Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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Perfiles Culturales

 

SUMISIÓN Y REBELDÍA EN ESTEBAN DE LA BOÉTIE (1530-1563)
Parte final

 

Por Rodrigo Quesada Monge

Servidumbre y rebeldía

I

Con la última cita de La Boétie en la sección anterior, se pueden encontrar elementos muy ricos para explicar algunas de las insinuaciones hechas por el autor, al sugerir la rebeldía contra los tiranos y sus secuaces. El tratamiento que le da La Boétie a este asunto, es conservador, prudente, distante y hasta modesto en algunas de sus aspiraciones y aristas más connotadas. Él apunta con claridad meridiana que no es necesario tumbar violentamente al tirano y a sus servidores. Basta con desobedecerlo, con aplicarle una dosis contenida pero constante de indiferencia y total abulia para que los fundamentos sobre los cuales está apoyado se disuelvan y posibiliten su destronamiento.

Sin embargo, para La Boétie, como para muchos de sus contemporáneos, la violencia contra el tirano y su círculo íntimo podía adquirir diversos matices, dependiendo, en gran medida, del contexto, en el que se estuviera viviendo. Ciertamente, su enfoque conservador no excluye la posibilidad de que al tirano se lo remueva del poder cuando es urgente salvaguardar la estabilidad y la salud física y emocional de las grandes mayorías. “¿Qué pena, que martirio es éste, Dios verdadero? ¡Estar día y noche listo para tratar de agradar a uno y temerlo, sin embargo, más que a ningún hombre en el mundo, tener siempre el ojo vigilante, la oreja alerta, para espiar de dónde ha de venir el golpe, para descubrir las emboscadas, para advertir la destrucción de los propios compañeros, para avisarle quién lo traiciona, sonreír a todos y, sin embargo, temer a todos; no tener ningún enemigo abierto ni ningún amigo seguro; mostrando siempre el rostro sonriente y el corazón transido, no poder estar contento ni atreverse a estar triste”i.

Este acercamiento tan bien elaborado al miedo, las inseguridades y la incertidumbre que genera el servicio cotidiano que se le brinda al tirano, en las distintas órbitas donde se realiza su tiranía, nos facilita una comprensión mayor de aquellas insinuaciones y silencios que La Boétie dejó para las interpretaciones de la posteridad. El tirano sabe, es plenamente consciente, de que su forma de ejercer el poder y la autoridad está expuesta a la crítica, a los juicios devastadores de aquellos que no la comparten. Junto a ello, la maquinaria de terror e intimidación que ha echado a correr llega un momento en que es imparable. De tal forma que, no queda otra alternativa que ajustarse a sus requerimientos históricos y funcionales, en los cuales se expone la vida de amigos, compañeros y cómplices silentes que pueda encontrar en el camino. No es extraño, entonces, que las revueltas contra la tiranía lleven consigo el peso específico del tedio, la lenta disuasión que portan la historia y la costumbre, ahí donde los altercados contra las tiranías no remontan la simple supervivencia personal.

Solo cuando las grandes mayorías, integradas por seres humanos individualizados y unigénitos, logran experimentar en carne propia la punzante realidad de que el tirano y sus sirvientes han logrado llegar hasta los rincones más íntimos de su existencia cotidiana, es posible contar con los primeros amagos de algo parecido a la rebeldía. “En esta ocasión no quisiera sino averiguar cómo es posible que tantos hombres, tantas villas, tantas ciudades, tantas naciones aguanten a veces a un tirano solo, que no tiene más poder que el que le dan, que no tiene capacidad de dañarlos sino en cuanto ellos tienen capacidad de aguantarlo, que no podría hacerles mal alguno sino en cuanto ello prefieren tolerarlo a contradecirlo”ii.

