APUNTES SOBRE LA MÚSICA GAÚCHA
APUNTES SOBRE LA MÚSICA GAÚCHA
Marcelo Olivares Keyer
I LA CIVILIZACIÓN GAUCHA
Una nada despreciable franja de territorio, desde la Patagonia chilena hasta Santa Catarina en el sur de Brasil, con todos los matices que el clima y la temperatura provocan, es la tierra de los gauchos. Mayoritariamente bañada por las aguas del Atlántico sur, pero abarcando también el laberinto de islas en que se desmiembra el extremo austral de Chile en las gélidas aguas del Pacífico sur, esta trapalanda ciclópea pudo desarrollar una cultura insólitamente homogénea a pesar de esas distancias sobrehumanas. El viento sabe recorrer, como milenario patrón de una inabarcable estancia, este infinito pastizal en el que la mezcla de tribus originarias con europeos ibéricos dio origen a uno de los tipos humanos más consistente, numeroso, indomable, reconocible e “inglobalizable” del cono sur de América: el gaucho, el eterno gaucho, perfectamente identificable desde Puerto Natales a Porto Alegre o desde Tierra del Fuego hasta Tacuarembó. El arribo de otros aportes étnicos desde mediados del siglo XIX no cambió para nada su constitución esencial; al viento y a los pastizales poco les importó, el gaucho ya estaba hecho desde hacía largo tiempo, de modo que croatas, dálmatas, italianos, galeses, alemanes, etc., sólo tuvieron que ponerse a la altura, subirse al caballo, ajustarse un cuchillo entre cinturón y pantalón, otear el horizonte y aprender a seguir la tropa de ganado por las mismas sendas en que tehuelches, aonikenk, querandíes, charrúas y muchos otros habían pasado –no tanto tiempo atrás- siguiendo a pie las huellas de guanacos y ñandúes.
Si el mate, el pantalón-bombacha, el pañuelo al cuello y el cuchillo al cinto identifican al gaucho ante los ojos de cualquier observador básicamente culto, en términos de producción artística su condición de hombre en movimiento, al aire libre, y de comportamiento tradicionalmente áspero, no constituyeron precisamente el mejor abono para una refinada producción en el ámbito de la cultura material. Pero dentro de las artes existe una de la que ningún pueblo escapa, un fenómeno que aparece allí donde haya un ser humano, desde la tribu más primitiva hasta el imperio más sofisticado, ese fenómeno es la música, y la música de los gauchos constituye un universo tan o más vasto que el amplio territorio que representa, siendo su lista de ritmos, matices y combinaciones, un verdadero manantial en el que sumergirse y –quizás- no salir jamás.
II EL MATIZ BRASILEIRO
La maraña de tratados con que portugueses y españoles pretendieron oficializar sus fronteras en América del Sur fue un quebradero de cabeza, lo único claro fue el anhelo permanente de los lusitanos porque la línea divisoria fuese el mismísimo Río de La Plata, y lo consiguieron dos veces: La primera, cuando en 1680 fundaron la ciudad de Colonia do Sacramento justo en frente de Buenos Aires, y la segunda cuando en 1817 –ni tontos ni perezosos- se anexaron sin mayor trámite lo que hoy conocemos como República Oriental del Uruguay. No pudieron quedarse para siempre con ninguna de estas conquistas, pero la estrategia fue inmensamente acertada para consolidar la frontera austral del Brasil mucho más al sur de lo que los primeros tratados, en la época de los grandes navegantes, habían determinado. Así, el Estado de Rio Grande do Sul, como una cuña lusoparlante en el Cono Sur, vino a ser la porción brasileira de la civilización gaucha, constituyendo uno de sus pliegues con mayor autoconciencia identitaria, siendo su inmensa riqueza musical el producto de esta verdadera tripolaridad, no siempre resuelta de la manera más pacífica, entre ser un habitante del Cono Sur, ser brasileiro y sergaúcho tché!
