Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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ESTO NO ES FICCIÓN
Episodio DOS


By Copyright©José Agustín Orozco Messa.
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Ricardo Naranjo fue hijo único. Aunque nació en México no se veía muy mexicano. Sus papás venían de Argentina. Así que era un niño muy blanco, de castaños cabellos rizados, ojos claros, mejillas sonrosadas, etc., etc., parecía uno de esos rechonchitos querubines pintados durante el barroco. Con esto no quiero decir que no existan mexicanos blanquitos y bonitos, simplemente sucede que la mayoría de ésos son hijos, nietos o bisnietos de europeos o gringos avecindados en éste país quienes; casualmente, mantienen estrictas relaciones entre sus mismos pares: de allí que sus descendientes mantengan las características somáticas mencionadas.

De niño lo vestían muy formal. Era regordete y de mediana estatura. Su padre, arquitecto de profesión, estableció negocios con importantes empresas constructoras ubicadas en el DF [o Mexico City, para los angloparlantes], allí nació Ricardo. Realizó sus primeros estudios en el célebre Colegio Alemán allá por Lomas Verdes. Donde la mayoría eran alumnos: güeritos y pudientes, mezclados con algunos mexicanos-mexicanos, no tan rubios pero igual de pudientes. Cabe señalar que tampoco ser güerito es sinónimo de ser acaudalado, acá en México hay cantidad de güeritos pobres. Un par de millones diría yo. Aunque, muchos de ellos, también tienen orígenes extranjeros. Producto de migraciones del siglo XIX que se establecieron en el campo, porque eran campesinos de origen y se condenaron a sí mismos. De manera que ellos no se enriquecieron porque hablar del campo en México es sinónimo de hablar de extrema pobreza.

Con esos antecedentes, Ricardo tuvo una vida regalada. Nunca se preocupó por nada en la vida. Siempre que deseaba algo, se lo compraban al instante. De niño nunca supo que las cosas tenían precio. Sus padres lo llevaban de compras y simplemente tomaba lo que le gustara. Aunque esta costumbre la continuó ejerciendo de joven. Entraba en una tienda departamental y ordenaba lo que quería. Para pagar, entregaba su tarjeta de crédito y listo. Nunca preguntaba el costo de las mercancías, sabía que su tarjeta lo cubría. A lo sumo, conocía el precio de la cajetilla de cigarrillos porque la pagaba en efectivo. Cuando hablaba de viajar en vacaciones, no se refería a cortos viajes a lugares cercanos fuera de la ciudad. El país es tan grande territorialmente que uno puede viajar por carretera varios días, hasta semanas, y seguir dentro de él. Pero lo que Ricardo sugería siempre era visitar otros países en estadías de varias semanas. Como dice sabiamente el dicho mexicano: “los viajes ilustran”, debido a esto: Ricardo hablaba y entendía suficiente inglés, francés e italiano.

Los años pasaron, los negocios del padre florecieron y se expandieron a varios estados de la república mexicana de manera que Ricardo, quien ahora se hacía llamar Richard; llegó a vivir, más por curiosidad que por necesidad, a la capital de un estado que tenía fama de ser muy cultural. Como no tenía muy clara visión de qué iba a hacer en la vida; mucho menos, la mínima idea de qué carrera iba a estudiar porque nunca se había planteado la pregunta. Revisó la oferta educativa de la principal universidad estatal, de la cual recibiera su fama de culta la citada entidad.

Su padre insistía que estudiara arquitectura como él o, mínimamente, estudiara administración de empresas. Los negocios iban muy bien y había que cuidar de ellos. También insistía que se mudara hacia el norte del país, donde existían (y existen todavía) unas célebres universidades privadas con fama de excelentes, donde se podía estudiar dichas carreras. Pero Richard, más por llevarle la contraria a su padre que por otra cosa, descubrió que la señalada universidad local ofrecía un amplio repertorio de licenciaturas en arte y sin pensarlo dos veces, se matriculó para presentar el examen de admisión. Aunque, Richard tenía una amplia cultura más bien ganada por su posición social que no por esmerarse en sus estudios; descubrió, el día que fue a presentar sus exámenes de admisión, que apenas y sabía lo suficiente de arte para aprobar y ser admitido.

