Benito Rebolledo Correa Soy anarquista… my way
Benito Rebolledo Correa
Soy anarquista… my way
Muñozcoloma
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De estos últimos días no puedo decir nada bueno, esta casa se ha vuelto más solitaria y fría que antes (algo que, en otras circunstancia, parecería una exageración), ha sido tanto el desamparo que la angustia, la nostalgia y la soledad han sido reemplazadas, con extrema violencia, por una nueva sensación, una que no sólo destruye al portador sino que aniquila todo por donde irradio mi sombra. Hoy la rabia me consume, me lleva a parajes insospechados del lado norte de mi corazón, de ese territorio que nunca he tomado en cuenta porque sólo me interesa el sur, el verdadero sur, ese que todo sumerge en aguas poco calmas. Esta rabia me ha obligado a mantener los puños cerrados en cada momento, me resisto, pero ésta es más fuerte, no puedo asir nada, lucho contra mis tendones, pero no hay caso. Luego de días, quizás meses, me acostumbro a mi nueva condición, ya no lucho, dejo que las personas mantengan su fingida arrogancia y su vacuidad, ya no quiero esforzarme en nada, ni siquiera en intentar comprender sus mentiras, y por otra parte comienzan a agradarme mis puños apretados y mi bruxismo. Pero la rabia no pasa.
Entonces, como buen desesperado, busco formulas para superar este trance circunstancial (al menos eso es lo que creo), intento salir de esta opresión y no hay caso, al igual que esta maldita casa no tiene puertas ni ventanas, y se me vienen recuerdos terribles sobre la ceguera y la inmadurez, ¡no!, no hay caso, no estoy dispuesto a dejarme avasallar por lo nimio, lo vacuo, lo carente de peso, así que comienzo a correr y esta casa es tremenda, y espero que su colosalismo, por una vez, sólo por una, se encuentre a mi servicio. Así paso por la habitación de los atriles, la de las películas, la de las ginebras muertas, la de los perros de cartón, la de la desidia, la de esos cuadros regalados y que han adquirido tanto valor emocional que se encuentran tras los muebles (como un velador, por ejemplo)… así corro y recorro, y los recuerdos se me vienen encima y la rabia no me deja, ni por un instante, y ahora la fatiga me está consumiendo, mis piernas no dan más y caigo al piso, pongo las manos para protegerme, pero no alcanzo a reaccionar, ni a recordar que no las puedo abrir, así que mis nudillos rebotan en el piso salpicado de sangre mi camisa blanca. Ahí quedo, botado, adolorido, agitado, ensangrentado y con rabia.
Cuando logro reincorporarme me encuentro en un cuadrilátero de boxeo, yo aún con las manos empuñadas, pero con guantes y vestido como para la ocasión. Pantalón azul con vivos rojos, que en sus bordes se les ve la palabra impresa “víctima”, botas color azul y con 78 kilogramos en la balanza. En el otro rincón, con pantaloncillos blancos y vivos rojos, se encuentra un hombre de bigotillo, que debe pesar como 98 kilos, sonríe mientras hace un par de flexiones y con su peso estira las cuerdas del ring. No hay público, no hay árbitros, sólo existe la arena. Él me saluda y me grita: “esta es la mejor manera de sacarse la rabia y relajarse”, en el momento que termina la frase suena la campana y comienza a caminar al centro del cuadrilátero, yo no sé qué hacer, lo imito, siguiendo el juego, vamos a ver si me relajo, sólo por jugar.