No cuesta mucho imaginar a un trovador riograndensede hace tres siglos entonando una toadajunto a una fogata durante un descanso de la tropa en alguna larga jornada llevando ganado desde Colonia do Sacramento hasta, por ejemplo, Curitiba, mientras los gobernantes, allá en Lisboa o Zaragoza, intentaban definir el mapa de sus imperios. Las fronteras son, a fin de cuentas, una línea trazada sobre un mapa por una mano interesada, mientras los habitantes de las regiones litigadas viven su mundo como lo que es: un mundo, un suelo, un paisaje en el que ninguna línea pasa junto a los pies. Y esto vale inclusive para las mal llamadas “fronteras naturales”, ya que nunca un río, una cadena montañosa y ni siquiera un mar completo impidieron el desplazamiento de los hombres, llevando a cuestas su cultura y mezclándose. Pero el gaucho brasileiro tuvo que hacer algo más que ejercer su “gauchés” desplazándose por las colinas y pampas de la margen izquierda del río Uruguay y del estuario del Plata, mezclándose con sus vecinos castellanoparlantes de la ribera opuesta;tambiéntuvo que esgrimirla y acentuarla para no ser absorbido en un Brasil tropical, carioca/paulista y amazónico, ya que el gaúcho es un brasileiro que conoce el frío y la escarcha, un brasileiro de poncho y mate caliente. De esta manera, y volviendo al inicio de este párrafo, no cuesta imaginar un trovador gaúcho del siglo XVIII sencillamente porque esa esencia está perfectamente viva, y basta con internarse por algún arcilloso camino, lo más alejado posible de las rutas turísticas, para encontrar algún desgarbado y sonriente gaiteiro, enfundado en su acordeón como en una coraza, cantando con el mismo acento de sus bisabuelos, las mismas canciones de los tiempos del rey Joao y la reina Carlota Joaquina.
III GAITA, CORDEONA, SANFONA
Si la guitarra o viola (violao), junto al bombo legüero (porque se puede escuchar a una legua) y el humilde pandero, constituyen la base ancestral de la música de los gauchos, desde el siglo XIX el instrumento por excelencia de los gauchos del Brasil es el acordeón, llamado gaita; aunque escuché a más de un músico de aquellos pagos llamarle sanfona, e inclusive a otros decirle cordeona. Algunos me dijeron que gaita, sanfona y cordeona son tres tipos de acordeón, pero otros me confidenciaron que es lo mismo o que nadie sabe en realidad cuál es la diferencia. De lo que no cabe la menor duda, es que la música gaúcha es el reino del acordeón, llámese como se llame.
Al igual que el blues, que hasta los años 40 fue la joya mejor guardada del sur de los Estados Unidos, la música gaúcha fue hasta más o menos esa misma época una rareza que pocos aventureros de otros pagos realmente conocían; y así como a partir de los años 40 en el gran país del norte los bluesmen comenzaron a pasar de andrajosos y descalzos a estrellas de la noche gringa, en estos otros estados unidos los músicos del sur comenzaron también a asomar sus narices en el gran país tropical. Y el asalto fue por partida doble.
Por una parte, investigadores, recopiladores y escritores comenzaron a recorrer cada rincón de Rio Grande do Sul para determinar no sólo cómo canta, toca y baila un verdadero gaúcho; también cómo saluda, cómo galopa y hasta el ancho exacto del pantalón bombacha. Esta labor, llevada adelante por gente como el escritor Barbosa Lessa, el comunicador Dimas Costa y el hacelotodoPaixao Cortes, culminó con la fundación del Movimiento Tradicionalista, cuyo legado más tangible hoy, aparte de una larga lista de normas e indicaciones, fue la instauración de los C.T.G. (Centro de Tradiciones Gaúchas), edificaciones presentes en todas y cada una de las ciudades del Estado de Rio Grande do Sul, en donde bajo sus amplios aleros se bebe, come, baila y hace de todo como debe hacerlo un genuino gaúcho.
Mientras los adalides del Movimiento Tradicionalista iban –cual Moisés- imponiendo sus tablas de la Ley, en lo estrictamente musical despuntaban dos figuras fundacionales: Pedro Raymundo (1906-1973) y Gildo de Freitas (1919-1982). El primero, sin ser estrictamente gaúcho ya que nació en el Estado vecino de Santa Catarina, se ganó el cariño del público brasileiro con sus canciones ingenuas, campechanas y simples, y con su estilo humilde de campesino honrado, plasmado en el suceso de su canción Adeus, Mariana. El segundo, todo lo contrario, conquistó a la otra mitad del público con su impronta de gaucho rudo y grosero, ostentando una espinosa biografía a la altura de estos dos conceptos.
En lo personal, y como señalé en un artículo anterior, junto a los pilares de Pedro Raymundo y Gildo de Freitas, la trilogía fundamental de la música gaúcha la completa el controvertido “Teixeirinha” (Vítor Mateus Teixeira, 1927-1985), quien, equidistante entre la bonhomía de Pedro Raymundo y la rudeza de Gildo de Freitas, esgrimió hasta cotas más altas tanto el sentimiento y la contrición como la astucia y las argucias pop. En lo que se refiere a bandas, el estudioso debe partir por escuchar a Os Bertussi, Os Mirins y Os Serranos. Y si de mujeres se habla (“prendas” en lenguaje gaúcho), la tarea ha de comenzar porla adorable Mary Terezinha y la aún vigente Berenice Azambuja.
