Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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Perfiles Culturales

 

SUSAN SONTAG (1933-2004): pasión y conocimiento

 

Rodrigo Quesada

I

Evocar la figura esbelta, de piel morena, manos y pies grandes, de ojos negros y mirada intensa y desafiante de Susan Sontag, es casi como evocar una época toda, entera; aquella que nos recuerda los años sesenta, las luchas y debates contra la guerra de Viet-Nam, las manifestaciones estudiantiles y obreras en Kent y Berkeley, París y Tlatelolco. Puede verse que se trata de un escenario que, algunos considerarían hace rato muy superado. Otros, por el contrario, lo pensarían dos veces para sostener que las batallas intelectuales y académicas de esos años, hayan sido rematadas por la sobrada sabiduría de la historia. Lo más justo, tal vez de manera muy estilística y acomodaticia, sería argumentar que en ambas posiciones, hay un grano de verdad. No obstante, no pretendemos con este ensayo asumir una posición de esta naturaleza. No se puede imparcial con Susan Sontag.

II

La espesa melena multicolor de Susan Sontag, ese río de canas blanquinegro que llegó a convertirse en su logo personalísimo, al que sacudía con enojo ante las preguntas impertinentes de sus entrevistadores en televisión, encuadraba un rostro de fuertes acentos semitas, a los cuales nunca dio una particular importancia. Este próximo mes de diciembre cumple diez años de haberse ido, y con ella se fueron los debates fieros y sostenidos sobre el papel justo y efectivo, en la sociedad contemporánea, de los hombres y las mujeres críticos, apasionados y pensantes de la segunda parte del siglo veinte. Porque rememorar los trabajos literarios de Susan Sontag, sus ensayos, sus artículos, cuentos, novelas, crónicas, películas y dramas, no es algo que se haga para complacer la curiosidad morbosa del crítico literario que jamás la conoció, o la intromisión meliflua del lector desamparado que busca en escritores radicales, alguna solución a sus anhelos intelectuales y emocionales.

Susan Sontag caminó, sobre todo durante la segunda parte del siglo anterior, en los bordes políticos más espinosos de las grandes discusiones ideológicas, metodológicas y políticas que lo definieron. Tuvo la osadía de opinar, labrar y laborar con ideas que no todo el mundo compartía, pero que eran muy suyas, cuando la mayor parte de la gente parecía estar en consonancia con lo que se decía de esta pintura, de aquella fotografía, de esta película, de aquel libro o de este guión cinematográfico. No se trataba de ser rebelde porque sí. La suya fue una rebeldía que reposaba sobre dos o tres ideas esenciales, que la ocuparon durante años y a las cuales, aunque no les sacó la quintaesencia de sus posibilidades, las convirtió en instrumentos efectivos y productivos, para manifestarse en contra, bloquear cuando fue posible, y sabotear un sistema de creencias, convicciones, argumentos y clichés que, con mucha frecuencia, ella decía que la aburrían hasta el hartazgo.

 

III

Por eso es fácil pero complejo, apasionante y al mismo tiempo un reto estimulante, escribir sobre una mujer que tenía muy claro lo que entendía por pasión y por conocimiento. En las dos últimas biografías publicadas en inglési, se recupera en esencia esa enorme capacidad de lucha, esa hiperactividad sin límites que la llevó a París, Viet-Nam, Cuba, China y a tantos otros escenarios que, en aquel entonces, se consideraban innombrables, para transmitirle al mundo una visión de los problemas sociales, políticos e ideológicos del momento, muy diferente, muy al margen de lo que, convencionalmente, se decía y aún se sostiene sobre los mismos asuntos.

La enfermedad, el amor y la literatura, sus tres grandes obsesiones, fueron temas sobre los cuales elaboró miles de páginas, para dejarle a las generaciones de lectores del futuro un corpus estético y político de proporciones respetables. Difícilmente, encontraremos en la historia del siglo veinte en los Estados Unidos, a una intelectual que se llevara tan bien con el glamour y las exigencias de una vida dedicada al estudio, al debate y la confrontación de ideas, en la cual no siempre congeniaban la sabiduría con las buenas intenciones y la prestancia.