El entusiasmo por lo lúdico se dispersa con el primer “uppercut” que recibo y que me manda a la lona, todo me da vueltas y como puedo me recupero y logro ponerme de pie. Definitivamente el gordo se equivocó, no se me pasa la rabia, muy por el contrario comienza a crecer exponencialmente luego de recibir el primer combo (piña). Me abalanzo sobre él con un “recto” que esquiva con una gracia muy poco probable para su figura, lo cual me sorprende tanto que bajo la guardia y él comienza a bailar alrededor mío manteniéndome a distancia con infinitos “jabs”. Se mueve por todo el cuadrilátero, yo lo sigo como puedo, se ríe socarronamente, casi con burla, pienso que él piensa en ese momento: “vuelo como mariposa y pico como abeja”, la rabia no deja de aumentar. Luego de su primera carcajada violenta logro descubrir quién es el gordo, es el pintor Benito Rebolledo Correa… ¡ahora sí!, ¡ahora sí que vamos a arreglar cuentas! De ahí en más, se me hacen absolutamente comprensibles y adivinables sus bailes en el ring. Cuando se mueve a la izquierda logro alcanzarlo con un “gancho“ derecho, que lo manda en contra de las cuerdas, mientras le grito: “¡este es por usar tantos colores!”, me abalanzo, ahora con un “crochet” izquierdo y le digo: “¡este por tu anarquismo mal entendido!”, en ese momento se me ocurre darle otro “gancho” derecho, pero me demoro en decidir si le digo o no que ese va por su supuesto antisemitismo, lo que le da tiempo para recuperarse en parte, y me lanza su famoso “uppercut” que me deja botado, medio muerto. Cuando me reincorporo estoy en luna playa, el sol es terrible, los colores inflamables, la luz detestable para mi, y ahí me quedo, tendido, sufriendo con el dolor de mi mentón.
Benito Rebolledo Correa en su taller, 1935.
Hacia la luz
Como todas las historias, esta tiene un carácter metonímico brutal, es más, sólo me referiré a algunos sucesos que me resultan interesantes (muy poco democráticos, por cierto), y los cuales no son muchos, no porque no los haya, sino porque mi estado de ánimo me obliga a encontrarle poca gracia a todo, y si a usted le resulta más cómodo, podría decir, por que quiero y punto.
Este pintor chileno nació en la ciudad de Curicó el día 2 de agosto de 1880 (según Rosa Anwandter, nieta del pintor, fue el 3 de agosto de 1881), Benito provenía de una familia arraigada en las labores campesinas y de muy pocos recursos. Los paisajes que inundaron sus pupilas en la infancia estuvieron siempre bañados por todo lo que implica lo agreste, la barbarie dirían algunos intelectuales de su época. Si bien, las labores del campo le eran extremadamente familiares, nadie entendía que el niño quedará suspendido en el aire por largos períodos de tiempo, quieto, observando todo a su alrededor, como incorporando líneas, puntos, formas, texturas, sombras y colores a sus ojos. Así pasó los primeros años de su infancia, por una parte llevando las labores agrícolas, y la carencia de sobrevivir en el campo (nada más lejos del bucólico imaginario del citadino), y por otra, la de andar con una ramita dibujando en la tierra todo lo que veía.
El tiempo y las ganas (en estos casos es mejor hablar de necesidad) por dedicarse a este monstruo llamado arte lo obligaron a viajar a la ciudad de Santiago (que es Chile), en 1895, con la idea de dedicarse profesionalmente a la creación de afiches y a la pintura decorativa, sin embargo, primero que todo tuvo que trabajar para vivir o mejor dicho sobrevivir, no olvidemos que la carencia, la pobreza y el hambre en el campo, así como en el litoral es totalmente diferente a la que se vive en la metrópolis, donde todo cala con la frialdad que ofrece el cemento. En esa dinámica Rebolledo no tiene más alternativa que vivir en un barrio obrero y realizar labores de obrero, él trabajaba duro, pero sólo pensando en un único objetivo, tener la posibilidad de ingresar a la Escuela de Bellas de Artes, cuestión que a la larga logra antes de cumplir los 18 años, allí fue un alumno que intentaba aprovechar cada minuto que tenía frente a los modelos, a las telas, a los papeles y a los profesores, entre los que se encontraban Pedro Lira y Juan Francisco González.
