EL MITO Y LA MÚSICA: UN HÉROE CON TODO Y SOMBRA
Orfeo representado en un mosaico romano. Fuente: Wikimedia.
EL MITO Y LA MÚSICA:
UN HÉROE CON TODO Y SOMBRA
Por: Marco Antonio López Sánchez.
Correo electrónico: marco@iod.com.mx
¿Quién no recuerda a Orfeo, con lágrimas en los ojos, rasgando en el inframundo las cuerdas de su lira y sacando el alma en un canto desahuciado para recuperar a su amada? Héroe indiscutible de la mitología griega, poeta y músico inigualable pero con fatal destino despedazado a manos de las Ménades sin haber logrado recuperar a su amada, viviendo solitario y triste en la montaña hasta enfrentar su lamentable final.
Sus hazañas son comparables a las de cualquier gran personaje mitológico; hijo de Apolo y la musa1, era capaz de aquietar el alma de cualquier mortal, amansar a las bestias, detener el flujo de los ríos, atraer incluso a los árboles y las rocas hacia donde sonaran las cuerdas de su lira o la voz de su garganta; todo ser viviente detenía su ajetreada existencia para olvidarlo todo por un instante y escuchar, encantado, la música prodigiosa del poeta. Incluso los tormentos eternos a los que fueron condenados los más nefastos traidores tuvieron su momento de reposo ante el poder de la música de Orfeo. Fue también instaurador de ritos mistéricos, inventor de la cítara, mago, astrólogo, benefactor de la humanidad, profeta y una de las figuras más representativas que supo encontrar punto de acuerdo entre Apolo y Dionisio logrando con ello una coincidentia oppositorum que no podemos perder de vista si queremos hacer un correcto estudio hermenéutico de esta figura mitológica, sin duda considerada como una de las más enigmáticas y cautivadoras.
Orfeo y Eurídice, por Federico Cervelli. Fuente: Wikimedia.
No es difícil ver que Orfeo está íntimamente ligado a la música. Ambos padres dan fe de sus atributos heredados. Tampoco debemos perder de vista que este prodigioso arte fue, de origen, madre del mito. Madre en el sentido que fue por medio de cantos y relatos orales como estas historias nacieron, vivieron y envejecieron; fue la oralidad tonal quien hizo posible que el mito sucediera a cientos de generaciones, transformándose poco a poco de acuerdo al inconsciente colectivo que le cantaba y daba cobijo inmaterial. Los rapsodas, recitadores de los poemas homéricos y épicos, memorizaban todo cuanto cantaban. El canto daba al relato un peso emocional esencial, difuminado casi por completo toda vez que se pasa a escribir y con ello a leer las historias. La leyenda aparece tiempo después, ya como un relato que debía ser leído. Así, la embriaguez plural que acompañaba siempre al poema griego se convierte en literalidad singular y sobria en Roma, bastante más seca y desprovista del calor tonal y emocional que los cantos convidaban. Hoy acostumbramos leer las aventuras mitológicas en el abrazo de un sofá favorito y bajo la luz de un foco impávido; antaño, el mito cobraba vida en la corporalidad, en el gesto, en la teatralidad, en la actuación y el enfrentamiento con los temores y los anhelos, alrededor de la luz sinuosa y proteica de una fogata encendida bajo la protección de un cielo estrellado o en la profunda negrura de una cueva con pasadizos insondables; el mito entraba más por el ojo y oído inconscientes que por el discurso analítico y preciso; el mito era el mismo pero con rostro disímil cada vez que se repetía, pues toda nueva noche, momento preciso para la revelación iniciática, daba motivos distintos para construir su relato. El mito estaba vivo, inquieto se expresaba; no encerrado en la blanca prisión de las páginas que lo muestran ahora rígido y condenado a petrificarse. Por ello, no hay mejor lugar para narrar estas historias que allá donde la oscuridad y la duda esconden bajo su manto cualquier posibilidad, lista a asombrarnos y emocionarnos.
