Una carta desde los abismos
Carlos Yusti
El texto más chirriante de fracaso que he leído es una carta de Simón Bolívar. Mirar a los ojos del fracaso es una experiencia que puede enfrentar a cualquiera al espejo negro de esa condición de precipicio que viaja por la venas como hojas de afeitar.
Simón Bolívar parece nunca pasar de moda. Un conjunto de películas, con sus aciertos y desniveles, lo convierte en un héroe hollywoodense. Amén que durante siglos su nombre le ha servido a cualquier politicastro para darse cierto aire de fashionable profundidad. Su publicitada Carta de Jamaica es pasto de todos lo análisis posible. No obstante la carta que en lo personal me resulta excepcional es la que le dirige el 9 de noviembre de 1830 al general Juan José Flores, jefe del Ecuador, un estado desprendido ya de la Gran colombia. Es una carta sombría y con una carga suprema de negatividad y vencimiento que la hace tan emo y de una actualidad pasmosa.
De niño jamás idealicé a Bolívar. Ni siquiera lo coloqué en un altar a pesar que mamá tenía su efigie de un coloridokitsch (enmarcada con dos vidrios) junto a sus santos predilectos en un retablo de fe con mucho sincretismo, que exhibía (en figuras de yeso pintado y retratos) lo mejor de nuestro santoral criollo desde la Virgen María, pasando por José Gregorio, san Onofre y María Lionza.
Nunca lo endiosé, pero su vida de batallas, conspiraciones, aventuras y amoríos proyectaba en mi mente una película particular sobre su vida y cuya primera escena era su mirada penetrante analizando un mapa donde se reconocen las montañas andinas. Su idea de cruzar los andes para sorprender a los realista es bastante desquiciada. No obstante su defensa exaltada, de tan singular empresa, convence a los otros altos militares a su mando. En escenas previas al cruce de las frías montañas se ve (en mi película, claro) como una mujer despide con sexo a un asustadizo soldado. Otros juegan a los dados ya sin nada que perder. Otro soldado escribe una carta. Un puñado está alrededor de una fogata narrando en camaradería las anécdotas del Libertador. En flashback se repasa la infancia, la juventud, etc., Luego volvemos a los preparativos del cruce. En el trayecto vemos soldados muertos por el frío, alguno resbala y cae varios metros al abismo, otro es tapiado por un cañón. Se ve a Bolívar envuelto en una manta y en un nuevo flashback vemos otros aspectos de su vida: Manuela Sáenz, Simón Rodríguez, Andrés Bello, el Márquez de Toro, París, etc.
Retomando lo de la carta el contexto para Bolívar no puede ser más devastador: el sueño de La Gran Colombia se desmorona en un corrillo de subterfugios políticos y toda esa pestilente miseria humana por hacerse con una cuota de poder. Antonio José de Sucre, el gran Mariscal de Ayacucho, ha sido asesinado. Bolívar apartado del mando se encuentra en Barranquilla con la soledad de sus demonios y los tormentos de un fin que no se esperaba, él tan amante de los fastos de la gloria. Sus reflexiones son, desde esa orilla de lo amargo, para nada halagüeñas y en los primeros párrafos escribe: “Ese pueblo está en posesión de la soberanía y hará de ella un saco, o un sayo, si mejor le parece. En esto no hay nada determinado aún, porque los pueblos son como los niños que luego tiran aquello por [lo] que han llorado. Ni Vd. ni yo, ni nadie sabe la voluntad pública. Mañana se matan unos a otros, se dividen y se dejan caer en manos de los más fuertes o más feroces. Esté Vd. cierto, mi querido General, que Vd. y esos jefes del Norte van a ser echados de ese país, a menos que se vuelva Vd. un Francia, aunque esto no basta porque Vd. sabe que todos los revolucionarios de Francia murieron en medio de la matanza de sus enemigos y que muy pocos son los monstruos de esta especie que hayan escapado del puñal o del suplicio.”
Bolívar que conoce a la perfección las malignidades del poder en otros párrafos de la carta acota: “Vd. sabe que yo he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos: 1) la América es ingobernable para nosotros. 2) el que sirve una revolución ara en el mar. 3) la única cosa que se puede hacer en américa es emigrar. 4) este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. 5) Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6) Si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último período de la américa”. En otro aparte de la carta escribe: “Todo el pueblo, la iglesia y el ejército son afectos al nuevo orden de cosas, no faltan sin embargo, asesinos, traidores, facciosos y descontentos, cuyo número puede subir a algunos centenares. Desgraciadamente, entre nosotros no pueden nada las masas, algunos ánimos fuertes lo hacen todo y la multitud sigue la audacia sin examinar la justicia o el crimen de los caudillos, mas los abandonan luego al punto que otros más aleves los sorprenden. Esta es la opinión pública y la fuerza nacional de nuestra América”.
Si se realizara un tratado filosófico del fracaso esta carta de Bolívar ocuparía un sitial privilegiado, ya que en la misma se examina desde lo crudo el poder, se realiza una radiografía desde su entraña y desde ese vertedero de la política, que va manchando todo de sombras, sangre y corruptela. Bolívar ha cruzado el paramo más inhóspito: el de sentir que todo su esfuerzo ha sido un rotundo fracaso. Todo por lo que luchó a largo de su vida se ha convertido en un esfuerzo inútil. Toda su existencia ha sido vana. En su crepúsculo nada de pompa ni redoble de metales; sólo soledad, silencio y la muerte que no aparece por ningún lado en instante tan aciago.
En sus diarios Kafka escribió: “Nuestra salvación es la muerte, pero no ésta”. Bolívar sabía que la muerte se encontraba a pocas millas, que seguía de cerca sus pasos, pero en esa encrucijada de hundimiento tampoco estaba. Bolívar le pide a su destinatario la destrucción de la carta: “Mi carta ya es bastante larga en comparación de la de Vd.; por consiguiente es tiempo de acabar y lo haré rogando a Vd. que rompa esta carta luego que la haya leído, pues sólo por la salud de Vd. la hubiera escrito temiendo siempre que pueda dar en manos de nuestros enemigos y la publiquen con horribles comentarios.”
A veces los demonios que administran el alma de cada hombre escribe aquello que resiste toda esa baba que se llama mesura. Este Bolívar de tufo negrísimo y desengaño también ilumina con una carta escrita desde ese abismo del sueño inconcluso. “El que sirve una revolución ara en el mar”, es una gran frase para una etiqueta del fracaso, sin embargo me gusta una menos tétrica y ausente de poesía como la anotada por el escritor Julio Ramón Ribeyro: “De modo que soy gerente y al mismo tiempo camarero.”
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