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REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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Territorios en Desafío: La Subjetividad Histórica

Raúl Moarquech Ferrera-Balanquet

 

 

La memoria trasciende los tiempos a través de múltiples canales. Su navegación entrópica no reconoce espacios ni coordenadas fijas y, sin violentar los territorios, logra difundirse entre nuevas generaciones utilizando diversas expresiones: la oralidad, la literatura, la pedagogía, el medio ambiente, la danza, la espiritualidad, la ecología, la fotografía, el cine, el video, las artes mediáticas.

“Grabada en las paredes de siglos filosos, la memoria curtida en vinagre rocía la sed de los caminos, dicta la poesía matizando la continua búsqueda en la identidad de los tiempos.  La memoria navega fragmentada entres las olas del Caribe, en la aguas del río Iowa, en la fluidez del Hudson, ajustando el paso de las corrientes que llegan al Cono Sur, recreando las copias de las copias en cada isla de un archipiélago poblados de tribus marítimas, arquitectos de templos, mercaderes de saber, atestiguando las repeticiones múltiples de la vasta geografía de América; haciendo eco a la voz de Benítez Rojas quien, con precisión literaria, describió la relación que las corrientes marinas tienen con los flujos cósmicos en es su libro “La Isla se Repite.”[1]

Si la memoria histórica articulada en éste ensayo beneficia como punto de origen a la cuenca del Caribe, se debe a la subjetividad implícita en el acto de la escritura y la documentación histórica. La actual migración irregularizada entre los países de América -experiencia personal y fuente de inspiración de este ensayo- me instiga a ver el arte actual de Las Américas con una geografía más amplia que los territorios imaginados por Bolívar, Martí, Guevara y Eduardo Galeano.  Esta acción no es más que el ritual expresivo de un inconsciente colectivo que, a través del acto de la escritura, me permite recrear experiencias histórica activadas en la movilidad corporal y los contactos que he tenido a través de los años.

La historia o la crítica de arte actual en Las Américas es consecuencia de una fragmentación multigeométrica variable donde confluyen, transversan, emanan y multiplican territorios que no pueden ser cartografiados y que aumenta, disminuye, se extiende, eleva y profundiza a través de espacios físico materiales y/o virtuales inconscientes y geo-políticos configurados de acuerdo a los niveles de conciencia e inconsciencia, las experiencias corporales, el saber adquirido y las capacidad para narrar la historia.

Las Américas es un territorio fluido donde habitamos sus descendientes, a pesar de que muchos no viven en el territorio origen. Es un espacio espiritual cuya dinámica transforma nuestra psiquis en la convergencia de conocimientos ancestrales –por mencionar algunos- Indígenas: Mayas, Caribes, Inuits, Mezquiaquis, Arawkas, Tainos, Siboneyes, Olmecas, Yanomami, Araucanos; espíritus Asiáticos: chinos, japoneses, filipinos, coreanos; Africanos: Bantú, Congo, Carabalí, Lucumis; Árabes: musulmanes, shiitas; Persas: sufi; Europeos: catalanes, canarias, italianos, irlandeses; Judíos: Sefarditas; todos provocando un resurrección híbridas que permite construir una cosmología en relación con la geografía y las energías naturales.

Las Américas es un espacio tecno ambiental que aunque, sumergido, para algunos en la periferia del discurso colonial, ofrece la oportunidad de enfrentarse a un campo de conocimientos tecnológicos basado en el medio ambiente, la natura, el diálogo transcultural, las constante migraciones y la necesidad de supervivencia.

No puede negarse que para muchos el territorio imaginado de Las Américas es la cultura sinuosa del placer, de la sexualidad mística protegidas por las deidades, de la liberación corporal derrumbando banales predicamentos de un patriarcado irracional que condena al deseo, injustamente, a doctrinas e ideologías moralistas. Nuestro continente es la entrada, la partida, el camino que nos transporta a otras latitudes, el complejo aparato que identifica nuestra raíces y desconstruye a la nación para reinscribir las múltiples conexiones existentes entre sus habitantes.

La documentación inscrita en la memoria inconsciente/consciente/individual/colectiva es la ruptura de una historia temporal que algunos creen que comenzó con la llegada de Colón y que, a pesar de sus diversos y fragmentados discursos, se extiende por los vasos comunicantes de pueblos antiguos renaciendo en el instante en que cada americano reconoce al territorio origen.