Al niño no le inquieta una historia contada una y otra vez de la misma manera, leída siempre del mismo modo, del mismo libro y del mismo autor. Saquen esa criatura a un campamento y cuenten reunidos en la fogata la misma historia, escapando del frío, dejando atrás el libro y recitándola tal como sale de la boca y de la memoria, nutrida y embellecida por el escenario natural y los movimientos corporales; garantizo que ese niño abrirá grandes los ojos con pupilas dilatadas y deseará muy pronto repetir el viaje para gozar de semejante experiencia. Es así como logramos el verdadero contacto con el héroe protagónico; nos identificamos y nos parece vivir en carne propia las aventuras que la razón capta pero el corazón y los deseos sienten con fuerza incontenible. El mito se vive, se actúa, habla como el sueño a través de un lenguaje simbólico que atrapa e intriga porque toca fibras sensibles de nuestra psique; pretender traducirle a un significado último es minimizar la potencialidad del mensaje que trata de transmitirnos. Así, la primera regla para escuchar un relato mitológico es aceptar que su lenguaje es indeterminado, abierto, indicador de sentido y jamás cerrado a un significado absoluto. Y todo ello se debe a que el relato mitológico no está dirigido exclusivamente, como dijimos líneas arriba, al frío cerebro metódico, racional y calculador, sino también y principalmente, a nuestro corazón afectivo. Los mitos ponen a prueba nuestro intelecto porque van más allá de la lógica; su mensaje simbólico está hecho para tocar también nuestro inconsciente y nuestros conflictos internos. Volvamos entonces con Orfeo y llevemos el análisis hasta sus últimas consecuencias, encontrando no sólo al héroe solar sino también a su sombra.
Orfeo muestra desde muy temprano su carácter ambiguo. Hacedor de milagros, pierde para siempre a la doncella recién esposada por su incapacidad de cumplir un minúsculo detalle que le es exigido en su camino de vuelta desde el inframundo. Favorito de masas, fue severamente señalado por el propio Platón como un cobarde que no supo amar lo suficiente. Así, cuando uno busca meticulosamente en cada historia heroica, descubre detalles que desafían a toda lógica; detalles que parecen errores absurdos o mal escritos. El protagonista suele padecer de pronto ataques de locura, momentos de desesperación que lo obligan a realizar acciones incongruentes. Llevados por estos lapsus, vamos a proponer entonces una interpretación de Orfeo que a primera vista parece descabellada pero que dejándonos llevar por algunas pistas en las fuentes, encontrará veracidad fidedigna: Vamos a postular a Orfeo como un anti-héroe.
Mosaico de Orfeo. Fuente: Wikimedia.
Orfeo con las bestias. Fuente: www.tribunaavila.com
Permitamos a Ovidio recordarnos el inmortal relato de Orfeo y Eurídice. Con muy pocos recortes al texto del poeta, la narración literal dice:
…mientras que la nueva esposa, acompañada de un grupo de náyades, va correteando por la hierba, muere a causa de la mordedura de una serpiente en el talón. Cuando el poeta la hubo llorado lo bastante en la superficie de la tierra, quiso explorar la mansión de las sombras; osó descender por la puerta Tenaria hasta la Estigia…Llegó ante Perséfone y el dueño del reino sombrío, el soberano de las sombras; después de preludiar pulsando las cuerdas de su lira, cantó así: < ¡Oh divinidades de este mundo subterráneo, a donde venimos a caer todos los que hemos nacido mortales!, si me es lícito, y dejando los rodeos de palabras artificiosas, permitidme deciros la verdad; no he descendido aquí para ver el Tártaro tenebroso ni para encadenar los tres cuellos de serpiente del monstruo de Medusa: he venido en busca de mi esposa; una víbora le inyectó su veneno y la hizo perecer en la flor de la edad. He querido soportarlo y no negaré que lo he intentado pero el Amor ha vencido… yo os conjuro a que volváis a tejer la trama del destino de Eurídice, terminada de una manera tan apresurada…pido el uso de un don, no ese mismo don. Y si los hados rehúsan concederme este favor para mi esposa, yo estoy decidido y no quiero regresar; gozad de la muerte de los dos>. Mientras él exhalaba estas quejas, a las que acompañaba haciendo vibrar las cuerdas de su lira, las sombras exangües lloraban; Tántalo no intentaba coger el agua huidiza, y la rueda de Ixión se detuvo; las aves se olvidaron de desgarrar el hígado de su víctima; las nietas de Belo dejaron las urnas, y tú, Sísifo, te sentaste sobre tu roca. Se dice que entonces, por vez primera, las lágrimas humedecieron las mejillas de las Euménides, vencidas por este canto; ni la real esposa ni el que reina sobre los abismos de la tierra pudieron negarse al que tal pedía y llamaron a Eurídice; ella estaba entre las sombras llegadas recientemente y avanzaba poco a poco por su herida en el talón. Orfeo obtiene su devolución, juntamente con la orden de que no vuelva la vista atrás antes de haber salido de los valles del Averno; de lo contrario, el don habría sido revocado. Ellos toman, en medio de un profundo silencio, un sendero en pendiente, escarpado, oscuro, envuelto en una espesa y opaca niebla. No estaban lejos de la superficie de la tierra cuando, temiendo que se le escapara y ávido de verla, su amante esposo vuelve los ojos; inmediatamente, ella resbala hacia atrás; tendiendo los brazos, luchando por asir y ser cogida, la infeliz no coge sino el aire impalpable. Al morir por segunda vez…le dirige el postrer adiós, que ya no llega apenas a sus oídos, y vuelve a rodar al abismo de donde salía.
