Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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EL CLUB DE LOS GOMBROWICZIDAS

Carlos Yusti

A través de la Internet conocí a un escritor cuyo único tema de sus conversaciones, libros, crónicas, entrevistas, cartas y correos electrónicos giran en torno a la vida y desmilagros del escritor polaco Wiltold Gombrowicz. Mi vinculación virtual con tan singular personaje surgió a raíz de un texto que escribí sobre el autor de “Ferdydurke”. Esto fue suficiente para que me incluyera como miembro del club (virtual por supuesto) de los Gombrowiczidas. A este club pertenecen todos aquellos que han escrito, o se han vinculado de alguna manera, con Gombrowicz. Como miembro tengo derecho a un seudónimo y a formar parte de la mitología que flota alrededor del escritor polaco. Mi mote, mi alias en club tan selecto es: “Dalí selvático”.

Todas las mañanas ( incluso los domingos) llega puntual a mi correo un texto de Gombrowicz escrito por el sumo pontífice de los Gombrowiczidas Juan Carlos Gómez (conocido como Goma). Son textos que cuentan chismes, anécdotas, viñetas malintencionados, críticas deslenguadas de Gombrowicz y otros miembros del club. Goma tiene una escritura vitriólica y una verborrea que no se anda por las ramas para atacar y defenderse. Goma conoció en persona a Gombrowicz, fue su amigo durante su periplo argentino y desde entonces se ha convertido en el albacea radical de su memoria. Ha publicado algunos libros sobre Gombrowicz que son referencia obligada. Como era de esperarse, y como soy menos daliliano selvático de lo que aparento, no contesto sus correos, ni para bien ni para mal. Hago como hace el escritor español Enrique Vila-Matas; Orate Blaguer en el club, quien en un texto publicado en Letra Libres escribe: “No me atrevo a contestar desde Europa a la carta del fiel Goma porque intuyo que, de hacerlo, él se daría perfecta cuenta de que, aunque no escribo como Gombrowicz, ocupo actualmente su lugar y su personalidad en la tierra. Quiero ahorrarle ese susto a Goma, es la pura verdad. Chau Goma, me digo a todas horas. No quiero que él sufra, no quiero que le atormente la idea de que Gombrowicz ha reanudado la correspondencia con él. No quiero que eso pase como tampoco quiero seguir entrometiéndome más en la vida, la soledad y los amigos de mi maestro, el señor Gombrowicz, mi señor.”

Aquella manoseada frase de Groucho ("Nunca pertenecería a un club que tuviera como socio a un individuo como yo”) no me consuela, ni me hace gracia, en lo absoluto. Pero el caso de Goma obsesionado por un tema ( o un autor) no es el único. Baudelaire estaba obsesionado con Poe, Max Brod con Kafka, María Kodama quizá lo estaría con Borges, el escritor de origen Irlandés Ian Gibson con Lorca y James Boswell con Samuel Johnson. Cuestión que tampoco me consuela. No sé, pero hay algo aterrador (o que pertenece al submundo de las noveletas de misterio) que un escritor termine como tema recurrente, como idea fija, de otro y eso sin duda es peor que la inmortalidad con plaza y busto de falso bronce.

Goma sabe de su inclinación, un tanto maniática, por el escritor polaco y a la sazón escribe: “Los investigadores de los pasos que han dado los hombres de letras en el transcurso de sus vidas son unos obsesos que persiguen los detalles. Gombrowicz carga sobre sus espaldas unos cuantos de estos especialistas, algunos de ellos forman parte del club de gombrowiczidas. (…) El camino que siguen los grandes escritores después de muertos está compuesto de una mezcla de asuntos cuyas proporciones varían a medida que pasa el tiempo. Los ingredientes de esa mezcla son la propia obra del hombre de letras, los testimonios de los que lo conocieron, una gran variedad de documentos, y los escritos de los que escriben sobre el muerto”. Creo que Goma sabe el terreno inestable y nervioso que pisa. Sabe a la perfección que no puede impedir que otros escritores comenten y escriban sobre Wiltold Gombrowicz, que también participen de esa mitología que el fiel Goma ha creado y cuyo único patente de corso es haberlo conocido, haber sido su amigo, confidente y receptor de un buen número de sus cartas.

Me intriga Goma en sus dos vertientes: como caso clínico y como escritor. Si sus intereses hubiesen sido otros quizá habría escrito una obra tan original como la de su idolatrado amigo polaco. Convertirse en la sombra caligráfica de la memoria de un escritor muerto tiene algo de necrofilia poética, pero en este universo siempre sorprendente de la literatura todo se encuentra en esa línea delgada de la imaginación y lo inesperado. Sin mencionar el hecho que por una calle en Bueno Aires existe una placa en la fachada de una casa que explica: “En este solar de Venezuela 615 vivió el gran escritor polaco WITOLD GOMBROWICZ. Homenaje en el 30º aniversario de su fallecimiento: 24 de julio de 1999”.

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