan que involucrara el borrado de sus creaciones. Sin embargo, dicho supuesto no se aplica en este caso, pues lo cierto es que los artistas callejeros conciben sus obras como mayoritariamente efímeras y que tanto el recambio como la rotación de las mismas está contemplado como característica esencial del tipo de arte que ejecutan. Esto, siempre y cuando sea realizado en igualdad de condiciones, es decir, artista callejero v/s artista callejero y mural por mural. Consecuentemente, dicha autorización hubiera sido dada porque responde al mismo código que manejan los artistas muralistas entre ellos (esto lo sé porque conozco como funciona dicho gremio y porque ellos mismos lo declararon cuando se produjo el conflicto) Ahora bien, considerando esto, la pregunta es ¿por qué esta artista no se dio la molestia de igualar las condiciones entre su proyecto artístico y la obra pre existente de sus colegas muralistas, al menos de modo formal?
Explicaciones pueden haber muchas, entre ellas falta de criterio, falta de voluntad, falta de interés, etc. Se podría asumir que existe un desconocimiento escalofriante entre los diversos sectores de nuestra sociedad; desconocimiento que alcanza a la consideración que diferentes gremios de artistas tienen entre ellos. De acuerdo con esto, quizás Catalina Rojas ignoraba el hecho de que los artistas que estaban detrás de aquellos murales son expertos contemporáneos en el tema del arte callejero y que velan por la apropiada exposición, retoque y renovación de sus obras. Quizás Catalina pensó que a nadie le afectaría la remoción de estas creaciones y que Chile no cuenta con muralistas y grafiteros de tiempo completo, profesionales en este oficio, quienes distribuyen sus creaciones tanto a nivel nacional como internacional. Y de ese punto de vista, si Catalina Rojas no impidió ni objetó el borrado de los murales, quizás fue desde la ignorancia y desde la buena fe. Es decir, porque no se le ocurrió. Si esta es la realidad, me parece igualmente indeseable.
¿Por qué, concretamente, borraron los murales? Para proyectar obras de arte a través de luz. Estas no son muy perceptibles en vivo y en directo, pero están claramente visibles en el sitio web www.museoartedeluz.cl, donde usted también puede enterarse de los detalles técnicos del proyecto. Es un buen sitio de difusión de este proyecto de arte; vale la pena echar un vistazo.
Con respecto al encuentro personal con la obra, he estado ahí preguntando a supuestos espectadores al respecto y la verdad, el transeúnte normal no entiende muy bien de qué se tratan las proyecciones porque las imágenes no se distinguen con claridad. “Feo” no se ve, pero tampoco se reconoce, mirado desde las orillas del río, que esos reflejos de luces son una propuesta artística, ni se distinguen los íconos que las proyecciones recrean. Catalina Rojas ha hecho otras instalaciones de ese tipo en fachadas de edificios y superficies verticales y anchas en las que se puede distinguir lo reflectado, no obstante en esta propuesta prácticamente no se distingue nada más que colores y manchones. Al parecer, el soporte elegido no fue el ideal.
Bueno, quizás es cosa de gustos. A mí, Ximena Jordán, no me gusta. Tampoco me gusta el hecho de que el sitio web del proyecto declare que en su inauguración las proyecciones fueron vistas por 65.000 personas, como si hubiera habido un tipo con esos cuenta personas de los museos contando uno por uno a los asistentes. Tampoco me parece realista que se diga en dicho sitio que las obras serán vistas por 2.000.000 de personas, como si ese número fuera tan fácil de escatimar. Incluso suponiendo que lo ven todas esas personas, tomando como base numérica un conteo de los transeúntes que transitan por el borde del río de forma recurrente, de ahí a que las obras sean entendidas y apreciadas por ellos como "arte de luz" hay, realmente, una distancia grande. Y aunque esta distancia es típica entre el espectador y el arte conceptual contemporáneo, teóricamente debería ser menor en el arte que se considera público, pues éste está pensado para ser recibido por un público altamente heterogéneo. Es decir, idealmente, el arte público debe ser claro. Y créanme, así sucede en la mayoría de los casos, pues está pensado para todos y no para un grupos de elevados intelectuales, como sí ocurre a veces, y con justa razón, con el arte encerrado en los museos.
Aunque no me gusta la obra de Rojas, sí me parece signo de desarrollo que todos los artistas tengan su lugar de renombre y que las expresiones que nos parecen poco aportativas a algunos, pero interesantes a otros, tengan la oportunidad de hacerse cabida y de generar debate. Lo que no me parece es que esta oportunidad traiga aparejada la interrupción de las obras de otros artistas, sin mediar un protocolo profesional previo y transparente. Sin duda, mi apreciación de la obra de Rojas sería un tanto más positiva si su ejecución no hubiese dado pie una confrontación profesional y social, de esas que Chile ya tiene suficientes a nivel político y socio-económico…como si se necesitaran además en el ámbito del arte y más encima, en el contexto del arte que se dice ser PÚBLICO.
Espero que si pasa por la obra de Rojas, la disfrute (si es de su gusto) y que al mismo tiempo, cuando se encuentre con murales pintados al modo tradicional, los mire con el mismo respeto y atención, pues el hecho de que la municipalidad de Santiago y Enersis no estén detrás de su ejecución no les resta calidad artística ni aporte estético. Por el contrario, el arte callejero siempre ha estado al margen de la legalidad. En Chile, en el barrio Bronx de Nueva York, en las estaciones de tren de la ciudad Melbourne…es simplemente parte del estilo. Al menos, entre artistas, esto debería ser reconocido y respetado.
Si los mismos artistas no se consideran y respetan entre ellos en sus diferentes tendencias, ¿qué nivel de comprensión podemos esperar de las autoridades y del mismo espectador? Hay que "partir por casa", creo yo...
Ximena Jordán
Máster en Curaduría del Arte, Universidad de Melbourne
Licenciada en Estética PUC
Email: ximejordan@gmail.com
Imágenes: las imágenes de este artículo no son de mi autoría. Por favor poner el cursor en cada una para localizar la correspondiente fuente de la imagen.
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