Orfeo se estremeció por la segunda muerte de su esposa, como el que, lleno de espanto, vio las tres cabezas del perro, llevando encadenada la de en medio y al que no abandonó el terror hasta que su naturaleza quedó convertida en roca…2
De esta historia surge un sinfín de posibilidades hermenéuticas. Pero dijimos que la intención es buscar su lado oscuro. ¿Cuáles son las pistas dejadas por Ovidio que nos permiten postular nuestra tesis? Para responder, vamos a valernos del apoyo de algunos gigantes hermeneutas. En la mito-crítica tradicional, tenemos ya algunos caminos trazados que tomar. Hagamos entonces un primer análisis desde la diacronía; tomemos el pergamino mítico y extendámoslo temporalmente para descubrir sus elementos principales o, en palabras de Levi-Strauss, su estructura mitémica fundamental. En la línea discursiva podemos destacar cinco estaciones:
Muerte | Descenso | Apoteosis | Retorno | Destino trágico.
Muere la doncella, mordida en el talón por la serpiente. Baja el héroe hasta el infierno para rescatarla. Se produce la hazaña increíble y los señores del inframundo acceden a la súplica, condicionando el regreso de la amada al cumplimiento de una regla inflexible. Se rompe la regla y la tragedia fulmina con todo su peso el reencuentro fugaz de la pareja. Encontrados los puntos esenciales, comparemos nuestra línea de sucesos con el obligado trayecto del héroe propuesto por Campbell y que supongo aquí, todos conocemos3. Ahí, la línea presenta tres pasos fundamentales:
Separación | Iniciación | Retorno.
Cierto es que el relato que nos atañe no pretende enfocarse en las pruebas de iniciación del héroe, sino en el trágico destino de la pareja de enamorados. Injusto sería buscar en esta, de todas las historias de Orfeo, aquella que dé cuenta de su heroicidad. Aun así, la comparativa y estudio de este relato a través de la línea propuesta por Campbell, que todo héroe debe incondicionalmente enfrentar, es prudente porque nos deja ver de golpe que la andanza aquí mostrada es todo menos una aventura heroica. Es casi el reflejo inverso del trayecto iniciático; es el camino del anti-héroe. Veamos por qué.
La línea mitémica fundamental: Muerte-Descenso-Apoteosis-Retorno-Destino trágico, guarda mucha similitud con el trayecto del héroe de las mil caras. Ambas comienzan con una separación del mundo cotidiano donde se habita. La iniciación campbelliana se dibuja en la historia de Orfeo y Eurídice con el descenso hacia el inframundo y su conclusión en una apoteosis que descubre un tesoro, elixir de vida, piedra oculta o alma rescatada. Finalmente, el retorno es también una estación presente e ineludible en ambos casos. Si no hay destino trágico al final del recorrido en Campbell, ello se debe a que el héroe cumplió cabalmente su misión y puede ahora trascender la cotidianidad y la realidad profana. Pero no sucede lo mismo en el caso de Orfeo, y esa es sin duda la primera pista de que en algún momento, perdió rumbo nuestro héroe.