Chicos en la playa. Óleo sobre tela 54 x 70 cm
En una primera etapa Benito utilizó como temas lo relacionado con el obrerismo y lo que veía a diario, algunos podrían llamarlo “temática social” no obstante para él (al igual que los pintores del Barroco) todo era paisaje, y el ser humano un elemento más conformador de la estructura de la obra. Cabe destacar que nadie, o casi nadie, tomó en cuenta al “huaso” y sus telas. Con el tiempo su mirada fue legitimando la ausencia de la labor humana en la obra, dándole una importancia mayor al color, ante los cuales vuelve a mirar al campo, a la naturaleza y comienzan a aparecer una serie de paisajes, animales, marinas y uno que otro retrato. Desde sus paisajes hacia adelante el “huasito pintoresco que pintaba” dejó de ser un desconocido y comenzó a llamar la atención de las familias, que olían a buen brandy, amantes del arte, quienes murmuraban entre si que su pincelada y su modo se parecía a la de un pintor Valenciano de apellido Sorolla, entonces, qué mejor para la aristocracia chilena que miraba Europa con admiración, que tener un hombre proveniente desde la barbarie, pero con “buen gusto”, es decir, la pedagogización del “pueblo” estaba funcionando al mejor estilo sarmientino. Si bien recalcaban que Benito estaba enmarcado dentro del Naturalismo más duro, él a la larga se encargó de desfragmentarlo con toda la luz que plasmaba en su obra, siempre fue un tipo de campo… haciendo las cosas a su manera.
Sus colegas de la, nunca bien ponderada, “Generación del 13” no podían encontrarse más lejos de Benito (o él de ellos… da lo mismo), mientras ellos armaban una fiesta todos los días, sólo porque el sol se escondía o salía, Rebolledo practicaba el deporte, el boxeo en particular y llevaba una vida sana; en el ámbito netamente técnico mientras los bohemios se encaminaban a la pasta opaca en la pintura, Benito caminaba hacia a la luz, como si fuera uno de los masones que tanto detestaba.
Como un loco en la Colonia Tolstoyana – Contracultura (pero religiosa)
A los 22 años, en 1902 obtiene la Medalla de Honor en el Salón Oficial (Concurso creado por el Museo de Bellas Artes de la Quinta Normal), en 1904 obtiene la Tercera Medalla. Ese mismo año (ó 1903 ó 1905, no hay una fecha consensuada) pasa formar parte de la llamada “Colonia Tolstoyana”, conformada por artistas, intelectuales, músicos, arquitectos, artesanos y obreros ilustrados que intentaban vivir en una comunidad con ideas anarquistas (¡que horror!), incluso practicando el vegetarianismo (¡más horror!), leyendo los evangelios (no coment!) y haciendo votos de castidad (ahhhhhhhhhhhhhh!!). La idea de esta colonia sui generis era la de vivir más cerca de la naturaleza, cultivar la tierra, alejándose de la urbe y del molesto mundanal, y convivir en una especie de comunidad de bienes.
Esta surgió de la cabeza de tres personajes de la historia de las letras y de la pintura chilena: Augusto D’Halmar, Fernando Santiván y Julio Ortíz de Zárate. Los cuales embobados por la idea de León Tolstoy que plantaba la idea de que el hombre sólo podía mejorar muy cerca de la naturaleza, practicando la comida moderada, haciendo ejercicios (calistenia para la época), la meditación y la lectura de la Biblia, decidieron fundar su propia Yasnaia Poliana (propiedad agrícola de la familia de Tolstoy ubicada al sur de Moscú) en el fin del mundo. El entusiasmo surgió de inmediato en todos los intelectualoides de la época, siempre es tentador ir en contra del orden establecido con una propuesta tan radical… sobre todo leyendo los evangelios.
Si bien la idea primigenia era instalarse en la provincia de Arauco, esto no prosperó por diferencias con D’Halmar, quien era el que ponía la música (el Supernumerario, quien se paseaba con una túnica y una fez), así que un poco obligados por las circunstancia decidieron armarla en los terrenos cedidos por Manuel Magallanes Moure al sur de Santiago, en la hoy comuna de San Bernardo. Así se fueron sumando cada día más personajes y el enclave era visitado seguidamente por los escritores Luis Ross, Baldomero Lillo, Víctor Domingo Silva y Carlos Mondaca. Y los por pintores Rafael Valdés, José Backhaus y Pablo Burchard, y obviamente, nuestro Benito Rebolledo Correa. En esas tertulias discutían sobre el arte, literatura, política y se transmitían algunos secretillos técnicos de cada oficio. No obstante la problemática mayor surgió cuando un grupo de éstos postuló la idea de integrar a artesanos, obreros y mujeres a la Comunidad a lo que D’Halmar se opuso tajantemente, así comenzó a surgir tenuemente una fisura entre los D’Halmarianos y Santivanianos.
