EL VÉRTIGO DE LA SOBREMODERNIDAD; CIUDADES DEL ANONIMATO Y TURISMO ETNOGRÁFICO. I Parte
EL VÉRTIGO DE LA SOBREMODERNIDAD; CIUDADES DEL ANONIMATO Y TURISMO ETNOGRÁFICO. I Parte.
Por Adolfo Vásquez Rocca
Cómo Citar este Artículo:
Referencia: El presente Artículo fue originalmente publicado en versión impresa en las Revistas internacionales que se refieren:
"El vértigo de la Sobremodernidad; Turismo Etnográfico y Ciudades del Anonimato" Revista de Humanidades: TECNOLÓGICO DE MONTERREY, México, Nº 22 (2007, primavera): 230-245. Vásquez Rocca, Adolfo.
<http://redalyc.uaemex.mx/redalyc/src/inicio/ArtPdfRed.jsp?iCve=38402208>
“Ciudades del anonimato: diáspora, cronotopías y cartografía de las emociones escindidas”, DEBATS, Valencia, España, ISSN 0212-0585, Nº 97-98, 2007, 50-59, Vásquez Rocca, Adolfo.
SUMARIO
1.- Espacios públicos y figuras del anonimato.
2.- Los 'no lugares' y el turismo a gran escala.
3.- La ciudad como museo.
4.- Diáspora y "cronotopías de la intimidad".
1.- Espacios públicos y figuras del anonimato1.
La ciudad como hecho colectivo se manifiesta, fundamentalmente, en la red de espacios públicos. La interrogación por los nuevos sentidos del espacio público adquiere una dimensión antropológica y estética. Pensar en los lugares y las formas urbanas de relación –la circulación acelerada de personas- permite definir los nuevos modos de ser humano, constatar la nuevas formas de soledad y aislamiento en una urbe sobrepoblada, la incomunicación del individuo en medio de las redes y las carreteras de la información, el entrecruzamiento de producciones socioestéticas diversas que generan ciudades metafóricas.
La ciudad y sus representaciones se crean mutuamente. Más allá de su realidad material (sus calles y edificios, plazas, tiendas, monumentos, parques), cada ciudad es también una comunidad imaginada a diario por sus habitantes, quienes al vivirla y recorrerla elaboran un “mapa mental” de sus espacios físicos y sociales donde se instalan y apropian emotiva y utópicamente. Esa ciudad imaginada se representa en discursos, filmes, postales, periódicos, himnos, mitos, chistes, dicciones y las múltiples formas que puede asumir el habla empírica. Por eso, el modo particular en el que artistas y escritores imaginan lo urbano ya está predeterminado por las representaciones de la ciudad en el imaginario colectivo de sus habitantes. Así, en su materialidad y su simbolismo cada ciudad constituye un texto que se puede leer, siendo su arquitectura y su configuración espacial la gramática que lo organiza. Si cada ciudad es un texto colectivo que vehiculiza y almacena una cultura, una memoria colectiva, una narración geográfica e históricamente emplazada, cabe preguntarse por las formas de esa inscripción en el imaginario colectivo y sus procesos de sedimentación en el lenguaje, la forma en que se gesta la identidad, se conforman los ideales y la formas del conformismo, en definitiva, como se magullan los sueños. Cada transformación de la ciudad, cada re-organización territorial, cada nuevo multicine o megamercado, articula nuevas formas de relacionarnos o distanciarnos en la escena urbana. Con cada edificio que desaparece o se transforma desaparece una forma ritual de vida, se silencian saberes y memorias colectivas, se apagan los ecos de los fantasmas que pululan en aquellos lugares, los que hicieron propios y en los cuales afincaron su memoria e inscribieron su huella en el tiempo.
Adolfo Vásquez Rocca 'No lugares y Ciudades del Anonimato" - Arquitectura y Diseño
Rostros sin perfiles se difuminan en el anonimato de las aglomeraciones, conformando el espacio protosocial, premisa escénica de cualquier sociedad. El espacio público es, precisamente aquél en el que el sujeto que se objetiva, que se hace cuerpo, que reclama y obtiene el derecho de presencia, se nihiliza y se convierte en una nada ambulante e inestable. Ese cuerpo lleva consigo todas sus propiedades, tanto las que oculta o simula, como las reales, las de su infamia como las de su honra, y con respecto a todas esas propiedades lo que reclama es la abolición tanto de unas como otras, puesto que el espacio en que ha irrumpido es –como se señaló– anterior y ajeno a todo esquema fijado, a todo lugar, a todo orden establecido.
