Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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Amarende Guzmán, Hasta que la muerte nos separe

LA ERA SOCIAL: IV. LA EVOLUCIÓN

Por Mario Rodríguez Guerras

direccionroja@gmail.com

¿Qué desarrollo podemos esperar para una cultura tal? Esta cultura se ha desarrollado según hemos indicando, sin ningún esfuerzo pues sus héroes no han tenido que combatir físicamente a ningún enemigo, ni han sacrificado su existencia por esa idea, ni han perdido la vida en esa lucha. ¿Cuándo una cultura elevada ha sido construida sin el sentimiento de lo trágico? ¿Qué se puede organizar en torno a la celebración de la común felicidad? Pues esta sociedad no sólo es feliz por su sentimiento interno, sino que es feliz por la consciencia de ser feliz. El sentimiento festivo no es un sentimiento que permita una creación cultural. Y no digo, por si alguien pretende tergiversar la exposición, que el mundo se detendrá en este instante sino que la Cultura se reducirá. La diferencia entre Cultura  y cultura es una sutil diferencia que ahora se quiere negar. Cuando el mundo occidental se muestra sorprendido y admirado por las formas artísticas que muestran ciertos pueblos primitivos no llegan hacer la reflexión suficiente para percatarse de que las obras de esos pueblos tienen un retraso de miles de años con respecto a las que elaboraron los pueblos mediterráneos que originaron nuestra cultura. El deseo del hombre actual de acercarse a esas culturas inferiores es debido a la simpatía y necesidad de conocer las reflexiones de hombres desorientados que existieron en otros periodos iniciales de gestación de una cultura con los que el último hombre moderno se identifica. Las formas originales propias son necesariamente rechazadas porque constituyeron el origen de lo que se pretende superar.

 

La falta de una lucha militar para derrotar al enemigo que representaba la cultura anterior no significa que falte en el hombre moderno ni la agresividad ni la acción violenta. Confundido por el derecho, el hombre actual, que acepta toda interpretación legal que le beneficie, se ha asentado en esa tierra de nadie que es la agresión verbal que su sociedad no entiende como delito. Y, con ese método admitido, emprende su labor de conquista y de dominio.

En un artículo podemos leer:

Sin embargo, utilizar el mismo medio para contraatacar no es fácil, como lo descubrió el periodista investigativo británico Jon Jonson cuando publicó un mensaje en el sitio 9/11 Truth Campaign (Campaña de la Verdad de septiembre 11). Tras ser abusado y ridiculizado, su integridad fue cuestionada porque es judío.

Cuando me encontré siendo atacado por teóricos de la conspiración de septiembre 11, sentí que la comunidad escéptica me ofreció gran apoyo", dijo Jonson. "Cuando los que creen fervorosamente en algo te atacan, es horrible. He dejado de debatir con ellos porque es como azuzar a una serpiente". [1]

    

El hombre moderno siente la obligación de imponer su pensamiento. Falta en su exposición una base teórica y hasta las formas que exigen a los demás. Cualquier salida de tono de sus adversarios es criticada con una salida de tono superior. En esto son insuperables porque todas sus exposiciones están llenas de insinuaciones y de ironías. Una de sus virtudes es la resistencia. Son incansables a la hora de combatir ideas opuestas. Prueben a refutar alguno de sus argumentos, no se dejan convencer por razones, pero dirán la última palabra y se quedarán con el sentimiento de haber convencido. Acabarían con la paciencia del santo Job, pero desesperar al contrario no es derrotarle.

Otra de sus virtudes es la confianza en sus iguales. Se sienten respaldados. Por ello, son audaces en sus exposiciones. Como hemos visto, nadie soporta una argumentación infinita ni una argumentación en varios frentes. Esto lo saben los miembros de los ejércitos combatientes. Luchan no para ganar la guerra, procuran ganar todas las batallas. Tienen razón, su razón debe imponerse, necesitan sentir que su razón acaba por imponerse.

Amarande Guzmán, Futuro indefinido

Toda aquella felicidad presenta, en contrapartida, este otro aspecto que se ofrece a quienes no desean participar de sus celebraciones. Aquella felicidad es una careta con la que conquistar a los escépticos, una forma de endulzar la medicina o el veneno (según la perspectiva desde la que se juzgue) que les ofrecen.

