Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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ESPLENDOR Y MISERA DEL BEST-SELLER

 

Carlos Yusti

“Si el libro que leemos no nos despierta como un puño que nos golpea en el cráneo ¿para qué lo leemos? ¿Para que nos haga felices? Dios mío, también seríamos felices si no tuviéramos libros, y podríamos, si fuera necesario, escribir nosotros mismos los libros que nos hagan felices. Pero lo que debemos tener son esos libros que se precipitan sobre nosotros como la mala suerte y que nos perturban profundamente,...”

Franz Kafka

 

En unas de mis navegaciones improvisadas por la red leo en algún sitio que la escritora Danielle Steel ha entrado al campo santo del libro de los records por tener tres libros al mismo tiempo, durante varias semanas consecutivas, en la lista de los más vendidos. Si la madre de Carlos Marx viviera, que fue bastante ácida a la hora de criticar eso de hacer un capital, de seguro me hubiese susurrado: “Eso si es una escritora. No sabes nada. El escritor no es aquel que se limita a llenar y llenar folios, sino el que vende”.

 

Cuando mis cofrades de caña y muerte en alguna tertulia me interrogaban sobre los best sellers que más me gustaban; yo respondía, casi sin pensar, “Los tres mosqueteros”, “Viaje al centro de la tierra”, "Alicia en el país de las maravillas", "Doña Bárbara”. Ellos se desternillaban de la risa y con un cinismo etílico, en su más alta expresión, me explicaban: “Eso es literatura, hablamos de seudoliteratura, ya sabes de basura impresa”. Pues no sabía. Mis amigos de bohemia y lecturas hablaban de esos libros de usar y tirar, de esos ejemplares editados en tirajes irracionales y que eran leídos por millares de personas en todo el mundo. Hablaban por supuesto de “Papillón”, “Avenida del Parque 69”, “El exorcista”, “Las sandalias del pescador”, “El Chacal”. Dichos libros para ellos no era literatura y creo que se los leían para desdeñarlos con aguda saña.

 

Cuando se es joven se lee sin un plan preconcebido, se lee aquello que primero llega a las manos y sin otro entrenamiento que la voracidad canina de la juventud, sin otro mapa que la fe espabilada de que en los libros se encuentran todos los secretos del vivir. Al final uno descubre que la vida le va a uno aclarando los libros. El escritor Noah Gordon, que escribió un libro que se ha vendido bastante bien “El médico de cuerpos y almas”, ha expresado: “Me molesta esa estúpida idea de que si un libro es un best-séller es basura”. Esa premisa, que asegura que un best-séller es literatura subalterna, vendría siendo uno de los tantos prejuicios que acompañan a estos libros con un público cautivo.

 

Otro sería las maniobras entelarañadas del mercado editorial, que abarrotan las vitrinas de libros de autoayuda, mientras la “verdadera literatura” descansa en el sótano de las librerías o anaqueles polvosos y laberínticos en el que el lector casi nunca se aventura. Otro prejuicio es el extraño estrellato de libros (¿Quién se llevó mi queso?) y autores (ejemplo Paulo Coelho) que hacen gala de una obviedad sin igual, pero que están allí monopolizando todos los espacios culturales. Coelho ya entró en la academia de las letras brasileñas dejó su marca incomparable: “Cuenta una leyenda japonesa que cierto monje, entusiasmado por la belleza del libro chino Tao Te King, resolvió recolectar fondos para traducir y publicar aquellos versos en su lengua patria. Demoró diez años hasta conseguir lo suficiente.

 

Mientras tanto, una peste asoló su país y el monje decidió usar el dinero para aliviar el sufrimiento de los enfermos. Pero en cuanto la situación se normalizó, nuevamente partió para recaudar la cantidad necesaria para la publicación del Tao; otros diez años pasaron, y cuando ya se preparaba para imprimir el libro, un maremoto dejó a centenares de personas sin hogar.

 

El monje de nuevo gastó el dinero en la reconstrucción de casas para los que lo habían perdido todo. Pasaron otros diez años, él volvió a recoger el dinero y finalmente el pueblo japonés pudo leer el Tao Te King.

 

Dicen los sabios que, en verdad, ese monje hizo tres ediciones del Tao: dos invisibles y una impresa. Él creyó en su utopía, libró el buen combate, mantuvo la fe en su objetivo, pero no dejó de prestar atención a sus semejantes. Que así sea con todos nosotros: a veces los libros invisibles, nacidos de la generosidad hacia el prójimo, son tan importantes como aquellos que llevan a los escritores a ocupar una vacante en la Academia Brasileña de Letras”.

 

Los escritores a lo largo de la historia han encontrado dificultades en publicar y luego en encontrar un mercado a su libro. El escritor busca con desesperación lectores y mientras eso ocurre debe dedicarse a otros oficios para esquivar el hambre y otras necesidades primarias. La lista es larga y numerosa. Walt Witman escribió reseñas críticas (y por supuesto elogiosas) sobre su libro señero “Hojas de hierba”, el escritor argentino Jorge Luis Borges introducía ejemplares de su primer libro en los sobretodos de algunos periodistas. Henry Miller envió por correo y al azar ejemplares del “Trópico de Cáncer”, el escritor del terror mediático Sthephen King trató de vender una de sus novelas cortas por Internet y así no tener que pagar comisión alguna a otros intermediarios. Henri Michaux editaba con su propio dinero pequeños libros de bolsillos con sus poemas, que luego regalaba a sus amigos. Se especuló por mucho tiempo que el Quijote, atribuido al enigmático Avellaneda, fue escrito por el mismo Cervantes, como una estratagema publicitaria para darse tiempo y para allanarle el camino a la segunda parte que escribía tomándose las pausas necesarias. Witold Gombrowicz se realizaba autoentrevistas como un medio distinto para hacerle propaganda a su “Ferdidurke”.

