No me cortes la ilusión
Carlos Yusti
Un día paseando por el mercado de San Félix, un horrible mercado, pero ubicado cerca del imponente río Orinoco, de pronto un profeta callejero (con varios acólitos con sus respectivas biblias) empuñando un megáfono comenzó a hablar sobre el fin de los tiempos; sobre como el hombre se había apartado de Dios y otras peroratas religiosas, en las cuales se incluían versículos bíblicos y demás aparataje retóricos para sustentar un discurso que avanzaba a fuerza de repeticiones y un tanto descocido.
El profeta callejero pasó así algunos minutos y la gente poco a poco fue haciendo un círculo alrededor de aquel hombre, quien, sudorosos, debido al calor y al tumulto de gente propio del mercado, se iba trasmutando en gestos y gritos. Cuando nuestro improvisado orador se percató que ya tenía un público cautivo, comenzó a parlotear palabras incomprensibles. Uno de sus acólitos grito: “Está hablando en lenguas”, luego cayó al piso prisionero de convulsiones al tiempo de seguía hablando un galimatías incomprensible. Al final el hombre se levantó luminoso y prístino, quizás por el sol, y la gente le besaba las manos y otros querían sólo que aquel profeta improvisado los tocara.
Esa expresión de “hablar en lenguas” va referida a esa capacidad divina que poseían determinados cristianos de expresarse en un idioma si haberlo aprendido como una demostración del respaldo irrestricto de Dios. Esto de inventarse una lengua, de crear nuevos códigos para comunicarse es un poco lo que hacen las ciudades y que para mí, más que espacios para convivir, son artefactos comunicacionales por excelencia que siempre en su paredes van dejando constancia de esa creatividad a la hora de crear símbolos y signos que parecen imaginados.
El fotógrafo valenciano, residenciado en México, Yuri Valecillo ha tratado auscultar a través de sus fotos este hablar en lenguas que tienen todas las ciudades del mundo. Para Yuri las ciudades no sólo hablan/escriben en sus, sino que se expresan mediante sus disimiles personajes que la transitan, la viven y la duelen.
Yuri en algunas fotos, dedicadas a ese mundo variopinto de las ciudades, va descubriendo se sentido comunicacional de las ciudades. En ocaciones son expresiones trágicas, otros van cargadas de humor. En algunos casos son personajes anónimos que expresan el lado humano más allá del asfalto y el hormigón. También desfilan por su trabajo fotográfico los muros como hoja irredenta, política, amorosa o como lienzo explosivo.
Con las fotos de Yuri Valecillo podemos darle una lectura diferente a la ciudad, podemos acercarnos a su espíritu traducido en expresiones graficas, en sensaciones expresivas incluyentes. Buenos y malos todos cabemos en la ciudad como locuciones inventadas y estos es lo que proporciona a las ciudades su encanto milagroso. En las fotos de Yuri se percibe de algún modo ese milagro, se congela esa capacidad que tiene la ciudad de asombrarnos, de ser una expresión que puede arrancarnos una reflexión, una sonrisa o un fruncir del rostro que señala no haber comprendido gran cosa.
Con Yuri recorrí las calles de la ciudad de Valencia. De ese recorrido he elegido (al azar) algunas fotos, pero hay una que llamó mi atención por lo minimalista. Es una pintada que tiene un error ortográfico: “Por favor no me cortes la ilución”(sic). Hay en la frase una suplica (¿amorosa? ¿política?), y la ilución es distinta a la ilusión de todos conocida. La ilución escrita con espray inexperto adquiere otras connotaciones. En esta crisis política (y de otros tipos) que padecemos la ilución de ese cartel debe mantenernos en pie a pesar de todos los desmanes políticos u amorosos. Es una ilución escrita en lenguas, en esa lengua del milagro que todo lo puede.
La ciudad que captura Yuri en sus fotografías es para mi como un conjunto de citas literarias y en las cuales el individuo es espectáculo, la multitud una pasión y los muros un libro donde algunos de sus habitantes va escribiendo su página respectiva. Para Yuri el tema de sus fotos no obstante, según confesión a priori, no es la ciudad como tal, sino la lengua; esa lengua que se habla a diario con sus giros de recreación inventiva que s estampa en los muros como dibujo, como una pintada, como un grafiti y por supuesto la gente, con su ir y devenir, como un signo, especie de nota musical (armónica o disonante) en la ciudad pentagramada de memoria e historia.
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