Si la tolerancia al tirano y a su tiranía no reposa únicamente en el temor a la confrontación, sino además en lo refractario que puede ser el individuo humillado, mancillado y nulificado al extremo, ante la eventualidad de que su situación cambie, se modifique o se altere a profundidad con todas las consecuencias del caso, no debería sorprendernos entonces, que La Boétie mencione constantemente ejemplos históricos de pequeños grupos de hombres, soldados, guerreros y pensadores que fueron capaces de armarse de coraje, de fuerza y de violencia para defender su independencia, su libertad y su existencia misma, tumbando al tirano agresivamente cuando fue necesario. No está en el pensamiento de La Boétie, promover la violencia como fin en sí misma, pero nunca excluyó, a todo lo largo de su texto, la posibilidad de que los hombres apertrechados de un corazón duro y valeroso pudieran deshacerse de él, sirviéndose de los medios requeridos según las oportunidades brindadas por el desarrollo histórico de los pueblos.

 

II

Por otro lado, está la cuestión de la rebeldía como sistema de vida. Un hombre rebelde es aquel que sabe decir no cuando es necesario, y su independencia o su libertad se encuentran en entredicho. Se trata de un no que es instrumental, al estilo de Albert Camus (1913-1960); un no que es operativo en el aquí y en el ahora, como nos lo recuerda el eminente Michel Onfray en su último libroiii, sobre el controvertido escritor argelino. En cambio, el no que propone La Boétie es puramente ético; se trata de un no que se agota en la desobediencia civil, como lo hemos indicado a lo largo de este ensayo. La diferencia entre ambos escritores, que no es únicamente histórica, recoge uno de los elementos esenciales para nuestra comprensión del más allá que podría habernos propuesto La Boétie. ¿Por qué no lo hizo? Ese es un tema que merecería otro ensayo. No obstante, cuando nos habla de que no le preocupa dilucidar cuál es la mejor forma de gobierno, si la monarquía todavía funciona y brinda reyes a los cuales podríamos considerar buenos, sencillos y valientes, como ha sucedido con algunos de ellos en la historia de Francia, La Boétie estaría despachando de un plumazo la totalidad de la otra mitad de la discusión. Le angustia hallar los instrumentos prácticos, institucionales, civiles y morales que les faciliten a las personas deshacerse de los reyes malos, los tiranos y los dictadores. El grueso de su análisis está orientado en esta última dirección. La Boétie es un jurista atrapado por la política; es un estoico y al mismo tiempo “un puritano moralista”. Todo el panfleto, su Discurso, lo dice a gritos, “y no sólo maldice a la dictadura sino al libertinaje que, endulzando la servidumbre, se vuelve un modo de gobernar”iv.

 

III

No debería perderse de vista el momento histórico tan difícil en el que está viviendo, actuando y pensando La Boétie. Tres años mayor que Michel de Montaigne, con quien sostuvo una relación oscilante entre la verdadera amistad y la pasión (a pesar de que La Boétie estaba casado con una viuda con dos hijas); amistad a la cual el último le entregó mucho de su vida personal e intelectual; tanto así que, para el mismo Montaigne, con la muerte de La Boétie (en 1563 debida a la peste) se inicia una nueva etapa de su vida, éste bien pudo haber terminado en las filas de los protestantes más puritanos, tan reprimidos y perseguidos en aquel momento. Estando en el medio de las guerras de religión que sacuden no sólo a Francia, sino también al resto de Europa, y con la Noche de San Bartolomé (1572)vcomo punto de referencia en ese sentido, Montaigne hizo lo posible por proteger a su amigo de las posibles consecuencias que la escritura de un texto como el suyo podría haberle acarreado. Establecido que el Discurso no fue un proyecto antojadizo de un estudiante universitario cabeza-caliente, un escrito adolescente e inofensivo, como le gustaba presentarlo a Montaigne, sino una feroz reacción intelectual y emocional, ante la muerte por ejecución, de parte del Rey Enrique II, de su querido y admirado profesor en la Universidad de Orléans, Anne Du Bourg, resulta contraproducente continuar presentando a su autor como un enardecido opositor de los déspotas, pues siempre fue hasta su muerte un obediente y sumiso vasallo de los Valois.

