EL PAÍS QUE NO ES de Edith Södergran - Prefacio
EL PAÍS QUE NO ES de Edith Södergran
Editor de la colección Satura Traducciones: Christian Anwandter Donoso
La colección de traducciones Satura recoge la expresión latina "Lanx Satura", es decir "plato guarnido y variopinto", y que dio origen posteriormente a la palabra "sátira". De esta forma, Satura, hambrienta de poesía y literatura en general, constituye un proyecto de restitución de la ambigüedad sabrosa de las lenguas, para ofrecer toda la variedad y el color que éstas conllevan, inscribiéndose así, lejos de cualquier traición, en la confianza de la mesa compartida.
Prefacio
Christian Anwandter
El país que no es sugiere a la vez un lugar y su negación. Un no-lugar, especie de utopía, que se opone al lugar común en el que se reconocen apresuradamente quienes prefieren ver el dedo antes que el sol… Pero también, en otro sentido, este no-lugar constituye, ya sea en el espacio de la imaginación o en el transcurso de la lectura, un lugar de encuentro nuevo, un lugar creador de lo que hombres y mujeres podrían llegar a tener en común y compartir. Una comunidad posible.
Delimitados por la lengua, la traducción sobrepasa esos primeros límites de lo posible. Efectúa un desplazamiento que impone en cierto contexto lo que venía de otro. Más que traición – como reza ese conocido lugar común –, mediación abriendo espacios a través de centros inconmensurables de espesor lingüístico, histórico, político, en el que se cruzan y atraviesan diversas formas de vida y de arreglárselas. Centros que no necesariamente ven más allá de sus fronteras o su(s) lengua(s), rígidos de tanto no ver más allá.
Este país que no es tiene algo de paraíso artificial, algo que responde a la tristeza que causa una realidad insuficiente o incompleta, y frente a la cual la imaginación y la poesía vendrían a ofrecer una salida parcial o compensatoria.
Tomemos el asunto por otro lado: Raivola –desde 1944 y hasta hoy Roshchino– es el nombre del pequeño pueblo finlandés en la frontera con Rusia en el que Edith Södergran pasó gran parte de su adolescencia y juventud. Nacida en 1892 de padres finlandeses de lengua sueca en San Petersburgo, donde transcurre su infancia y recibe su primera formación, la poeta llegó a ser ilustre representante, sino instauradora – junto con otros nombres como Gunnar Björling, Rabe Enckell, Elmer Diktonius, Henry Parland –, de lo que se ha venido a denominar Modernismo sueco-finlandés – el finlandssvensk Modernism. Y eso en un espacio dominado, como todavía sucede al menos de este lado de la historia, por hombres que confinan a la mujer a un lugar segundo. Parte del impacto de la poesía de Södergran en Suecia y los países nórdicos, impacto enorme y vigente, pasa por el culto que aún se le rinde como a una de las primeras feministas…
Pero no nos adelantemos. Finlandia fue parte del Reino de Suecia durante siglos y conserva hasta hoy una importante literatura en esa lengua. Desde 1809, sin embargo, Finlandia era un ducado autónomo del Imperio Ruso. Con el estallido de la Revolución en 1917 y la abdicación del zar Nicolás II, Finlandia declaró unilateralmente su independencia y, poco después, la guerra civil entre “rojos” y “blancos” se trasladó también hasta ahí.
Es en este contexto efervescente, sin embargo vivido a través de sucesivas desilusiones y desde la enfermedad – una tuberculosis declarada ya en 1909, que la lleva a recibir tratamiento en distintos sanatorios, entre ellos el de Davos, Suiza, donde se trataron autores como Thomas Mann, Paul Eluard, Gala Dalí, entre otros –, que Södergran publica cuatro libros: Poemas, en 1916, Lira de septiembre, en 1918, El altar de rosas, en 1919 y La sombra del futuro, en 1920. En 1925 se publica en forma póstuma El país que no es, que reúne su producción dispersa producida desde antes de 1916 hasta 1923, año de su muerte.
Södergran condensa en un mismo plano, brumoso e inmediato, la cercanía con la naturaleza y un profundo malestar existencial en búsqueda de la libertad. Combinación provocadora: “No soy una mujer. Yo soy un neutro”. Esa neutralidad es su conquista individual, el precio violento de su escritura. Para ella, la poesía no es un fin en sí mismo. Cada poema abre puertas para retratar y plasmar el esfuerzo por alcanzar su verdadero horizonte… Los poemas son “harapos, migas, […] papeles del día cotidiano”. Esto les da una luz nueva, una intimidad desgarradora sin ser autocomplacientes en su realización final, aun cuando la pasión y el sentimiento tengan un rol central. El yo que busca su libertad lo hace porque siente y se apasiona. Se afirma como ser vivo mediante la emoción. Por eso, en Södergran, la enunciación de lo emotivo no está ahí para generar simpatía, buena onda. La emoción es signo de combate, de afirmación individual, despeja la incertidumbre y surca interrogantes insondables, afirma la entereza del ser humano como “alma” más que como hombre o mujer de rol social definido de antemano.
Pero también es un puente hacia la experiencia religiosa. Es medio de transporte para llegar a esa tierra de todos y de nadie que provoca y convoca el poema. La emoción es metáfora de la existencia, la traslada más allá de sí o más a su interior, la impulsa a lo desconocido. Pero, marcada por una visión trágica de la vida, Edith Södergran intuye que sentir apasionadamente es también una potencia desoladora. Es poseída por y encarna a las fuerzas del universo, roza la posibilidad de realizar en sí misma la divinidad. Así, la religión – no la institucional, dogmática – surge como experiencia de acercamiento a lo sobrehumano, divinidad desconocida – a pesar de que Eros, en el que convergen deseo, emoción e imposibilidad, parece ser su nombre más frecuente – a la que los poemas intuyen y parecen acercarse, para luego constatar con amargura la distancia que separa a ambos reinos.
