Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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HENRY MILLER, ritmo profundo y oculto de la vida...

Carlos Yusti

La primera novela que leí de Henry Miller fue Trópico de Cáncer. La impresión fue mayúscula. La fuerza amoral de su estilo y lo desencuadernado de su prosa me enganchó de inmediato. Leer sus otros libros fue casi automático. Con Trópico de Capricornio pude percatarme del oficio y la madurez que iba adquiriendo su prosa. Primavera negra, que narra parte de la infancia y juventud de Miller, es mi predilecta y fija de alguna manera su innegable importancia como escritor.

A pesar que su estilo poseía muchos baches y ondulaciones (por no escribir defectos) lo prefería a esos escritores escrupulosos con el lenguaje, apegados a la rectitud espiritual y la gramática con sus dictatoriales normativas. Miller enseña a no tenerle miedo a las palabras, a su crudeza y a su volátil poesía. Leyéndolo uno aprende a explorar esos lados oscuros de la relaciones humanas, de la vida impregnada de orfandad y suburbio, de putas y noches callejeras en sucios callejones.

Como lector venía de Proust, Sthendal y Herman Hesse, del José y sus hermanos de Thomas Man. La lectura de Miller me enfrentó con esa escritura descuidada, viva y plena preocupada de la reseca, del fulgor de los barrios pobres, del sexo mundano o tarifado, del café y el cigarrillo lento en espera de la madrugada, del amor desconchándose en la miseria viva. Escritura hecha a golpes en una máquina de escribir portátil sin tiempo para la sobrevivencia y las deudas. No por casualidad Miller escribió: “En el fondo soy, un escritor metafísico, y mi empleo del  drama y del incidente es sólo un recurso para plantear algo más profundo. Estoy contra la pornografía y en favor de la obscenidad... y de la violencia. Por encima de todo, estoy en favor de la imaginación, de la fantasía, de una libertad con la cual todavía ni siquiera soñamos”.

Miller era esa literatura otra marcada y estigmatizada por la censura. En una oportunidad el escritor contó que por fin editado Trópico de Cáncer, luego de muchos rechazos y críticas destructivas, no se vendió ni siquiera un ejemplar y un buen lote le fue devuelto. En su pequeño y miserable cuarto los libros se apiñaban como el moho. A nadie pareció interesarle una novela cruda y cocida a medias con la hirviente realidad domestica de un outsider, de un vago que chuleaba a una prostituta mientras el la hacía de artista. Como los libros ocupaban espacio Miller tomó la resolución de regalarlos. Agarró una guía telefónica y los fletó por un buzón de correo a distintas direcciones al azar. Miller era el protagonista esencial de Trópico de Cáncer y de los libros que escribió después. Narraban trozos de su vida desgarrada  en estrecheces, borracheras y sexo en abundancia o como él mismo escribió: “Un libro es un fragmento de vida, una manifestación de vida, tanto como un árbol, o un caballo o una estrella. Obedece a sus propios ritmos, a sus propias leyes, ya se trate de una novela, de una obra teatral o de un Diario. Está presente el ritmo profundo y oculto de la vida...”

En su momento todos los libros de Miller, incluso los ensayísticos, los recopilan algunos de sus cuentos y los de viaje, me parecieron portentosos, literatura viva, candente  y voraz. Hoy me resultan verborreicos, iconexos, desiguales y con una carga poética más efectista que efectiva. Luego vendría Charles Bukowski a darle otra vuelta de tuerca a ese realismo sucio que Miller inició, pero la magia se había perdido y el borracho fajador de Bukowski se quedó el malabarismo de la botella y el sexo sacado del sombrero en vez del conejo.

La gran lección de Miller fue su apuesta inquebrantable por la literatura, de esa literatura que se escribe de espaldas a las modas y a los cánones del mercado del libro, de esa literatura que es un riesgo, un bisturí que desolla la realidad para encontrar el hueso exacto de la gran poesía. De esa literatura escrita lejos de esa árida mesa intelectual o como lo escribió el mismo Miller: “La mayor parte de nuestra literatura es como el libro de texto; todo ocurre en una árida meseta de intelectualidad”.

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