La historia colonial en Las Américas intenta mantener la ilusión hegemónica creando un discurso de diferencia que centraliza su poder desplazando a culturas y grupos étnicos a la periferia de su sistema ideológico. Existen otras histori(e)as de Las Américas y la que se cuenta aquí no es una historia absoluta del arte sino, como planteé anteriormente, las motivaciones subjetivas instigando el tiempo en función de los conocimientos adquiridos.

El aparato colonial nos ha enseñado a creer en complejos de inferioridad,  posiciones en la periferia, en ser tercer mundistas, subdesarrollados económica y culturalmente frente a la sociedad ‘civilizada’ y ‘alfabetizada’ occidental. Así intenta cerrar las puertas al desarrollo de un pensamiento crítico histórico que lleva siglos forjándose ante los desafíos que impone la historia de nuestro imaginado territorio de Las Américas.

Afirmo que a pesar de la clasificación de “subdesarrollo” impuesta sobre nuestras costumbres, tradiciones y tecnologías, en estos momentos, cuando confrontamos la peor crisis ambiental en la historia de la humanidad, reconozco que nuestra resistencia cultural a las deformaciones del progreso occidental nos han mantenido en los caminos de las mutaciones cósmicas. El historiador y curador mexicano Edgardo Ganado Kim, en una conversación, planteó la necesidad de entender a nuestras ecologías como sistemas en transformación y así poner en crisis el concepto occidental de destrucción a favor de ecologías en constante mutación[2]. ¿Cómo es posible explicar que en nuestra región exista dos de los pulmones biosféricos más importantes de la tierra: La Amazonas y la región suroeste Maya?, que, a pesar de las ansias destructivas de las corporaciones multinacionales (vea los lineamientos del Plan Puebla Panamá) y de la apropiación de los códigos genéticos de diversas plantas por las multinacionales biotécnicas, aún podemos decir que no tenemos el grado de contaminación de las urbes y las aguas del Atlántico Norte.

En estos instantes, escuchando la voz de los inmigrantes Latinos, aún retumba en nuestra memoria la caída de la torres de World Trade Center, símbolo metafórico de la fase final del capitalismo post industrial estadounidense, debemos desmantelar la idea del subdesarrollo tercermundista y reclamar a Las Américas como territorio innovador; recalcar la necesidad de adentrarnos en sus conocimientos para entender que en nuestro continente están las claves de un futuro ecológico transformable, una diversidad espiritual conectada a nuestro cuerpo y proceso creativos que conllevan, mediante múltiples migraciones, a todos los confines de mundo.

Que nos hayan colocado en la periferia de “Occidente” nos permite ver la distancia entre el poder colonial y el flujo que constituye la identidad e historia de nuestras culturas. Tampoco podemos negar la relación histórica con Europa, ni como la perspectiva central, el modelo cartesiano y  la reproducción mecánica info-eléctrica no satisfacen las dinámicas creativas de los que habitamos en los supuestos márgenes de un occidentalismo que no reconoce ni a su propio diversidad étnica y todavía mantiene en espacio coloniales a irlandeses, escoceses, vascos, catalanes, sardeños, frulis, sefarditas, gitanos y muchos otros.

El mecanismo ejecutado para descentralizar el poder colonial es parte del proceso de liberación de la memoria, atravesando el texto, desmitificando la historia que hemos aprendido gracias a la educación ‘civilizada’ y reconstruyendo nuestra subjetividad histórica a partir de una estrategia socio histórica cultural basada en la política de diferencia que puede - alimentándose del feminismo, el anti-racismo, la anti-homofóbia, la diversidad cultural, la valorización de las formas físicas corporales y las tradiciones filosóficas y el entendimiento de la relación cósmica-, lograr desmitificar al aparato colonial y adentrarse en nuestras dinámicas sin necesidad de conectarnos a los sistemas opresión que obstaculizan un proceso creativo más cercano a la historia producida en Las Américas, siempre y cuando no mitifique los proceso imperiales que por siglos ocurrieron en nuestro continente.

