Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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El Navegante

Ana Belen López Maestre, Artista novel 2

El arte como lenguaje

                                    

Por Mario Rodríguez Guerras

direccionroja@gmail.com

1. Introducción

La afirmación, que nadie rebate, de que el arte constituye un lenguaje bien parece una verdad asentada ya como concepto en la sociedad del que nadie duda pero del que nadie parece saber nada más aunque se presente como innecesario todo intento de dar ulteriores explicaciones –y de atenderlas.

Nuestro empeño en resucitar esta cuestión nace de nuestra oposición a las numerosas teorías que identifican el arte del siglo XX con la subversión y llegan a la conclusión de que toda manifestación de un artista plástico debe ser corrosiva si quiere ser arte.

  

Ana Belen López Maestre, Artista novel 1

No ocultamos nuestro desconsuelo por el hecho de que se  haya visto en una manifestación tan noble un uso tan interesado y que se haya llegado a identificar los fines con los medios y, más aún, que, se haya conseguido establecer esta forma de analizar el arte como la única forma, si no posible, si admisible por la sociedad en la que el cargo de sus defensores convierte sus deseos en leyes.

Hemos manifestado en varias ocasiones, y seguiremos haciéndolo, pues es ejemplo es suficientemente convincente, que güelfos y gibelinos utilizaban el gótico con fines opuestos, de lo cual no cabe sino deducir que la intención de aquellos nada dice del gótico, que se extendía por encima de sus disputas. Esta forma de utilización de un estilo demuestra también que el arte no siempre ha sido corrosivo, y la historia enseña que, al contrario, el arte se ha empleado secularmente para ensalzar el poder, solo recientemente para cuestionarlo. Aunque esta afirmación constituye más bien descripción pues, bien mirado, es el pueblo el que últimamente parece poseer el poder y el empleo del arte es una de las formas que utiliza para reclamar sus derechos.

  

Ignacio Hábrica, El poeta regresa

2. La comunicación

La existencia de una información que se quiere trasmitir es el origen de la comunicación. Esa información puede tratar: a) de sentimientos, b) de sucesos y c) de datos o conclusiones. Veremos que al igual que existen tipos de información existen tipos de mensajes, por cierto, que serán los mismos tipos y consecuencia de ellos.

    

Silvia Iris Fontaine, renunciación

César Santander, Roger Rabbit

Silvia Gleisner, Lugares habitados I, representada por galería Montecatini

De lo dicho se puede deducir la diferencia entre información y comunicación, la comunicación es la forma de trasmitir información. El mensaje es otro de los elementos de la comunicación. El mensaje es la forma en la que se contiene la información. La trasmisión es la forma de hacer llegar el mensaje a un tercero.

  

Ignacio Hábrica, Poeta y multitud

                                                                                                                                                                                           

3. La información

La existencia de la comunicación corresponde a una necesidad, el deseo de trasmitir una información. Entonces, la información es un elemento previo a la comunicación que se habrá obtenido por otros medios que ahora no interesa analizar. Pero, a la vez, la información era el contenido del mensaje. Finalmente, la información acabará en poder de un tercero. La comunicación es un medio para lograr un objetivo.

Podemos denominar a este proceso de traslación de un conocimiento de una persona a otra como el sentido de la comunicación que es lo que la da origen, es, por lo tanto, su fundamento.

  

César Santander, en su estudio

4. El mensaje

La causa de que se produzca la comunicación debe ser algo empírico, la traslación del mensaje que debe ser algo real susceptible de manipulación.

La información es solo un conocimiento. El emisor debe trasformarla en objeto real (aunque puede ser inmaterial), en voz, escritura, pintura… para poder trasmitir algo cierto, es decir, debe configurar el mensaje. En el mensaje podemos distinguir, como en el arte, la materia, la técnica y la figura o bien, eligiendo unos términos adecuados a la cuestión, los elementos, las formas y los medios.

    

Bruno Fargueta Casanova, Diálogo

Silvia Iris Fontaine, Escape en el rayo de luz

David Aguilera Cobos, chica suelo

Los elementos son: a) el concepto abstracto, b) la forma representada y c) la imagen sensible.

Las formas del mensaje son tres, a) la forma verbal, b) la forma figurativa y c) la forma figurada.

