REFLEXIONES EN TORNO A : « MEMORIA VISUAL E IMAGINARIOS: FOTOGRAFÍA DE PUEBLOS ORIGINARIOS DE LOS SIGLOS XIX – XXI »
Por Mane Adaro
http://chilenosenfotografia.blogspot.com/
Registro Fotográfico: Leonora Vicuña
El 12 de octubre se celebra nuevamente el día de la raza, fecha que conmemora el avistamiento de tierra hecho por el marinero Rodrigo de Triana en 1492 y momento decisivo que marca el encuentro, el estallido de dos mundos diferentes en tiempo y cultura que se fusionan en una sola mirada ciega, el pueblo originario y el pueblo visitante, colonizador. En relación al momento que se festeja y la reciente inauguración de la exposición “Memoria visual e imaginarios: Fotografías de los pueblos originarios siglos XIX-XXI”, se vuelve imprescindible reflexionar sobre algunos aspectos de la imagen y su postura.
Innegable es ligar la imagen y las fotografías que han “representado” históricamente al mundo indígena, con algunos infortunados principios que se generaron a partir de este encuentro; una identidad visual que estuvo basada en principios malformados de la imagen y su uso; una mirada incisiva desde el registro fotográfico que generaba círculos de conocimientos basados en la ignorancia. Extenso y profundo tema, porque la imagen que conocemos puede ser una representación e idea del mundo indígena creada desde la ficción, emplazada, apoyada en la ilusión que desde la fotografía documental se accedía a un conocimiento de una “verdad incuestionable”, lo cual generó como resultado una identidad basada en estereotipos, producto de esta mirada del desembarco sobre el nuevo mundo, y en forma secular con el sentido e intención de la mirada posesiva desde la primera toma fotográfica.
Ronald kay, en Del espacio de Acá expresa: “Gráficamente, la toma fotográfica en el Nuevo Mundo efectúa una toma de posesión”, al conformar las fotografías un mapa e inventario para el viejo mundo, una guía visual a modo de catálogo, de todo lo que podía ser poseído, dominado y explotado”. (Las maravillas de los desiertos, la naturaleza desconocida y el exotismo “salvaje” de las tribus encontradas).
Es el inicio de una historia con una mirada dominante, del que piensa “como sabio sobre el ignorante”, del que cree “ser perfecto sobre el imperfecto”, que hasta el día de hoy siglo XXI, hace que difícilmente podríamos mirar fotografías de los pueblos originarios aisladas de estos contextos, sin pensar en la historia, la contingencia, el pasado que ellas conllevan, su presente.
Lo fotográfico y su “realidad “contenida en el sentido que queremos darle, como explican Jesús M. de Miguel y Omar Ponce de León en su libro “Para una sociología de la fotografía”, no es una idea de la memoria como algo estático, lo fijo y prensado en el tiempo, lo muerto, tampoco es una realidad con forma objetiva, detenida, ya que todo sentido objetivo se vuelve inexistente al estar la imagen ligada a una memoria personal, colectiva. La historia se crea, inventa o reinterpreta, sea en palabras o sea en imágenes y la intención que la ancla a alguna posible realidad es (el texto), su punto de vista, ya que la imagen puede crear una ilusión óptica, así como un universo paralelo, volverlo invisible o anodino
Los hechos actuales de la realidad del pueblo mapuche se silencian en los medios de comunicación, lo cual no diferencia mucho de la manera en que la realidad de años atrás se manejaba sobre la identidad de los habitantes del sur y del norte de Chile, la imagen de lo indígena creaba una ficción que representaba a otros, más que a ellos mismos. A través del poder mediático escrito y visual de los periódicos por ejemplo, sin tapujo y sin sentido investigativo, se publicaban fotografías que graficaban la extensa pagina roja: asesinos pasionales, asesinos seriales, trifulcas, peleas de alcohólicos etc., con culpabilidad o no en los hechos, desfilaban con sus nombres que en el mejor de los casos para el morbo social, el apellido siempre tenía un perfil de habitante “originario”, nunca en el periódico se leía adosado a las fotografías de crónicas rojas, un apellido extranjero o de alguien acomodado.
Los epítetos adicionados para describir la palabra indio también acompañaban la imagen deformada socialmente: feo, mal educado, sucio, flojo, iletrado. Tristemente a través de la imagen y del poder de quien la tiene y usa (dueños de diarios en este caso) se moldeaba una forma de pensar, ver, ya que la identidad pareciera ser un concepto insostenido en el tiempo, tiene movilidad, creando una identidad falsa (la de ellos) basada en la ignorancia y el desconocimiento (lo nuestro).