Cornel West sugiere:

“Desmitificar es el modo de investigación teórica más iluminante para aquellos que promueven la nueva política de diferencia cultural. El análisis socio estructural del imperio, exterminio, clase, raza, género, naturaleza, edad, orientación sexual, la nación y el territorio son los trampolines –no los espacio de aterrizaje- para las formas más deseada de una práctica crítica que analiza la historia (herstory) seriamente. Desmitificar trata de mantener un record de las dinámicas complejas del poder institucional y de otras estructuras relacionadas con el poder para exponer posiciones y alternativas para el praxis transformativo; también procura comprender las formas en que las estrategias de representación son respuestas creativas a las novedosas circunstancias y condiciones. De esta manera, el rol central de la agencia humana (siempre actuando bajo las circunstancias que uno no ha escogido) -estará acentuado en el crítico, el artista, y la audiencia”.[3]

 

Para los Americanos, la navegación [física y virtual] es un elemento intrínsico de nuestra percepción. Mucho antes de que llegaran los Dzules, como llamaron los Mayas a los españoles, en las aguas del Caribe navegaban los Arawkas, Tainos, Siboneyes y Mayas creando un sistema de navegación que servía de intercambio social y económico. Sus embarcaciones eran elaboradas teniendo en cuenta las condiciones ambientales y el comercio que ocurría dentro de la cuenca. La fuerza corporal de los hijos del mar Caribe les permitían remar largas distancias. Los Mayas poseían complejos sistemas de navegación que los orientaba a través de largas distancia.

En la mitología Maya Yucateca los pueblos del Caribe estaban unidos por los sacbees, caminos celestes, terrestres y submarinos. De acuerdo a una de sus leyendas, Tulum y Coba estaban unidas a Chichén Itzá y a Uxmanl por un camino suspendido en el cielo, llamado Cuxan-Sum (cuerda viviente), una larga cuerda viviente de cuyo centro manaba sangre. En Tulum comenzaba el sacbé submarino que conducía al oriente.[4] En este punto de intercepción entre la tierra y las aguas se encontraba una de las estructuras navegables más compleja creadas por los Mayas.

            Hoy en día, cuando la arquitectura contemporánea sugiere un diálogo directo con la fugacida de la información, la preservación de la naturaleza y la necesidad de construir en relación a los principios ecológicos mutantes, la arquitectura Maya, especialmente la series de ventanas edificadas en Tulum para ayudar la navegación de los marinos que regresaban en la noche, puede servir como uno de los punto de entrada al proceso desmitificador del “subdesarrollo” impuesto en el discurso colonial de las naciones del Atlántico Norte.

Antes de la llegada de los Dzules, Europa experimentaba un oscurantismo religioso que condenó a célebres científicos como Copernico y Galileo quienes desmitificaron la teoría de una geografía plana para dar paso a un sistema cosmológico que incluía la relación solar con una tierra redonda. Cabe señalar que los astrónomos Mayas ya habían desarrollado una geometría espacial elaborada a partir de la astronomía y una matemática, que a pesar de los avances tecnológicos de occidente, hoy sigue siendo más exacta que los algoritmos computacionales que alimentan el flujo de datos a través de las redes informáticas.

            Ortega Y Gasset en su articulo “Corazón y Cabeza”[5], criticando el supuesto progreso a base del domino de la materia, afirma que este progreso había dejado a un lado la mente y a la deriva el corazón; condicionando al europeo a un “retroceso sentimental; a la cultura de la cabeza, una incultura cordial.” El filosofo demanda un sistema de crecimiento muy parecido al que los críticos y filósofos postcoloniales arguementan que el Renacimiento fue un periodo histórico donde dominaba el intelectualismo.

            Ortega y Gasset nos habla justamente del periodo posterior a la muerte de Galileo cuando las religiones verticales toman poder en Europa y se destruye la relación sagrada entre los individuos y la naturaleza para crear una estructura de poder religioso donde el espacio sagrado se convierte en la imagen masculina de un dios que solo puede ser alcanzado mediante un sacerdote que reinscribe la representación falocéntrica de estas religiones. “… Por eso es sumamente grave el desequilibrio que padece el hombre europeo entre su progreso de inteligencia y su retraso de educación sentimental. Mientras no logre una nivelación de ambas potencias y el agudo pensar quede asegurado, garantizado por el fino sentir, la cultura estará en peligro de muerte”.[6]

El discurso de Ortega y Gasset nos induce a reflexionar en las múltiples apropiaciones coloniales que ha experimentado nuestros territorios: la arqueología en nombre de la ciencias saquea la zona Maya para luego mostrar los artefactos como trofeo de la invasión en los museos de occidente; el robo de colores y patentes por los diseñadores de moda actual; la fuga constante de cerebros; el tráfico de órganos humanos; la destrucción de ciudades sagradas gracias a la visita de miles de turistas occidentales entre otras.