No puedo dejar de mencionar un dato más que anecdótico, entre todos los concurrentes a estas tertulias había un marino, el Contraalmirante Arturo Fernández Vial (si le suena a fútbol, está en lo correcto), este marino, sobreviviente del Combate Naval de Iquique, era un anarquista de tomo y lomo (para la época), buscaba “educar al pueblo” y sacarlo de la peste de la ignorancia, a través de la máxima: “vida sana, cuerpo sano”, ya que consideraba que el alcoholismo era el principal problema de los chilenos (hoy debe estar revolcándose en su tumba). Fernández Vial incendiaba las noches con sus discursos a favor de las playas nudistas y de la creación de escuelas populares (luego de su jubilación fundó catorce). Así de variopinto eran los personajes que desfilaban por la Comuna y Benito se embobaba cada día más, se le volvía a armar su vida fragmentada: el campo, lo agrícola, el obrerismo, el anarquismo, el deporte (boxeo para él) y el arte… no podía pedir más, disfrutaba de todo, mientras hacía pan amasado, pasaba el arado o pintaba un cuadro. Pero ojo, un proyecto de este estilo no podía perdurar mucho, una cosa es ser ecléctico y otra ciego, sólo hay que pensar cómo pueden convivir un grupo de artistas, de por sí bohemios, con ideas como el vegetarismo, la vida sana, los evangelios, la castidad y el anarquismo…
La Colonia a la larga fundó una nueva sede (1906 ó 1907, otros plantean que fue en 1903) que funcionó paralelamente a la de San Bernardo, en calle Pío Nono, al pie del Cerro San Cristóbal, la cual era mucho más política y más radical. Aceptaron a obreros y mujeres, dejaron de practicar el celibato y comenzaron a insertarse en los campos protosindicales. En ella se veía pasear a Benito, con su gruesa figura, su pelo chascón, su barba de revolucionario, moreno, riéndose a gritos con una carcajada que era capaz de levantar muertos. Con un exceso de personalidad (cosa rara para alguien del campo) y con arrebatos de lujo (nada de raro en un artista), de hecho cuenta Pedro Sienna que “los Comisarios de los Salones le temblaban. Y con razón. Una vez se encaró, delante de todo el público que concurría a la apertura de una exposición, con un crítico de arte, porque frente a un cuadro suyo expresó, señalando una parte de la tela: “Este trocito está bien pintado…” -¡quítese de ahí señor!- ¡Qué sabe usted! ¿De dónde saca que ese trocito no más está bien pintado? ¡Todo el cuadro está bien pintado! ¿Me entendió?... y lo sacó a empellones hasta la puerta”. Así era Rebolledo, nadie sabía con qué cosa podía salir, no importándole dónde ni con quién se encontrara.
De esta sede se pueden obtener datos a través de una extensa carta que Rebolledo envía, el 31 de octubre de 1950, a su amigo, el escritor, Fernando Santiván. En ésta describe el devenir de la Colonia y quienes la conformaban dejando una serie de apreciaciones riquísimas en contenido ya que algunos comentarios llegan a asustar para alguien que se decía anarquista (de seguro a la chilena).
En esa casa que les servía de parapeto y que les costaba $ 75.- (no señala la frecuencia de pago), se habían juntado una serie de personajes que Rebolledo describe en su carta: Alejandro Escobar y Carvallo, quien se desempeñaba como médico homeópata. Miguel Silva, mueblista y tapicero. Julio Fossa Calderón, el pintor, quien era un católico acérrimo, que según Rebolledo volvió a Chile a dirigir la Escuela de Bellas, “pero los futuristas y masones le hicieron una guerra terrible y de un empujón nos echaron a los dos, a él y a mí, donde yo le acompañaba como profesor. Una cátedra que me había dado por amistad. También salieron otros profesores adeptos a él y desde entonces están en el poder los futuristas, encumbrados por el P. Comunista; también son dueños del llamado Premio Nacional”. Vicente Saavedra, tipógrafo de mucha cultura. Manuel Cádiz, ebanista. Mamerto González, empastador de libros. Teófilo Galleguillos, comerciante de la Vega. Alfonso Renau, zapatero francés y astrónomo aficionado. Francisco Roberts, que venía de París y también se desempeñaba como zapatero. Aquiles Lemure, otro zapatero francés y deportista aficionado al box. Y Manuel Pinto que de joyero pasó también a ser zapatero.
