Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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“Las manos de la protesta”. Oswaldo Guayasamín.

 

Aunque no quieras somos uno, mon amour

Latinoamérica sobre otra… y otra… y otra…

 

Muñozcoloma
munozcoloma@yahoo.com - www.munozcoloma.com.ar - http://munozcoloma.blogspot.com

 

Hoy esta casa está llena de ventanas, de hecho los rayos de un sol impropio me han sacado del letargo en que me había sumergido (voluntariamente).  Esta vez ni siquiera puedo hablar de hastío, ya que esa posibilidad siempre implica algo de voluntad y en mi caso me encuentro muy lejos de aquello.  Así que a secas es mucho mejor hablar de letargo y punto.  En fin, la luminosidad del día fue lo que me obligó a desprenderme de lo inmóvil, fue como si la realidad (una de las realidades) cambiara abruptamente, eso sí, para no confundir a nadie tengo que aclarar que estas líneas no son más que un recurso (débil, pero recurso al fin) para hablar de otras cosas (y de éstas).  Pero de seguro no va a faltar algún inescrupuloso, con bastante tiempo libre, que intente buscar (peor si lo encuentra) en estas líneas algún atisbo de realidad.  Por lo pronto sólo debo (voy) a mencionar que no la encontrará ya que siempre he sido políticamente (in)correcto y me he preocupado de sobremanera que a pesar de todo, estos textos tengan la asepsia necesaria de lo ajeno.  No obstante, si lo encuentra, acá estoy… con el pecho al frente.  En esta casa-prisión que se ha erguido, como si fuera otra (siempre es la misma) por encima de las nubes y en ese poco humilde gesto he descubierto, no sin poca calma, que más allá de esas nubes tan recurrentes en estos cielos no encuentro lo celeste, sino más nubes… sí… más aún… grises, pesadas, nostálgicas.

Es como si los cielos que cubren éste imitaran, en parte, a los infiernos circulares de Dante, eso sí, sin la pesada concentricidad, sino organizados pobremente a través de la superposición, como si fueran pequeños grabados confeccionados sobre papel de arroz dispuestos unos sobre otro, fundiendo sus imágenes en una sola, subvirtiendo la realidad, generando un sin fin de posibilidades que pondría contento a cualquier analista social y desanimaría a esos seres que buscan la precisión a toda costa.

Cada imagen del grabado tendría la potencia de configurar una “realidad” en sí misma y son muchos los grabados, si tuviera que decir un número diría catorce… infinito (parafraseando a Borges en la “Casa de Asterión… la verdadera), es decir, podríamos tener en este ejemplo catorce realidades, ninguna menos verdadera que la otra, y más aún también tendríamos como “realidades” a todas las posibles combinaciones de estos grabados, con sus yuxtaposiciones, sobreposiciones, desplazamientos, etc.  A esto habría que sumar la “realidad total”, la suma de todo, el simulacro total, lo suprasumativo, es decir, (desmenuzando) una realidad sobre otra… y otra… y otra…

 

Los mapas de Latinoamérica.  La cultura categorizada para intentar comprenderla.

“…En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el Mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el Mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, estos Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el Tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él. Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y los Inviernos. En los Desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas”

Del rigor en la ciencia”.  Jorge Luis Borges.

 

Quizás el problema nace en la creencia que el sueño bolivariano no es más que un monumento que sólo aspira a lo retórico.

 

La modernidad latinoamericana es un proyecto inconcluso, un proyecto que, seguramente, tiene su inicio más visible en el sueño bolivariano fraguado en alguna Logia Masónica de Cádiz de ahí hacia delante; un sin fin de deseos como la utopía (casi real) de la gran Colombia, un ejército libertador único o citar definitivamente los imaginarios más pragmáticos que soñó Andrés Bello en su idea de delimitar un continente y un contenido relativamente homogéneo (desde su punto de vista, por cierto) a través de la lengua (la gramática, para ser más preciso): “Para Bello la puesta en forma de la oralidad no era sólo un problema académico.  En el mundo hispanoamericano era necesario controlar la oralidad para detener la tendencia a la dispersión lingüística.  A Bello le aterrorizaba la posibilidad de que el español se fragmentara en múltiples dialectos y lenguas americanas, como había ocurrido con el latín tras la expansión y disolución del imperio (…) Bello defiende la unidad de la lengua en función del proyecto de incorporar los territorios dispersos de América al orden del mercado que buscaba sistematizar su dominio”. (Ramos, 2003).