La imposición del trazado en diámero, derivado del pensamiento renacentista, Ecuclediano y de Carlos V, sobre el desarrollo urbano en la época colonial del Caribe y América ha derivado en la contaminación del medio ambiente de estas ciudades. Los errores de esa espacialidad se pueden notar en los efectos de la planeación urbana que los procesos actuales de inmigración hacia las pequeñas ciudades, tanto del campo como de la grandes ciudades, han intensificado. Todo esto se debe, como atestigua Margaret Wertheim, a que “la cultura occidental ha sido dominada, en los tres últimos siglos, por un materialismo metafísico que hoy es desafiado, en su discurso filosófico y trends sicológicos, por la explosión de la era digital. El ciberespacio, al no ser generado por átomos si no por bites, no está sujeto ni condicionado a las leyes físicas, por ende se sitúa fuera del discurso materia-espacio-tiempo que ha dominado el pensamiento y la “realidad” occidental.”[7]

Nuestro era, dominada por la representación visual, ha visto la colonización de nuestro imaginario por la perspectiva central, un modelo de recreación visual que floreció durante el renacimiento gracias a los arquitectos italianos Alberti, Brucnesllesci y Piero della Francesca. Esta técnica, empleada anteriormente por los muralistas de Pompei unos siglos antes del Renacimiento y descrita por Euclides en su tratado “Ópticas,” consiste en la arreglo simétrico entre los extremos de la imagen para que los puntos de fuga convergan en un eje central, creando así la ilusión de una representación ‘real’. Podemos observar que en mucha de las pinturas europeas de los siglo XIV y XV la perspectiva central dominaba el espacio visual.

En 1435, unos años antes de los ‘grandes viajes a América’, Alberti escribió un tratado sobre la relación óptica entre el ojo humano y el objeto que es observado donde se propone la existencia de líneas directa de luz que al llegar a los ojos se convertía en un cono de rayos de luz. Cuando una superficie transparente se interpone entre el ojo y el objeto, un duplicado exacto de este puede ser dibujado en la superficie transparente.

La perspectiva central es una violenta e intrincada deformación de las formas naturales de los objetos y surgió como resultados culturales e ideológicos de una era dominada por el oscurantismo religioso. Aunque, paradójicamente, Rudolf Arnheim la considera como: “La forma más realista de dibujar el espacio óptico en los ojos de los ‘Occidentales’, al mismo tiempo, el destacado filosofo crítica su práctica cuando argumenta: “El descubrimiento de la perspectiva central planteó un peligro en el desarrollo del pensamiento occidental. Marcó una preferencia científica orientada a la reproducción mecánica y la construcción geométrica a cambio del imaginario creativo”.[8]

            Walter Benjamín extiende su preocupación sobre la reproducción mecánica del arte, su repercusión en la representación del mundo físico y la condición ideológica impuesta por dicho desarrollo occidental. [9]

            La perspectiva central, no solo ha condicionado a nuestra cultura a un visión reducida del mundo, sino que con su énfasis en lo visual a relegado los niveles sensoriales del ser humano como el aura, el olfato, el tacto y la intuición a espacios periféricos, logrando así contribuir al pensamiento vertical falocéntrico que predican los medios de comunicación y sus tecnologías de punta. Cabe enfatizar que en los proceso comunicativos, el aura, tanto como el olfato y el tacto manejan códigos y signos muy importante para el desarrollo del individuo.

El discurso occidental del Atlántico Norte, al utilizar la representación visual como elemento del aparato de dominación, permite que el proceso de comunicación oral se vuelva unidireccional, del poder al subalterno, creando así un subdesarrollo auditivo ya que el poder colonial dicta las ordenes y nunca escucha las demandas del subalterno.

            Debemos tomar en cuenta que el proceso colonial atribuye su hegemonía a la manipulación de un lenguaje escrito que forma parte de la representación dominante visual. La sociedad es ‘civilizada’ y ‘alfabetizada’ porque escribe y lee las leyes. También debemos tomar en cuenta que la invención de la imprenta europea coincide, históricamente, con el mismo siglo en que se coloniza a Las Américas.

