LUCIDEZ EN EL ABISMO: Perspectivas en torno a MI MADRE de GEORGES BATAILLE. Capítulo I
Lucidez en el abismo: Perspectivas en torno a Mi Madre de Georges Bataille
Capítulo I
Por Ana Karina Lucero
altazor_2004@yahoo.es
“En psicoanálisis se habla todo el tiempo de la madre. Pero ¿qué es la madre? La madre es alguien que habla: incluso si es sordomuda, habla. Si habla, significa que es un individuo social, y que habla la lengua de tal sociedad particular, portadora de las significaciones imaginarias específicas de esa sociedad. La madre es la primera y masiva representante de la sociedad…”
Cornelius Castoriadis, Los dominios del hombre. Encrucijadas del laberinto
Pretendemos en esta introducción fijar coordenadas de lectura. Cada una de estas directrices será sobrepuesta, deslizada y atravesada explícita y oblicuamente por algunas de las categorías expuestas en el método psicoanalítico. El objeto de estudio y/o soporte que recibirá este influjo hermenéutico, corresponde a uno de los ejemplares más sobresalientes y representativos del trabajo del escritor francés Georges Bataille, me refiero en este caso, al texto “Mi madre”.
Esta obra publicada de manera póstuma en el año 1966, forma parte de un conjunto de cuatro textos desarrollados por el autor cuya focalización, eje y médula estuvo puesto en la figura materna como constructo paradójico (simultáneamente simbólico y desestabilizador).
Antes de ingresar al terreno de la aplicación conceptual, es necesario invocar un breve excurso parcial - dada la vasta bibliografía circulante-; pero no por ello menos aclaratorio, en relación a la incidencia del psicoanálisis en la evolución de esta escritura, como asimismo, en la configuración de un marco referencial y teórico desde el cual proyectar la labor crítica.
Psicoanálisis: una aproximación
El trabajo inicial de la teoría psicoanalítica1 coincidió con un período de apogeo de la intelectualidad europea que produjo entre otras manifestaciones, la literatura, música y pintura de vanguardia, las ideas sociales más radicales, los vehementes movimientos feminista y socialista, y la primera oleada a favor de los derechos homosexuales.
En este contexto se desenvolvió una configuración que fue -al principio- denostada y resistida por los medios académicos, y por una parte no menor de receptores que tenían acceso a ciertas informaciones emanadas del campo clínico.
Posteriormente, dicha estructura cobraría valor y se propagaría por diversos ámbitos públicos y privados, instalándose en tanto herramienta de comprensión psíquica aplicable a actividades de alta complejidad como a la dimensión micro-social.
Asimismo, se debe considerar que el método psicoanalítico está íntimamente emparentado con un afán terapéutico -orientado en una primera instancia a los neuróticos-2; personas que al ser sometidas a un determinado tratamiento, se les explicaría su larga duración y los sacrificios que deben ejecutar para asegurar una mayor efectividad en sus resultados.
El psicoanalista debe hacerle saber al paciente -como advertencia e incluso como estrategia- que el éxito de dicha empresa de extirpación del dolor psíquico dependerá en gran medida de su comportamiento, inteligencia, obediencia y sumisión ante los consejos proporcionados por el médico.
Tratamiento que por lo demás, se limita exteriormente a una conversación entre el sujeto analizado y el médico. El paciente relata acontecimientos de su vida pretérita y sus impresiones presentes, exhibe sus dolores y resquemores. En el sector opuesto de esta dinámica de pares asimétricos, el médico escucha atentamente, intentando dirigir los procesos mentales del enfermo y su relato de ajenidad.
De igual forma, aplaca las desviaciones en la oralidad del paciente mediante el consejo, guiando la conversación en determinadas direcciones, proporcionando toda clase de esclarecimientos y observando las reacciones de comprensión y confusión que este procedimiento provoca en él.
La conversación como núcleo del tratamiento psicoanalítico reviste un carácter secreto dual (interacción paciente-psicoanalista); que no puede ser interrumpida por la presencia de terceros, dado el carácter íntimo de las vivencias expresadas por quien se confiesa. Las informaciones más relevantes para el análisis no serán proporcionadas más que por el médico (en la medida en que éste sienta una afinidad emotiva con el sujeto tratado).
El psicoanálisis en este sentido, se aprende, en primer lugar, por el estudio de la propia personalidad como ejercicio de (auto) observación; ya que aquellos que logran iniciarse en este análisis terminan por internalizar las sutilezas de la técnica.