    

Quien haya leído a Nietzsche recordará sus palabras sobre la coerción de la armonía. Y quien recuerde la película de "La misión" rememorará, con pena y espanto, cómo los poderosos coros de los ejércitos celestiales engullían la libertad religiosa del hombre natural, representada por el joven del oboe, paralelamente a cómo los ejércitos militares condicionaban su libertad terrenal. Pero, mientras que el hombre moderno condena aquella acción de los Dioses y de los Reyes por someter la libertad individual,  aprende sus métodos para imponer su propio criterio sobre los demás hombres ejerciendo aquellas acciones que condena en otros. Y aún cuando todos los miembros de la sociedad se apiadan del joven del oboe, en cuanto idea a la que nunca se verían enfrentados, en cuanto fenómeno, todos le agreden y nadie es capaz de percibir esta discordancia entre su pensamiento y su acción. Todo hombre es consciente del daño que ocasiona otro pero siempre encuentra justificación para ejercer su poder sin percibir la maldad de sus obras y se niega a admitir que forma parte del ejército opresor de la libertad natural.

    

Esta falta de medida, esta falta de criterio, esta falta de justicia, que lleva pareja la imposición, la destrucción de criterios opuestos y la falta de respeto a las ideas contrarias que acaba en una descalificación de quien las sostiene -llegando a descalificar al abogado que defiende a un acusado de determinados delitos, porque la conciencia social está por encima de la justicia de los tribunales, por lo que lo antisocial se identifica con lo inmoral y se convierte en ilegal-, implica la incapacidad para establecer un orden de las cosas que no podrá ni transmitir ni imponer a los individuos que se incorporen a esa sociedad. Mediante la fuerza, será posible dominar políticamente a los individuos, pero nosotros no estamos hablando de posiciones políticas sino de la creación de una cultura. La cultura no consiste, cómo puede ser la política, en el imperio del caos sino en la elaboración de una estructura completamente definida mediante la aceptación del orden, la mesura, y las proporciones.

Miguelón

No puede extrañarse esta sociedad, completamente desestructurada hasta en sus principios, por las conductas tan sorprendentes de sus hijos. La falta de un criterio determinado, pues el criterio del hombre moderno muestra una inconsistencia entre los derechos que se reserva y las obligaciones que impone, impide que los nuevos miembros tengan un esquema de normas, principios  o morales. Los individuos que imponen esas normas provienen de una sociedad en la que existían unas normas que pretenden destronar y entienden sus acciones por estar encaminadas a un determinado fin. Por este motivo, pueden justificar la diferencia entre lo que condenan y lo que persiguen como un enfrentamiento entre fuerzas. Los individuos que se incorporan a esta sociedad lo que observan es la falta de un principio que guíe a los actos de unos y otros. Esto no genera que cada uno se rija por su criterio sino que genera una falta de criterio. Además, la violencia y agresividad del hombre social se aprenden con mayor rapidez que las fórmulas de cortesía, simplemente, porque las primeras son intuitivas y más efectivas.

   Zeus

No se nos oculta -sería inconcebible-, que los griegos también tuvieron un periodo de desmesura y suficiencia en el tiempo de los mitos, período al que siguió el tiempo de Apolo, figura surgida por una necesidad de orden y de consuelo que se opusiera a los acontecimientos que soportaban. Los dioses fueron una necesidad de dar sentido a unos sucesos que carecían de él y de reconocer el valor de los hombres que les habían hecho frente. En el momento presente, nadie sufre y nadie siente necesidad de consuelo metafísico, la felicidad se la da la tierra artificial, el nuevo mundo que los derechos han creado. A todo sufrimiento se le opone una ley. Ante esta ventaja ¿Quién buscaría un dios?

Nota 1: Arran Frood, BBC, Cuando los escépticos contraatacan, de 07-10-2009, extraído de:

http://www.bbc.co.uk/mundo/cultura_sociedad/2009/10/091006_2226_escepticos_mf.shtml

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