¿EL TIEMPO RUEDA DE LA MANO DE DIOS O SOMOS LA RUEDA NOSOTROS MISMOS?
¿EL TIEMPO RUEDA DE LA MANO DE DIOS O SOMOS LA RUEDA NOSOTROS MISMOS?
El muro caminará y se abrazará a los muertos...
Desde Nueva York, Silvia Banfield ©2006
A veces la fiebre no alcanza para un termómetro. En la ilusión de las sábanas, no está el amor. Eso me dijo el Poeta. El cuerpo, leí en su viejo Diario, es la memoria de tus pasos. Sostuve la hoja casi con los pensamientos y me di cuenta que no estaba allí. Soplaba tibio el futuro y ardía en mi memoria este presente ya consumido. Nadie tomaba ventaja del pasado. Un corredor de fondo nunca mira hacia atrás, no existe su espalda, se borran los pasos que van marcando el camino hacia la meta. El otoño no le garantiza más hojas al calendario. El amarillo tiñe el viento, la curva ondulante de la hoja, el piso que la voltea y arrincona como parte del paisaje. Así las cosas suceden en el monótono curso de las horas. El sensual malestar de las palabras, afincado en el deseo femenino, sin coartadas, un capítulo abierto, libre, espontáneo, casi casual. Se detiene el pequeño tiempo que en algún momento creemos administrar. Es como un cenicero apagado, silencioso, que brillará con la punta de un cigarrillo, la ceniza fluorescente que cae dormida. De alguna manera el sol se recoge apagando sus huellas visibles, el reflejo de su mirada y se concentra en su luz interior. Pareciera no confiar en el hombre y le enseña su resplandor, se deja derrotar ciegamente por la lluvia y la noche. Recoge su circunstancial ocaso y reserva sus fuerzas, mejores días para el verano. Allí expresa su potente juventud desde hace millones de años, la calidez de su corazón de fresa. Se nos ha dicho que algún día, millones de años más, se apagará como una gran estrella y la palabra sol no seguirá iluminando la Tierra que tampoco existirá.
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