Para el contexto chileno, es imposible no pensar en Gabriela Mistral. Comparten, ambas, cierta tristeza y ternura. Es en la poesía trágica de Södergran, presente en poemas como “La vida”, donde dice que ésta es “creer que una es débil y no atreverse”, en que podemos pensar en poemas de Mistral como sus “Sonetos de la Muerte”. Pero es ahí, también, donde podemos descubrir que la diferencia radical existente entre Södergran y Mistral es el lugar que le asignan al individuo en la configuración de un universo subjetivo. El yo mistraliano de los “Sonetos de la Muerte” es un yo cristiano, desgarrado por el dolor de la pérdida de otro. El yo de Södergran es un yo dionisíaco, cercano a Nietzsche, en que el individuo asume sus límites como aquello que caracteriza la vida misma al mismo tiempo que se rebela contra ellos.
Desplacémonos de nuevo. Es cierto que el desarrollo de la burguesía y el capitalismo trajo consigo una marginalización de la poesía, lo que no quita que ella, como género y lenguaje, en los mundos cardinales de occidente, trascienda fronteras lingüísticas, históricas y políticas. En cierta medida, la poesía posee una estructura profunda, creada colectiva e individualmente, modulada durante siglos, que se manifiesta históricamente en lenguas distintas que sin embargo se reconocen en ella. Esta “estructura profunda”, que corresponde a la difusa síntesis mental de los ejemplos, reglas, usos, tonos, y sonidos de lo que se suele llamar “poesía”, la idea que cada uno se hace de ella o lo que se deja entrever de ella en las conversaciones, o lo que las instituciones decretan como tal, permitió y permite la emergencia de hordas de poemas comportándose de forma casi idéntica, o más bien marcando sus diferencias en espacios de juego reducido.
Por siglos, la poesía funcionó en base a una división de géneros a los que correspondían formas definidas, pero en los que también se presumía cierta pertenencia al género masculino y a cierta cultura blanca dominante. Ese género y su formalidad se rompe a partir de las primeras manifestaciones de lo moderno – y sabemos que modernismos hay tantos como modernidades –, proceso en que se confunden, destruyen y renuevan las manifestaciones más estáticas de ese consenso que aún funciona, para muchos, como un paradigma desde el cual leer poesía en sus divergencias, distanciamientos y diferencias con respecto a esa tradición.
Durante siglos, ese consenso coincidió con una cosmovisión monárquico-cristiana, y los procedimientos para “poetizar” se concentraron e inflexibilizaron al punto de mecanizarse. Cada vez que se traduce o se escribe afectamos y marcamos esos códigos, repitiendo y validando ciertos usos por sobre otros, afectando su grado de autoridad en el contexto y afectando a su vez el devenir de esa estructura subterránea de encuentros y desencuentros a través de la lectura y la oralidad, pero también transmitida, si no impuesta, desde arriba, como valor de aprendizaje. Vivimos a través de esa participación, metidos en ella, con sus obstáculos y beneficios.
Esto vale para la inteligibilidad actual de Södergran, cuyos poemas renovaron la poesía lírica que se producía a ambos lados del Báltico. En principio, nada en común parece haber entre ese confín que es Raivola y este otro en que se publica, gracias a Roberto Mascaró, esta antología. Por otro lado, no todo se reduce a pertenencias. O, por decirlo en otros términos, cuando algo se agota en su categoría, no perdura sino como reflejo de ella, a lo que se le atribuye. Cuando la creación abre una brecha en su categoría, o crea una nueva especie, se produce un acontecimiento que permite reunirse en torno a él. Una síntesis nueva en la escritura que sobrepasa sus respectivas pertenencias, ampliando el campo común y fijando su disponibilidad para efectuar nuevos desplazamientos. En los poemas de Edith Södergran, hay un rechazo explícito al provincialismo humano. Fijó residencia en el país que no es.
Jag såg ett träd...
Jag såg ett träd som var större än alla andra
och hängde fullt av oåtkomliga kottar;
jag såg en stor kyrka med öppna dörrar
och alla som kommo ut voro bleka och starka
och färdiga att dö; y estaban moribundos;
jag såg en kvinna som leende och sminkad
kastade tärning om sin lycka
och såg att hon förlorade.
En krets var dragen kring dessa ting Trazado
den ingen överträder.
YO VI UN ÁRBOL...
Yo vi un árbol más grande que los otros
del que pendían inalcanzables piñas;
yo vi una gran iglesia con las puertas abiertas,
todos los que salían eran fuertes y pálidos
vi una mujer sonriente y maquillada
que echaba los dados por su suerte
y veía que perdía.
estaba un cerco en torno de estas cosas:
ése nadie atraviesa.
© el país que no es
Edith Södergran
©Traducción del sueco: Roberto Mascaró
Registro de propiedad intelectual no 196.626
Fuente fotografías de Edith Södergran: colección SLSA 566, de la Svenska Litteratursällskapet i Finland.
Imagen de la portada: Fotografía del pasaporte de Edith Södergran de1921.
Diseño y diagramación de la colección: Alejandro Palacios Anguita
©Chancacazo Publicaciones Ltda.
Santa Isabel 0545, Providencia, Santiago de Chile
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