De este modo, y parafraseando a Freud en su convocatoria, una de las formas de reflexionar en torno a este quehacer tiene que ver con el desprendimiento por parte de la comunidad científica de ideas preconcebidas sobre la enfermedad.
Con ello nos referimos a la enorme importancia que se le otorga a los desequilibrios físico-químicos y como éstos generan alteraciones en las funciones orgánicas, obviando la profunda relevancia de la vida psíquica, ignorada-según Freud- por los profesionales de la medicina, al considerarla una arista mucho menos rigurosa y más ligada a la indeterminación, al misticismo, a la superstición.
Freud interpela al gremio por no otorgarle un mayor status a la socialización, a las relaciones humanas que se proyectan mediante fachadas psíquicas en interacción. El psicoanálisis-asimismo-se empeña en el intento de dar a la psiquiatría una base biológica de la que carece, esperando encontrar un terreno común que haría comprensible la fusión entre una perturbación somática y una perturbación anímica.
Por otro lado, el psicoanálisis se ve obligado a oponerse en absoluto a esta identidad entre lo psíquico y lo consciente3.
Lo psíquico es un compuesto de procesos de la naturaleza del sentimiento, del pensamiento y la voluntad; afirmando con ello, que existe un pensamiento inconsciente y una voluntad inconsciente.
Ya con esta definición y esta afirmación se enajena el psicoanálisis por adelantado, la simpatía de todos los partidarios del tímido cientificismo y atrae sobre sí la sospecha de no ser sino una fantástica ciencia esotérica, que quisiera construir en las tinieblas y pescar en aguas turbias
-parafraseando a Freud- .
A primera vista, parece por completo ociosa la discusión de si ha de hacer coincidir lo psíquico con lo consciente, o si por el contrario, se deben extender los dominios de lo primero más allá de los límites de la conciencia. No obstante, la aceptación de los procesos psíquicos inconscientes inicia en la ciencia una nueva orientación decisiva que legitimará- a largo plazo- el método freudiano.
Gloria ambigua, que si bien es responsable de una fructífera confrontación filosófica y disciplinaria durante el desarrollo del siglo XX, a medida que fue avanzando su consagración e impugnación quedó reducida a un conjunto de categorizaciones y vocablos domesticados y frivolizados en las conversaciones rutinarias. Su reiteración maleable convirtió a términos como inconsciente, envidia del pene y represión, en una suerte de lugar común extendido4.
A modo de cierre de esta primera sección, acudiremos a una muy acertada reflexión establecida por Emile Dio Bleichmar en su texto “La sexualidad femenina. De la niña a la mujer”5, donde nos señala que el corpus literario freudiano revela un debate que se estructura de la siguiente manera: 1) trabajos de continuidad con la tesis de Freud, 2) trabajos de índole crítica y 3) los trabajos que basan la crítica en un psicoanálisis de la persona de Sigmund Freud.
Bleichmar sintetiza los ejes anteriormente enunciados de la siguiente forma:
“Los que apoyan a Freud se caracterizan por el rechazo a toda revisión o desacuerdo con los planteos originarios de su obra, considerando que se trata de una insuficiencia de conocimiento o de una comprensión de los escritos, valorando la divergencia como una desviación que responde a sesgos ideológicos de toda clase: feministas, antifreudianos, culturalistas, familiaristas.
Los que critican a Freud denuncian la concepción conservadora del maestro en la interpretación de los deseos y en el papel otorgado a la mujer, subrayando que la teoría ha sido concebida y construida sobre fundamentos de orden ideológico, sin que Freud los asumiera como tales. Se sostiene, como ejemplo, que la ecuación pene=niño sólo adquiere relevancia teórica en tanto se equipare y confunda sexualidad con reproducción. Criterios y concepciones que son considerados, a su vez, por los psicoanalistas defensores de las tesis freudianas como revisiones culturalistas y/o ideológicas, calificaciones, ambas, que conducen a su total rechazo.
Otros van más allá aún, y sostienen que la teoría del complejo de Edipo es uno de los últimos y más recientes mitos de la historia: el mito de Freud, y utilizan su obra, en particular las tesis sobre la sexualidad de la niña y la feminidad para trabajar sobre los deseos y el inconsciente de la persona de Sigmund Freud6.”
Este debate crítico, revisionista y en los casos más extremos, detentador de una inmovilidad cómoda (mantenimiento del “status quo”) devela los fraccionamientos de distintos puntos de vista, cada uno con sus respectivas teorizaciones a posicionar en torno a la elaboración de un constructo en disputa constante.
