Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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Se reinventa un divo, que no tiene madre... ni apellidos

 

Por Carlos Osorio
clom99@gmail.com

 

Ocupado y visitando a los vecinos se le ve últimamente, son ellos lo que se encargan de subirle el ánimo cada vez que las afrentas se amontonan en su agenda, colmando su humanidad enterita, y que sumadas a los desprecios y escarnios lo llevan directamente al encierro, al desvarío, más ahora y luego de su primer encontronazo con la sociedad civil, de aquella decepción por la cosa pública que tanto lo ilusionaba y que lo dejaron como loro en el alambre; déle que hablando solo, que hinchando con la monserga de sentirse superior a cualquiera, insistiendo al infinito en sus bondades divinas, sobre todo, reiterando hasta el hartazgo con sus cualidades de prócer y estadista.

Tanta humillación recibida no se quedará así nomás -piensa mientras termina la sopa de caracoles que, con mucho cariño, casi en señal de pleitesía y con un dejo de metáfora para proteger su abandonado esqueleto, sirve la atenta vecina esa misma tarde ya luego de los incidentes partidarios en los que se vio envuelto, fue tanta su decepción que arrasó con toda la olla sin importar la cara de susto y angustia que, en ese instante, obsequiaban los huérfanos moluscos allí ofrendados. No faltará la ocasión justa –se dice mientras se limpia la última larva- que permita desentrañar, con nombres y apellidos, todos los oscuros pasajes de aquel complot en el que se vio envuelto.

La historia se encargará de inmacularlo -es su apuesta-. Sabrá explicarle al mundo su fundacional gesto, principalmente porque habrá que ser claro con quienes aún le tienen confianza y que entienden que solamente fue usado, sin comprender sus alcances. Si finalmente fue un mártir en toda la extensión del sufrimiento inclusive. Y vuelve el arrebato, hasta las duras conchas se come de la furia al recordar a esa camarilla de distinguidos y honorables patanes dizque de su misma ideología, hombres de escaso bien público sin altura de miras y que para la oportunidad fallaron medio a medio, perdiéndose la ocasión única e histórica de tener entre los suyos a tremendo pre prócer, a tremendo engendro divino.

Y si bien el apellido quisiera olvidarlo, también será parte de sus desafíos, por lo menos de darle un tonito más convincente, más a la altura, proclamarle cierto carácter, cierta ascendencia, porque lo nota demasiado esmirriado, blandengue y fácil de pasarse a llevar incluso. Y que lo perdone el padre y la madre, dios incluso -se dice entre consternado y ansioso, con pose de arcángel- pero ya es hora de dar definitivamente vuelta la hoja, mandarlos de una buena vez al carajo, de quemar todo papel, acta de nacimiento entre otros, que lo sindique o insinúe con el prontuario familiar que tan malos ratos le ha dado.

En algún instante pensó en llamarse o apodarse Ángel del cielo, así a secas, sin embargo piensa que la obviedad no es buena consejera más cuando nota que son tantos los que ocupan ese modo para acercarse a dios, y allí explaya un extenso listado de políticos, curas, militares, servidores públicos, empresarios, presidentes de sindicatos, cantantes, que a toda costa se esfuerzan en treparse al cielo pese a su cabrón paso por la tierra, allí, hasta el nombre de su padre aparece cuestionado, siente que ya es el colmo seguir proclamándolo suyo, que no hay caso sacarlo de su condición y gusto por las extravagancias de cualquier tipo. Es más, hace un tiempo pudo verlo en alguna portada de diario involucrado en una extraña red de prostitución, unas fotos tremendamente obscenas lo delatan, posando con la mejor de sus sonrisas, disfrutando el instante, vestido con su ridícula bata de levantarse practicando felatios a discreción a una serie de vagabundos,. Con justa razón prefiere ser un huérfano a un mero apéndice de una buena vez por todas.

Ángel para un final, era otro nombre que pretendía, aunque lo nota apocalíptico y temeroso, como anunciatorio de calamidades y ya son muchas las acumuladas en su vida como para seguir inventariando otras más. Ángel de la guarda fue otra ocurrencia una noche de soledad plena y desamparo, fue capaz de no convencerse de utilizarlo, sobretodo, porque no tiene intensiones de transformarse en albacea que ampare las debilidades humanas, más cuando su idea es que sea él la dulce compañía y a quién atesoren como bien de la patria, como bien público, como lo justo para que sobreviva la especie.

Miguel Angel entonces, esa será su nueva condición, su gracia, lo encuentra preciso para su nueva etapa, ad hoc con sus pretensiones, es el mismo que le obsequió su padre, agradecido por su nacimiento, aquella vez que, entre inspirado y extasiado, doblegado por las circunstancias divinas, miraba al techo de la capilla sixtina, junto a su madre, quién, además, no cejaba en observar la virilidad de los personajes ahí plasmados y consagrados, toda vez que besaban boquiabiertos el anillo del papa de turno, apenas convaleciente de un fulminante cuadro de gastroenteritis aguda que lo tuvo en la cuerda floja por un buen rato y que justo esa vez, casi por milagro se decían, asomaba su hedionda y pedorra humanidad que apenas podía sentar en el sillón de san pedro, en pos de saludarlos personalmente.

Y no conforme con afinar los nombres de pila, ataca sin contratiempo los apellidos; Romero de Terreros será su personalísimo nuevo sello. ¿Los anteriores? ¡Que se pudran! Ya luego de estudiar a plenitud orígenes y características de éstos los encuentra potentes, y si bien son letras que pesan y que su dislexia no deja masticarlos como corresponde, como que no logra ajustar su vocalización, los siente más cercanos, demasiado aromáticos y, sobre todo, más terrenos; por ejemplo, el Romero, automáticamente lo retrotrae a la santa iglesia, le refiere esas ramitas que cada semana santa miles de fieles compran en oferta y que son bendecidas por algún cura párroco, eso ya es contundente, más cercano a la flora inclusive. Y sí bien harto que tuvo que tomar tecitos a su corta edad, sobre todo esa vez que le dio por comerse los muñecos y juguetes, también le funciona como una proyección de lo que nunca ha gustado mucho; ese asunto de asearse, considera que, de este modo, lavará hasta las ofensas cometidas, porque son estas hiervas, lavadas con agua santa, las que reconfortan toda su carencia de higiene acumulada.

Ni hablar del Terrero, aquí sencillamente tiene una sola explicación, sin más, lo remite a la tierra, será el apellido exacto, como una décima señera que se encargará de bajarle su necesidad del cielo, de afincarlo con estacas al terreno que de ahora en adelante verá su nuevo nacimiento, de enlodar y entierrar su nuevo modo de ser, de polvorear su auténtica manera de relacionarse con los otros, de que se grabe, casi como en arcilla, que se entienda de una vez por todas su necesidad de algún día llegar al sitial, hecho de arena, cemento, piedras y lo que sea y que su estirpe se vea lozana, clara y bella, como su apellido. Además que bastantes terrenos recibirá de herencia algún día no muy lejano.

En resumen, que su nombre, compuesto y completo, se aprecie en todas partes, más allá de la vida sin más, que su corteza de árbol, más gruesa que el mismo roble, sea tan inmarcesible como su legendaria estirpe, y que se riegue abundante y generoso, como un legado necesario, en beneficio de quienes tengan la oportunidad de admirarlo, de reojo incluso, de tocarlo o hasta de frotarlo. Que se sepa entonces; Miguel Ángel Romero de Terreros, desde hoy en adelante, será el depositario de lo mejor que la vida ha tenido para suerte, sobre todo, de ella misma.
 

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