Los medios de mensaje son, también, tres pues son consecuencia de las formas y son: a) El lenguaje, hablado y escrito; b) La representación, mediante signos o formas; Y, c) la mímesis,  por medio de gestos (la mímica) o de signos convencionales (las señales).

  

Carlos andino, Las tres gracias (dos versiones)

La comunicación se ejerce, como hemos dicho, por distintos medios: Lenguaje, representación y simulación. Los medios poseen tipos: hablado o escrito, para el lenguaje; formas o signos, para la representación; y gestos o señales, para la mímesis.

Existen modos distintos en la ejecución, por ejemplo, prosa y verso, estos producen los “estilos”. Dentro de estos también encontramos diversas formas de expresión, por ejemplo un lenguaje culto y otro vulgar, lo que denominaremos “modos”.

  

Eduardo Salinas, Universo

5. El contenido

La razón de la comunicación es alcanzar un fin determinado. El emisor pretende convencernos de que aquellas ideas que nos presenta son ideas universales cuando quizás solo expresan su interés, aunque es cierto, que ese interés se corresponde con la corriente del pensamiento de su tiempo y, entonces, queda confundido lo universal con lo coyuntural y, por ello, la información no posee un valor superior a la “verdad” que pretende destronar y casi siempre ocurre que la vieja verdad era superior, en cuánto idea, a la nueva pero sus protectores la corrompieron en la búsqueda de su beneficio personal.

  

Carlos andino, Venus de Ibiza

El fin de la creación artística, como la creación de cualquier mensaje, es expresar un determinado modo de sentir, mientras que el fin de la comunicación, que pudiera parecer algo más aséptico pues parece que se limita a trasmitir una información sin valorarla o defenderla, insiste en ese mismo pensamiento pues el artista le ha reafirmado al crear su obra de acuerdo con el estilo de su tiempo. Esta ambivalencia de contenido y medio que aparece en el arte no resulta tan evidente en el lenguaje y es tan profunda en la simulación que parecen confundirse.

  

    Bruno Fargueta Casanova, Lectura

Silvia Iris Fontaine, Go ahead

David Aguilera Cobos, Chica de la falda

Que ese contenido posea un valor universal, temporal o personal, dependerá de la percepción que el artista tenga de la existencia. El artista hace dos cosas, crea una información a su gusto y la trasmite mediante la elaboración de una obra de arte ejecutada a su manera. La relación entre el pensamiento general de un tiempo y el modo de representación artística están tan íntimamente ligados que, en general, todo artista expresará mediante un estilo temporal las ideas de su época. Las ideas universales son muy elevadas pero no son útiles a la vida, son hitos sobre los que tomar medida del pensamiento de cada tiempo. Y, en cuanto al interés personal, aparentemente despreciable, goza de gran éxito y, desde un punto de vista artístico, ello no impide que se pueda analizar el medio empleado para trasmitir ese contenido.  La trasmisión, como se puede entender, no constituye objeto de nuestro interés, es la simple exposición de la obra.

  

Eduardo Salinas, Tentación

6. La intención

Cuando Manzoni dice “mierda” produce un efecto corrosivo contra lo que la cultura tradicional entendía por buenas formas pero no por ello se ha dicho nada acerca del lenguaje pues el señor Manzoni ha podido decir “oro” ya que el lenguaje del arte se lo permitía. El artista que quiere trasmitir una información elige los conceptos con los que configurarla. Si el artista desea ser corrosivo dirá “mierda”, si desea ser diplomático dirá “oro” pero cualquiera que sea la intención del artista esa no debe extenderse al arte.

La escatología manzoniana no significa que el arte sea escatológico y solo demuestra la capacidad de expresión del arte, es decir, que el arte puede expresar cualquier cosa que desee trasmitir el artista. El efecto corrosivo no pertenece al arte, pertenece al artista. El arte es aséptico, no existe un arte en sí corrosivo, lo que se ha producido es, por parte de los sabios, una interpretación corrosiva del arte y, en algunos casos, por parte de los artistas, una utilización corrosiva de sus obras.

