Escáner Cultural

REVISTA VIRTUAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y NUEVAS TENDENCIAS

ISSN 0719-4757
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ANOTACIONES SOBRE LITERATURA IMPROBABLE

 

Carlos Yusti

La mala literatura contenida en los libros de Paulo Coelho, en esos de autoayuda con vacas o ángeles y en aquellos escritos para desentrañar códigos secretos y rastrear las peripecias de vampiros adolescentes son una cosa, pero existe una literatura vaga, difuminada, improbable que flota en esa penumbra de gran la obra o risible tomadura de pelo. En ocasiones ( y gracias a la fe tenaz de sus autores) algunos de estos singulares ejemplares llegan a editarse.

En mis andanzas como editor improvisado he leído una buena porción de manuscritos de literatura improbable. También he conocido a los autores; uno más exasperante y demencial que el siguiente. Poetas, novelistas y hasta ensayistas (pocos en verdad) se aventuran a mostrar un obra a la cual etiquetar de mala sería un absurdo ya que a veces esas obras salvan una tarde debido a esa capacidad de arrancarle a cualquiera una sonrisa (o a veces un mohín de estupor), sin mencionar que todavía hay gente ilusa que cree en los poderes y bálsamos de la palabra escrita.

A través de la Internet conocí a un escritor cuyo tema repetitivo y recurrente de  sus libros, crónicas, entrevistas, cartas y correos electrónicos giran en torno a  escritor polaco Wiltold  Gombrowicz. Alimentarse de un escritor muerto para llenar páginas y páginas tiene algo no muy sano.

Otro día llegó a mi oficina (algún café en la ciudad) un joven escritor. Tenía la fisonomía de un personaje salido de una novela de Fiodor Dostoievski: blanco lechoso, ropa desplanchada, ojeras moradas y de gestos nerviosos como si alguien lo persiguiera. Me dijo con una seriedad sepulcral que había escrito una historia de un hombre que después de un sueño sudoroso y desesperado se despierta en la mañana convertido en un Heliotaurus Ruficollis. Ante mi cara de ignorante bien administrada me aclaró, que se trataba de un escarabajo. Me iba a desternillar de risa, pero su vehemencia nerviosa me contuvo. Traía la historia traspapelada en una gruesa carpeta amarilla y un tanto sucia por el trajín. No quise echarle un vistazo a la historia por temor a descubrir un nuevo Kafka más retorcido y obscuro.

En el año 1972 se editó El Pecho, de Philipp Roth que relata la historia de un catedrático de literatura (con anormales problemas para relacionarse con los demás y de manera especial con la mujeres) que se transforma en un enorme seno femenino. La breve historia tiene sus puntos de conexión innegables con La Metamorfosis de Franz Kafka y La Nariz de Gogol. Roth es un fuerte candidato al Nobel de literatura y a pesar de que su historia un tanto desquiciada, satírica y para nada original pudo editarse, pero el joven dostoievskiano con un relato parecido anda como un fantasma por la ciudad buscando editor y por supuesto convencido de haber escrito un relato que dividirá a la literatura nacional en un antes y un después de su relato.

De igual manera está el caso de otro individuo, cuyos trazos de locura son en suma subrayados, quien tuvo la audaz idea de escribir la verdadera historia de Adán y Eva. Especie de novela-ensayo-discurso evangélico y científico (de 200 páginas) que retoma la archimanoseada historia bíblica para darle otra vuelta de tuerca y presentarla como una irreverente historia donde los limites evolucionistas, pregonados por Darwin, están cerca de un sinuoso sendero religioso. Su autor me asegura, con pasión desenfrenada, que es un libro que se vendería con rapidez, además despertaría, sin duda, fuertes críticas en la  chapada iglesia católica. Cuando de la iglesia se trata es mejor pensarlo dos veces. Escribir que Adán y Eva retozaban en la Gran Sabana es una herejía que ninguna iglesia en su sano juicio soportaría.

El otro día me llegó un  sobre que contenía un manuscrito de un indígena del Amazonas. El sobre traía una novela titulada: Aventura en la selva. Con casi quinientas páginas escritas a máquina de escribir portátil, en realidad la verdadera aventura. La novela tiene el mérito de hilvanar una historia sin otro peso que el trabajo de mecanografía. Sentarse para escribir algunas páginas siempre es una proeza, una aventura que ni Indiana Jones.

En otra oportunidad conocí a un poeta cuyos textos eran César Vallejo puro. Eran textos poéticos inconexos, rabiosos y un tanto disparatados. Versos como: “Si un pájaro es un reloj/ quizá cante el tiempo,/pero el sol es una pastilla de jabón/ una piedra en el zapato/ una impúdica refriega de las sombras/ Moribundo atardecer/ y el tic-tac justo por una hogaza de pan/ por una frialdad en tu mirada que pasa/ el reloj es un pájaro/ pero el tiempo se ha detenido y sorbo este brillo que muere/ son  las seis p.eme. No estoy al tanto si el poeta vallejiano ha publicado su libro, pero si lo hace quisiera hacerme de un ejemplar.

La literatura es muchas veces irrisoria, absurda y en algunos casos ridícula y no hablemos de los escritores, no obstante para los autores de esa literatura improbable escribir es un asunto que comporta una temeraria seriedad y como lo escribió Voltaire: “La única recompensa que puede esperarse del cultivo de la literatura es el desdén si se fracasa y el odio si se triunfa”.

 

 

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