Estos eran los hombres que vivían en la Colonia y Benito aprovechaba cada instante para boxear y pintar, también se las arreglaba para ir a la plaza a realizar manifestaciones y discursos incendiarios, ya que se veían como Iluminados (según palabras del propio pintor): “Éramos iluminados por una luz mística: el amor a la Humanidad. Sobre todo a los humildes, a los pobres, por los que luchan sin esperanza, por los que mueren sin haber tenido jamás una satisfacción de verdadera vida”. En esa dinámica relata que un día parten con Inocencio Lombardossi, un anarquista llegado de la Argentina, a un mitin en la Plaza de Armas, el argentino tenía un discurso que hacía llorar a cualquiera “se subía a uno de los escaños de la Plaza muy erguido, miraba de frente a la policía de Castro y de aquel famoso Comisario que llamaban “el terrible huaso Gómez”, que nos vigilaba, descubriéndose el pecho con las manos y gritaba muy fuerte, con voz de trágico: “¡¡¡Aquí tenéis mi pecho, el baluarte de los explotados, de los hambrientos, de los que tienen hambre y sed de justicia!!! ¡No temáis que me arredre! ¡¡¡Disparad vuestras carabinas mercenarias!!!”. Lo decía con voz de tenor, vibrante y armoniosa como un clarín de guerra. Y así seguía hablando sin interrupción hasta más de media hora. Los pobre policías, los “pacos”, como les llamaban, se ponían pálidos y al cuarto de hora de oírlo hablar, olvidaban el desafío que les había hecho y las lágrimas corrían por la mejillas curtidas yendo a caer a las crines de los caballos silenciosos”. ¿Qué más poético para un grupo de artistas y obreros anarquistas?
Retratando a una de sus hijas.
El arrepentimiento, es al final lo que queda
Rebolledo vierte en la carta mencionada, el por qué abandona la Colonia, no puedo dejar de sorprenderme por el carácter semi-nazi-católico (lo de “semi” es para poner un poco de eufemismo) que tiene su texto:
“Yo por mi parte, fui el más desengañado. Investigaciones y estudios que he hecho, me informaron que estábamos sirviendo, inconscientemente, a la causa secreta del Judaísmo, porque todos estos ideales llamados revolucionarios y redentores los esgrime el judaísmo internacional para dividir a la familia humana no judía, como un plan de guerra sigiloso y secreto. Por esto no quiero saber nada de estos tales ideales, pues me he convencido del fraude que éramos víctimas. Tengo pruebas irrefutables al respecto.
Busca el libro de Monseñor Caro, titulado: “Misterio de la Masonería”. –Descorriendo el velo”.- Sin la lectura del libro ya mencionado, estos informes te quedarán incompletos; por él sabrás quienes son los autores de los atentados de los llamados anarquistas… Y también por qué no obtienen los premios en dinero los que no son masones, cuando los que disciernen son masones”.
Tengo que señalar que ese libro existe y que Monseñor Caro lo escribe con una violencia sólo utilizada cuando se le dispara al enemigo, lo curioso y tragicómico es que las referencias utilizadas por el prelado provenían de una de las tomaduras de pelo más grande de la historia. Un periodista que se hacía llamar Leo Taxil en Francia comenzó a inventar una serie de acusaciones en contra de la Masonería, cuestión que despertó el interés de muchos, los rituales raros, los baños de sangre, los bebés devorados y cuánta patraña sin sentido se le ocurriera, hasta que un día publica en su pasquín que revelará el peor secreto de todos, en un teatro, en una fecha y a una hora señalada. Ese día ya no cabían más personas en el edificio, cuando aparece un tipo que declara que todo fue una tomadura de pelo riéndose en la cara de todos sus admiradores. Cuando la Iglesia Católica Chilena se entera de todo esto hacen desaparecer los libros sacrosantos de Monseñor Caro, que de seguro, de pura vergüenza nunca más se refirió al tema.