Porque Susan Sontag era una escritora muy llena de contradicciones. Una mujer que reflexionó con profundidad sobre la paternidad, la amistad, el matrimonio, el feminismo, la lealtad y el compromiso, con frecuencia se quedaba un poco más acá de sus supuestas exigencias sobre aquellas materias y saberes. Hubo que esperar hasta la reciente publicación de sus diarios, edición realizada con el consentimiento y la entrega editorial de su único hijo, David Riff, para empezar esa labor extraña y distante de hallar a la persona en el medio de los meandros de la personificación, a la que nos tenía acostumbrados. Adicta a las anfetaminas, entre 1964 y 1980, jamás superó los efectos colaterales causados por el alcoholismo de su madre y los conflictos con su padre, eterno viajero al que rara vez veía. Su matrimonio, en el punto pico de su convulsa adolescencia, no logró aplacar sus aspiraciones y más sentidos anhelos por una soledad creativa, aturdida por ruidosas amistades, fiestas, y relaciones bisexuales que mucho dolor, frustración y fracaso le dejaron en su vida.

 

IV

Si fue la primera “estrella intelectual” del siglo veinte en los Estados Unidos, este es un asunto que está muy bien trabajado por los dos biógrafos a los que hemos hecho referencia arriba. Porque con Susan Sontag el lector y el espectador se enfrentaban al problema de no saber distinguir con precisión, dónde estaba la frontera entre la persona y el personaje. Aquí reside, en gran medida, la distinción básica, algo que ella parece no haber logrado instrumentar debidamente durante sus estadías en París, entre la “personificación” intelectual al estilo francés, y aquella al estilo norteamericano. Para los primeros, los franceses, el intelectual, tal vez desde las primeras actuaciones de Emilio Zola en el siglo diecinueve, es un hacedor, un forjador de opinión pública, un maestro, un educador. Con los segundos, el asunto es un poco más problemático, porque los intelectuales para muchos ciudadanos norteamericanos no pasan de ser simples soplidos en el viento. Abrirse un espacio en este contexto, en el caso de Susan Sontag, resultó conflictivo, polémico y, con frecuencia, desgarrador.

Sus férreas y duras consideraciones sobre la fotografía de guerra, el arte abstracto, la arquitectura y la literatura, le granjearon un séquito importante de admiradores; pero también un grupo muy activo de detractores, que veían en sus opiniones, no más que un conjunto de valoraciones antojadizas sobre las circunstancias históricas y sociales en las que se producía el arte, sobre el cual estaba opinando. Reacciones similares ocasionaban sus reflexiones políticas. Cuando se produjo el atentado del 9/11, no le tembló la voz para emitir una serie de consideraciones sobre el imperialismo norteamericano (cada vez más parecido al romano, según ella), el militarismo y el dogmatismo autoritario de la Casa Blanca (con G. W. Bush a la cabeza), que la aisló de manera brutal durante los últimos tres años de su vidaii.

 

V

A esta altura de la historia, ya nadie, a no ser que quiera hacer el ridículo, puede pedir la abolición de las guerras, sin menoscabo de su propia imagen, y la de aquellos que puedan escucharlo con fruición. Era una realidad indiscutible que las guerras se habían vuelto una necesidad para el sistema capitalista, y a los seres humanos no nos quedaba otra alternativa que luchar por evitar el genocidio, las masacres y la total deshumanización de la cultura. Susan Sontag, les enseñó a los habitantes del siglo veinte, que era posible un mundo más humano, con el menor dolor posible, si se le abría espacio a la amistad, la tolerancia y la libertad. Por eso, cuando tuvo que criticar a los incondicionales del poder, como era el caso de García Márquez y su amistad con Fidel Castro, lo hizo sin el mínimo temor a las consecuencias sobre su prestigio, su imagen o su trabajo.

Con ella, la literatura era un vehículo, un instrumento muy eficaz para conjurar la muerte, retarla y llevarla más allá de sus posibilidades cotidianas sobre los seres humanos, en su lucha diaria contra la enfermedad, las limitaciones, la crueldad y la estupidez. Ella misma era un resonante ejemplo de lo que esa lucha significaba. Tres veces víctima del cáncer, sus reflexiones sobre la enfermedad nos introdujeron en un laberinto de implicaciones sociales, económicas, personales y médicas, que hoy tienen una vigencia asombrosa. Su tesis de la “enfermedad como metáfora” recoge de manera equidistante, pero con un profundo calor humano, las distintas formas, evasivas, recriminatorias, excluyentes y demás, que las personas a lo largo de la historia han desarrollado para acercarse a la enfermedad y al enfermo. De ahí, saltar a sus sobrecogedoras ideas sobre la muerte, era un tris para el cual muy pocos estábamos preparados.

