Cuento. CLASE MAGISTRAL
CLASE MAGISTRAL
Por: Enrique Gray
Soy un condenado mujeriego, eso es lo que soy. De nada me han servido las buenas lecturas: Platón, Rousseau, San Agustín. El único que ha logrado ejercer una rara influencia en mi carácter, es el holandés Erasmo, con su Elogio de la locura , vaya usted a saber por qué.
Bordeo los cuarenta y cinco. Contaré esta historia tal como ha ocurrido.
Sucede que cuando trabajo, especialmente cuando escribo, mi pasatiempo favorito, mi cabello asume un papel solidariamente activo: se me cae un mechón rebelde que me obliga a realizar ese ademán de adolescente que consiste en reponer en su sitio al racimo porfiado con frecuentes alisamientos de mano, proceso maquinal que roba escasos minutos pero que da un aspecto muy juvenil e inteligente, dos cualidades difíciles de hermanar hoy. Mi inconsciente se pasa diciendo esto a mi consciente en diálogo animoso: de ahí también por qué no me he cortado el cabello a la moda de astronauta americano, o "Punk", que sería lo más sensato. Pero como ya lo he sugerido, de sensatez poco me hallarán, si me escarban.
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