Esta cita de Ramos se puede transformar en el punto de partida de lo que Ángel Rama utiliza como recurso en uno de sus textos cuando plantea que América Latina cuenta con elementos fuertemente unificadores, los cuales referencian al pasado y van desde una historia común a una lengua común y similares modelos de comportamientos (¡fantástico!).  Hasta aquí todo bien, pero cuando uno comienza a hurgar entre los pliegues de esta supuesta unión homogenizadora se encontrará con que América Latina está compuesta por tal diversidad interior que la convierte en un escenario propicio para el desarrollo de tensiones y contradicciones no resueltas hasta el día de hoy.  En los intentos por darle cierta autonomía al continente y en la búsqueda de unidades que dieran mayor comprensión, Rama ha superpuesto un nuevo mapasobre el territorio, al igual como lo hicieran los Colegios de Cartógrafos en el texto de Jorge Luis Borges, donde cartografían el imperio a escala real, la cual termina confundiéndose con la materialidad geográfica y destruyéndose con el paso del tiempo.  En esa lógica, esta nueva cartografía latinoamericana, a escala real también, desenfoca y subvierte los límites políticos tradicionales reasignando y reconfigurando nuevas nomenclaturas, nuevas regiones, (incluso algunos aventurados pretenden “nuevas realidades) las cuales tendrían semejanzas inestimables entre sí.  De hecho Rama considera este mapa más verdadero que el oficial “cuyas fronteras fueron, en el mejor de los casos, determinadas por las viejas divisiones administrativas de la Colonia y, en una cantidad no menor, por los azares de la vida política, nacional o internacional”.  

Pero este mapa reconfigurador (regional), al igual que el del texto de Borges, también comienza a tensionarse y desplazarse por la propia configuración política del territorio ya que es contrarrestado por las normas nacionales que dominan las relaciones internas de cada país (nacional).  Además hay que sumar a esto otros tipos de divisiones que se superponen, como la antropológica de Charles Wagley, que fija tres grandes regiones latinoamericanas: la Afroamericana (costa atlántica, zonas bajas, cultivos en haciendas, esclavitud, aportación cultural negra y fuerte disminución de la indígena, régimen señorial), la Indoamericana (cordillera de los Andes, pisos términos de zonas templadas y frías, fuerte composición indígena, agricultura y minería, dominación hispánica, religión católica) y la Iberoamericana (región templada del sur, tardía colonización, inmigración europea, escaso aporte indígena y africano, ganadería y agricultura, régimen de explotación burgués).  O la división que plantea Darcy Ribeiro, más apegada a los procesos de mestización transculturadores: Pueblos-Testimonio (mesoamericanos y andinos), Pueblos-Nuevos (brasileños, antillanos, grancolombianos y chilenos) y Pueblos-Transplantados (rioplatenses).  Es decir, los mapas superpuestos pueden ser cuantiosos (y no necesariamente excluyentes) los cuales, incluso, pueden ayudar a confirmar cierta unidad latinoamericana, que en el imaginario de los “próceres” se fue gestando a través de la palabra, a través de la ley o a través de la creación de mitos fundacionales. 

 

 

Estas historia vernáculas comunes van a configurar un archivo común, el cual se recitará incansablemente repitiéndose como un mito, pero a la larga no pasará de ser más que narrativa, una (o “la”) espiritualización de un territorio que busca (desde la oligarquía europeizante) insertarse en la modernidad del mundo occidental, manteniendo un espíritu romántico que comenzará a mirar con cierta simpatía al Otro (léase etnias, clases desplazadas, inmigrantes, etc.) para que éste comience a ser un referente que diferencie este territorio de los otros.  Sobre todo, cuando a finales del siglo XIX el proyecto modernizador latinoamericano se volcó a la dominación total del territorio, incluida (sobretodo) la barbarie, el desierto.

