Cuento. CIUDAD DE FEOS
CIUDAD DE FEOS
Por María Teresa Rodríguez Almazán
Hoy amanecí con ganas de hacer algo diferente. Estoy harto de permanecer retrepado en este sitio haciendo guardia ininterrumpidamemente desde 1910; observando lo que sucede a mi alrededor o hasta donde me alcanza la vista, pero hoy la paciencia ha rebasado los límites de mi estoicismo y quiero contemplar aunque sólo sea por un rato algo distinto; que rompa el capullo de tedio que está a punto de sofocarme. Estoy hastiado de ver los mismos accidentes de tráfico, a los consabidos "mordelones" luchando por acabalar el gasto diario; las caóticas manifestaciones de causas perdidas; de oir las "mentadas de madre" y pleitos a la hora pico del congestionamiento vial; de observar los ligues entre jotos y/o mariquitas que abundan afuera de los Sanborn's o los Vips; a las secretarias -casi todas teñidas de rubio- perfumadas con Avon y forradas de poliester que a la salida de las oficinas se van con los jefes a tomar una copa y después a algún hotel de paso para desquitar las horas extras; a los tragafuego, limpiaparabrisas o malabaristas de cada crucero, que entre alto y alto se atascan de chemo o activo; a los vendedores ambulantes ofreciendo los diversos deshechos orientales; a los turistas de rostros insustanciales disparando sus cámaras sin cesar, etc., y, bueno, por algo tengo alas, y no sólo las de la imaginación. Al cabo estoy seguro que la gente ni se imagina que me puedo mover de mi sitio, y además son como autómatas que nunca vuelven la cara hacia el cielo, así que no creo que se den cuenta si me escapo por un rato. Asimismo, mis días de gloria quedaron atrás hace rato y ahora me he convertido en parte de la escenografía citadina, sin relevancia, así que creo tener el derecho para aventurarme y recorrer otros rumbos aunque sólo sea por una vez.
Enviar un comentario nuevo