Por aquellos tiempos, las evaluaciones estaban divididas en tres prácticas y una teórica. Las prácticas eran dobles y consistían en realizar una pintura con colores acrílicos en cuatro horas, según un bodegón que se les ponía de modelo a los aspirantes; por la tarde, tenían que realizar una pintura libre con la misma técnica, en otras cuatro horas. Al siguiente día, por la mañana, realizar una serie de dibujos de formato regular en varias técnicas: lápiz grafito, carbón, tizas, crayolas, de un modelo humano. Por la tarde, realizaron con distintas técnicas una serie de dibujos libres. Al tercer día, realizar un ejercicio de modelado directo sobre una pella de barro, de otro bodegón en otras cuatro horas y por la tarde, otro ejercicio libre con barro en otras tantas horas. El cuarto día se descansaba. El quinto día, se entregaba una serie de trabajos previos que el aspirante hubiera realizado con meses o años de anterioridad. Pues se suponía que si quería estudiar una carrera de artes plásticas o visuales, se debía porque ya realizaba trabajos de algún tipo de arte desde mucho antes de irse a matricular en la licenciatura. Además de la carpeta de trabajos o sus evidencias, se presentaba el examen teórico. Consistente en una serie de preguntas abiertas, la mitad eran de historia del arte y las otras, de distintas técnicas artísticas que había que identificar por su nombre o indicar en qué consistían.

Realmente era un examen muy completo, nada que ver con las actuales políticas culturales donde se quiere que los aspirantes a estudiantes universitarios resuelvan un examen de conocimientos general consistente en identificar figuritas que no corresponden con la serie. O identificar números que no corresponden con una serie, ascendente o descendente, que se muestra. O relacionar palabras sinónimas; relacionar palabras antónimas; relacionar palabras consonantes, etc., o identificar y relacionar palabras con descripciones. Todas estas preguntas, son cerradas y con opciones múltiples para, simplemente, “identificar” la respuesta.

Muy probablemente, si Richard hubiera nacido 20 ó 25 años en el futuro, hubiera resuelto un absurdo examen con esas características. Y muy seguramente lo habría aprobado sin ningún esfuerzo. Pero, como presentó su evaluación en las décadas finales del siglo XX pues todavía le tocó un modelo educativo más o menos coherente y que si enseñaba; de manera que tuvo que aplicarse a fondo y echar mano de todos sus conocimientos para aprobar.

Por suerte, se matriculó para presentar el examen unos 30 días antes de la fecha. De manera que se dio a la tarea de realizar la mayor cantidad de dibujos que pudo en todo ese tiempo. Como en su casa, había pinturas al óleo y acrílicas compradas en otros lugares y, por lo mismo, originales y desconocidas por los docentes que lo iban a calificar: Richard tuvo la brillante idea de tomarse fotos con ellas y presentarlas como suyas. Alegando que las pinturas estaban en Argentina y que no las pudo desmontar y embalar para entregarlas como evidencias. La secretaria que estaba recibiendo las evidencias y documentaciones, con seguridad hubiera rechazado las fotos (aunque en el documento que se entregaba a los aspirantes al momento de preinscribirse, mencionaba la posibilidad de entregar fotos como evidencias); sin embargo, como vio a Richard muy guapo, de nariz respingada, ojos claros, cabellos ligeramente largos y ondulados, con un aspecto de niño grandote y, al hablar con él, descubrió que era cuasi-argentino: pues claro que le recibió todos los documentos y le deseó mucha suerte en los exámenes.

Para el examen de pintura, se presentó con un amplio lienzo y su estuche de madera de caoba con colores acrílicos de una buena marca. Los cuales venían en tubos similares a los colores al óleo. Todo comprado en tiendas especializadas. Mientras los demás aspirantes se presentaron con frasquitos de colores acrílicos, que eran más baratos; portándolos en bolsitas de plástico de la papelería local donde los habían adquirido. Muchos no llevaban un lienzo y utilizaron un cartón grueso como soporte para su pintura. Todos estos detalles, causaron buena impresión en los docentes evaluadores, aunque los trabajos que realizó no destacaban técnicamente de entre los demás pero su lienzo era más grande y se veía más bonito que los demás, ni se diga sobre los cartones.

En dibujo, utilizó amplios pliegos de caros papeles además de llevar un frasco con carbón en polvo y se dedicó a manchar hojas al por mayor. Entregó más del triple que cualquier otro. Eso también impresionó favorablemente a los docentes evaluadores. Para modelado, no tuvo que esforzarse mucho pues, para esas alturas, Richard ya había notado que: con sonreír y hacer plática a los docentes, éstos parecían quedar muy contentos con él. Además, eso de modelar barro no era de alto grado de dificultad y lo superó tranquilamente.