Cada uno de estos enfoques porta –tanto explícita como implícitamente- la pregunta sobre el escenario y/o complejo edípico, en tanto instancia simbólica de cristalización de un enamoramiento por parte del niño hacia la figura de la madre; en contraste a los celos que se despiertan hacia el padre. Esquema que tiende a universalizarse como manifestación y afirmación de vínculos.
Si dichas asociaciones -por parte del niño y la niña- no son traspasados o superados, se corre el riesgo de que se evidencie un trastorno neurótico y/o psicótico que obstruya su evolución posterior en términos sexo-afectivos.
La decodificación y posterior interpretación que realiza Sigmund Freud de la tragedia explicitada en el texto “Edipo Rey” de Sófocles7, requiere algunos comentarios importantes.
Edipo está muy lejos de ser concebido como un “héroe” e incluso como una variante de líder político o de cualquier especie de perturbador social; él es ante todo una persona correcta que intenta rebelarse contra el oráculo, ya que no quiere dañar a nadie (y en ello persistirá desesperadamente); a costa del penoso sacrificio de perder para siempre a quienes cree sus padres, eludiendo la tragedia que le está deparada.
Pensemos también que tampoco habría ocurrido nada (en ese sentido no se habrían cumplido ni la peripecia ni la anagnórisis, elementos fundamentales para el desenlace trágico); si él hubiese sabido la verdad sobre su origen. Con lo que se demuestra que el afán de hacer el bien, la buena intención de no querer dañar a nadie, son caminos completamente insuficientes ante la problemática de un sujeto determinado por lo simbólico, y más aún, como en este caso, pueden ser perjudiciales.
Un Edipo anclado en la neurosis al tratar de escapar de lo desconocido, cuyas leyes y dictados son oscuros y que por añadidura, provienen, a lo menos de una generación anterior a su constitución subjetiva. De ahí entonces que se puede establecer que el sujeto cae indefectiblemente en un discurso “otro”, cuyo destino será el advenimiento de la enfermedad (a menos que la contrarreste intentando escuchar y comprender una parte de este discurso).
1 En los años de 1880 a 1882 un médico vienés, el doctor Josef Breuer (1842-1925), descubrió un nuevo procedimiento que le permitió curar los múltiples síntomas de los cuales sufría una muchacha afectada por grave histeria. En el curso de dicho tratamiento ocurriósele que esos síntomas podrían estar relacionados con ciertas impresiones que la paciente había experimentado durante un agitado período en el cual estuvo dedicada a la asistencia de su padre enfermo. Por tanto, la indujo a buscar esas conexiones en su memoria mientras se hallaba en estado de sonambulismo hipnótico, reviviendo nuevamente, al mismo tiempo, las escenas «patógenas», sin inhibir en lo mínimo el despliegue afectivo concomitante. Posterior al cumplimiento de dicho proceso, los síntomas desaparecían definitivamente.
Por esa época no habían tenido lugar todavía las investigaciones de Charcot y de Pierre Janet sobre el origen de los síntomas histéricos, de modo que el descubrimiento de Breuer no fue influido en absoluto por estos autores. Sin embargo, no profundizó a la sazón su descubrimiento, y únicamente lo retomó diez años más tarde, esta vez con la colaboración de Sigmund Freud.
En 1895 ambos autores publicaron un libro: Estudios sobre la histeria, en el que comunicaban los hallazgos de Breuer e intentaban explicarlos por medio de la teoría de la catarsis. De acuerdo a ésta, los síntomas histéricos se originarían cuando la energía de un proceso mental es privada de su elaboración consciente y dirigida hacia la inervación somática (conversión). El síntoma histérico sería así el sustituto de un acto psíquico omitido y la reminiscencia de la ocasión en que dicho acto debía de haberse producido. La curación se producía merced a la liberación del afecto desviado y a su descarga por una vía normal.
El tratamiento catártico daba excelentes resultados terapéuticos, pero éstos no eran permanentes y dependían de la relación personal entre el paciente y el médico. Freud, que más tarde prosiguió dichas investigaciones por sí solo, modificó su técnica, reemplazando la hipnosis por el método de la asociación libre. Creó luego el término psicoanálisis, que con el correr del tiempo llegó a adquirir dos significados: 1) un método particular para tratar las afecciones neuróticas; 2) la ciencia de los procesos psíquicos inconscientes, que también se ha denominado acertadamente psicología profunda.