Aclarado esto es posible recuperar entonces, la evidencia de que todos los gestos de rebeldía realizados por La Boétie acarrean la impronta de ser el producto de una “volubilidad” generada por las circunstancias, a pesar de que personajes posteriores del calibre de Marat (1743-1793), Proudhon (1809-1865) y Réclus (1830-1905) se hayan servido de su Discurso para fines muy distintos. Aún así, como hemos dicho arriba, el enfoque de La Boétie sobre el problema de la tiranía continúa brindándonos un instrumental analítico excepcional (no en vano algunos autores lo llaman a él el Rimbaud de la sociología política). Partir de abajo hacia arriba, y no al revés, como se había hecho siempre, para escrutar los orígenes de la tiranía, era un paso adelante, si consideramos que otros estudiosos como Maquiavelo arribaron a conclusiones similares, utilizando atajos en los que el Estado siempre terminaba salvando la jornada. Que la gente se lanzara prácticamente en brazos de la servidumbre, la sumisión y la obediencia más abyectas, para salvaguardar las dimensiones del Estado, por costumbre o miedo, constituía un enigma cuya solución podía ubicar en primer lugar todo lo relacionado con la voluntad de poder, y el encendido anhelo de la gente de a pie por recuperar su independencia, su libertad y su dignidad.

 

IV

No cabe la menor duda de que todos los intentos realizados por Michel de Montaigne por deshacerse del azufre que despedía el texto de su amigo, terminaron prácticamente en nada, en vista de que el mismo tenía el futuro asegurado como uno de los trabajos fundamentales de la ciencia y de la sociología políticas en los inicios de la modernidad. Pero la rebeldía de que nos habla La Boétie, en tono discreto y remolón, era más bien un programa de restricciones que viajaban desde el estoicismo más lacerante hasta un hipotético puritanismo en el que no cabían el “libertinaje” y todos los excesos que venían con la fiesta, el jolgorio y el hedonismo recalcitrantes, tan bien retratados por Bajtin en su célebre trabajo sobre la Edad Media y el Renacimientovi.

Era eso, posiblemente, lo que más encantaba y seducía al circunspecto pero enamoradizo Montaigne; esa extraña mezcla de euforia y disciplina que llevaron al huidizo jovenzuelo a exponer su carrera política y judicial en diferentes ocasiones, ante la impávida mirada de su interlocutor, quien, al morir aquel, testimonió que se sentía mutilado, desamparado y sin dirección alguna. Aparte de que después de la muerte de La Boétie, Montaigne inició la escritura de sus geniales ensayos, las lecciones recibidas le permitieron continuar reflexionando sobre el tremendo problema que la opción entre la vida y la muerte traía consigo, cuando se ejercían el poder y la autoridad.

 

Conclusión

Que el Discurso sobre la servidumbre voluntaria de Etienne (Esteban) de La Boétie haya sido gestado en medio de conflictos sociales, políticos y religiosos de dimensiones históricas decisivas, o que fuera el producto de una reacción visceral ante la muerte de su querido profesor universitario; o, finalmente, que hubiera sido el resultado de una voluntad y de un corazón antojadizos en materia política y social, son aspectos que realmente tienen poca relevancia, si hemos de rescatar sus intuiciones, su legado y sus propuestas, que bien podrían ser, por otro lado, el análisis iluminado de una mente joven, agresiva, productiva y genial.

Tal y como decíamos hace un rato, La Boétie nos dejó más bien un conjunto importante de preguntas, antes que un racimo de respuestas amañadas u oportunistas. Sus preguntas continúan conminándonos a la reflexión, la inquietud y la hazaña de encontrarles respuestas, pues de ello depende en gran parte mucho de la teoría del estado, del poder y de la autoridad que fuera elaborada siglos después de su muerte. La tosquedad de sus intuiciones, inevitable en el contexto en el que vivió, jamás demeritó el hecho de que, aunque sus conclusiones no fueran necesariamente acertadas, sus valoraciones éticas le dieron un giro totalmente distinto al problema de la autoridad, que los humanistas de su época abordaban como si se tratara de un asunto personal, en el buen o mal quehacer de nuestra cotidianidad.