IV
UN ENORME ÁRBOL DE MUCHAS RAMAS
La familia de ritmos que componen la música de los gauchos del Brasil es numerosa e incluye tanto ritmos comunes al universo transnacional gaucho como algunos específicamente riograndenses. Entre los primeros se cuentan la milonga, el tango, el chamamé, el vals (valsa), la tonada (toada), la polka, la balada, la rumba e inclusive la ranchera. Entre los segundos destacan el xote, el rasqueado y la vanera (con sus variacioesvaneiraoy vaneirinha), constituyendo esta vanera (o vaneira) el ritmo más característico en cualquier salón o fandango al que el destino y nuestros pies nos puedan llevar.
Siendo este un artículo escencialmente de divulgación, os dejo aquí más nombres para digitar en YouTube o –mejor aún- para escarbar en las disquerías de Porto Alegre: Leonardo (quien fue integrante del grupo Os Tres Xirús y se llamaba en realidad JáderMorecí Teixeira), José Mendes, Noel Guarany, Pedro Ortasa, el uruguayo Héber Artigas (más conocido como “O Gaúcho da Fronteira”), Oswaldo Bóneberg (“O Alemaozinho da Cordeona”), Luis Carlos Borges y Flavio Mattes. Entre los grupos vale la pena escuchar también a Os Monarcas, Os Andejos y Os Garotos de Ouro.
Naturalmente, este vasto universo musical no está eximido de la acción del tiempo y de las ondas gravitacionales que todo lo transforman, y si por un lado está plenamente vivo en el diario vivir de Rio Grande do Sul, constituyendo una música verdaderamente disfrutada por los gaúchos de hoy y para nada confinada a las efemérides y actos oficiales, por otro hay que aclarar que hoy casi todo ha cambiado, y que la época –que podríamos llamar mítica- en que los habitantes de la tierra riograndense se desplazaban decenas de kilómetros a lomo de caballo para ir a bailar xote o vanera en un perdido salón entre los cerros, es una época ya extinta. Hoy las carreteras y los automóviles prácticamente han hecho desaparecer los “salones de campaña”, y las nuevas generaciones prefieren viajar trescientos kilómetros en automóvil para ir a las grandes ciudades a ver las bandas más publicitadas, las que más parecen bandas de rock, y no sólo por su glamour, medios e instrumentos, sino principalmente porque los tiempos en que el dueño del salón debía quitar las armas de los parroquianos en la puerta y al mismo tiempo cazar las culebras que se internaban entre los danzantes, es un tiempo definitivamente esfumado.
Para ser justos, habría que decir que hoy coexisten ambas culturas. De un lado y con mayor presencia endisquerías, televisión, internet y grandes escenarios, se imponen las figuras galantes y correctas de nombres como Oswaldo Montenegro, Wilson Paim, Elton Saldanha o Luiz Marenco; de otro, y aun rodando por los pequeños y medianos escenarios del interior del Estado, y siempre muy solicitados en las radios de los pueblos , subsisten figuras como “Baitaca” (Antonio César Pereira), Mano Lima y Tiburcio da Estancia, cultores irreductibles de un folklore pícaro, agreste e inclusive grosero, más del gusto de los habitantes de las pequeñas ciudades del interior. Con respecto a los instrumentistas, se puede comenzar por el clásico Albino Manique hasta desembocar en alguno actual como el catarinense Carlinhos Steiner.
Nombres más, nombres menos, y asumiendo olvidos y omisiones involuntarias, la música tradicional gaúcha, también conocida como música “nativista”, es otra joya invaluable del cofre de los tesoros culturales de la América del Sur, y su desconocimiento más allá de la unidad geográfica conocida como Acuífero Guaraní, tal vez ha sido la necesaria condición para que permanezca como un tesoro oculto en una selva espesa. Pero sus ecos y compases, como el canto mágico de una deidad huidiza, han hechizado a más de un viajero desprevenido que, como yo, puso hace un par de décadas sus erráticas pisadas en las pampas de más allá de Entre Ríos y Corrientes, del otro lado de las arcillosas aguas del ancho río Uruguay, en donde el urubú vuela majestuoso y el fantasma de un viejo gaiteiro se diluye en el resplandor divino de los campos de Rio Grande do Sul.
Marcelo Olivares Keyer
enero 2019.
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