Su principal sector de aplicación es el de las neurosis más leves, como la histeria, las fobias y los estados obsesivos; además, permite alcanzar considerables mejorías y hasta curaciones en las deformaciones del carácter y en las inhibiciones y desviaciones sexuales.
En todos los casos el tratamiento impone arduas demandas, tanto al médico como al paciente: aquél debe contar con una formación especializada y debe dedicar un largo período a la exploración profunda de cada caso; el paciente ha de realizar considerables sacrificios, tanto materiales como psíquicos. Sin embargo, los resultados compensan por lo común todos los esfuerzos. Tampoco el psicoanálisis es una panacea conveniente para todos los trastornos psíquicos; por el contrario, su aplicación ha venido a revelar por vez primera las dificultades y las limitaciones con que se enfrenta el tratamiento de estas afecciones.
Los resultados terapéuticos del psicoanálisis se fundan en la sustitución de actos psíquicos inconscientes por otros conscientes, y su alcance llega hasta donde se extiende la injerencia de este proceso en la enfermedad a tratar. Dicha sustitución se lleva a cabo superando resistencias internas en la vida psíquica del paciente. En el futuro probablemente se adjudicará una importancia mucho mayor al psicoanálisis como ciencia de lo inconsciente que como procedimiento terapéutico.
2 El concepto de neurosis hace referencia a una afección en el sistema nervioso que provoca consecuencias en el manejo que una persona tiene con sus emociones, lo cual la lleva a desarrollar una patología que le impide crear empatía con el medio. William Cullen, químico y médico escocés, fue quien acuñó el término en el siglo XVIII, observando que en él se encerraban los sistemas propios de los trastornos sensoriales originados por una enfermedad del sistema nervioso.
3 Las conductas del hombre son impulsadas-desde la teoría freudiana- por dos tipos de factores: conscientes e inconscientes. En el caso de los primeros, éstos se asocian a las imágenes que se obtienen de la realidad, del mundo exterior, mientras que los inconscientes corresponden a aquellas prefiguraciones e imágenes de situaciones vividas con antelación, que el sujeto cree haber olvidado, pero que en realidad, se cuelan en la vida actual de cada uno de los sujetos debido a su estado de latencia.
Según Freud, el hombre al nacer trae tendencias instintivas, que podrían clasificarse como impulsos de búsqueda de placer que exigen satisfacción. El hombre, como ser social, para integrarse a ella debe sacrificar en mayor o menor medida esas tendencias de búsqueda de placer. La familia-como dispositivo parental-disciplinario- irá modelando la conducta según las normas del grupo, quitando de su conciencia ciertos recuerdos o experiencias que le resultan molestas o perturbadoras al momento de adaptarse al grupo (mecanismo de autodefensa de la conducta). Dichas experiencias no se borran, continúan actuando fuerte y eficazmente, determinando muchas de nuestras conductas presentes.
La conciencia es como la corteza o cáscara del aparato psíquico, en directo contacto con el mundo exterior. Nos permite organizar los datos que obtenemos, actuar sobre ellos, explicarlos, etc. Debajo de la conciencia se hallan otras representaciones que no están actualmente en ella: las representaciones inconscientes, presentes pero latentes, no directamente manifiestas. En sentido descriptivo hay un solo inconsciente, pero en sentido dinámico encontramos un preconsciente y un inconsciente.
El preconsciente se relaciona a las ideas latentes, datos necesarios que pueden volver a la conciencia cuando resulte necesario, son útiles para la integración social. Mientras que en el inconsciente estas ideas o experiencias latentes que no pueden volver la conciencia por vía directa- pero existen pruebas de todo orden que permiten afirmar su presencia-, se manifiestan por otras vías (sueños, fantasías, actos fallidos).
4 Términos desarrollados por Freud como proposiciones iniciales de los principios psicoanalíticos. Dichos factores están centrados en la idea de la continuidad entre la vida normal y la neurótica, los conceptos de represión y del inconsciente y el método que permitió leer los procesos mentales inconscientes a través de sueños, bromas, lapsus del lenguaje y síntomas.
Por otra parte, su trabajo estuvo orientado a la consolidación de una teoría basada en la relectura de un texto proveniente de la tradición cultural griega, y por ende, proyectable a la realidad occidental, como es el mito de Edipo. Freud traslada la ejemplificadora fábula didáctico- moralizante hacia un escenario simbólicamente problemático.