Bernardo Oyarzun, artista visual, en el año 2008 en su serie de fotografías “Cosmética”, expone autorretratos embellecidos con el programa photopshop para blanquear sus rasgos mapuches y chilenos, cambiando sus ojos negros por unos azules, una cabellera negra por una rubia, volviéndose de un gusto anglosajón para la sociedad que le “recordaba” con comentarios poco amables, su origen. Es una obra autorreferente que explora las diversas dificultades que él como artista (por prejuicios, imposición de cánones de belleza) debió sobrellevar y que le han servido como conceptos creativos para una obra que transparenta el gran contexto de una sociedad prejuiciosa y arribista
A través de la historia se ha desplazado la calidad del uso otorgada a la imagen: La categoría del exotismo es una, que vende ideas de lo romántico y natural (mientras no exista la realidad de las protestas y los discursos). Ronald kay en Del espacio de Acá: “Lo exótico es el ultimo resplandor de la naturaleza o humanidad autóctona, que se asoma y despide a la vez en esa, su primera y última instantánea”, en referencia a la muerte misma del acto fotográfico pero también a la idea del objeto frio, la carta postal, la melancolía como romanticismo y uso; el último acto de posesión de una mirada que termina en la toma del objeto, el momento del registro, como hace 200 años atrás.
En una exposición de fotografía, el espacio museal podría ser comparado a un campo de batalla, un espacio conflictivo; el cuadrilátero pensante donde se exponen diversos puntos de vista, el lugar que indica la intención y tensión que se desea representar y narrar, quien mira qué y cómo. El espacio expositivo convertido en abismo, la nada o como mar de placeres, con la importancia del punto de inflexión e interrogación que dirija la mirada (pensamiento) para ubicarla en algún punto del espacio como guía.
Las imágenes de la exposición “Memoria visual e imaginarios: Fotografías de los pueblos originarios siglos XIX-XXI.”, inaugurada en el Museo de la Memoria, lucen impecables, bellamente impresas, adheridas a la pared con cuidado y prolijidad, en un ángulo de la sala se ha dispuesto una instalación del artista Juan Pablo Langlois y en dirección opuesta varios objetos encontrados en el mercado de la imagen y o creados para la ocasión; sobre el sentido del uso y desuso de esta imagen en la historia de Chile. Pero se siente la ausencia de algunas palabras en el muro (texto para un museo oficial), falta una tensión de lo vivo y de este presente en constante cambio, pues la imagen al poseer una tridimensionalidad ontológica (podríamos denominarla así) se vuelve una vasija demasiado profunda de interpretaciones, impidiendo ver o leer el grupo de retratos y paisajes que desaparecen entre fechas y acontecimientos lineales. Entre las primeras fotografías hasta las de Claudio Pérez en la ciudad de Calama, hay un trecho de más de doscientos años y una gran cantidad de sucesos, luchas, malformaciones y deformaciones de esta imagen ya que el cuerpo de la fotografía que la sostiene (como soporte) no es bidimensional ni plano, contiene una carga adicional que le da un relieve voluminoso como el peso de nuestra historia excluyente.
Los fotógrafos contemporáneos participantes: Paz Errazuriz, Mónica Nyrar, Claudio Pérez, Andrés Figueroa, Tomas Munita, Leonora Vicuña, Lincoyan Parada entre otros, con sus trabajos expuestos conforman un universo de distintas miradas autorales, que se alejan en principio de aquella otra mirada la del desembarco y el encuentro de dos mundos.
Quizás a la fecha en el país de ausencias y olvidos, siempre faltará algo en algún momento y en algún contexto: alguien, un nombre, un gesto, resultando un océano visual de observadores y observados solitarios, sin un punto de encuentro definido.
Por Leonora Vicuña.
http://leonoraelectric.blogspot.com
Cuando lo más importante de un trabajo curatorial consiste en rendir cuenta sobre una realidad determinada, para priorizar lo patrimonial y lo histórico, es difícil establecer paralelos autorales entre fotógrafos que han observado un “mismo fenómeno” a lo largo de un tiempo. Sin embargo, se hace necesario contextualizar estas imágenes, para logar entenderlas cabalmente. Muchos de los trabajos presentes en esta exposición, pertenecen a series fotográficas trabajadas por sus autores con un objetivo muy diferente al de los primeros fotógrafos que “descubren” deslumbrados una cultura “primitiva”, muy diferente a la de ellos. En el caso de la fotografía contemporánea, la identificación no es la misma y sin embargo, la exposición no da cuenta de ello, lo omite. En el fondo, se sirve de la fotografía para lograr el cometido de mostrar “lo indígena” como si fuera algo atemporal, una realidad antropológica ya pasada, un tiempo ya transcurrido, y no como una actualidad que está sucediendo hoy mismo con sus conflictos y dificultades presentes.
« Memoria visual e imaginarios : Fotografia de pueblos originarios de los siglos XIX – XXI » Nueva Sala Museo de la Memoria hasta el 27 de Noviembre.
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