EL SENTIDO DE LOS CABALLOS
CC Fotografía David De Biasí
EL SENTIDO DE LOS CABALLOS
Carlos Yusti
Mi madre que era una pragmática con corazón, nunca escatimó con eso del amor y una buena bofetada (o algunos correazos) cuando se le agotaban los argumentos y la paciencia, en una ocasión me dijo: “De vez en cuando un poco de sentido común no le hace daño a nadie”. Le repliqué: “Del común ni el sentido, en todo caso si es en sentido contrario”. Mi madre suspiraba resignada, sabía que bromeaba, pero ella en el fondo estaba convencida que yo siempre iría contradiciendo normas y señales. Otro día conversábamos sobre el matriarcado rígido que ejercía en la casa y sobre todo con mis tres hermanas. Ante sus argumentos esquivos le pregunté a bocajarro: “¿Qué hubieras hecho si salgo homosexual?” Ella sonreída respondió: “El sentido común me dirá que te corra de la casa, pero como soy tu madre terminaré aceptándote, quizá te propine una paliza y esconda mis cosméticos”. Fin del asunto.
Cuando cursaba el bachillerato a cada salón se le asignaba un profesor guía, quien canalizaba las peripecias escolares de los alumnos que de alguna manera quebrantarán la norma. Mi profesora un día me llamó para decirme que mi rendimiento era bueno, pero que sería excelente si estudiaba más y leía menos. Me explicó que el sentido común dice que para mejorar las notas necesitas esforzarte con aquellas materias más complicadas. Que el tiempo dedicado a leer novelas, cuentos o poesía sería más provechoso si lo invirtiera en esas asignaturas en las que el rendimiento no era el mejor.
Vladimir Nabokov escribió un texto, “El arte de la literatura y el sentido común”, en el que rememora como en el salón de clases un tal Noah Webster definió el sentido común como "un sentido corriente bueno y saludable... exento de prejuicios emocionales o sutilezas intelectuales... el sentido de los caballos". Toda esta definición permite al autor de Lolita una reflexión irónica: “Es una opinión bastante halagadora para el animal, ya que la biografía del sentido común ha pisoteado a varios genios bondadosos cuyos ojos se habían deleitado en el temprano rayo de una luna demasiado prematura perteneciente a una verdad demasiado prematura; el sentido común ha coceado los cuadros más encantadores porque su bienintencionada pezuña consideraba un árbol azul como una locura; el sentido común ha impulsado a feas pero poderosas naciones a aplastar a sus hermosas pero frágiles vecinas cuando éstas se aprestaban a aprovechar una ocasión, brindada por un resquicio de la historia, que habría sido ridículo no aprovechar. El sentido común es fundamentalmente inmoral, porque la moral natural de la humanidad es tan irracional como los ritos mágicos que se han ido desarrollando desde las oscuridades inmemoriales del tiempo. El sentido común, en el peor de los casos, es sentido hecho común, por tanto, todo cuanto entra en contacto con él queda devaluado. El sentido común es cuadrado mientras que las visiones y valores más esenciales a la vida tienen siempre una hermosa forma circular, son tan redondos como el universo o los ojos de un niño cuando asiste por primera vez al espectáculo del circo”.
El sentido común es un aguafiestas consumado que no le permite a muchas personas a disfrutar de esos destellos mágicos que tiene la existencia. De reconocer ese milagro de la vida en los detalles cotidianos; de apreciar el genial universo de la literatura en contraposición de la realidad con sus horarios y miserias humanas a gran y pequeña escala lo que hace que uno repita con Nabokov que “La locura no es más que el sentido común un poco enfermo, mientras que el genio es la mayor cordura del espíritu”. Más a la tozudez, que a mi espíritu de rebeldía, no le hice caso a la profesora en el bachillerato. Sin duda buscaba en los libros esa magia que en definitiva no tenía el liceo, trataba de apartarme de ese sentido común que valora mucho más los bienes tangibles (un título universitario, un auto, etc.) en detrimento de las ganancias del espíritu, que a la larga dotarán a nuestra alma de un ímpetu determinado para acometer cualquier empresa en la vida. Lo que no sabía mi profesora era que yo nutría y fortalecía mi imaginación para no conformarme con los lineamientos banales que guían a la mayoría: “Si estas en un cargo público aprovecha, esas oportunidades se dan sólo una vez en la vida”, “no me de compañero póngame donde haiga”, “de mosquito para arriba todo es cacería”, “ese hombre ha robado, pero ha hecho mucho por este estado”, “billete mata galán”, etc. Cuando la deshonestidad y el crimen toman la palabra la vulgaridad arrasa con los valores más elementales.
Un aforismo de Lichtenberg puede servir como cierre: “En Zezu los profesores enseñan sentido común. Los estudiantes viven abatidos”.
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