  

César Santander, O/L, Daisy at the Mirror

Pero incluso esta interpretación que han hecho los sabios de asignar un efecto destructor al arte como ingrediente necesario de la creación es una descripción parcial, luego esa interpretación es falsa, ya que la corrosión solo se produce en las personas que tienen una ideología contraria a la del artista y entre sus correligionarios su obra no produce malestar sino satisfacción. Con su astuta interpretación del arte, los sabios se han asegurado de que sus oponentes no pretendan utilizar el arte en su contra.

El hecho de que en el idioma español exista la palabra mierda no significa que nuestro idioma sea corrosivo. Lo corrosivo será el uso de ciertas palabras por ciertos artistas de forma inoportuna. Y el hecho de que la teoría artística haya definido el arte del siglo XX como corrosivo solo demuestra una cosa, que quienes se ocupan del arte son hombres muy comprometidos políticamente pero muy poco teóricos. Diga lo que diga el artista, bien mierda, bien oro, la labor teórica debe ser analizar la forma y el origen de ese lenguaje, no algunos de sus efectos, nunca las intenciones personales de su empleo.

  

César Santander, O/L, 29 crayons

El reto al que se tienen que enfrentar los sabios, una vez descubierto que la corrosión no es una definición del arte, es, no qué cosa es entonces el arte porque nosotros ya lo hemos establecido, el reto es aceptar nuestra conclusión, que el arte del siglo XX solo es ciencia.

