DEBIÓ SER UN ANIMAL DE SUEÑO
DEBIÓ SER UN ANIMAL DE SUEÑO
Desde Panamá, Rolando Gabrielli
Plantada en la rotunda estética de su arquitectura visual, hembra de huesos ardientes, animal vertebrado en la magnífica, brutal esencia de lo serenamente irracional, Henriette Théodora Markovic, se dejó caer desde Buenos Aires, a sus 19 años, en el París de los años veinte, de todos los sueños posibles y los que se inventaban cada día en la atmósfera surrealista. Había nacido en Francia, París, pero estudió hasta esa edad en la reina del Plata. Venía con más de cinco sentidos, dispuesta a comerse con los ojos, la piel, el mundo que se le presentaba alucinante en la gran vitrina parisina. Alta, morena, sensual, dormida como un trébol, la enigmática baraja, el Tarot de quien se llamaría artísticamente Dora Maar, entraba al juego de la vida.
A Dora Maar se le conoce como la amante de dos mitos del arte y la literatura, monstruos sagrados, iconos: Georges Bataille y Pablo Picasso. Fue muchas más que eso, apéndice de artistas e intelectuales, imagen pasional, audaz vitrina de sí misma, antología de sus noches. Así escribe Bataille en su libro El Poder de la Palabra , un texto titulado: El Erotismo. " En medio de un enjambre de muchachas, desnuda Madame Edwarda sacaba la lengua. Ella era, para mi gusto, encantadora. La elegí: ella se sentó cerca de mí. Apenas tuve tiempo de responder al mozo: tomé a Edwarda que se abandonó: nuestras bocas se juntaron en un beso enfermo.
Enviar un comentario nuevo