Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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LA HUIDA DEL ESCRITOR

Carlos Yusti

Hay un personaje de Woody Allen que sufre una extraña afección: está desenfocado. Este personaje es actor y un día que están filmando una escena descubren que está borroso. Tratan de ajustar el lente de la cámara, pero no es un problema técnico es el actor el que se encuentra fuera de foco. Para un actor de cine ese malestar puede ser fatal así como es aciago para un escritor tratar de ocultarse de la prensa, los editores y los lectores.

En el ejercicio de la escritura tiene dos lados de una misma moneda. En una tenemos a ese escritor que ansia la fama y en el otro lado está el escritor que desea esconderse.

Cuenta el escritor Jorge Gómez Jiménez que recibió un correo electrónico donde un señor le preguntaba cómo hacia para convertir a su hijo adolescente en un escritor famoso. Esta pregunta llevó a Jiménez a reflexionar sobre la literatura como actividad social y la necesidad que tiene el escritor de hacerse con un nombre, ya que es remoto el interés que pueda despertar en una editorial un  autor desconocido y esto implicaba dedicación o como él mismo Jiménez lo escribe: “Construir el “nombre” implica participar en concursos literarios, asistir a bautizos de libros y tertulias, hacerse asiduo de ciertos círculos, publicar textos en suplementos y revistas; sin contar con que previamente el afanoso constructor debería haber pasado toda su vida leyendo y puliendo su estilo. Además, dado que su materia prima será el lenguaje, no estaría mal que se ocupara un poco de hacer alguna reverencia a las normas ortográficas y gramaticales que más adelante, con la debida experiencia, se encargará de subvertir”.

Sobre los escritores que buscan pasar desapercibidos hay ejemplos puntuales. El escritor B. Traven escribió libros exitosos e incluso algunos fueron llevados al cine, pero su rostro y su vida eran un misterio. También está J. D  Salinger que tras el éxito de su primera novela “El guardián entre el centeno”, desapareció de todo contacto público. Editó otros libros menos interesantes, pero su manía de permanecer oculto alimentó el mito. Arthur Rimbaud no sólo dejó de escribir a los 18 años, sino que escapó hacia Abisinia y se fabricó otra vida como negociante de seres humanos y traficante de armas. Otro que huye es Thomas Pynchon (Nueva York, 1937). Pynchon rara vez concede entrevistas, firma libros o acude a cóteles. Pero este ocultamiento de Pynchon precede y le da publicidad a su obra y aunque muchos críticos aclaman su novela “La subasta del lote 49” consideran sus otros libros como una cuesta difícil de escalar. También huyó, pero de una manera nada común, el autor del Alma Llanera Rafael Bolívar Coronado, quien lo hizo firmando sus escritos con seudónimos. El bibliófilo Rafael Ramón Castellanos, en una pesquisa singular, le contabilizó más de seiscientos nombres.

Claudio Magris cuenta, en uno de sus textos, como una vez llamó por teléfono al escritor Elías Canetti y le atendió la voz de una vieja dama inglesa; él dijo su nombre y la voz de la dama le comunicó que Canetti lo atendería enseguida. Canetti le explicó a Magris que se había retirado a Londres para terminar un libro y ocultarse cada vez que quisiera. También le confesó que la dama era él mismo lo que hace escribir a Magris: “El Nobel otorgado a Canetti premia así a dos escritores, el que se esconde y el que reaparece, el que se oculta y el que se ofrece al diálogo”. Concentrarse en un nuevo libro, en un nuevo poema, puede ser motivo para que el escritor pase a la clandestinidad. Necesita estar a solas con sus demonios y fantasmas para escribir en la plena libertad que otorga la soledad.

Voltaire quizá  fue el primer escritor preocupado en tener un público. Un tanto por vanidad, pero también para que su abierta y singular visión del mundo y la filosofía tuviera eco y no por azar escribía panfletos, se inmiscuía en cuestiones ajenas al ejercicio de las ideas y las letras, se metían con la nobleza y se mofa del populacho al que creía metido siempre en la taberna. Por esa razón, quizá, Savater asegura que: “La obra maestra de Voltaire fue la invención del intelectual moderno, un oficio que toma algo de agitador político, bastante de profeta y no poco del director espiritual”. Voltaire como nadie entendió que un escritor debe involucrarse en esa efervescencia cambiante que es la vida, que debe dejar su libros y entromparse con la existencia para descubrir el absurdo e un mundo donde el poder, religioso o político, quema los cuerpos por cuestiones de fe o encarcela y persigue a los hombres por profesar ideas distintas en las que priva más la razón que la fuerza.

En este tiempo grotesco en el que todo el mundo busca robar cámara, donde la televisión llamada real hace figurar ante las cámaras a un grupo de personas para que expongan los trapos sucios de su vida intima, ante toda esta jauría, que salta a la palestra pública para dejar al descubierto su nula vida interior, es compresible que el escritor quiera ocultarse, hacer mutis ante tanto exhibicionismo circense y banal. Aunque si se piensa en frío ocultarse es una manera de atraer la atención. Un escritor misterioso y lleno de manías es más atrayente que un bocazas que sale por televisión hablando del espíritu  y de esas metáforas de la literatura y la existencia.

Si antes se escribían libros para ser famoso, ahora se escriben para que el autor se oculte, para que se convierta en un prisionero cuya vida transcurre entre bastidores alimentando el mito del autor que se desprende de todo y huye. La explicación a esta fobia a la publicidad por parte de algunos escritores podría estar en una carta de B. Traven: “Todo mi misterio consiste en que odio a los columnistas, reporteros y críticos que no saben nada respecto a los libros sobre los que escriben. No hay mayor alegría ni satisfacción para mí que el hecho de que nadie sepa que soy escritor cuando me presentan a la gente o voy a los sitios… Solo así puedo decir lo que me plazca sin que algún pedante o intelectual me recuerde que un escritor de tanta reputación no debería decir tonterías”. Si el escritor que se esconde sólo desea expresar trivialidades está bien, pero tiene que tener claro que ese es el trabajo sucio de los escritores de autoayuda, las mises y todo esos personajes de la farándula. Sin mencionar a los políticos que van sobrados en semejante lides. Ya existe una legión dedicada a embasurar al mundo de fusilerías, superficialidades y vulgaridad. El mundo tiene tan enrarecida el alma que esa huida hacia uno mismo es urgente y para buscar en ese cuarto de los cachivaches, que es el corazón, alguna luz y esperar que se abra el telón.

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