Para Occidente, las culturas orales son consideradas inferiores y por ende, la imposición del lenguaje escrito contribuye a clasificar la jerarquía de conocimiento. Al no reconocer la diversidad de grafías empleadas en la elaboración de lenguajes escritos, el poder colonial cataloga de periférico, marginal y subdesarrollado a lenguajes que se utilizan en nuestro continente entre ellos los jeroglíficos mayas, los ideogramas Ejagham de los pueblos de Camerún y Nigeria traídos al Caribe, los ideogramas Chino-cantones y la caligrafía islámica que forman parte del imaginario visual lingüístico de Las Américas.

Al llegar al antiguo México, los invasores españoles, hábilmente, destruyeron la mayoría de los códices que albergaban la tradición visual escrita de las cultura Maya y Azteca para implantar la dominación del lenguaje Castellano. La mayoría de los pocos códices que sobrevivieron se encuentran en bibliotecas europeas y lejos del alcance de nosotros. La constante adicción antropológica de almacenar las reliquias de las culturas subalternas en los museos europeos es otro territorio de análisis a la que aporta al entendimiento de los procesos desmitificadores. Hace apenas seis años, durante la segunda invasión de Estados Unidos a Irak, gran parte del patrimonio mesopotámico desapareció del museo de arte de Bagdad.

            Ubicar esta historia en un espacio ‘conscuencial al capitalismo’ nos entrega la esencia de un nomadismo sensorial que alerta ante el peligro de romper las dinámicas cósmicas y la necesidad de reinscribirnos al flujo que nutre los caminos del saber y de las historias.

Para los habitantes de la diáspora Latino[Luso] Americana Caribeña entradas, nuevos, punto de partida o embarques no necesariamente significan el comienzo, si no un proceso transformativo. En cada coordenada de esta travesía -incluyendo los puntos de entrada a los sistemas de navegación: puertos, caminos, aeropuertos, guardarrayas, los sacbes Mayas, la computadora, la estación de trenes, la parada de un ómnibus- encontramos una encrucijada. En cada una de ellas, Elegua, la deidad Yoruba, nos ofrece siempre múltiples opciones. La elección está en nuestras manos. Si entendemos que la transformación se ejecutará no importa que camino tomemos, entonces, la verdadera locación de nuestra libertad reside en el proceso crítico creativo que ofrece la encrucijada: el constante viaje a través de una geografía maleable, capaz de ajustarse a la topografías de nuestras experiencias, al encuentro de la memoria –colectiva y personal-, y a los procesos de postcoloniales que desmitifican el aparato de dominio y que existen en el Las Américas desde mucho antes de la llegada de los españoles y que, en sus sinuosos desembarques, flujos, entroques y llegadas instigan la producción de estas líneas.

El trabajo de Fanon, Audre Lord, Stuart Hall, Marti, Fernando Ortiz, Aimé Césaire, Retamar, Glaube Rocha, García Espinosa, Jacquie Alexander, Coco Fusco, José Maria Heredía, José Manzano, Edouard Glissant, entre otros ha contribuido a un discurso que desde el siglo XVIII alimenta nuestros procesos cognitivos en una era donde necesariamente tenemos que activar las múltiples coordenadas de nuestra geometría variable para entender la globalidad de la experiencia cultural.

La memoria imaginada es la clave de nuestra subjetividad histórica y en mi caso personal, ha sido la avenida que me ha devuelto a la tierra origen a través de las experiencias exílicas. La memoria es un sistema de navegación al igual que la redes de carreteras que entrelazan las ciudades de un territorio. Jacquie Alexander, la destaca socióloga de Trinidad y Tobago, en el discurso de apertura de BNQN en la ciudad de Nueva York en 1995[10], planteó la necesidad de hacer un viaje hacia la memoria, el territorio de los espíritus, las deidades y los ancestros pues solo así, integrando los espacios corporales y físicos con el intelecto, las emociones y mundo espiritual, podemos desmitificar al aparato colonial y liberarnos totalmente del colonialismo. Alexander también enfatizó que ese viaje nos llevaría al mundo espiritual de nuestros antepasados, a la memoria colectiva que, energéticamente, alimentará nuestros procesos de liberación colonial. Ella, al igual que Audre Lord, Barbara Smith, Bell Hooks, Gloria Anzaldúa, Cherri Moaraga y otras feministas plantean que los proceso de liberación deben ser antes que nada personales.