Para la última evaluación ya todos los docentes lo conocían, varios hablaban bien de él. En este examen, tuvo que concentrarse. Sin embargo, dado que su nivel cultural era un poco mejor que el promedio de los presentes, una vez que terminó: calculó que sus probabilidades de ser aceptado era muy buenas. A fin de cuentas, si lo rechazaban siempre tendría la posibilidad de irse a estudiar a otra parte así que no estaba para nada preocupado. Más bien estaba emocionado y la semana que había que esperar para tener los resultados, la pasó relajadamente vacacionando a la orilla de la playa para premiarse por sus esfuerzos.
Tal y como lo pensó, los resultados fueron favorables y su nombre estaba en la lista de aceptados para inscribirse en la licenciatura.
Como ya he mencionado, aquél plan de estudios era realmente bueno. Durante los primeros cuatro semestres se daba un tronco común a todos los alumnos, permitiéndoles aprender técnicas básicas de escultura, gráfica, cerámica, fotografía, diseño gráfico, dibujo y pintura. Luego de lo cual, por ejemplo, el que pensaba estudiar cerámica decidía mejor estudiar escultura. O el de escultura se pasaba a pintura. O el pintor migraba a gráfica: que se subdividía en grabado en placas metálicas, en piedra o en tintas planas, es decir, serigrafía. Los únicos que normalmente se quedaban en su misma elección eran los fotógrafos, porque generalmente no tenían muchas habilidades para dibujar, pintar, modelar, esculpir, etc., de modo que mantenían su línea. Si se daban los casos en que alguien de otra elección terminaba escogiendo fotografía. Fue precisamente por éstos alumnos, que se empezó reformando ese plan de estudios y ellos fueron los primeros en salirse del tronco común y entrar directamente a su carrera de fotografía. Así mismo, fueron los primeros que presentaban un examen exclusivo para ellos y ya no tenían que ir toda la semana a las distintas evaluaciones ya mencionadas. Como se dice y piensa, fueron cambios para mejorar.

Durante esos cuatro semestres, Richard se distinguió siempre por utilizar los mejores materiales: pinturas caras, tintas caras, pinceles caros, papeles caros. En dos palabras: todo caro. Utilizaba realmente “lienzos” para soporte de sus pinturas y no telas de manta como el resto de los alumnos pobres. Para fotografía compró varias cámaras japonesas y un amplio juego de lentes, que no solo causaron la envidia de los alumnos de fotografía; quienes utilizaban marcas no tan caras ni vistosas ni nuevas, sino incluso la codicia de los tres docentes de fotografía. Además que gastaba rollos de película como si ya hubiesen inventado la fotografía digital y tomar fotos no costara nada. Sin mencionar que viajó exclusivamente un fin de semana a New York, para comprar dichas cámaras. Cuando alguien le preguntó, como broma, por qué no fue hasta Japón por ellas. Richard contestó, seriamente, que se debió a falta de tiempo.

Y lo mismo ocurrió en los demás talleres donde empleó los mejores materiales. Claro que Richard no lo hacía por presumir, simplemente lo hacía porque podía hacerlo y punto. Para él no costaba nada desembolsar miles de devaluados pesos mexicanos en materiales artísticos, la totalidad de los cuales pagaban impuestos de lujo. Cuando los demás condiscípulos tenían que hacer sacrificios que iban de grandes a enormes para cumplir con los requisitos mínimos necesarios para entregar las tareas y trabajos.

Claro que no era el único pudiente. Todas las clases sociales estaban representadas entre la población estudiantil. Como el país siempre ha sido pobre: al menos desde que llegaron los españoles para hacernos el favor de sacarnos de nuestra ignorancia; bueno, según ellos. Pues obviamente que la clase pobre tenía bastantes miembros entre los compañeritos de Richard. Aunque, claramente esto tenía sin cuidado a Richard, quien parecía realmente haber descubierto su veta artística y manifestaba sincero interés por todas las ramas del arte.

Empero, no todo era miel sobre hojuelas. Como dicen por ahí para engañar a los pobres: el dinero no lo compra todo. Los diferentes niveles que había en los docentes era la nota discordante para Richard. De momento, Richard pareció inclinarse por la pintura. La cual requiere de una sólida habilidad en dibujo. Sin embargo, el docente encargado de dar dibujo a los alumnos de nuevo ingreso, era un sujeto netamente nefasto. No porque sus dibujos u obra particular lo fueran, sino porque su personalidad era nefasta. Parecía que el tipo traía muchos problemas encima, de todas índoles, predominando los de clases sociales en el más puro sentido leninista-marxista y la sola presencia de Richard en “su taller” parecía ponerlo de mal humor. Aunado a esto, sus habilidades pedagógicas no eran para nada impresionantes; más bien, casi eran nulas. Se dedicaba a dar órdenes pero nunca explicaba el cómo se debían de hacer las cosas. Mucho menos el por qué. De allí que todos parecían autodidactas en sus clases. Y cuando juzgaba, es decir, calificaba: más parecía hacerlo desde la óptica socioeconómica que desde la artística. De cajón, casi todo lo que Richard producía estaba mal y ya.