Con La Boétie aprendimos a tomar consciencia de que la rebeldía, por omisión en el caso de su texto, es una condición indispensable para que los seres humanos puedan hallar el camino directo que conduce a la realización plena de sus vidas, sus trabajos, sus profesiones y familias. Una persona humillada, arrinconada por un déspota, por un tirano que le desfigura hasta sus pensamientos e ideas más íntimamente protegidos, tendrá serias dificultades para avanzar en sus proyectos existenciales y personales. Si hasta la sensualidad está regulada por el tirano, como hemos indicado en otras ocasionesvii, el arte, la música, la poesía y la ciencia sufrirán sus efectos indirectos. Stalin y Hitler eran soberbios maestros en el control de las pasiones cotidianas de los individuos. Pero también lo fue la Reina Victoria, y Ronald Reagan y Augusto Pinochet. Porque la tiranía se hace proteger de mil maneras, detrás de los afeites que garantizan la democracia, el ideal republicano, y hasta las utopías socialistas y anarquistas en algún momento cuando las masas se encuentran totalmente desamparadas. En La Boétie se encuentran algunas de las preguntas sobre cómo superar este desamparo. Las respuestas deben ser de nuestra creación.

San José, Costa Rica, setiembre de 2014.

 

 


 

Imagen es de dominio público obtenida desde Wikimedia

Tercera parte y última de SUMISIÓN Y REBELDÍA EN ESTEBAN DE LA BOÉTIE (1530-1563) Es elestudio preliminar que acompañará una nueva edición de la obra de La Boétie, que será publicada en el 2015 por Ediciones Nadar, Santiago de Chile.

Primera parte del ensayo en: http://revista.escaner.cl/node/7491

Segunda parte del ensayo en: http://revista.escaner.cl/node/7522

 


 

Rodrigo Quesada Monge:Historiador (1952), escritor y catedrático costarricense jubilado de la UNA-Heredia-Costa Rica. Premio (1998) de la Academia de Geografía e Historia de su país. Su última obra se titula Anarquía. Orden sin autoridad (Santiago de Chile: Ediciones Eleuterio. 2014).

 


NOTAS

i Esteban de La Boétie. Discurso sobre la servidumbre voluntaria (Buenos Aires: Libros de la Araucaria. Colección La Protesta. 2006. Edición, traducción e introducción de Ángel J. Cappelletti). P. 88.

ii Ibídem. P. 34.

iiiMichel Onfray. L’Ordre Libertaire. La vie philosophique d’ Albert Camus (Paris: Flammarion. 2013).

ivJean Lacouture. Montaigne á cheval (Paris: Éditions du Seuil. 1996). P. 129. Hay una excelente traducción de Ida Vitale publicada en la colección Breviarios del Fondo de Cultura Económica de México, con el título de Montaigne a caballo (1999).

v También conocida como la Matanza de San Bartolomé, recuerda el asesinato en masa de miles de hugonotes o cristianos protestantes calvinistas franceses, que se vieron en medio de los conflictos políticos de la monarquía en ese momento, que a veces se expresaban por medio de violentas reacciones contra todos aquellos que no encajaban en el catolicismo predominante. En esta ocasión los monarcas Carlos IX y su madre Catalina de Médicis fueron presa del terror de que los hugonotes quisieran tomar el poder. Por ello, en la madrugada del 23 al 24 de agosto de 1572 se dio la orden de pasarlos a todos a cuchillo. Lo que no previeron fue que en cuestión de semanas toda Francia era regada con la sangre de los hugonotes.

viMikhail Bakhtin.Rabelais and His World (Indiana University Press. 2009. Traducción al inglés de Helene Iswolsky)

vii Puede verse nuestro último estudio titulado Anarquía. Orden sin autoridad (San José, Costa Rica y Santiago de Chile: EUNA y Editorial Eleuterio. 2014).

 

Escáner Cultural nº: 
175

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