Los cimarrones planeaban, solos, la huída hacia el monte, Vititi Infanda como le llaman los Yoruba y Lucumi en Cuba. Por mucho tiempo agudizaban la idea de la libertad, planeaban en silencio su partida, el proceso de descolonización radicaba en la mente, el cuerpo, la fe y las ansias por detener la explotación. Frantz Fanón en su brillante tratado psicológico “Piel Negra, Máscara Blanca”,[11] demostró que las sutileza del colonialismo se encuentran enraizadas en la mente del esclavo, del colonizado, del sujeto subalterno y solo el viaje hacia el interior puede acabar la opresión interna implantada por el aparato colonial y su sistema de vigilancia y castigos.

La condición histórica de los esclavos Caribeños: africanos, mayas y asiáticos, delinea un sistema de navegación cuyos puntos de partida ofrecen contradicciones muchos más agudas que el propio proceso colonial. Podemos caer en la trampa de idealizar a nuestros antepasados y esto puede frenar nuestro proceso desmitificador. Los esclavos africanos y asiáticos fueron vendidos a los traficantes europeos, tanto en los puertos del Kalabar como en Cantón, por sus propios hermanos;  el imperio Azteca y el Maya eran sociedades clasistas y marginaban a otros grupos étnicos. Aquí radica un momento histórico muy peculiar y que, gracias a Fanon, hemos podido entender.

La experiencia exílica del esclavo africano sirve de punto de referencia para la travesía nómada que realiza este texto. En los puertos de Nigeria, Congo, Angola, Guinea, Gabón y Camerún se reinscribió la navegación de los exilios y migraciones irregularizadas que impactaron al Caribe, Brasil, Venezuela, Colombia, Perú y los Estados Unidos y por ende localizamos, físicamente, otro punto de entrada al sistema de navegación de la memoria colectiva de nuestro territorio/diáspora. Al partir de la ruptura con su tierra origen, los esclavos comenzaron a dibujar el regreso. Aunque muchos fueron arrojados a las aguas del Atlántico y Yemayá, la reina de los mares se ocupó de sus almas, los que hicieron la travesía, amontonados en las bodegas de galeones portugueses, ingleses y españoles, comenzaron a viajar de regreso en su memoria. Así surgió la memoria exílica de la América Africana, sobre las aguas del Atlántico; enraizado en las costumbres y tradiciones de sus pueblos, en la nostalgia del territorio perdido, en la ausencia de la familia, de la comunidad y en la violencia corporal a que fueron sometidos. A pesar de los horrores experimentados en la epidermis y las emociones, debido al exilio forzado no se olvidaron las costumbres, ni el mundo espiritual de los Africanos.

La constante vigilancia en que se encontraban los esclavos contribuyó al desarrollo psicológico interno de los espacios de inferioridad que provocaba el miedo y la subyugación colonial, espacio que aun continua activo en la psiquis de muchos americanos. Este aparato represivo se acentuaba con los castigos impuestos a aquellos que pretendían rebelarse. Sin embargo, en la mente de algunos se incitaba la ansías de liberación y callados planeaban su fuga, el comienzo de un nuevo exilio que podía convertirse en una eterna soledad o la llegada al Quilombo, la comunidad de cimarrones.

La psicología liberatoria del cimarrón forzaba una ruptura exílica que bien podemos comparar con la psicología del exiliado actual americano: mexicanos, dominicanos, haitianos, cubanos, colombianos, chilenos, etc. Es cierto que el cimarrón actuaba individualmente, pero las condiciones sociológicas opresiva en que se encontraba provocan las ansias de liberación. Los exilios o emigrantes actuales, condicionados por las turbulentas realidades históricas, económicas y socio culturales de Las Américas, coinciden con la ruptura física territorial de los esclavos africanos, Mayas y Asiáticos y con los enlaces virtuales de la memoria que han permitido la continuación transcultural americana tanto en Bristol, Nueva York, Toronto, Miami, Chicago y Los Ángeles.

