POÉTICA DEL OUTSIDER
POÉTICA DEL OUTSIDER
Desde Venezuela, Carlos Yusti
He conocido una buena cantidad de poetas. Muchos tienen un ego tan leudante que a la larga esto los convierte en alimañas insoportables. Algunos otros son sólo unos chapuceros en eso de las metáforas y a veces su vida es lo realmente poético. Otros, muy pocos, asumen la poesía desde el asombro aciago de la sensibilidad. Cuando conocí a Francisco Arévalo supe que estaba en presencia de un artesano de las palabras, frente a un alquimista del lenguaje que se aventuraba por encontrar la piedra filosofal de esa metáfora desollada a media calle, que buscaba otros derroteros para asumir ese inefable oficio de poeta.
Francisco Arévalo tiene tantos libros de poesía escritos como barras de bares recorridos. Nadie pone en duda su capacidad etílica y mucho menos sus dotes de áspero poeta urbano. Destaco esto porque el poeta es en muchos aspectos un sensible catador de la vida más allá de ese papel celofán de apariencias y realidad que la envuelve. Un poeta tiene puntos de contacto con el santo gracias a su verbo y otras veces conecta con su demonio cuando intenta vivir su existencia con desinhibida espiritualidad.
Uno que trata de leer, vivir y beber mucha literatura a veces corre el riesgo en convertirse en personaje de sus andanzas, de que nadie tome en serio eso de trabajar con las palabras desde la concienzuda paciencia del artesano. En Valencia nadie daba un centavo por mí, nadie creía que algún día llegaría a escribir un libro y para colmo publicarlo. Sin duda con Arévalo ha ocurrido otro tanto en estos parajes de hormigón de Ciudad Guayana que él pregona y canta en sus poemas.
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