Es bajo esta premisa que el archivo se convierte en un depósito de mitos, donde el naturalismo del siglo XIX cederá al encanto ordenador y estructurador de la antropología, como disciplina, y ésta se transformará enun discurso hegemónico en la narrativa latinoamericana del siglo XX (González Echeverría, 1998) haciendo viajar la fuente de transmisión del rito al libro.  En esta necesidad de narrar para configurar un continente, se interpelará al Otro (técnicamente para sacar provecho de él), desde el centro letrado para poblar y aprehender la periferia, porque el abrazo de la modernidad en América Latina es asimétrico (como es de suponer), no llega a todos los lugares de la misma forma ni en el mismo tiempo, también existe una resistencia de lo rural-interior. Luego a diferencia del siglo XIX, Europa deja de ser un modelo a seguir “…ya no se consideraría la meta lógica o incluso deseable de la evolución; la cultura comenzó a concebirse de una manera plural, o mejor dicho, la idea de que la cultura en general, no las culturas nativas vistas desde arriba, constituía el mundo.  Ahora el cambio era precisamente un viraje hacia lo que el nativo decía.  Lo que busca el nuevo discurso no es tanto conocimiento sobre el Otro, sino conocimiento sobre el conocimiento que el Otro posee.” (González Echeverría, 1998).  El problema surge cuando al Otro lo minimizan o reducen a un objeto de carácter celebratorioo estético, quedando inmerso en la práctica turística o definitivamente anclado en la moda, circulando para su consumo como una más de las bondades que ofrece el mercado.Así también se puede señalar el uso de la “mirada al interior” (también geográfico) donde lo indígena o la otredad cobran fuerza emergiendo gracias a la etnografía que colaborará desde su espacio en la conformación de la novela regionalista, que al igual que la disciplina de campo tendrá una postura sinecdóquica, señalando que las partes son un microcosmo que permiten inferir el todo (como lo fractal).  Es así que narrando la microrregión (familia o poblado, por ejemplo) se intentará constituir un imaginario de la región en general, de cualquiera de los mapas o categorizaciones señalados anteriormente.

 

La artesanía como referente de aproximación al Otro se ha transformado en una mercancía apetecida por la moda que circula como un producto más dentro de la lógica del mercado.

 

 

Cartografías de la migración.  Pérdida y apropiación cultural, una manera más de subvertir los límites.

Además de estas “cartografías” existen procesos como el de la migración (campo-ciudad / región-región) que hará que las ciudades centrales crezcan de manera desmesuradas propiciando una serie de tensiones, produciéndose procesos de transculturación, idea que surge desde la antropología para criticar el concepto de aculturación, explicado como “proceso transitivo de una cultura a otra, el cual no consiste solamente en adquirir una cultura sino que implica, también, un desarraigo de una cultura precedente y, por lo tanto, la creación de nuevos fenómenos culturales” (Donoso).  Para Rama esta transculturación es un proceso dinámico que se realiza en todos los ámbitos de la vida socio-cultural.  De ahí que Latinoamérica tenga la particularidad de tener la capacidad de reelaborar la gran cantidad de artefactos simbólicos proveniente desde los más diversos lugares.  Pero la transculturación no es sólo incluir, también tiene la capacidad de ser selectiva en referencia a lo que incluye y excluye en el nuevo discurso o narrativa, distinguiendo cuatro procesos dentro de ésta: la pérdida, la selección, el redescubrimiento y la incorporación.

Menos dialéctica (nada, en realidad) es la visión que tiene Cornejo Polar con respecto a las contradicciones que se presentan en la migración, de la cual menciona que todo proceso migratorio no puede ser minimizado sólo a concepciones que produzcan síntesis, sino que siempre supone una pérdida que obliga a la nostalgia, lo que genera un descentramiento del sujeto, al encontrarse en un nuevo escenario, a lo menos dicotómico, donde no sintetiza, sino que se mueve (transita) en el cruce de prácticas, que muchas veces, son contradictorias (heterogeneidad).

