Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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IDENTARIO DE UN HEROE PATRIO

El tire y afloje; váyanle sujetando las riendas

Por: Carlos Osorio

clom99@gmail.com

Todo mal. Si era cosa de tiempo para que se destaparan y quedaran en evidencia sus patas, las taras y todo el potencial de locura. Según el pobre médico tratante; como que se la tenía bien guardada y sujeta quizás en alguna vena de esas que suelen pasarse de listas y de revoluciones. Error –comentan los estresados paramédicos- si sólo bastaban un par de analgésicos para aflojarla y revitalizar la escasa cordura que pareciera lo mantiene sereno, inquieto y ansioso, pero sereno. Por otro lado –apela el único defensor que le viene quedando- se dejó amarrar, convencido que, esa tarde de desalojos, lo llevaban a la prueba de estado definitiva del porfiado molde a cargo del artista contratado por la anciana madre. Simple; si la idea era tomarle algunas medidas del pecho y la cabeza y acotar su ancho… para dar el ancho necesario, para que el encuadre de cámaras digitales no se rindiera.

Pésimo trato. Su traslado al servicio de urgencias se hizo realidad en un lapsus breve, y a pesar de los revolcones, patadas e improperios, insistía en que antes de abandonar la casa merecía mandarse un discurso para sus seguidores, a esa tribuna imaginaria que solía autodonarse y convocar cada tanto, y no es posible sacarle de la cabeza los vítores e insistentes aclamaciones que merodean su oreja cual moscas revoloteando la dorada cerilla que se gasta, puras palabras de apoyo que a lo lejos lo emocionan y entusiasman, puro zumbido que del cielo cae a borbotones, alucines que hasta sospecha que los elefantes rosados lo acechan, de ahí los dolores de cabeza tan insistentes, como que le rayan la neurona… no cabe duda ya, es el instante propicio para llevárselo, a la rastra si fuese posible.

Así no se puede. Si es cosa de imaginarse el grado de locura durante el zafarrancho, neurológica refriega entre los camilleros y el paradigma éste, súmese el cóctel antidepresivo previamente embuchado, como si se tratara de conchalepas en su tinta. Nada peor, no quedo otra que arrastrarlo, de leerle sus derechos y arrestarlo en aras de darle tranquilidad, por decirlo de algún modo, al mundo. Y Miguel Ángel insistía, que ya parecía otro ataque de desvaríos, esta vez sobre la mesa que tanto ha sabido de su historia, por lo demás, la única que aún se mantiene solidaria, en que llamaran a las fuerzas vivas, a esas que supone ya son sus fans a toda prueba y parte de su recorrido, a sus amigos vecinos, a la servidumbre, a los gatos y perros, incluso, para que sean testigos del instante histórico que ya se viene… también para que den fe de su honra y por si fuese necesario, por si el monolito, que supone lo sigue esperando, fuera escaso de monumentalidad, o si el entorno, la plaza cívica pues, no estuviera a la altura de las circunstancias de un Romero de Terreros, que se hagan un tiempito y vayan a hablar con el ministro de bienes nacionales, para que vaya sabiendo lo necesario de contar con un buen terreno para que su perfil mire a la cordillera. 

Que no es justo. Y no faltan los valientes soldados para estos casos extremos y que avivan con entusiasmo el instante; allí mismo, en caliente, un par de cofrádicos marinos y algunos ex almirantes, contertulios de sus veces de novel pequeñin, un tanto consientes de lo que sucedía pese a la borrachera hasta el hígado que traían, fueron los únicos que asomaron su humanidad para gritar consignas en pos del respeto a los derechos humanos de su noble vecino, -Que para eso somos sus pares, se decían entre brindis y brindis de ron corsario. Rápidamente se ocultaron; no fuera a ser que, con la sedienta angustia de haber proyectado gratuitamente sus taras, terminaran en el mismo transporte y desembarcados en el manicomio más cercano o, y si no es mucho pedir, en alguna cárcel de alta seguridad si es que las indagaciones de su ficha médica, y de su vida, lo ameritaran.

 “¡Que necesito ser un héroe!”, gritaba a los cuatro vientos Mieguel Angel Romero de Terreros. Con justa razón ahí apenas vino la sentencia definitiva del facultativo y jefe de la operación denominada Hasta Cuándo Soportamos Fanfarrones, especie de médico de cabecera que siempre le toca el cráneo y con sus maravillosas manos lo aquieta, un militar especialista justamente porque asuntos tales como el rape ideológico, el electroshock y el degollamiento, lo han hecho famoso en los tribunales. A punto de reventar de la emoción, perplejo de ver el show mediático del héroe prematuro venido a menos, atinó a balbucear el diagnóstico definitivo, por lo demás, el parte médico que todos esperaban, con entusiasmo inclusive: Que no hay psiquiátrico ni medicinas que siquiera lo aguanten y se hagan cargo de los pelotudos deseos que tiene de ser héroe. Que será necesario internarlo una temporadita en algún lugar no muy claro ni muy oscuro sino todo lo contrario.

Con toda desfachatez que su cargo le obsequia, que para eso, por último, es un médico de confianza y ciertamente siente algo de fascinación por el personaje y sus circunstancias, como que le atrae el ahínco que cada vez Miguel Angel denota, se mandó la del bronce sin mucho pensarlo: -Yo propongo internarlo en alguna de las clínicas que especialmente tiene la nación para estos casos y que cada uno de los tres poderes decida respecto a su legado –a reglón seguido- mi consejo de profesional es designarle en primera instancia el plinto que se ubica en el parlamento, en esa especie de sala cuna o casino que tienen diputados y senadores,  porque allí naufragan varios de los nuestros y porque, pareciera, se estabiliza el deseo y se pausa la necesidad de encumbrarse más allá del nivel del suelo patrio, por lo menos mientras tanto. Ya luego veremos.

Justicia divina. Ni tardos ni perezosos, todos los auxiliares dispuestos para la ocasión y aunando criterios; cazaron de la solapa al desorbitado galeno, a este otro farsante y camuflado fanfarrón ciertamente ya desquiciado que corrió con la misma suerte del nervioso Miguel Angel, terminando preso en un nudo ciego, a la usanza marina, gracias la única y reforzada camisa de fuerza existente. Por seguridad más que nada este asunto de contenerlos, de velar todos los movimientos del parcito éste, de cuidar que no se potencien el uno con el otro y terminen transformados en estatua de sal, en rómulo y rémulo o, más bien, en una especie de esfinge dúplex o, quizás, en escultura siamesa, como si se tratara de monumento al ministerio de salud, en donde, eso juran, se exacerba la relación médico-paciente.

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