Todo va bien en el comienzo. La muerte de Eurídice puede ser interpretada como la causa que lleva al héroe a separarse del mundo y emprender así el camino iniciático. La llamada en este caso puede ser el grito desesperado del alma amada que pide ser rescatada. La ayuda sobrenatural la lleva el poeta en las manos y en la garganta, así que luego de llorar suficiente en la superficie de la tierra, comienza el camino del descenso. Ovidio omite detalles pero con pocas palabras apunta magistralmente lo indispensable. El feroz guardián de tres cabezas, ávido por carne fresca de un cuerpo mortal, aquietado y encantado abre ahora paso al tañedor. Orfeo cruza el primer umbral -puerta Tenaria- y llega hasta la Estigia, pagando al barquero con lira y canto. Estos detalles no aparecen en Las metamorfosis pero se suponen y confirman en el eco de otras voces ancestrales. Así que hasta el momento, el héroe cumple cabalmente cada uno de los pasos del trayecto. Incluso presenta un guía psicopompo: el propio Eros, a quien invoca estando frente a la pareja soberana, unida por el poder de las flechas de este Dios omnipotente. Llegados a este nadir, ante el prodigio musical del enamorado sucede la apoteosis: la justicia divina detiene su castigo eterno y los traidores obtienen la gracia de un momento de paz; las leyes inabrogables se abrogan y el destino de un alma es nuevamente hilvanado; los señores del inframundo acceden ante la insuperable fuerza de las cuerdas y el canto y la recién llegada al país de las sombras es liberada: Orfeo obtiene el elixir por el que hasta aquí bajó. Ahora sólo es cuestión de emprender el camino hacia la superficie, escapar del mundo subterráneo. Pero como en todo relato simbólico, aparece de pronto con toda su potencia el acontecimiento peculiar que hace que todo de vuelta y pierda sentido: El retorno de la doncella está condicionado; ella viajará detrás de él y se prohíbe al que camina por delante voltear la vista para cerciorarse que es seguido por su amada.
El Averno. Fuente: http://carmenmillancerceda.blogspot.mx
Viaje retrógrado en la más profunda oscuridad y bajo el yugo del más pesado silencio; pesado para el alma temerosa, débil y en conflicto, no para quien lleva de guía psicopompo la Luz y la Palabra interior. ¿Cómo entender sino la reacción de Orfeo y su caída en la tentación? Luego de haber bajado a los infiernos, seducido al guardián y a los anfitriones, detenido el devenir por un instante y logrado vuelto a ser tejido el destino de un alma ¿era tan difícil resistirse a tan insignificante prueba? Todo lo que iba hasta aquí siguiendo un curso lógico, se desploma… Y seguramente todos nos preguntamos una y cien veces, ¿Por qué? ¿Por qué decide infringir la condición Orfeo, impidiendo con ello que pudiese recuperar a su amada? Orfeo no decide conscientemente hacer lo que hizo. Algo cegó la razón y la cordura del poeta, conduciéndole a la locura y el desatino. Más de un personaje paralelo en la tradición, también identificado como héroe solar, cae en la misma suerte. Para emprender ileso el camino de vuelta a casa, haría falta haber consumado ciertas acciones que aquí pasaron inadvertidas o desdeñadas. Veamos ahora el camino del anti-héroe recorrido por Orfeo.
Aquel quien visita el interior de la tierra (vientre monstruoso-inframundo) no puede llegar hasta ese espacio sin la clara intención de iniciarse en los sagrados misterios que ahí se revelan. Al Averno no se llega por capricho, salvo caso de ser raptado por el dueño de ese reino de oscuridad. Y las palabras de Orfeo no dejan posibilidad a equivocaciones:
“dejando los rodeos de palabras artificiosas, permitidme deciros la verdad; no he descendido aquí para ver el Tártaro tenebroso ni para encadenar los tres cuellos de serpiente del monstruo de Medusa: he venido en busca de mi esposa…”.
Con esta declaración Orfeo está renunciando a la heroicidad; baja seducido por su objeto de deseo; el Amor justo y atemperado está sufriendo ahora una metamorfosis hacia un capricho desmedido y desequilibrado. En otra historia, conocida muy bien por Campbell y acontecida en una galaxia muy, muy lejana4, se nos advierten las trágicas consecuencias de perder el control sobre La Fuerza. El temor lleva al enojo; el enojo conduce al odio; el odio arrastra irremediablemente hacia el lado oscuro de la Fuerza. Hay que entrenar el alma en el duro ejercicio del desprendimiento, en especial de aquellas cosas que más amamos. Orfeo deviene aquí un infante que ante la ausencia de la madre rompe en llanto irrefrenable y con su alma en semejante tensión, toma el camino hacia el Averno. No va en busca de ningún misterio, ni de ningún combate resolutivo, ni de ninguna Pasión que lo martirice durante tres días en el atanor, vientre o sepulcro para después ser vomitado de vuelta, regenerado o renacido. Orfeo atraviesa un duelo no resuelto, y así, decide bajar al inframundo para recuperar el objeto perdido de su deseo. El mismo Platón deja en claro la cobardía del poeta que es incapaz de la renuncia y del amor verdadero. Orfeo ha quedado amarrado por el apetito del deseo desviado; dicho de otro modo; ha cedido ante al apremio del Adversario, ha encadenado su voluntad a la rueda del destino inabrogable, ha dejado de ser héroe.