 

En un texto de Alberto Manguel explica como surge la etiqueta “best seller” y algunos de sus antecedentes: "Parece ser que el término best seller lo acuñó en 1889 el desaparecido periódico Kansas Times & Star, pero sin duda el ideal ya había arraigado en nuestra psique miles de años antes: en el siglo I, el poeta Marcial se jactaba de que Roma entera había enloquecido por un libro suyo; aunque desconocemos qué métodos empleó para lograr, en sus propias palabras, que los 'lectores tarareen sus versos y se apile en los comercios'”.

 

El best seller parece responder a una formula: diálogos rápidos, directos. Poca profundización sicológica de los personajes,(Almudena Grandes confirma la especie cuando afirma: “Lo importante en el best seller es la acción trepidante, los personajes son cáscaras”).También la historia posee características. Debe ser una historia (con aventura, sangre, horror) que atrape al lector, lenguaje sencillo y una simplificación drástica de la retórica narrativa en aras de la acción en crescendo. No obstante esta fórmula varia de un escritor a otro y al final el gusto del lector parece decidir. Savater escribiendo sobre el libro Parque Jurasico de Michael Crichton acota: “Para empezar a elogiarlo, podríamos decir que se trata de la mejor novela con dinosaurios desde Conan Doyle compuso inmortalmente “El mundo perdido”. Por supuesto las novelas “con dinosaurios” forman todo un subgénero propio y que cualquier paladar literario sano estima especialísimamente, de modo que si a ustedes les parece irrelevante que haya o no haya dinosaurios en una novela no sé que diablos...”.

 

Muchos autores de best-seller reciclan temas como Anne Rice con los vampiros o Isabel Allende con el recetario del “realismo mágico”; otros escritores utilizan personajes históricos para ficcionalizarlos y dejar al descubierto cualquier trapo sucio que puedan tener. En muchos libros éxito de ventas, la truculencia no tiene limites. Y cuando no es la sangre es el sexo. Todos estos temas son precocidos y deglutidos antes (a veces los autores realizan una pormenorizada investigación) y con datos históricos o científicos confeccionan pastiches que con mucha facilidad degustan esos paladares de los que escribe Savater.

 

Cuando de best-seller se trata el dilema del mercado siempre sale a relucir. La literatura (en mayúscula) se deja al margen para asumir todo ese aparataje publicitario que se mueve en torno del libro éxito de ventas. Esto sucede mucho con personajes de la farándula que de pronto saltan a la palestra editorial y venden sus memorias, sus recetas de cocina, etc., como si de rosquillas se tratara. La escritora Almudena Grandes ha dicho a este respecto: “No todos los best-sellers escriben novelas con receta. Evidentemente, todos los escritores tienen sus recetas, pero es importante que los andamios no se vean. Cuando Eco publicó El nombre de la rosa, Europa se volvió loca. Parecía que El nombre de la rosa era La montaña mágica o El hombre sin atributos. El prestigio inmenso de Eco como semiólogo se proyectó en esa novela y aquello parecía un acontecimiento histórico. En un momento de desprestigio de la ficción como el que vivimos ahora, en el que se supone que los intelectuales serios no tienen tiempo para leer novelitas, El nombre de la rosa se la leyeron todos ellos. Yo me la leí y me pareció que era entretenida, pero escrita con receta, y eso se veía. Era evidentemente un best seller de laboratorio editorial. De una persona con talento y cultura, pero que no hace lo que una obra literaria consigue con un lector y es cambiarle por dentro, moverte o hacerte cambiar tu vida.”

 

En nuestro país el best seller, en el sentido editorial a la española o a la norteamericana, no se ha desarrollado con los objetivos de copar el mercado. Sin embargo hemos tenido escritores que han vendido muy bien sus libros sin descuidar los niveles estéticos de la escritura. Así tenemos a Francisco Herrera Luque, Eduardo Liendo, Rómulo Gallegos, Miguel Otero Silva, Denzil Romero, Salvador Garmendia, Ludovico Silva e incluso en un género que podríamos clasificar de policial se pueden mencionar los libros de Mármol León y “Retén de Catia” o “Soy un delincuente”. También tenemos los libros humorísticos de Otrova Gomas. Los limites entre la gran literatura (contenida en lo que se denomina el Canon Occidental) y esa literatura artesanal de los best sellers, se ha diluido bastante. George Steiner asegura que quizá nuestra cultura haya derrochado muchas palabras, haya abandonado o malgastado la tradición estética y ética de la gran literatura clásica. Quizá en estos tiempos de Internet y mensajes a granel la literatura aligera su contenido, sus premisas experimentales (tipo James Joyce o Julio Cortázar) para concebir nuevas formas expresivas acorde con el tiempo vertiginoso en el que vivimos. Lo inequívoco parece ser lo escrito por el propio Steiner: “Así, el escritor que tenga algo nuevo que experimentar y decir deberá forjar a martillazos su propio lenguaje golpeando a contrapelo o quizá solamente hacia uno de los lados de las palabras, signos, gramáticas. De lo contrario, ¿cómo podrá oírsele?”.

 

Para muchos el best seller banaliza lo literario en aras de atraer un mayor número de lectores. Corin Tellado es tan respetable escritora como Virginia Wolf. El escritor que es de verdad trata de contar una historia, intenta organizar un discurso para enduendar la realidad y el gran error siempre es el mismo: Creer que la literatura, la metáfora está en los libros y no en la vida.ros y no en la vida.

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