Toni Morrison en su articulo “The Site of Memory”, hace una historiografía de la narrativa de los esclavos en los Estados Unidos acentuando el valor autobiográfico de la obra de Olauda Equiano, Frederick Douglas y Henry Bibb entre otros. Morrison argumenta que la construcción de estas narrativas se debe, primordialmente, a la necesidad de expresar las experiencias personales de los autores y la necesidad de que los esclavos fueran vistos como seres humanos.

La subjetividad histórica de estas narrativas la podemos encontrar en textos caribeños como Biografía de un Cimarrón de Miguel Barnet, los poemas de Juan Manzano y la biografía de Mary Prince; textos que inspiran la historia del arte que aquí pretendemos documentar. Para que en el acto de la escritura perduren las acciones creativas, las luchas por alcanzar la dinámica mutante del interior y la conexión cósmica.

A pesar de las limitaciones para definir el territorio geopolítico donde emana la historia actual del arte Latino[Luso]Americano Caribeño, las múltiples interconexiones provocadas por flujos poéticos, históricos, migratorios, simbólicos, económicos, metafóricos, tecnológicos y cósmicos dan fruto a un arte que nos obliga a cuestionar la era actual, la imposición de mercado de arte occidental y las maniobras de la inteligencia ‘occidental’ por desplazar del proceso creativo las interrogantes sobre la identidad. La reinscripción de modelos ontológicos al servicio del falocentrismo minimalista y el conceptualismo “alfabetizado’ que tanto enorgullece a la vanguardia occidental podría obstaculizar las pesquisas históricas y los senderos que intentamos navegar.

Las Américas ha demostrado ser un territorio de geometría variable e informal, que se niega a ser moldeado en un rectángulo o un cubo. Sus diversas vertientes, ya antes mencionadas, nos advierte el peligro de imaginarse un historia concreta, específica y cronológica como la que ha venido realizando el mundo occidental, el cual, con metodologías excluyentes, ha intentando recrear una aparente ‘invisibilidad’ de los proceso creativos en el territorio en cuestión.

 

Imposible sería silenciar la subjetividad del focalizador histórico quien, buscando nuevas rutas de interpretación y saber, navega algunos de los senderos en donde fluye la creatividad y el quehacer artístico. La inmensidad de la historia no puede ser encapsulada en la forma y tamaño del texto, a pesar de que este, siguiendo las nociones rizomáticas, vasos comunicantes y sus venas abiertas, al convertirse en una maquina de conocimiento puede revolucionar otras historias del arte de Las Américas para que simule la totalidad informal del territorio. Solo así se puede articular al unir las voces, textos, documentos y declaraciones de varios individuos, colectivos e instituciones que al agruparse en una ‘biblioteca común’ reflejan los múltiples procesos creativos que abundan en nuestra región.


[1] Benitez-Rojo, Antonio. The Repeating Island. Duke University Press, 1992.

[2] Diálogo Colegiado, Escuela Superior de Artes de Yucatán, México, 2006.

[3]West, Cornel . The New Cultural Politics of Difference, en Out There: Marginalization and Contemporary Cultures. Ed. Ferguson, Gever, Minh-ha, West, Nueva York-Londres-Cambridge: The New Museum of Contemporary Art y The MIT Press, 1990.  (Mi traducción).

[4] De la Garza, Mercedes. Rostros de los Sagrado en el Mundo Maya, Mexico-Buenos Aires-Barcelona: Paidos and Mexico DF: Facultad de Filosofia y Letras, UNAM, 1998.

[5] Ortega y Gasset, José, Ideas y Creencias, 7a ed. Madrid, EspasalCalpe, 1964.

[6]Ibid.

[7] Wertheim, Margaret. The Medieval Return of Cyberspace en The Virtual Dimension: Architecture, Representation and Crash Culture. Edited by John Beckmann, New York: Princeton Architectural Press, 1998.

[8]Arnheim, Rudolf. Art and Visual Perception: The Psychology of the Creative Eye, Berkeley, California: University of California Press, 1974.

[9]Benjamin, Walter.  The Work of Art in the Age of Mechanical Reproductions “ in Illuminations: Essays and Reflections, New York: Harcourt, Brace and World, 1968.

[10]Discurso de apertura leído en Black Nation Queer Nation?, The Graduate Center of the City University of New York, New York City, March, 1995

[11]Frantz Fanon, Black Skin, White Mask. Grove Press, 1991.

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