Benito, a estas alturas, ya era un artista reconocido, todos querían una tela del maestro que había ganado entre otros, la Segunda Medalla del salón Oficial de 1907, y al otro año, la Primera Medalla. Incluso en la ciudad más linda del mundo, Buenos Aires, obtiene la Tercera Medalla de la Exposición Universal de 1910, el mismo año gana la Primera Medalla del Certamen Centenario en Santiago. Rebolledo se paseaba con pinceladas gruesas de óleo por las telas o la madera, sus temas comenzaron a ser influidos totalmente por la luz, mientras sus colegas iban hacia la pasta opaca, él seguía como un demente hacia la luz. Sus temas pasaron a ser un festín de paisajes y personajes que vivían en sus recuerdos, también lo religioso bañó su trabajo (tanto leer el Evangelio, de seguro) pintando incluso, en 1926, la bóveda del Templo de los Agustinos en la ciudad de Santiago, con 32 escenas religiosas, obviamente, sobre la vida de San Agustín y de los evangelistas.
Definitivamente Rebolledo no paraba de hacer noticia, obteniendo el Premio de Honor del Salón Oficial de 1926, a esas alturas los encargos no cesaban y Benito no tuvo mejor idea (como muchos artistas) de copiarse, de hacer cuadros repetidos como “El niño del barril”, “La niña taimada”, “Pescadores sacando la barca” o “Niños frente al mar” que salían en masa (es una exageración, por cierto) de su taller ubicado en O’Higgins 2091 de Santiago, dejando tras su muerte una serie de discusiones entre los propietarios de estas obras ya que cada uno alegaba que ellos poseían la original, craso error, todas eran originales y realizadas por Rebolledo (él con su gruesa carcajada de seguro los mira desde alguna mancha de luz).
Rebolledo parte desde Santiago hacia su Dios Padre el día 29 de junio de 1964, luego de haber sido distinguido como “Hijo Ilustre de Curicó” en 1951 y haber recibido el Premio Nacional de Arte en 1959 (el mismo que según él administraban los Comunistas). Por la boca muere el pez.
Chicos en la playa.
Yo por mi parte, me reincorporo del suelo, la pesadilla ha pasado, lo fragmentario se ha ido y me doy cuenta que la rabia ya no está, ya no tengo las manos en puños, ahora sólo me queda la nostalgia (como siempre).
Fuentes:
- “Carta de Benito Rebolledo Correa a Fernando Santiván”. Benito Rebolledo Correa. Mapocho / Biblioteca Nacional. Santiag : La Biblioteca, 1963- (Santiago: Universitaria) v. no. 42 (segundo semestre 1997) p. 203-213. Biblioteca Nacional
http://www.memoriachilena.cl/temas/documento_detalle.asp?id=MC0013477
- “Benito Rebolledo, pintor de Chile”. Pedro Sienna. Revista En viaje / Empresa de los Ferrocarriles del Estado. Santiago: La Empresa, 1933-1973. v., no. 94, (ago. 1941), p. 14-16 (suplemento) Biblioteca Nacional
- Portal del Arte. Benito Rebolledo http://www.portaldearte.cl/autores/rebolledo2.htm
- “Biografía de Benito Rebolledo Correa. Un soñador de antaño”. Rosa Anwandter
http://www.ceoniric.cl/spanol/galeria/Benito%20Rebolledo%20Correa.htm
- “La Colonia Tolstoyana: Síntesis de las tendencias artísticas de inicios del siglo XX”. Jaime Alberto Galgani
http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0717-68482006000100005&lng=es&nrm=iso
- “Arturo Fernández Vial, Mi héroe, el Contraalmirante”. Nibaldo Mosciatti http://razonyfuerza.mforos.com/549916/8089991-arturo-fernandez-vial/
§ “Educación artística en Chile: Fernando Alvarez de Sotomayor, Juan Francisco González y Pablo Burchard, tres maestros emblemáticos” - Atenea N° 495– I Sem. 2007: 185-211. Pedro Emilio Zamorano Pérez
http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-04622007000100011&lng=es&nrm=iso
- Artículo “Templo de los Agustinos devela sus secretos”. Ana María Hurtado. Diario El Mercurio. Domingo 28 de Marzo de 2004
http://diario.elmercurio.cl/detalle/index.asp?id={d6d2cf5d-984a-46dd-a2f7-6b13ced0c6ac}
- Artículo “Réplicas pictóricas inducen a error”. Víctor M. Mandujano. Diario El Mercurio. Sábado 26 de Agosto de 2006
http://diario.elmercurio.cl/detalle/index.asp?id={1a939437-fe1b-4325-baa0-0657555443b4}
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