Afortunadamente para Richard. En ese mismo año que tuvo que cursar dibujo con el susodicho docente. Entró a suplir al maestro titular de dibujo para los alumnos avanzados: un viejo maestro que normalmente no daba clases, porque se dedicaba a la investigación en el instituto de investigaciones estéticas de la universidad. El docente titular pidió un año sabático y arregló con su homónimo, que lo viniera a suplir un año. De entrada, buscó un docente que no quisiera hacer huesos viejos en su plaza. Por eso lo fue a buscar hasta el mencionado instituto y no dentro de la misma facultad de artes. Ya se sabe que la pelea por horas dentro de las universidades es tan feroz como las guerras en los Balcanes. Aquél, al principio, no tenía las menores ganas de cubrirlo. Desde su perspectiva: estaba desperdiciando tiempo valioso dejando de producir su propia obra para dedicarlo a enseñar a una bola de personas quienes muy probablemente no harían nada en su vida. Sin embargo, descubrió en las primeras semanas que había alumnos bastante talentosos entre sus nuevos pupilos y cambiando de opinión, comenzó a enseñarles desinteresadamente todo lo que sabía. Y, como él era un artista reconocido a nivel nacional, sus clases rápidamente ganaron fama al interior de la facultad. Bueno, no porque él fuera famoso de antemano, sino porque verdaderamente tenía muchos conocimientos para transmitir a sus alumnos. Tanto así, que los demás docentes de dibujo empezaron a esmerarse para preparar las suyas. Todos menos uno. Si, precisamente el que daba clases a Richard.

Como Richard era más desinhibido y conocía las reglas. Fue con el secretario académico y pidió un cambio de docente, tal y como lo permitía el reglamento. El secretario, luego de rascarse la cabeza, comentó que necesitaba una carta de aceptación de otro docente de dibujo que lo quisiera tener en su clase. No le resultó muy difícil a Richard conseguir la carta del viejo maestro suplente. Richard fue directo, mostró sus trabajos al maestro y planteó su situación: aquel fulano le tenía odio gratuito. Y él, o sea Richard, no estaba allí para jueguitos clase medieros, estaba allí para aprender.

El viejo maestro encendió su pipa antes de contestar. En aquellos tiempos no se inventaban todavía esas patrañas de espacios libres de humo y se podía fumar, impunemente, en cualquier parte de los espacios públicos. Calmadamente, se dio tiempo para observar los trabajos que le mostraba ese joven vivaz, de aspecto inteligente y extranjero.

—¿De dónde eres? —Preguntó sin dejar de auscultar los trabajos.
—Soy mexicano pero mis padres son argentinos. Mi madre es cordobesa y mi padre bonaerense. Bueno, en realidad es porteño porque nació en la capital.

Durante un rato, el maestro, entre columnas de humo, estuvo hablando de lo bien que la había pasado las veces que visitó Argentina. De los tangos y de mujeres. De la birra y el mate. Al final preguntó quién era el docente actual de Richard. Al escuchar el nombre, supo que no mentía, aquél era un tipo más que conocido por bilioso y pleitero. Con su carta en mano, Richard se presentó nuevamente ante el secretario académico quien despachó el asunto rápidamente. Cuando los compañeros de grupo de Richard supieron lo que había hecho, avivadamente comenzó la desbandada. Sin embargo, nadie pudo conseguir ser aceptado por otro docente y tuvieron que continuar en sus monótonas clases. Ahora con el agravante que el sujeto estaba peor de cabreado con ellos por haber tratado de abandonarlo.