El “complejo de Edipo” inaugurado y expuesto por Freud, instalaba una confusión inicial asentada en la niñez, que incluye el deseo de uno de los progenitores -por parte de la niña o el niño- y el consiguiente odio por el otro, como momento crucial en el desarrollo psíquico de hombres y mujeres.
Otra de las teorizaciones relevantes a convocar en esta cita, es la elaboración por parte de Freud- en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial-; donde éste desplegó su explicación sobre la estructura de la personalidad del ser humano basada en tres niveles yo, superyó y ello. Estas tres áreas no se presentan de manera aislada, sino que por el contrario, se mezclan e interactúan. El “yo” corresponde al consciente y al preconsciente, incorpora las percepciones del mundo exterior y está gobernado por el principio de realidad que destituye al del placer. Sin embargo, el yo es débil, sus energías le son prestadas por los impulsos vitales del “ello” que guía los intereses del sujeto.
El superyó, por otra parte, corresponde al inconsciente represor y representa una suerte de vigilancia de los actos del sujeto. Su estructura-simbólica- agrupa la noción de moral instituida por los modelos educacionales y por la influencia social en general, indicando y demarcando “el deber ser”; colaborando con la dimensión del “yo” para reprimir aquellos impulsos del ello que no se adecuen a este ideal.
Representa el padre interior que reúne las valoraciones del grupo social que se transmiten de generación en generación.
Finalmente, el ello corresponde al inconsciente reprimido. Se encuentra gobernado por el principio del placer, y corresponde a la naturaleza instintiva (tendencias que exigen satisfacción, que no reconocen lógica alguna y son netamente activas).
Dentro de los últimos conceptos expuestos, la noción de superyó es la que más nos interesa para los fines que persigue este trabajo. El superyó se forma después del complejo de Edipo, a partir de la internalización de las prohibiciones del padre y la madre. Paulatinamente, Freud pudo observar que tenía un carácter ligado al género y que era, sobre todo, producto de las relaciones infantiles con el padre; también determinó que se distinguía más en los niños que en las niñas.
En “El malestar en la cultura” y otros escritos sobre la cultura, Freud comenzó a observar la dimensión sociológica del superyó, a la cual identificó como el medio por el cual la cultura consigue dominar el deseo individual, especialmente la agresión [el subrayado es mío]. Explicación extraída del texto de Connell, R. W: Masculinidades. En: Masculinidad/es: poder y crisis. Teresa Valdés y José Olavarría (editores). Santiago, Isis Internacional (1997).
5 Dio Bleichmar, Emilce: La sexualidad femenina. De la niña a la mujer. Barcelona. Ed. Paidós (1997).
6 Ibid; pág. 34.
7 “Edipo, hijo de Layo (rey de Tebas) y de Yocasta, es abandonado siendo niño porque un oráculo había anunciado a su padre que ese hijo, todavía no nacido, sería su asesino. Es salvado y criado como hijo de reyes en una corte extranjera, hasta que, dudoso de su origen, recurre también al oráculo y recibe el consejo de evitar su patria porque le está destinado ser el asesino de su padre y el esposo de su madre.
Entonces se aleja de la que cree su patria y por el camino se topa con el rey Layo, a quien da muerte en una disputa repentina. Después llega a Tebas, donde resuelve el enigma propuesto por la Esfinge que le ataja el camino. Agradecidos, los tebanos lo eligen rey y lo premian con la mano de Yocasta. Durante muchos años reina en paz y dignamente y engendra en su madre, no sabiendo quién es ella, dos varones y dos mujeres, hasta que estalla una peste que motiva una nueva consulta al oráculo de parte de los tebanos.
Aquí comienza la tragedia de Sófocles. Los mensajeros traen la respuesta de que la peste cesará cuando el asesino de Layo sea expulsado del país (…) La acción del drama no es otra cosa que la revelación que avanza paso a paso y demora con arte-trabajo comparable al de un psicoanálisis-; de que el propio Edipo es el asesino de Layo, pero también el hijo del muerto y de Yocasta. Sacudido por el crimen que cometió sin saberlo, Edipo ciega sus ojos y huye de su patria. El oráculo se ha cumplido”. . Explicación extraída-a modo de comentario- del texto de Michel Thibaut y Gonzalo Hidalgo: Trayecto del psicoanálisis de Freud a Lacan. Santiago. Ed. Diego Portales (2004); pp. 102-103.
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