 

VI

Como Elías Canetti, al que leyó con dedicación y sobriedad, creía que la muerte era inevitable, pero que había que combatirla con todas las armas disponibles. En su idea de la utopía no cabía la mortalidad, ni transitoria ni definitiva. Por esa razón escribió tanto, luchó con ahogo, sufrió con dedicación y reveló certeramente los secretos del arte de la escritura, ahí donde se inician los datos más cotidianos de las biografías de las personas sencillas y discretas. Eso la llevó a Kosovo, donde hizo teatro en medio de la oscuridad y de una lluvia de bombas. Incluso criticó a los que la premiaban, cuando no se percataban de que, para ella, los premios eran un reconocimiento a la figura pública encarnada, no tanto para la mujer de sangre y hueso, quien también llegó a defender la pornografía como una forma de arte legítima y productiva.

Cada siglo produce un pequeño racimo de sus propios genios. Algunos diletantes, otros agudos y dogmáticos, los más silenciosos y vanamente críticos. Susan Sontag fue una de ellos. Su diletantismo crítico en materia de artes plásticas y fotografía, así como de cine y drama, le permitieron viajar un poco más allá de los contornos estéticos establecidos por las teorías al uso en su época. De igual forma, pecaban de dogmáticas sus aseveraciones sobre la amistad, el amor, el compañerismo y el compromiso, pues al final de la jornada, las nociones utópicas que le permitieron vivir una vida académica e intelectual sobresaliente en las ciudades de Nueva York y París, durante los últimos cuarenta años del siglo veinte, sirvieron de poco cuando se encontró totalmente sola ante la evidencia contundente de que padecía de leucemia. La soledad, a partir de ahí, se convirtió en su compañera inefable e incondicionaliii.

Para el siglo veintiuno entonces, que recién se inicia, se hace necesario volver los ojos, el corazón y la inteligencia hacia hombres y mujeres como Susan Sontag, para quienes vivir críticamente, con imaginación y compromiso, no era fácil, pero constituía una tarea ineludible, ante la progresiva deshumanización que cada vez se cristaliza en guerras, hambrunas, desastres ecológicos y enfermedad. Planteado así, como un mero problema de civilización, podría dejar por fuera un hecho contundente: el resonante fracaso del sistema capitalista y del socialismo burocrático para atender y resolver los grandes problemas de la humanidad. Sin embargo, contamos con los libros, conferencias, entrevistas y cinematografía de Susan Sontag, para tomarle el pulso de nuevo a los viejos y eternos problemas, apertrechados con una caja de herramientas que, ciertamente, no infalible, permite enfrentar el día a día con dignidad y espíritu de construcción. Hoy, que estamos tan acostumbrados a la simple destrucción. Hoy, cuando estamos regresando a los viejos revolucionarios, repletos de preguntas y respuestas para los eternos problemas de la humanidad.

 

Notas

i Jerome Boyd Maunsell. Susan Sontag (UK: Reaktion Books. 2014. Critical Lives Collection) 213 páginas. Daniel Schreiber. Susan Sontag. A Biography (Northwestern University Press. 2014. Traducido del alemán al inglés por David Dollenmayer) 280 páginas.

ii Paola Piacenza. Susan Sontag. La conciencia del imperio (Buenos Aires: Capital Intelectual. Colección el sexo fuerte. 2008). P. 209.

iii Jonathan Cott. The Complete Rolling Stone Interview (New Haven & London: Yale University Press. 2013).

 


Rodrigo Quesada Monge: Historiador (1952), escritor y catedrático costarricense jubilado de la UNA-Costa Rica. Premio (1998) de la Academia de Geografía e Historia de su país. Su obra más reciente es La fuga de Kropotkin (Santiago de Chile: Editorial Eleuterio. 2013).

Fuente de la imagen: Wikimedia MDCarchives
 

 

Escáner Cultural nº: 
172

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