IDENTARIO DE UN HEROE PATRIO vayan sondeando el cemento para la estatua
IDENTARIO DE UN HEROE PATRIO
Vayan sondeando el cemento para la estatua
Por: Carlos Osorio
Aquí tendrá la oportunidad única para ir sondeando su verdadera valía. Pese a todo, algo valdrá su extraña identidad. Las encuestas se multiplican y ya lo ponen en la retina de la poblada y -según el cacique que lo patrocina, dueño de tremenda fortuna, de la mitad del país- por lo menos cuenta con las empresas de opinión apropiadas que nunca se equivocan y, si se llegasen a equivocar, es posible corregir rapidito el porcentaje de apoyo y nadie lo nota, total, gastar como loco el recurso numérico en beneficio de este su novel delfín con visos de conchalepa, es un gran cometido.
Y son varios los prohombres peinados al gel de abalón que andan tras el hueso y su cercanía. Se pliegan gustosos a la demanda, en pos de seguir engrosando el honorable curriculum del conglomerado de la estrella y la vela. De continuar en la senda de enriquecer con sus méritos esta instancia que humildemente se encarga de acoger virtudes y enterezas, desde luego los rostros patrios necesarios; el manco tataranieto del padre de la patria, candidato con pase automático y vitalicio ocupará el cargo de secretario y mano derecha indiscutible, nada de ponerlo de tesorero, porque tiene la mala costumbre y las ganzúas tan largas que le sobran habilidades para andar robando, inclusive, las llaves de la caja chica.
Hasta un asesor de imagen se gasta el condenado. Salió caro eso sí, pero, útil y de lo mejor. De su tendencia por lo demás, se lo presentaron sus amistades, las pocas que se han embarcado en creerle, es que durante varias temporadas se repiten el suculento negocio de representar a los más desposeídos y sienten en él un verdadero contrincante. Allí hay uno que se pasea nervioso; el gordo con apellido de sandwich, con él, miguelangelito, juega desde la infancia, treinta y cinco años ininterrumpidos, re-elegido incansable, democráticamente sin rivales a la vista, porque, en cada justa, pareciera se los traga y ni imaginarse rastro alguno del conten-diente, si desde que nació es senador, es de los que también apuesta, pese a la corpulencia que porta, a la idea que lo suban en algún monolito que, además, tenga la suficiente resistencia para aguantar sus incontables kilos de patriotismo.
El asunto es que, este asesor, es un estudioso de la sociedad civil y tiene bien claro qué es lo que la gente quiere y desde luego lo que su hombre necesita, y si bien tiene en frente a un pelmazo con sueños de grandeza, la receta infalible que suele utilizar más que de seguro surtirá efecto, si se las sabe por libros y, sino, va inventando; su última temporada fue en Europa, hasta de cirujano se le vio acomodándo el perfil a varios cándidos prohombres, que no había caso bajarles el brazo extendido, que no existía formula para enderezarles la incontinente ñata racista, que se arrugaban cada vez que un forastero del tercer mundo asomaba sus narices. Sin embargo, y por más euros le pagaran, fue imposible componer o darles una manito de gato a tanto miembro del partido monárquico, casa matriz de este aldeano conglomerado de la estrella y la vela. Espera aquí su desquite profesional domesticando a cada uno de los elegidos, a la hilera de vetustos que, impacientes, ruegan ser corregidos por éste adivino con síndromes de Rasputín.
A propósito, allí se ve a miguelangelito, haciendo la fila para su ingreso a la lista de los elegidos en practicar la democracia, tan a contrapelo de su autoritarismo. Vestido con el abrigo de su padre, especie de bata mística y demasiado apolillada por la vida y que, pese a todo, a los desencuentros, a las faltas y agresiones por parte de su progenitor, porta en señal de homenaje; en definitiva fue él quién le insinúo que, algún día, estaría justo en el sitio preciso, en donde se deciden los destinos de la patria. Premonitorio ser, un adelantado para la época, gran estadista que no oculta sus deseos que lo tienen a punto de cambiar de sexo.
Nervioso y replegado, al borde del salón, espera que certifiquen su tremendo apellido e inscriban. Aprovecha el instante casi sagrado para auscultar más allá su pensamiento, estruja el seso en aras del análisis más certero que será su juramento, articula nuevas preguntas, nuevas dudas que lo acechan: -¿será necesario tanto esfuerzo y gastadero en estrategias, que de todos modos me siento superior a cualquiera y ni siquiera me caigo de la nube que me anda trayendo y que si ya la domino es porque soy una especie de alí babá?- y secándose la comisura por tanta saliva que la ansiedad otorga, se manda la última arremetida reflexiva, que por lo demás pareciera un verdadero análisis clínico: -si bien aquí está lo más granado de la patria, será posible que todos alcancen un cargo en la siguiente elección y lo más probable es que ninguno alcance mi destino, que ni siquiera me lleguen a los talones, a mi estirpe entre heráldica y santa y sea yo, en definitiva, el que siga liderando las encuestas a treparme al monolito algún día.
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