Bucaneros y corsarios navegando en el mar del plagio
Alatriste visto por Y
Carlos Yusti
El escritor mexicano Sealtiel Alatriste fue objeto de críticas feroces (y fundamentadas). El detonante de los ataques fue el premio Xavier Villaurrutia otorgado al escritor. La acusación principal de las agresiones fue plagio. El final tuvo como saldo que Alatriste renunciara al premio, a su alto cargo cultural en la UNAM y admitiera que plagió en más de 500 artículos publicados en diarios y revistas. Algo pirático tiene eso de plagiar: aventura, peligro para no ser descubierto y seguir en la piratería robando los botines literarios más variados.
En los casos de plagios intriga la respuesta de los descubiertos. En nuestro país los casos que mi memoria tiene a la mano son los de Rafael Bolívar Coronado que no plagiaba, pero se apropiaba del nombre de escritores reconocidos y firmaba con ellos sus textos (e incluso libros completos). De igual modo confeccionaba antologías de poetas hispanoamericanos inventado poemas (y hasta poetas en un alarde de creación de heterónimos que el mismo Pessoa hubiese envidiado). Coronado hizo todas sus trapacerías en primer lugar, según sus palabras, debido a que él no era nadie en República de las Letras y por la urgente necesidad de “sacarle la telaraña a las muelas”.
Otro caso fue del actor y dramaturgo Javier Vidal y su libro sobre el performance en el que copiaba párrafos extensos de otro libro, pero escrito en inglés, Performance Art de Roselee Goldberg. Cuando un periodista le preguntó su desdén por citar la fuente o de entrecomillar los textos que no eran suyos, dijo que no lo había hecho debido a que al lector le fastidiaba leer tanta cita. No obstante el poeta Harry Almela, en un texto, Las 'glosalalias' de Javier Vidal o de cómo arcabucearse a Duvignaud, demuestra que el plagio en Vidal era una práctica recurrente y para demostrarlo comparaba otro libro de Vidal, El juego de la dramaturgia latinoamericana contemporánea (Caracas, Comisión de Estudios de posgrado, Facultad de Humanidades y Educación de la UCV/Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral, Celcit, 1997) y la obra El juego del juego de Jean Duvignaud (México, Fondo de Cultura Económica, 1981). La respuesta de Vidal es de antología: “Parece que aún suelo levantar bajas pasiones y en todo tipo de gente. Si en aquella ocasión la artillería declinó sobre la falta de comillas, resulta que ahora es por el abuso”.
Es trillado ya el del poeta Rafael Cadena y su poema Derrota, al que siempre le han encontrado similitudes con Poema en línea recta, de Fernando Pessoa. La atmósfera derrotista en ambos poemas es bastante análoga, pero son poemas escritos en circunstancias y latitudes distintas /distantes. El poema Tabaquería de Pessoa también tiene muchos parecidos. No obstante el trabajo poético de Cadenas es su mejor argumento contra esa sombra de plagio que de seguro lo seguirá hasta el final de sus días.
Los argumentos de Alatriste tienen cierto aire confuso: “En días recientes se me ha atacado en diferentes medios impresos y electrónicos porque utilicé párrafos de diversas fuentes en unos artículos que escribí hace años, y que representan una parte ínfima de los que he escrito. No voy a negar que la falta que se me atribuye sea cierta. Niego sin embargo que éstos, mis artículos, sean producto de un plagio, lo sustancial de ellos parte de ideas y recuerdos propios, con un estilo personal...” Al pobre Alatriste lo asaltó el síndrome Paladión (César Paladión es un escritor creado Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges) y del que Honorio Bustos Domecq escribe: “…Paladión entra en la tarea, que nadie acometiera hasta entonces, de bucear en lo profundo de su alma y de publicar libros que la expresaran, sin recargar el ya abrumador corpus bibliográfico o incurrir en la fácil vanidad de escribir una sola línea”.
Si la literatura es un gran tejido de escrituras la cita, la nota al pie son recursos para potenciar dicho tejido. Aunque hoy se habla de intertextualidad. Roland Barthes ha escrito: “Todo texto es un intertexto. Hay otros textos presentes en él, en distintos niveles y en formas más o menos reconocibles: los textos de la cultura anterior y los de la cultura contemporánea. Todo texto es un tejido realizado a partir de citas anteriores (…) El intertexto es un campo general de fórmulas anónimas de origen raramente localizable, de citas inconscientes o automáticas que van entre comillas. Epistemológicamente, el concepto de intertexto es el que proporciona a la teoría del texto el espacio de lo social: es la totalidad del lenguaje anterior y contemporáneo invadiendo el texto, no según los senderos de una filiación localizable, de una imitación voluntaria, sino de una diseminación, imagen que, a su vez, asegura al texto, el estatuto de productividad y no de simple reproducción.”
El ensayista, el crítico o el articulista de prensa son escritores en segundo grado, requieren el acicate de su experiencia lectora para escribir. Recurrir a otros escritores, como bien lo enseñó Montaigne, sirve para reforzar los argumentos. Citar a otros escritores requiere de memoria y tener una buena bibliografía en la estantería del alma. Hoy con la Internet muchos escritores no sólo han abusado de la intertextualidad, sino que se han convertido es escribidores de corta y pega. En algunos de sus artículos es lo que deplorablemente ha hecho Alatriste.
Citar es un arte si se ha leído mucho, pero no si sólo se es un improvisado cazador de citas en el buscador Google. Con respecto a ese extraño arte de citar Savater ha escrito: “¿Por qué citar? Hay dos razones: la modestia y el orgullo. Se cita por modestia, reconociendo que el acierto que se comparte tiene origen ajeno y que uno llegó después. Se cita por orgullo, ya que es más digno y más cortés, según dijo Borges (¿me perdonarán la cita?), enorgullecerse de las páginas que una ha leído que de las que ha escrito.”
Plagiar es la imposibilidad de tener una voz propia. Cada escritor, cada autor (grande o modesto) tiene sus maneras para organizar las palabras, para darle giros poéticos particulares. Cuando se plagia no es palabras (o ideas) de las cuales se apropia el plagiario, sino de la espiritualidad de cada autor, de su gesticulación escrita para entenderse como humano. Michael Ondaatje en una entrevista dijo: “La verdadera utilidad y alegría de escribir es que uno tiene la oportunidad de ser íntimo y sincero para adivinar, para descubrir, lo que no sabía de uno mismo. No estás bloqueado en un rol”. Este descubrirse a través de la escritura se anula si uno solo se limita a plagiar.
El plagiario es un Bartleby a la inversa. A diferencia del personaje de Melville que en un momento decide no copiar un documento más, el plagiario quiero hacerlo, quiere escribir, pero no puede. El infiernillo padecido por Alatriste sirve para revisar los nuevos derroteros que se vislumbran no sólo de la escritura de autor, sino de la literatura a secas. Aquel vaticinio de Barthes se hará patente en un futuro que casi nos da alcance: “…sabemos que para devolverle su porvenir a la escritura hay que darle vuelta al mito: el nacimiento del lector se paga con la muerte del Autor”.
Es inevitable que bucaneros, piratas y demás corsarios de la escritura cortaypega se preparen para el abordaje. La posible réplica contra estos maliciosos navegantes es la escritura creativa ondeando en el mástil de la literatura como arte irrepetible, lo demás es plagio intertextual.
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