Solamente hubo una excepción. Otro alumno logró escaparse de esas clases. Se trataba de un joven que a leguas se le veía la escasez de recursos económicos combinados con talento para dibujar y pintar, se llamaba Fortunato Barradas. Fue el tercero o cuarto que se presentó a hablar con el viejo maestro suplente. Como no tenía intenciones de saturarse de alumnos extras, empezó rechazando a Fortunato. Pensaba que al igual que los anteriores, únicamente iba a quejarse del mal docente que tenía. Sin embargo, Fortunato mostró sus trabajos y mencionó que sentía que aquel fulano no le estaba enseñando nada.
El maestro observó con detenimiento los dibujos y pinturas que el joven le mostraba. A diferencia de los trabajos de Richard, donde el recurso técnico se apoyaba en la abundancia de materiales. Con Fortunato la habilidad creativa predominaba sobre la materia: su trabajo era de un minimalismo obligado por su economía. Su técnica estaba dada por el manejo sobrio de los recursos y no lo contrario. No obstante, se notaba la firmeza en el trazo del pincel. La soltura en el trazo del grafito. El correcto uso de la poca materia plástica. Había sentimiento en la aplicación de los tonos y valores cromáticos.

Como ocurriera con Richard, el maestro encendió parsimoniosamente su pipa para lanzar una amplia bocanada de humo. Luego observó a Fortunato, comparándolo involuntariamente con Richard. Mientras uno era alto y de hombros anchos, que le daban un aspecto atlético aunque no hiciera ejercicio. Fortunato más bien era de hombros caídos, estatura regular, moreno, delgado pero con barriga; con una expresión ordinaria, ni feo ni bonito, simplemente un rostro de mexicano común y corriente. Que si le ponemos un turbante pasa por turco, o si lo paramos en un mercado hindú igual pasa por nativo, o si le cubrimos la cabeza completa con un pasamontañas negro, parece militante del terrorífico Estado Islámico. Afortunadamente para Fortunato, ese no era un concurso de belleza y los juicios del maestro se basaban en capacidades plásticas. En las cuales, él parecía superar al chico rico. Luego de conversar un largo rato con Fortunato, el maestro le extendió la carta de aceptación.

Así, durante los siguientes diez meses ambos alumnos compartieron el taller con discípulos de semestres más avanzados. Al principio salieron a relucir las carencias técnicas de Richard pero la diestra guía del maestro le ayudó a superarlas. Con Fortunato pasaba lo contrario, desde el inicio se notó que sus habilidades eran amplias pero sus carencias eran de otro orden, no tanto monetario sino más bien cultural. En cierto modo, ambos jóvenes se complementaban sin que se dieran cuenta: mientras uno parecía haber vivido plenamente su vida el otro parecía estar preso en una cárcel de privaciones.

En aquellos tiempos previos a la invención del Internet. Bueno, técnicamente ya existía pero todavía estaba debajo del Pentágono y no acaecía como tal. Donde ahora puede uno ver prácticamente todo, si lo sabe buscar, sin pagar un solo centavo. El único lugar para ver pinturas que no fuera una galería o museo, era en libros de arte. Richard podía comprar todos los que quisiera, Fortunato dependía de los tomos que tenía la biblioteca local, que ya se conocía de memoria y nada más. En las primeras vacaciones, Richard pasó un mes visitando museos en España. Fortunato, con grandes sacrificios, pudo visitar durante tres días: el Palacio de Bellas Artes y los museos que están por Chapultepec, allá en el DF; que dicho sea de paso, era la primera vez que visitaba y que viajaba fuera de su ciudad natal, a pesar que únicamente lo separaban alrededor de 450 kilómetros.

Durante esos diez meses, ambos jóvenes mejoraron bastante sus habilidades artísticas. En estos tiempos donde todas las universidades cacarean como un gran logro “enseñar mediante competencias”, en las artes desde siempre se ha enseñado mediante competencias. Como invariablemente sucede: las competencias de nada sirven con que estén escritas en el plan de estudios, se necesita un docente que realmente domine el oficio artístico, sepa transmitirlo al discípulo y, sobre todo, no sea envidioso y se guarde para él solo los secretos profesionales. Así de simple.

Pero, bien que mal, todo tiene principio y fin. El año sabático tenía caducidad. Los diez meses concluyeron. Regresó el maestro titular, obviamente corrió al par de agregados a su lista. Fortunato y Richard, que ya era amigos para esas fechas, se vieron obligados a retornar con el nefasto docente que tenían asignado durante otros tantos meses. Sin embargo, tal y como bien lo dijera Don Francisco de Quevedo y Villegas hace casi 400 años: “Poderoso caballero es don Dinero”. Richard se dio de baja y se fue a estudiar a la antigua Escuela Superior de Bellas Artes de San Jorge, en Cataluña, la cual tenía pocos años de haberse incorporado a la Universidad de Barcelona, cambiando su nombre a Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona. Mientras Fortunato, se presentó a clases con su antiguo grupo, al siguiente semestre.


C'est fini.

 

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