El migrante no es un ”subalterno sin remedio” que se implanta con un sesgo de rechazo en un medio hostil que no logra comprender y no lo logra ser comprendido, viviendo un calvario eterno sumido en un lamento de desarraigo, por lo menos no todo se reduce a eso.  Pero tampoco hay que caer en las estereotipaciones puramente celebratorias que le permiten ingresar a los circuitos capitalistas como deseo cumplido gestado desde la distancia que da la estrechez (o amplitud) del campo en algún momento (imaginario de la cuidad desde la ruralidad).  Lo cual puede servir de ejemplo del discurso dicotómico donde el triunfo y la nostalgia son términos que vivirán en el migrante, así como sus prácticas o modos de producción y de relaciones sociales (pasado) que no desaparecerán al momento de de instalarse en una nueva realidad (presente).  Esta contradicción no dialéctica entre pasado/presente, entre los modos que trae del lugar de origen y las del territorio que lo acoge (o rechaza) posibilitará la construcción de nuevas prácticas o nuevos discursos, particularmente descentrados, porque el migrante hablará situado, al menos, desde dos lugares.  En las propias palabras de Cornejo Polar: “… el discurso migrante es radicalmente descentrado, en cuanto se construye alrededor de ejes varios y asimétricos, de alguna manera incompatibles y contradictorios de un modo no dialéctico.  Acoge no menos de dos experiencias de vida que la migración, contra lo que se supone en el uso de la categoría de mestizaje, y en cierto sentido en el concepto de transculturación, no intenta sintetizar en un espacio de resolución armónica; imagino –al contrario- que el allá y el aquí, que son también el ayer y el hoy, refuerzan su aptitud enunciativa y pueden tramar narrativas bifrontes y -hasta si quiere, exagerando las cosas- esquizofrénicas.” (Cornejo Polar, 1990).

 

“Manifestación” (1934) Antonio Berni.

 

En este sentido, no se pueden dejar de señalar los procesos de desterritorialización y reterritorialización de García Canclini, refiriéndose a los procesos de pérdida de la relación natural de alguna cultura con territorios geográficos y sociales específicos, mientras, al mismo tiempo se configuran relocalizaciones territoriales relativas, parciales, de las viejas y nuevas producciones simbólicas, “…modalidades de organización de la cultura, de hibridación de tradiciones de clase, etnias, naciones”… (García Canclini, 1989).  Ahora bien, Cornejo Polar insiste, en este aspecto, en la no-síntesis del territorio ya que sugiere que el desplazamiento migratorio duplica (o más) el territorio del sujeto, de ahí que pueda tener un discurso doble o múltiplemente situado.

América Latina se configura en una superposición de territorios, en una multiplicidad de discursos, en general, en un descentramiento global de cada región o microrregión que intenta echar mano a un archivo (o ficción de él) que pueda configurar “armónicamente un sujeto latinoamericano” como mito fundacional.  Donde la modernidad, particularmente asimétrica, heterogénea y mestiza, se transforma en un discurso identitario que se desplaza (tanto como el migrante) haciéndose, muchas veces, inalcanzable.  Quizás por esa razón la modernidad latinoamericana es (y puede seguir siendo) un proyecto inconcluso.

 

Fuentes

  • Borges, Jorge Luis.  El Hacedor.  Buenos Aires. Emecé. 1996.
  • Cornejo Polar, Antonio.  Una heterogeneidad no dialéctica: Sujeto y discurso migrantes en el Perú moderno en Revista Iberoamericana. Vol. LXII.  N° 176-177.  Julio-diciembre. 1996. (pp. 837-844).
  • Donoso, Jaime. (Autor-Compilador). Compendio Literatura y formaciones de poder; lo latinoamericano, lo subarlterno y lo postcolonial.  Magíster en Estudios Culturales.  Universidad ARCIS. Chile.
  • García Canclini, Néstor.  “Culturas híbridas, poderes oblicuos” (Cap. VII) en Cultural híbridas.  Estrategias para entrar y salir de la modernidad.  MéxicoD.F. Editorial Grijalbo. 1989. (pp. 263-327).
  • González Echeverría, Roberto.  Mito y discurso.  Una teoría de la narrativa Latinoamericana.  México.  Fondo de Cultura Económica. 1988. (pp. 197-253).
  • Rama, Ángel.  “Regiones, culturas y literaturas” en Transculturación narrativa en América Latina. México.  Siglo XXI Editores. 1990.  (pp. 57-116).
  • Ramos, Julio.  “Saber decir: Lengua y política en Andrés Bello” en Desencuentros de la modernidad en América Latina.  Santiago de Chile.  Editorial Cuarto propio. 2003 (pp. 55-72).

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