Arnold Böcklind 'Toteninsel' (La Isla de Los Muertos). Fuente: http://einekleinenachtmusik.blogspot.mx
De vuelta a las líneas mitémicas y diacrónicas que definen nuestro análisis, encontremos aún más pistas. El camino del héroe exige en principio, la renuncia al mundo cotidiano; mundo de comodidades, donde nada hace falta, donde la vida transcurre de manera tranquila y sin mayores exigencias. Salir de la choza, el castillo, el pueblo o la ciudad equivale a dejar atrás un mundo para nacer a uno nuevo. La separación y la muerte como primeras estaciones en nuestro recorrido, suponen el fin de una realidad. Poniendo un pie fuera de nuestras tierras, jamás las encontraremos de vuelta. Más allá de las fronteras hogareñas, el héroe sabe que han quedado atrás y no volverán; al menos no de la misma manera que durante toda una vida dieron cobijo. No así con Orfeo, quien lo único que busca es regresar a ese mundo idílico, a esa mantita de Linus o en el mejor de los casos, a esa realidad añorada pero a la que todo héroe debe renunciar.
Así que el llamado que pone en marcha a nuestro poeta no es uno que exija su renuncia irrevocable al mundo y sus placeres, ni tampoco uno que lo llame a iniciarse en misterios mayores. Aquí no hay iniciación alguna y el camino por el que nos lleva el poema de Ovidio, si bien menciona los umbrales indispensables, hace notar también su ligereza y facilidad de cruce. Se sabe de antemano que el camino heroico e iniciático será difícil, lleno de obstáculos y pruebas, pero la marcha del poeta viola estos requerimientos y el poder de la música lo lleva como en alfombra mágica hasta el recinto infernal. El canto envuelve a Orfeo en un caparazón constrictivo que, aunque invencible y omnipotente, aleja al recipiendario de las pruebas necesarias e imprescindibles para poder ser efectivamente iniciado. No sólo eso; al recibir su tesoro-elixir-recompensa–reencuentro con la amada- no somos testigos de ninguna iluminación, transfiguración, exaltación o liberación de ningún tipo. Ni siquiera Eurídice es liberada, pues se exige aún para ello el cumplimiento de la condición. Orfeo se ve irremediablemente tentado y arrastrado por la inestabilidad emocional que orilla e impulsa hacia una dirección equivocada. La sola idea de perder nuevamente el amor recuperado lo ofusca y lo llena de temor, avidez, desequilibrio psíquico y cobardía. Así, en vez de asistir a un retorno bendecido por la riqueza plutónica y protegido por la efigie de la Core, camina de vuelta abrazado por la sombra, la niebla y el silencio angustiante. Y entonces, el elixir restaurativo cae desparramado, para siempre de vuelta al reino de las profundidades. El retorno del héroe al mundo cotidiano se vuelve antítesis de lo planeado.
La quinta y última estación del trayecto mitémico es la fatalidad en toda su expresión; una especie de Juicio Final, una escatología en la que al parecer no hay posibilidad alguna de soteriología. El héroe que debe morir joven es nuevamente traicionado por Orfeo quien decide no morir y en cambio huye, se va, se exilia, se aparta ocultándose fracasado y sin poder resolver el duelo que lleva cargando y que lo hará despreciar, en adelante, el amor que antaño lo condujo hasta las entrañas abismales.