Adolfo Vásquez Rocca 'No lugares y Ciudades del Anonimato" - Arquitectura y Diseño
Quien se ha hecho presente en el espacio público ha desertado de su sitio y transcurre por lo que por definición es una tierra de nadie, ámbito de la pura disponibilidad, de la pura potencia, tanto de la posibilidad como del riesgo, territorio huidizo –la calle, el vestíbulo de estación, la playa atestada de gente, el pasillo que conecta líneas de metro, el bar, la grada del estadio– en el más radical anonimato de la aglomeración, donde el único rol que le corresponde es circular. Ese espacio cognitivo que es la calle obedece a pautas que van más allá -o se sitúan antes de las lógicas institucionales y de las causalidades orgánico-estructurales, trascienden o se niegan a penetrar el sistema de las clasificaciones identitarias, dado que se auto-regulan a partir de un repertorio de negociaciones y señales autómatas. Las relaciones de tránsito consisten en vínculos ocasionales entre “conocidos” o simples extraños, con frecuencia en marcos de interacción mínima, en el límite mismo de no ser relación en absoluto. Aquí se esta librado a los avatares de la vida pública, entendida como la serie de interacciones casuales, espontáneas, consistentes en mezclarse durante y por causa de las actividades ordinarias. Las unidades que se forman surgen y se diluyen continuamente, siguiendo el ritmo y el flujo de la vida diaria, lo que causa una trama inmensa de interacciones efímeras que se entrelazan siguiendo reglas a veces explícitas, pero también latentes e inconscientes. Los protagonistas de la interacción transitoria no se conocen, no saben nada el uno del otro, y es en razón de esto que aquí se gesta la posibilidad de albergarse en el anonimato, en esta especie de película protectora que hace de su auténtica identidad, de sus secretos que lo incriminan o redimen, o de igual forma, de sus verdaderas intenciones, como terrorista, turista, misionero o emigrante, un arcano para el otro.
Filosofia, Arquitectura y Antropologia por Adolfo Vásquez Rocca
La vida al descubierto es así constante posibilidad de encuentro o desencuentro, posibilidad de evasión, territorio abierto al desvío, al suceso imprevisto, a distraerse, a la posibilidad siempre cierta de extraviarse en el límite invisible de lo ilegal. En el trayecto rige una normatividad difusa, tenuemente sumergida en lo tácito y negativo de lo que no debería hacer el transeúnte a fin de conservar el anonimato2 –y no despertar sospechas– y llegar así a su destino: como no desnudarse en público, no pintarrajear las murallas públicas ni hacer graffitis en monumentos arqueológicos.
Filosofia, Arquitectura y Antropologia por Adolfo Vásquez Rocca
2.- Los 'no lugares' y el turismo a gran escala.
Todos, también, hemos estado solos en algún aeropuerto, en ese terminal de una red inmensa e indeterminada de flujos que se mueven y se mezclan en todas direcciones, en esa situación de tránsito tan propio de los no-lugares, se experimentan ciertos estados de gracia posmodernos como el del viaje, cuando en lugar de estar, nos deslizamos, transcurrimos, sin afincar nuestra identidad ni tener que comprometernos más allá de dos horas. Aquí, en estos nuevos espacios de la indefinición, donde el tiempo se extiende como goma de mascar advienen nuevas y extrañas enfermedades como las cronopatías -derivadas del abrupto cambio de usos horarios no asimilables a los ciclos biológicos. Este extraño personaje, el viajero, nunca está, ni nunca estuvo realmente en un sitio, sino que más bien se traslada, se desplaza, él mismo es sólo ese tránsito que efectúa y en el momento justo en que lo efectúa.
El espacio se constituye a través de interrelaciones, desde lo inmenso de lo global hasta las formas de la intimidad, es lo que nos abre a un plexo, a una esfera donde coexisten múltiples trayectorias. Estas interrelaciones hacen del hombre un ser abierto al mundo, un constructor de espacios que a su vez lo constituyen a él. Hombre y espacio se co-determinan en interacciones potenciales; el espacio nunca puede quedar clausurado sobre sí mismo, nunca puede agotar de modo simultaneo y completo todas las interconexiones.
Filosofia, Arquitectura y Antropologia por Adolfo Vásquez Rocca
Todo esto acontece –o deja de acontecer– en los así denominados “no lugares” en oposición al concepto "antropológico de lugar” asociado por Mauss3 y toda una tradición etnológica con el de cultura localizada en el tiempo y en el espacio. Los no lugares son tanto las instalaciones necesarias para la circulación acelerada de personas (vías rápidas, empalmes de rutas, aeropuertos) como los medios de transportes, o también los campos de tránsito prolongado. En este momento en el que, sintomáticamente, se vuelve a hablar de patria4, de la tierra y de las raíces, lo que prevalece es el turismo a gran escala.
