LA LUNA Y EL SEXO ORAL
LA LUNA Y EL SEXO ORAL
Carlos Yusti
Mi juventud fue un tranvía sin deseo y sin pasiones descarriladas. Podría decirse que fui un zángano light que leía mucho y se masturbaba poco. Llegué primero a la literatura que al sexo. Descubrí los laberintos del amor traspapelado con sabanas, líquidos y caricias a través de algunos libros que no respetaron los linderos entre pornografía barata (a moneda por página) y la literatura escrita con todo el rigor de la gramática y los desafueros de la creatividad estilística. Libros como Delta de Venús, escrito por Anais Nin, Los infortunios de la virtud de Sade, El Decamerón de Bocaccio, La historia del ojo de Georges Bataille (y algunos otros cuyos títulos se disuelven el los olvidos de la madurez) me permitieron enterarme sobre de que iba el sexo. No era yo, sino mis hormonas que me llevaron hacia esos libros tachados de obscenos y en los cuales el sexo estaba escrito con altas dosis de genialidad literaria. Eran libros fletados desde la Argentina y ediciones de papel barato. Mi favorito fue Henry Miller.
Tropico de Cáncer fue un libro, que aunque escrito a veces con torpeza y con todas las erecciones posibles, me permitió calibrar los avatares de la gran literatura y de escritores cuyos libros parecían escritos desde el furor y con el corazón en vilo ante tantas estrecheces y borracheras. Ese primer libro de Miller, aunque tildado de pornografía sin redención, sacó a la literatura de su sepulcro de formalidad académica para tutearse con la calle y esa vida que bulle en sus esquinas y suburbios malolientes. Con Henry Miller la literatura adquirió ese perfume inconfundible del burdel y el retrete; ese bullicio del mercado y los barrios de baja calaña. Miller le devolvió la poesía a la vida miserable, a esa vida del día a día y que él escribió con el diástole y la sístole de la poesía viva y punzante.
La novela como género estaba como estancada en esa formalidad de inicio, nudo, desarrollo, desenlace y conclusión. Las novelas de Miller eran un caos, una maleta de viajero informal donde cabía memoria personal, ensayo, experiencia cruda y crónica urbana. Eran novelas vivas que arañaban en el lirismo de la vida sin afeites ni falsas coloraciones. “Primavera negra”, “Trópico Capricornio”, “Días tranquilos en Clichy” me enseñaron que la vida no es tan fascista y bituminosa como muchos quisieran, que la literatura puede ser a veces una “orgía perpetua” de la imaginación y las palabras.
Hoy el puritanismo con respecto al sexo se ha desmortonado como el Muro de berlín y al parecer lo sexual parece desbordarnos, No obstante este apabullamiento de sexo y cibersexo tiene algo de mecánica y precisamente celeste. Sexo sin imaginación es sólo publicidad al mayoreo. Sexo sin humor es patología llana y simple.
Dos libros de humor irreverente y sexo sin tapujos me devuelven otra vez la fe en el sexo escrito: “Técnicas de masturbación entre Batman y Robin” y “La sexualidad de la Pantera Rosa” del escritor colombiano Efraín Mdedina Reyes. La literatura revitaliza tanto a la vida como a la literatura cada tanto, magializa lo sexual a cada frase. Medina Reyes no convierte la travesía del sexo en una tragedia, sino en pugilato de situaciones embarazosas con carcajada de fondo.
Hay una anécdota de Neil Armstrong (quizá sea otra leyenda urbana más en torno al alunizaje del Apollo 11), el primer hombre en caminar la Luna, después que ya la habiamos visitado de la mano de escritores como Julio Verne, (De la Tierra a la Luna) Tommaso Campanella (Civitas Solis), Cyrano de Bergerac (Estados e imperios de la luna) y Marie-Anne de Roumier (Viajes de milord Céton a los siete planetas). El asunto es que Armstrong durante su celebre caminata dijo aquella frase: “Esto es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”. Luego, quizá pensando en voz alta, agregó: “Buena suerte, señor Gorsky”.
Los ingenieros de la NASA, nunca comprendieron el significado de aquel segundo comentario. Armstrong tampoco lo reveló hasta que 26 años después falleció el señor Gorsky. Según cuenta el astronauta, cuando era un muchacho, un día jugando béisbol con un amigo en el jardín, éste atinó un buen batazo lanzando la pelota cerca la ventgana del cuarto de los vecinos: el señor y la señora Gorsky. Mientras el pequeño Neil se agachaba para recoger la pelota, escuchó a la mujer gritar colérica al señor Gorsky: “¡¿Sexo oral?! ¡¿Quieres sexo oral?! ¡Tendrás sexo oral cuando el niño del vecino camine por la luna!”.
El sexo oral y por escrito quizá sea la última frontera para combatir ese sexo chatarra que parece acosarnos por todas partes. Es también una burla infalible contra todo ese formalismo acartonado e hipócrita de curas, politicastros y profetas que quieren convertir el mundo en una utopía asexuada, en un planeta desolado de toda pasión y de cualquier atisbo de imaginación erótica y artística.
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