Juan Liscano en el inventario
Foto Yuri Valecillo.
Carlos YUSTI
En definitiva hay autores que forman parte de ese inventario personal que son indispensables, y hasta impostergables, leer. Autores a los cuales debemos otorgarle algunas horas de lecturas por respeto y otras hipérboles que no vienen al caso. Sin duda Juan Liscano ocupa un lugar destacado en ese inventario de escritores que hay que leer. En primer lugar debido a que fue un escritor que se movió bastante bien en muchas áreas culturales a saber. Después están sus libros y en la que el lector podrá encontrar en su poesía y en sus trabajos ensayísticos una porción de esa buena literatura escrita en el país, como es lógico con esos huecos de bostezos que nunca faltan. Le conocí en una de esas Ferias del libro que se realizaban en la Zona rental de la plaza Venezuela.
Con mi amigo el fotógrafo Yuri Valecillo lo descubrí en el puerta como desamparado y sin brújula; ya tenía sus años, no obstante conservaba cierto garbo distinguido. Con premura juvenil lo abordamos. Yo le obsequié mi libro sobre Pocaterra y Yuri le hizo algunas fotos. Estuvo paseando y conversando con nosotros por la feria sin tanta parafernalia, luego vinieron los relacionistas públicos, disfrazados de escritores como Rafael Arráiz Lucca y otros, cuyos nombres no recuerdo con alevosa intención, y se lo llevaron entre esos elogios jabonosos de maestro y poeta.
También me obsequió Panorama de la literatura venezolana actual en una segunda reimpresión, corregida y aumentada, libro que sería presentado en el marco de dicha feria. El poeta Liscano nunca me convenció del todo. No sé, pero su poesía es un tanto plana y en ocasiones resulta como un compendio de palabras donde encontramos alguna con cierto tono disonante, un buen ejemplo sería su poema Declives: “Hábito: dudar de la esperanza/y sentirla como carencia. /Agonía sin crisis, declive, desgaste, /lento derrumbe por trozos, /memoria, ruinas, vestigios. /Cuando impere el desasimiento/ ¿Advendrá la resurgencia?”.
El Liscano ensayista siempre me resultó más grato a pesar que su estilo no era fluido y era como proclive a mostrar ese lado conservador del mundo en la cual la existencia estaba amueblada de espiritualidad y cosa; de esa bisutería zen de supermercado para lograr el equilibrio interior.
Su libro sobre el panorama de nuestra literatura se queda en el manual escolar que cita a determinados autores y obras en un conteo profesoral y haciendo alarde de una crítica un tanto superficial lo que lleva al lector a preferir a Julio Miranda y su libro Proceso a la narrativa venezolana, Caracas,. Ediciones de la Biblioteca de la U.C.V. 1975. De igual modo es mejor Picón Salas, o al sempiterno Orlando Araujo.
¿Motivos para leerlo? Podría ser para tenerlo como ejemplo de aquellas cuestiones que deben evitarse al momento de escribir poesía. Otro punto a favor de Liscano fue su trabajo investigativo de nuestras fiestas folklóricas. Liscano sentó como algunos lineamientos para repasar nuestras tradiciones. Luego tenemos su poesía quizá el punto fuerte de su producción literaria.
Fue un escritor inquieto es su quehacer literario y lo escrito por Juan Gustavo Cobo Borda es bastante acertado: “Parecía no tener reposo y por ello su obra no dibuja una parábola armónica. Siempre tensa y ansiosa, se abre en una búsqueda impaciente y llena de altibajos y fracturas. Tradicional, a pesar suyo, sus innovaciones cambian con frecuencia de rumbo. Quizás por ello sus últimos poemas, como los recogidos en Resurgencias (1995), registran la desaparición inexorable del pasado rural en una ciudad también febril como Caracas. Se había quedado sin tierra. Así las cosas, de la infancia y su recuerdo evanescente asoman frágiles a esa casa del ser que el poeta busca edificar con su verbo remunerante y nostálgico”.
Su revista Zona Franca fue en su momento una lectura necesaria para ir descubriendo a determinados autores. Su otra creación fue el Papel Literario. Un suplemento, que si se ha der ser honesto, siempre fue excluyente, pero cuya calidad con respecto a los temas y los poetas ( o ensayistas) que desfilaron por sus páginas era inmejorable. El lema del Papel Literario siempre me resultó antipático: “Las colaboraciones son rigurosamente solicitadas”. Quizás buscaban calidad y por esa razón podaban las aspiraciones de vuelo de tanto poeta (o escritor) bisoño en ciernes. Por esa razón el suplemento cultural de Nelsón Luis Martínez fue una alternativa combativa y ajena a esa pavosidad de excelencia y calidad.
Tuvo su adeptos y devocionarios de rigor. Estuvo al frente de Monte Avila Editores durante bastantes años y no era raro que muchos elogiaran (oral y por escrito) sus poemas y su espíritu de polemista feroz por la prensa. Favor con favor se paga dice el viejo adagio.
Al final Juan Liscano estaba algo decepcionado y aseguraba haber perdido el tiempo en algunas actuaciones públicas intrascendentes, en el “articuleo” de algunos diarios y en acciones vitales sin asidero. Una lucidez pesimista sobre su trabajo literario le corroía. Comprendió tarde que la literatura es más que relaciones públicas; que la literatura trascendente se fragua en ese campo minado de la literatura como bohemia hamponil, de sanguijuelas disfrazadas de poetas y de escritores con esas ambiciones rastreras de corredor de fondo para llegar a la meta de la academia, del homenaje a destiempo o del premio nacional de lo que sea. La gloria es también cuestión de trepadores y sablistas. Liscano tan aséptico, tan persona pensó que el arte, la literatura era cosa de caballeros. Y más que polemistas era tenido por sus aláteres como un viejo cascarrabias a destiempo.
El que desee leer ciencia ficción en torno al poeta y al ensayista Juan Liscano sólo tiene que darle un vistazo al libro Juan Liscano ante la crítica. Con una inmejorable selección, prólogo y notas de Oscar Rodríguez Ortiz. Lo leo siempre para recordar que la literatura se escribe con la uñas arañando en la pizarra del tiempo. En fin la literatura como un chirrido importuno que atraviese todos los confines. Esto del tiempo no es una metáfora rebuscada. El tiempo es a la larga ese único e inmejorable lector.
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