Para convertirse en turista es necesario adoptar una actitud: revisar folletos, proyectar itinerarios, tramitar documentación. Curiosamente el pasajero de los no lugares sólo encuentra su identidad en el control aduanero. Mientras espera, obedece al mismo código que los demás, registra los mismos mensajes, responde a las mismas apelaciones. El espacio del no lugar no crea ni identidad singular ni relación, sino soledad y similitud5. ¿Por qué? Porque los no lugares mediatizan la relación del individuo con el espacio al crear una contractualidad solitaria; los no lugares se definen por las palabras o los textos que nos proponen para que podamos establecer una relación con ellos. cuando la relación con la historia se estetiza y desocializa, cuando se vuelve artificiosa, como en el caso del turismo y en el que el tour y el calendario fotográfico se vuelven souvenir de los sitios y las ciudades se transformadas en museos y en mera alusión: la imagen suplanta al monumento, al lugar y la relación que con él pueden establecer los individuos, y deja, por tanto, de ser una forma de fijar la identidad. Más bien es una forma de suplantación o simulacro. Como el protagonista es incapaz de crear un vínculo real tanto con los espacios como con las personas, el simulacro es la única manera que se le ocurre para reencontrarse consigo mismo.
Los espacios turísticos son, a este respecto, enclaves diseñados para secuestrar cualquier experiencia real del visitante con la ciudad, regulándolos a través del control de cuatro aspectos principales de la agenda: el deseo, el consumo, el movimiento y el tiempo. El deseo y el consumo son regulados por la promoción y el marketing. El tiempo y el movimiento están estrictamente confinados (por pasillos, torniquetes de acceso, escaleras mecánicas, túneles y galerías) y monitoreados (por cámaras y guardias de seguridad). El uso del tiempo es también delimitado por la programación de espectáculos y representaciones y por características físicas como la disponibilidad o ausencia de asientos y lugares de reunión6. Las experiencias y productos en oferta combinan la homogeneidad y la heterogeneidad, suficiente tanto para dar un sentido de comodidad y familiaridad como para inducir también un sentido de novedad y sorpresa. Estos enclaves son generalmente incorporados en una textura urbana que se ha convertido en un objeto de fascinación y consumo en sí misma. Ir de malls constituye en sí mismo una actividad y un programa. Las grandes tiendas por departamento, megaproyectos urbanísticos, paradigmáticos de la globalización, estas verdaderas “postales de la modernización” operan como ciudades satélitales; los nuevos shoppings a imitación de los malls norteamericanos. Renovaciones urbanas todas que, no sólo continuaron la filosofía de los proyectos faraónicos bajo las dictaduras latinoamericanas -las grandes autopistas, los volúmenes deshumanizados de la arquitectura – en un paroxismo globalizador del neoliberalismo.
La contrapartida de estas postales y simulacros primermundistas es la “fractura social y urbana” que afecta el espacio físico y mental de nuestras ciudades a partir de la creciente brecha de los ingresos de las clases altas, medias y las bajas. El neoliberalismo ha polarizado no sólo la fuerza laboral, sino que con ello, divide la ciudad en estancos más o menos fijos, esto se traduce en ciudades cada vez más compartimentadas en espacios físicos que no interactúan entre sí.
La gran ciudad ha asumido así el estatus de exótica7. Esto ha hecho que el turismo moderno ya no esté centrado en los monumentos históricos o los museos, sino en la escena urbana, o más precisamente, en alguna versión de la escena urbana fronteriza, no adecuada para el turismo. La "escena" artificial que los visitantes estándar consumen está compuesta por un calidoscopio de experiencias orientadas por agencias turísticas. Pero lo que el verdadero explorador -lo que este particular tipo de turista etnógrafo8- busca es una especie de turismo aventura urbano; salir de las áreas donde deambulan habitualmente los turistas puede ser una experiencia peligrosa -y por ello excitante-, adentrarse en nuevos territorios nocturnos, en áreas "tensas" –barrios fronterizos– o simplemente zonas donde pueden vivir y trabajar personas de verdad, ubicadas en los márgenes urbanos, más allá de los cordones industriales: minorías étnicas, gente de color, inmigrantes, pobres. Tales áreas pueden ser atractivas precisamente porque no han sido construidas ni dispuestas para los turistas. Aquí, fuera de la habitual zona acomodada, los turistas pueden pasear en un espacio intelectual y físico interesante e impredecible. Hay algo emocionante en ese límite.
Gracias por este importante
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