Una vez más, el poeta Nasón da cuenta del intranquilo actuar de nuestro protagonista:
…Cuando el poeta la hubo llorado lo bastante en la superficie de la tierra, quiso explorar la mansión de las sombras; osó descender…
…He querido soportarlo y no negaré que lo he intentado…
…No estaban lejos de la superficie de la tierra cuando, temiendo que se le escapara y ávido de verla, su amante esposo vuelve los ojos…
…Orfeo se estremeció por la segunda muerte de su esposa, como el que, lleno de espanto, vio las tres cabezas del perro, llevando encadenada la de en medio y al que no abandonó el terror hasta que su naturaleza quedó convertida en roca…
Ovidio hace de Orfeo una víctima más del monstruo que a todo ser viviente petrifica. Víctima del temor, cae fatalmente derrotado. Pero al final, el autor de Las metamorfosis devuelve también al poeta su fantástica habilidad musical; luego del lóbrego capítulo que acabamos de mostrar y que nos sirvió de guía para el análisis del anti-héroe, pero antes de ser atacado ferozmente por el delirio salvaje de las ménades, Orfeo es visto nuevamente en las llanuras tapizadas de verde césped, donde no hay lugar para la sombra. Aquí, el tañedor de la lira arrastra hasta sí no sólo a las aves y las bestias sino a los mismos árboles, encargados de cubrirlo todo con una sombra refrescante. Y la ambigüedad se presenta de nuevo. Luego de la definitiva separación de los enamorados, la luz apolínea y solar parece surgir como enemiga asfixiante y la sombra, en cambio, como amigo vivificante. ¿Pero de qué sirve el resguardo fresco del cuerpo cuando es el alma la que ha quedado seca y petrificada?
¿Pudo Orfeo, al final de sus días, triunfar sobre su desdicha? Pensemos que fue así. Dejemos abierta la posibilidad de reivindicación. Se nos ha contado también la historia de un héroe que quizá, luego de su ofuscamiento, supo de nuevo tocar a las puertas del inframundo y domar a la bestia salvaje, pero esta vez para cruzar el umbral como recipiendario de unos misterios que, se dice, él mismo instauró más tarde en Grecia. Así que demos un voto de confianza y concluyamos que Orfeo, al final, supo darle la vuelta al infortunio y abrazar la experiencia mística que lo hizo ser el personaje maravilloso que todos conocemos; gran iniciado, viajero heroico y músico inigualable.
Marco Antonio López Sánchez.
Arquitecto por la Universidad Iberoamericana
Investigador independiente de Filosofía.
Ciudad de México.
Correo electrónico: marco@iod.com.mx
Referencias:
Campbell, Joseph El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito. FCE. México, 1998.
Lucas, George Star Wars. Filme. USA, 1977.
Ovidio. Las metamorfosis. Editorial Juventud. Barcelona.
Referencias de Imágenes.
Imagen 1. Orfeo representado en un mosaico romano. URL: http://commons.wikimedia.org
Imagen 2. Orfeo y Eurídice, por Federico Cervelli. URL:
http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Cervelli_Orfeo
Imagen 3. Mosaico de Orfeo. URL:
http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Mosaico_Dell'orfeo.jpg
Imagen 4. Orfeo con las bestias. URL:
http://www.tribunaavila.com/blogs/el-jardin-de-hercules/posts/epilogo-el-ojo-de-orfeo
Imagen 5. El Averno. URL:
http://carmenmillancerceda.blogspot.mx/2013/04/destino-el-averno.html
Imagen 6. Arnold Böcklind 'Toteninsel' (La Isla de Los Muertos) URL:
http://einekleinenachtmusik.blogspot.mx/2005/06/la-isla-de-los-muertos.html
1 Algunas versiones lo hacen hijo de Calíope, mientras que otras proponen a Clío como su madre. Debido a las hazañas y dotes de Orfeo, me inclino a pensar que fue el vientre de Calíope su primer lecho, musa jerarca y conocida como la de bella voz. Respecto a la paternidad, hay algunas versiones que la atribuyen a Eagro, rey de Tracia, pero de nuevo, los alcances y facultades del personaje así como la necesidad de acercarlo a la figura del héroe solar, siempre de prole divina, hacen inclinar la balanza hacia el gran Apolo como su progenitor.
2 Ovidio. Las metamorfosis. Editorial juventud. Barcelona. 2002. Págs. 202-204.
3 De no ser así, sugiero ampliamente al lector la búsqueda de este prodigioso autor, piedra fundamental en la hermeneusis contemporánea y en todo caso de mito-crítica o mito-análisis. La obra particularmente sugerida es El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito. Joseph Campbell. FCE. México.
4 Para aquellos no muy versados en la ciencia ficción, nos referimos aquí a la saga Star Wars, de George Lucas, amigo muy cercano de Joseph Campbell.
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