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Escáner Cultural nº: 
136
MUY BUENO MUY BUENO
MUY BUENO MUY BUENO
Arte y lenguaje Como era de esperar, han surgido opiniones –y digo bien– cuestionando la exposición que he presentado acerca del lenguaje del arte, una cuestión de la que, por cierto, hay en Google noventa millones de referencias, señal de que no soy la única persona que defiende esa interpretación. 1º.- Dicen que el arte no es un lenguaje, pero no han sido capaces de dar una definición del arte, entonces, ¿cómo pueden afirmar que el arte no es esto o aquello si no saben si es una cosa o la otra? Lo aclaramos: No pueden hacerlo en el mundo del conocimiento, pero, en su mundo social, pueden hacer lo que quieran. 2º.- Estos sabios actúan de forma irreflexiva y no se percatan de la contradicción en la que incurren con su crítica, a saber, ponerse a hablar de lo que no saben mientras acusan de ignorante al contrario, por lo que corren el riesgo de salir malparados intelectuialmente. Un sabio que comete este error de cálculo ¿Podría algún día llegar a establecer la verdad del arte? Solo por una afortunada casualidad. 3º. - Nuestros sabios siguen haciendo distinción entre el arte tradicional y el moderno. No se han enterado de que son la misma cosa, porque el arte es una “cosa” –y, por eso, se puede definir. Además, una vez que se conoce su naturaleza, se ve que no es tan difícil interpretar el arte moderno (solo lo es por la variedad tan enorme de estilos existentes) y que el arte del pasado, también, requiere de una interpretación, pues que sea identificable lo que se ve no significa que se haya llegado a comprender su origen; el arte figurativo es más que imitación, la imitación es un medio. Aun sabiendo que es inútil pretender darles razón de nada, daremos alguna más: Lo que no es condición del arte, ni del actual ni del pasado, es ser corrosivo. La corrosión es la intención del artista que solo se puede lograr si, mediante la obra, es posible trasmitir su opinión. ¿Que la comunicación exige una respuesta? Y cuando un cartel dice Zamora, bar, teatro, ¿qué respuesta espera el creador de esas señales? Por otra parte, la función, o sea, el uso (para qué), nada dice de su naturaleza (qué), a eso se le llama confundir churras con merinas, y aquí los sabios nos demuestran su poca claridad de ideas. En contra de las corrientes actuales que declaran que la belleza no es condición del arte, otros nos dicen que, en el arte, prima la función estética; sea o no cierto, nos remitimos a lo dicho sobre la distinción entre la función y la naturaleza. Y, en definitiva, si el arte no es comunicación, ¿cómo es posible el espectador? Como vemos, los sabios tienen dificultad hasta para realizar simples descripciones con precisión. En el estudio del arte que hacen los sabios ¿no será que lo que falta es un “sistema de análisis” adecuado, o, más bien, que lo que sobra es tanto sistema? Con estos lastres en sus alforjas, es imposible que puedan iniciar la búsqueda de la verdad, pero hablan de ella como si la conocieran y dando por sentado que nosotros la ignoramos. A pesar de todo, los sabios pueden dormir tranquilos, la sociedad está organizada de tal forma que defiende a todo aquel que ostenta un cargo y a quienes respaldan las verdades sociales para que nada cambie y ellos puedan mantener sus privilegios
Arte y lenguaje. Nota 2 De nuevo, se ha colado en la discusión sobre la naturaleza del arte la versión de otra vaca sagrada cuyas deposiciones –mentales– deben ser respetadas, ¡Qué digo respetadas!, asumidas, aceptadas y deglutidas por las buenas gentes del mundo social del que emanan los sabios ignorantes que nos ciegan con su deslumbrante oscuridad para convencer a los domesticados ciudadanos de que si ellos no ofrecen la verdad no es por incapacidad sino por absoluta imposibilidad ya que lo que no es no se puede definir. Viene esta nueva versión a dar satisfacción a todo cargo y a todo poseedor de los avales de ese mundo artificial cuya solvencia podría haber quedado cuestionada por un par de palabras provenientes de otro mundo, el del conocimiento, un mundo despreciado por los sapientes ignorantes solo porque no saben llegar a él, y nos salen con que las uvas están verdes. Y advierten: Cuídense los demás, también de comerlas. La estrategia empleada por los poderosos es válida y aceptada en ese teatro en donde la conducta humana es tan artificial que ya nadie reconoce la autenticidad, razón por la cual el gesto huero sirve a los efectos de defender todo aquello que ha sido establecido en la moderna sociedad, que ha acabado convencida de que vive en el mejor de los mundos posibles, y no de que se haya hecho a medida de los poderosos y, como vemos, de los falsarios. Los príncipes y los vasallos defienden lo establecido, unos por interés, otros por prudencia. Así, las ocurrencias son alabadas no por su verdad sino por defender sus posiciones. En contrapartida, tienen la garantía de que ninguna verdad que no sea la suya será jamás admitida. La calidad de la literatura con la que se expresan (muy poco adecuada para tratar sobre cuestiones teóricas), los conocimientos sobre la historia del arte y las poéticas –e inexplicadas- alusiones a lo trascendente o emocional –que no ofrecen razón de nada–, sirven en la sociedad para justificar el alegato en defensa de los sapientes, pues no puede ser otra cosa un texto carente de contenido preciso sobre el asunto que en él se trata, ni el autor podría, honestamente, haber tenido otra intención, como se demuestra cuando, en un escrito sobre el arte como lenguaje, se limitan a tratar de lo narrado con el lenguaje artístico, en lugar de analizar ese lenguaje, que era lo prometido, y nadie se percata de la tergiversación ni quiere hacerlo. Pero, como decimos, qué importa el contenido si la intención es justificar un mundo que va a ser el juez de la controversia. La corrupción está en el origen de esta cultura y se muestra en cada cosa que hace. No obstante, al inquieto espectador y buscador de explicaciones no se le engaña, y ni el prestigio de los pensadores ni la abundancia de pensamientos le satisfacen, como tampoco la supuesta imposibilidad de alcanzar una definición. El pueblo llano solo respeta a los sapientes cuando se haya en el mundo social, cuando debe expresarse en público, pero, en el pequeño reducto de su fuero interno, está convencido de que, si algo existe, debe tener una explicación, por lo que los argumentos que se le imponen le desentonan como un gallo en el canto de un tenor. Por eso mismo, algunas veces, nos hemos preguntado –retóricamente, por supuesto– por qué los sapientes siguen pensando sobre algo que no comprenden si lo que no se comprende no se puede llegar a conocer. Cualquiera que no ande falto de luces habrá entendido que ellos están obligados a cumplir con su función social y nadie les puede exigir nada más. Dado que podrían adquirir la verdad (pero no a menor precio de las mentiras), se demuestra que la verdad no es cosa de su interés, y se comprueba que hasta las pequeñas muestras de verdad las desprecian. Su postura es su castillo, y pretenden que sea inexpugnable. Los sapientes emanados del mundo social no defienden el conocimiento, lo que defienden es su prestigio. El conocimiento es su enemigo y es lo que combaten. Mario R. Guerras

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